lunes, agosto 05, 2013

Dalria Brisanocturna


Me llamo Dalria Brisanocturna. Nací hace tres siglos en el Monte Hyjal y me crié junto a mi hermano Erion y mi gemela Nahim. La relación que tenía con ellos, al igual que con mis padres, siempre ha sido buena. Erion, al ser el mayor de los tres, siempre velaba por nosotras, especialmente por mí. Solía salir a los bosques y volvía bien entrada la noche. Él siempre me vigilaba desde la lejanía y me enseñó todo lo que sé de los bosques, animales y los arcos.
El ambiente en casa era muy religioso y tradicional, nada que ver con lo que se estila hoy en día. Cada noche, mi madre nos hablaba de Elune y nos contaba historias sobre los Ancestros Guardianes como Goldrinn, Aviana, Tortolla o Aessina. A mí me cansaba escuchar las mismas historias año tras año, de modo que se acostumbraron a que desapareciera y pasara las noches fuera. No me gustaba estar en casa. Me sentía enjaulada. Prefería dormir a los pies de un árbol, encontrar refugio en alguna cueva si llovía y pasar la noche bajo las estrellas. Allí era el único lugar donde me sentía libre. Mi hermana solía regañarme por ello. Era la única que seguía sermoneándome después de tanto tiempo.

Erion se unió a una kaldorei siendo aún bastante joven y años después tuvieron a su primer y único hijo, Mathrentar. Nahim había aprendido a cambiar de forma, pues había nacido con el don druídico. Yo, por mi parte, me entrené para entrar en el cuerpo de Centinelas.

Nuestra vida fue tranquila y estuvo lejos de conflicto alguno hasta hace doce años, con la llegada de la Tercera Guerra a nuestro hogar. Mi padre fue destinado al segundo campamento preparado para la defensa del Monte Hyjal, mientras que mi hermano fue destinado al tercero. Su esposa, Freja, se negaba a abandonar nuestro hogar como hicimos mi madre, mi hermana y yo. Decía que el Monte Hyjal era impenetrable y que no necesitábamos la ayuda de ninguna otra raza, que los kaldorei podíamos hacer frente a cualquier enemigo. No nos escuchó ni a nosotras ni a Erion, quien le pidió que viniera con nosotras al Claro de la Luna, nuestro nuevo destino.

Durante tiempo no obtuvimos ninguna noticia de cómo avanzaba la situación, hasta que Erion regresó, herido. Entre lágrimas nos contó cómo vivió la batalla. Freja y Mathrentar habían fallecido, al igual que mi padre. Él habría muerto también de no ser porque Jaina teletransportó a las tropas supervivientes fuera del lugar. Desconocía cómo había quedado nuestro hogar, pero mi pueblo no fue el único que sufrió pérdidas. Sin embargo, habíamos perdido nuestra inmortalidad. La incertidumbre se aposentó en los corazones de muchos de nosotros. ¿Qué nos pasaría a partir de ahora?

Erion, tras la Batalla del Monte Hyjal, jamás volvió a ser el mismo. Lo último que sé de él es que se quedó en el Claro de la Luna. Mi madre se aposentó en Vallefresno, mientras que mi hermana y yo nos fuimos a Auberdine. Ambas acudíamos allí donde hiciera falta para defender los territorios de nuestra gente bajo una Orden fundada por ella, Natura. Mientras tanto, yo me ganaba la vida vendiendo pescado fresco que pescaba en las costas de Auberdine.

Parecía que la calma pronto volvería a reinar, pero nosotros ya no éramos los mismos. Habíamos perdido nuestro hogar, nuestra inmortalidad y a nuestros seres queridos. Nuestra familia, tan unida antaño, ahora estaba resquebrajada y hecha añicos, igual que nuestros corazones. Cuando pensaba que las cosas no podían ir a peor, comenzaron a hacerlo.



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2 comentarios:

  1. Me gusta mucho, Alherya, la historia promete e invita a seguir leyendo. Miraré en twitter para cuando publiques lo siguiente. Un besito.

    Selenah

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  2. La historia gana cuando aparecen mis personajes. :3 Obvio.

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