Me llamo Dalria Brisanocturna. Nací
hace tres siglos en el Monte Hyjal y me crié junto a mi hermano Erion y mi
gemela Nahim. La relación que tenía con ellos, al igual que con mis padres,
siempre ha sido buena. Erion, al ser el mayor de los tres, siempre velaba por
nosotras, especialmente por mí. Solía salir a los bosques y volvía bien entrada
la noche. Él siempre me vigilaba desde la lejanía y me enseñó todo lo que sé de
los bosques, animales y los arcos.
El ambiente en casa era muy
religioso y tradicional, nada que ver con lo que se estila hoy en día. Cada
noche, mi madre nos hablaba de Elune y nos contaba historias sobre los
Ancestros Guardianes como Goldrinn, Aviana, Tortolla o Aessina. A mí me cansaba
escuchar las mismas historias año tras año, de modo que se acostumbraron a que
desapareciera y pasara las noches fuera. No me gustaba estar en casa. Me sentía
enjaulada. Prefería dormir a los pies de un árbol, encontrar refugio en alguna
cueva si llovía y pasar la noche bajo las estrellas. Allí era el único lugar
donde me sentía libre. Mi hermana solía regañarme por ello. Era la única que
seguía sermoneándome después de tanto tiempo.
Erion se unió a una kaldorei siendo
aún bastante joven y años después tuvieron a su primer y único hijo,
Mathrentar. Nahim había aprendido a cambiar de forma, pues había nacido con el
don druídico. Yo, por mi parte, me entrené para entrar en el cuerpo de
Centinelas.
Nuestra vida fue tranquila y estuvo
lejos de conflicto alguno hasta hace doce años, con la llegada de la Tercera
Guerra a nuestro hogar. Mi padre fue destinado al segundo campamento preparado
para la defensa del Monte Hyjal, mientras que mi hermano fue destinado al
tercero. Su esposa, Freja, se negaba a abandonar nuestro hogar como hicimos mi
madre, mi hermana y yo. Decía que el Monte Hyjal era impenetrable y que no
necesitábamos la ayuda de ninguna otra raza, que los kaldorei podíamos hacer
frente a cualquier enemigo. No nos escuchó ni a nosotras ni a Erion, quien le
pidió que viniera con nosotras al Claro de la Luna, nuestro nuevo destino.
Durante tiempo no obtuvimos ninguna
noticia de cómo avanzaba la situación, hasta que Erion regresó, herido. Entre
lágrimas nos contó cómo vivió la batalla. Freja y Mathrentar habían fallecido,
al igual que mi padre. Él habría muerto también de no ser porque Jaina
teletransportó a las tropas supervivientes fuera del lugar. Desconocía cómo
había quedado nuestro hogar, pero mi pueblo no fue el único que sufrió
pérdidas. Sin embargo, habíamos perdido nuestra inmortalidad. La incertidumbre
se aposentó en los corazones de muchos de nosotros. ¿Qué nos pasaría a partir
de ahora?
Erion, tras la Batalla del Monte
Hyjal, jamás volvió a ser el mismo. Lo último que sé de él es que se quedó en
el Claro de la Luna. Mi madre se aposentó en Vallefresno, mientras que mi
hermana y yo nos fuimos a Auberdine. Ambas acudíamos allí donde hiciera falta
para defender los territorios de nuestra gente bajo una Orden fundada por ella, Natura. Mientras tanto, yo me
ganaba la vida vendiendo pescado fresco que pescaba en las costas de Auberdine.
Parecía que la calma pronto volvería
a reinar, pero nosotros ya no éramos los mismos. Habíamos perdido nuestro
hogar, nuestra inmortalidad y a nuestros seres queridos. Nuestra familia, tan
unida antaño, ahora estaba resquebrajada y hecha añicos, igual que nuestros
corazones. Cuando pensaba que las cosas no podían ir a peor, comenzaron a
hacerlo.
Me gusta mucho, Alherya, la historia promete e invita a seguir leyendo. Miraré en twitter para cuando publiques lo siguiente. Un besito.
ResponderEliminarSelenah
La historia gana cuando aparecen mis personajes. :3 Obvio.
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