jueves, abril 21, 2016

Sangre


Tenía las piernas completamente adormecidas al despertar y Enthelion acababa de incorporarse. Tenía mejor aspecto que el día anterior, y cuando terminamos de desperezarnos pusimos rumbo a Darnassus a lomos de Do'anar. Sus manos se aferraban con firmeza alrededor de mi cintura, y llegando al puerto de Auberdine escuchamos a Shakiziel a través de la runa. Estaba en la ciudad, curando a su hermana, así que le propuse a Enthelion hacerla acudir al barracón para que le ayudara a sanar sus heridas.
—No me parece necesario.
No obstante, sabía que la otra opción era hacer reposo, una idea que no le gustaba lo más mínimo. Informé a la sacerdotisa de que más tarde se la requeriría en el barracón, y me sorprendí a mí misma acariciándole la mano a mi compañero con el pulgar. En cuanto aparté la mano, él retiró las suyas. El regreso hacia Rut'theran fue, tras aquello, algo incómodo y la travesía por mar se hizo más larga de lo habitual. Cruzamos el portal en las raíces de Teldrassil y atravesamos la ciudad hasta nuestro destino en el más absoluto silencio, seguidos de la atenta mirada de algunas mujeres que se posaban en Enthelion. Al llegar le busqué algo de ropa de recambio en el armario. Había dejado en él unas cuantas mudas de varias tallas por si en algún momento era necesario, y ahora agradecía aquella decisión que otras veces había considerado estúpida. Le dejé intimidad para que se cambiara, acercándome al borde de la balconada mientras observaba la ciudad, y avisé a Shakiziel de que ya nos encontrábamos en la ciudad. De repente noté su tacto en mi brazo.
—Se acabaron los sustos, puedes estar tranquila.
Nos sentamos en la cama a la espera de la sacerdotisa. Se acabaron los sustos, había dicho. Aquellas palabras no paraban de repetirse en mi cabeza. Thoribas ya no estaba, ya no tenía porqué tener miedo y las pesadillas eran cada vez menos frecuentes. También había vuelto a poder bañarme sin sobresaltos, aunque a veces una extraña sensación me oprimía el pecho y necesitaba salir del agua cuanto antes. En cuanto Shakiziel atravesó el puente, aparté la mano de la nuca de Enthelion y me hice a un lado. Observé con atención, con recelo. No es que no confiara en sus habilidades, pero ellos ya se conocían anteriormente y algo de eso no me gustaba. Prefería mantenerla lejos de él.
—Muchas gracias por tu ayuda, Shakiziel.
—De nada.
El cansancio era notorio en su voz y se marchó. Estaba notablemente alterada tras discutir con su hermana, pero ni Enthelion ni yo quisimos inmiscuirnos. Tras asegurarme de que se encontraba mejor, dejé a mi compañero descansar. También estaba algo alterada y necesitaba reflexionar. Entre ellos ni pasaba ni había pasado nada, por lo que no debía sentir celos, si eso era lo que sentía. Además, tampoco había visto al kaldorei comportarse con nadie más del mismo modo que se comportaba conmigo. En cierta manera aquello me aliviaba, pero también lograba confundirme. Lejos de tener un día tranquilo, Jedern se había pasado casi toda la tarde acosándome, llegando a acorralarme contra el tronco de un árbol hasta que se acercó una centinela. Si no quería sufrir consecuencias, debía dejarme tranquila. Pensé que me había deshecho de él hasta que me sorprendió en casa. Me tapó la boca para que fuera incapaz de alertar a nadie e intentó inmovilizarme, pero afortunadamente Deliantha se había acercado para traerme a Ash'andu. Después de obligarle a marcharse y comprobar que estaba bien, la mujer se quedó conmigo.

Una vez la Dama Blanca se alzaba imponente sobre el cielo nocturno y hube terminado de cenar, ya a solas, me acerqué al barracón, llevándole a mi compañero algo de kimchi que había preparado. Se sentó en la cama y casi devoró el plato. No sabría decir si carecía de papilas gustativas o, definitivamente, no era tan mala cocinera. No era algo que se me diera bien. Mi madre veía imposible que algo tan sencillo como aquel plato pudiera salirme mal e insípido, cuando su sabor característico es salado y picante. Cuando acabó, dejó el plato sobre la mesa auxiliar y me miró mientras reposaba la espalda sobre el colchón, con los brazos a modo de almohada.
—Tendremos tranquilidad hasta que se te ocurra volver a Vallefresno solo o aparezca Jedern de nuevo.
—¿Cuánto crees que durará?
Exhalé aire por la nariz profundamente y me volví a incorporar. No quería pensar en ello. Se acabaron los sustos. Ingenuamente le había creído, pero mientras Jedern siguiera cerca eso no sería posible. Deliantha había alertado sobre él y su comportamiento a las centinelas. Mantendrían los ojos abiertos. Aquella conducta era deleznable e impropia en alguien de nuestra raza. Yo en tu lugar me lo cargaría antes de que ocurra alguna desgracia. Puede atacarte en cualquier momento o hacerte a saber qué, me había dicho Deliantha. ¿Qué podía hacer contra él? No confiaba en las centinelas viendo que fallaron en dar caza a Thoribas, estaba segura de que no llegarían a tiempo si Jedern me hacía algo y no quería vivir con miedo. El tacto de Enthelion volvió a calmar mi ser. Iba y venía por mi espalda, acariciando las partes que quedaban al descubierto, deslizándose hacia mi cuello. Bajó con suavidad el tirante para poder acariciarme el hombro, volviendo a ascender después hacia el cuello de nuevo. Se incorporó para masajeármelo, consciente de que aún me dolía por la peculiar noche que habíamos pasado en la Atalaya de Maestra.
—Ambos necesitamos ir con más cuidado a los sitios —comenté cuando retiró la mano, desviando la mirada hacia la ciudad.
Recogí mis cabellos en una trenza y, al tumbarme, noté una punzada de dolor que me obligó a colocarme de costado. La herida me molestaba con aquella armadura de malla ligera que llevaba y, aunque no quise que lo hiciera, Enthelion se levantó a por desinfectante y unas gasas. Me quité la pechera cuando se dirigió al botiquín y me coloqué boca abajo sobre la cama, acercando las sábanas a los costados de mi pecho. Se colocó a mi lado y desinfectó la herida por si acaso, cubriéndola con una gasa limpia que haría que la armadura dejara de rozarme. Después tuve que incorporarme lo necesario para poder pasar unas vendas alrededor de mi torso y sentí que toda la sangre se me acumulaba en las mejillas. Me aseguré de cubrir bien los senos con la sábana y, cuando hubo acabado, me volví a vestir tras el biombo mientras Enthelion procuraba contener una risa.
—Me resulta divertida tu manera de bloquearte en distintas ocasiones.
—Sólo te atreves a reírte de tu superior cuando no lleva el tabardo.
—Sería de idiotas hacerlo de la otra forma —sonrió.
Estuvimos bromeando acerca de ponerme el tabardo y obligarle a desnudarse, a ver si le seguía pareciendo tan divertido el asunto, pero tenía excusas para todo.
—Empiezas a serme previsible —comentó, volviendo a sonreír con la mirada clavada en la mía.
Hundí la mano en sus cabellos mientras reíamos. Estaba perdidamente enamorada de él y había sido una idiota al intentar negarlo o apartarme. Aunque no fuera correspondida, era feliz así. Ni siquiera me preocupaban los rumores que pudiera haber respecto a nosotros, si es que los había, y a él tampoco.
—Ya no estamos solos en la orden.
—Pero ahora estamos solos, Dalria.
Lo estábamos, y era algo que agradecía. Cuando se marchó a darse un baño, me tumbé sobre la cama. Olía a él, y entre el bienestar que sentía en aquel momento y el sobresalto con Jedern, me sumí en un profundo sueño en un abrir y cerrar de ojos.

Oí unos pasos y sentía el corazón acelerado. Las imágenes que había en mi cabeza, confusas y oscuras, se desvanecían a medida que me despertaba. Enthelion se hallaba junto al armario. Quería haberme despertado, pero había estado hablando en sueños y decidió dejarme descansar. No lograba recordar nada. Se tumbó a mi lado y me tomó de la barbilla con suavidad, observando la herida de mi labio que aún a veces escocía. Su mano más tarde se deslizó por mi costado.
—Con cada día que transcurre pareces pasártelo mejor.
—¿Acaso tú no?
—Sí, y lo prefiero a volver a aguantar las discusiones diarias con Thoribas.
Aunque no me permitía pensar en él, ni nombrarle, a veces era imposible. Volvió la mirada hacia el techo mientras me acariciaba el brazo, y tras observar su perfil durante unos instantes cerré los ojos. Estaba relajada, aunque en mi interior no dejaban de azotarme las dudas. ¿Por qué se comportaba de aquella manera conmigo? ¿Por qué resultaba ser tan protector y buscaba mi bienestar mientras estuviera en su mano? Noté la cadena de su muñeca moverse y la acaricié, pero al notar una inscripción en el reverso volvieron a surgirme nuevas preguntas. ¿De quién sería aquel nombre? Debía ser de alguien importante para él si portaba la inscripción oculta contra su piel. ¿Sería de su compañera, seguiría ella con vida de ser así? Me desconcertaba y necesitaba poner la mente en orden, así que marché a dar una vuelta. El aire fresco me iría bien, y no estar con él haría que pensara con más claridad.

Tras tal vez media hora, la voz de Enthelion sonó a través de la runa.
Está aquí, no vengas.
Le ordené que le hiciera ir a la casa del kaldorei que le ayudó con las heridas, la cual ahora estaba vacía. Thoribas había sido mi problema y había dejado que él interfiriera, pero esta vez no sería así. Debía zanjar de una vez el asunto con Jedern y me dirigí al lugar con prisa. Allí me sorprendió mientras recogía un par de cosas que el extraño kaldorei había dejado para nosotros, algo de ropa y comida, y me empujó contra la pared. Intentó darme una bofetada, pero le cogí a tiempo de la muñeca.
—Huele a ti —dijo con asco—. Vamos a mi casa, Dalria, estarás mejor que aquí o que... con ese.
Me pareció oír a Thoribas a través de él, pero sabía que era fruto de mi imaginación. De algún modo ambos druidas me resultaban parecidos. Era evidente cómo iba a acabar aquello y que sólo había una solución, por poco que quisiera efectuarla contra un hermano.
—Está bien, deja que recoja mis cosas y voy contigo.
Me acerqué al armario donde sabía que aquel kaldorei tenía guardada un arma. Con ella en la mano, fingí guardar cosas en una bolsa de cuero mientras dejé que se acercara a mí. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, me volví y clavé la daga en el cuerpo de Jedern ante su sorpresa. Se llevó las manos a la herida, mirándome sin comprender porqué lo había hecho. Retiré la hoja de su cuerpo y di un par de pasos hacia atrás, con las manos temblorosas. Tarde o temprano habría sido su vida o la mía, y no quería llegar a ese punto, no quería volver a temer por mi vida como lo había hecho con Thoribas. Enthelion entró cuando el druida hizo crecer del suelo unas raíces enredaderas que se retorcían alrededor de mis tobillos.
—Maldita zorra... ¡Vas a arrepentirte!
Sesgué su yugular con un rápido gesto cuando alzó su mano para atacarme de nuevo. Poco después su cuerpo cayó inerte contra el suelo. Debía avisar a Deliantha o a las centinelas, pero Enthelion me llevó de vuelta al barracón. Por su mirada, parecía no estar de acuerdo con lo que había hecho.
—Me es imposible ponerme en tu lugar, Dalria, por lo que no te reprocharé nada.
Me lavé las manos de sangre en la tinaja y me humedecí el rostro. Aún notaba mi corazón acelerado por lo que acababa de pasar, me costaba mantenerme serena. Enthelion se mantuvo a cierta distancia y me preguntó si estaba bien. Lo estaría, pronto lo estaría. En apenas unos días nos habíamos deshecho de Thoribas y de Jedern y ahora podría volver a respirar en paz, a vivir de nuevo sin preocupaciones de quién vendría a por mí y qué me haría.
—Lamento haberte incomodado antes.
Me volví hacia él y le miré, pero él tenía la vista clavada en la ciudad.
—No me has incomodado, pero he recordado algunas cosas y creí conveniente tomar el aire. No tiene nada que ver contigo.
—Para otra vez, mantenme en mi sitio.
Se fue al otro lado de la estancia, junto al armario, mientras me sentaba en la cama. Me pidió que, si estaba cerca de pasar la raya, le advirtiera. Sabía que eso era tal vez lo mejor para ambos, pero una parte de mí quería que la cruzara. Si sentía lo mismo que yo por él, deseaba que lo hiciera... al menos cuando estuviera preparada.
—El otro día dijiste que no querías que hubiera "demasiada" confianza, Dalria. Si cruzas la raya, acaba siendo borrosa.
—Conozco los límites y la cosa cambia cuando ocupo mi cargo.
—¿Estas segura? —clavó la mirada en la mía.
Le dije que lo estaba, pero lo cierto era que no. Él era una prioridad para mí y sabía que le antepondría a otras cosas más importantes. Se sentó finalmente en la cama, de espaldas a mí, e insistió en que me quedara allí a dormir, que él marcharía en breves. No obstante, consideré que era mejor regresar a casa, con Ash'andu, y despejar mi mente tras avisar a Deliantha de lo sucedido.
—Buena luna, Dath'anar.
—Buena luna, Dalria.
Quería mantener las distancias con él por miedo a que pudiera hacerme daño, a que no fuera él el que debiera compartir junto a mí el resto de sus siglos, a poder perderle. ¿Hacía bien en no sincerarme, en decidir también por él? No lo sabía, pero la respuesta no acudiría a mí de inmediato, sino con el tiempo.


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