viernes, septiembre 13, 2013

Centinelas de Elune


La semilla que Ayshlad había depositado en mí crecía en mi vientre lentamente, y los cambios que mi cuerpo experimentaba me tenían aterrorizada. No sabía qué decirle al cuerpo de centinelas. Siempre había contado con alguien a mi lado cuando no sabía qué hacer, pero ni Ayshlad estaba conmigo ni tampoco mi hermana. Tampoco me atrevía a contárselo a mi madre, quien se hallaba en el Claro de la Luna. Sería una deshonra para la familia el haberme quedado encinta de aquel modo, y tampoco quería que Erion, mi hermano, se enterara de la noticia. Aunque sabía que él me apoyaría y daría ánimos, también sabía que no le sentaría nada bien. A los ojos de mi familia, antes de tener un hijo debías asegurarte haber elegido al compañero que te acompañaría durante el resto de tus siglos. Mi hermana ya nos había deshonrado al elegir a un humano y las esperanzas de mi madre estaban depositadas en mí.

¿Qué debía hacer? Otras mujeres ponían fin a su embarazo cuando no lo deseaban, pero eso estaba mal, era acabar con una vida inocente para intentar limpiar un error. ¿Pero acaso alguien aparte de mí lo iba a saber? ¿Merecía la pena el sentimiento de culpa posterior? Ni siquiera era capaz de pensar con claridad. Ni siquiera sabía porqué estaba en Ventormenta todavía tras haber terminado de hacer unas compras. Me hallaba en el parque, la única parte de la ciudad que parecía tranquilizarme un poco. Ni siquiera saboreaba la manzana que me estaba comiendo. No era consciente del paso del tiempo o de lo que ocurría a mi alrededor, excepto de algo colándose en el bolsillo de mi toga y sacando algo de él. En cuanto reaccioné y me volví, vi a un gnomo de pelo verde alejándose a toda prisa. Aunque le grité para que se detuviera, hizo caso omiso a mis palabras y desapareció de mi vista. No le di más importancia hasta que, a los pocos minutos, alguien me tocó el trasero. Esta vez no dejé escapar la oportunidad de ir tras él cuando echó a correr, pero ya no podía correr como antes.
Se detuvo en mitad de uno de los puentes que cruzaban sobre los canales de la pétrea ciudad y me paré frente a él, recuperando el resuello.
—Devuélvemelo, proyecto de enano— le exigí.
—¿El qué? Yo no te he quitado nada.
Hizo sonar las monedas de su bolsillo mientras unos pasos sonaban tras mi espalda. Afortunadamente se trataba de una kaldorei que preguntó qué sucedía. Cuando le expliqué la situación, el gnomo siguió en sus trece de no haberme robado nada. Una mirada a Do'anar, mi sable de hielo a rayas, bastó para que se acercara y le cogiera por la pechera, alzándolo del suelo, ante lo cual comenzó a llamar a los guardias. Se acercaron un par de kaldorei más, pero en apenas unos instantes la situación se volvió confusa. La elfa que había aparecido primero se mostró agresiva con uno de los recién llegados, y el otro comenzó a proferir amenazas... Decidí que aquello no me incumbía y que unas cuantas monedas no valían la pena, aunque me hubieran costado mi sudor y esfuerzo. Ordené a Do'anar que soltara al pequeño hombrecillo y monté sobre su lomo para alejarme de allí.

Regresé al parque tras dejar a Do'anar en los establos de la ciudad para que se refrescara, y seguí dándole vueltas al mismo tema. ¿Cómo me lo iba a montar con un crío en camino? No quería ser madre, no estaba preparada para ello. ¿Cómo iba a tenerlo y cómo iba a educarle? Todo eran dudas que pululaban por mi mente una y otra vez sin cesar, acompañándome todas las noches mientras me movía inquieta en la cama.
Cuando me acerqué a la posada más cercana en la que me hospedaría aquella noche, tenía una misiva esperándome. No sabía quién me la enviaba, no había nombre alguno, pero me citaba en una de las tabernas de la ciudad. Tal vez fuera Arcthor, el novio de mi hermana, aunque no encontraba motivos por el cual se pusiera en contacto conmigo, y mucho menos él. Porque, de estar él en la ciudad, significaría que Nahim también estaba en Ventormenta. Fuera como fuese, decidí ponerme ropa más holgada para evitar que se notara mi embarazo, ya adentrado en el segundo trimestre. Sabía que en algún momento no podría ocultar más mi estado, pero prefería disimularlo en aquellos instantes, y más si debía verme con algún desconocido. Por si acaso, oculté una daga en el interior de la bota. No quería llevarme sorpresas, pero a veces eran inevitables, y más en una ciudad como aquella y llena de humanos. No tenía muy buenos recuerdos de aquella ciudad. Tras ver en el espejo que sólo se me notaba algo de tripa y que podía confundirse con algunas carnes de más, puse rumbo a la taberna en la que me citaba la carta.

Abrí la puerta del lugar y el repugnante olor a alcohol llegó a mi nariz. Había gente en las mesas, en la barra, en mitad del pasillo... Todos hablaban a voces y reían muy alto, haciendo la estancia en el lugar insoportable. Caminé lentamente por el lugar, evitando al gentío y mirando con atención. En una de las mesas vislumbré a Arcthor con una jarra sobre la mesa y sin compañía alguna. Me di la vuelta con la esperanza de que no me hubiera visto, no tenía ningunas ganas de hablar con él y me cabreaba que estuviera en la ciudad pero no hubiera sido capaz de ponerse en contacto conmigo para decirme dónde estaba mi hermana.
—¿Dalria?
Detrás de mí escuché una voz masculina que desconocía. Sonaba fría, distante e impasible. Cuando me volví, descubrí a un alto kaldorei de cabellos níveos y tez plateada. Era apuesto y, pese a que era de constitución delgada, se notaba que era fuerte. Asentí ensimismada mientras le estudiaba con la mirada y me invitó a seguirle hacia el fondo de la taberna, donde se hallaban unas escaleras que llevaban a lo que parecía un túnel subterráneo. Aquello no me hacía ninguna gracia. No sabía quién era ni adónde llevaban esas escaleras, pero no me daba buena pinta. Mientras descendíamos lentamente, iluminados por la antorcha que él había encendido, notaba el aire poco a poco más frío. Las paredes de piedra me recordaban a una cripta. ¿Qué lugar era aquel? Tal y como pensaba, estaba en una cripta con las paredes hechas de bloques de piedra. El frío y la humedad se calaban en los huesos, pero eso era lo que menos me preocupaba en aquel momento. ¿Quién era aquel kaldorei que sostenía la antorcha frente a mí y por qué me había llevado allí? Parecía estar recorriendo cada curva de mi cuerpo con la mirada, como intentando ver a través de mi alma. Aunque yo había hecho lo mismo con él antes, ni había sido tan descarada ni me había entretenido tanto. ¿Se habría percatado de mi embarazo?
—¿Eres realmente Dalria Brisanocturna?— preguntó finalmente, clavando en mis ojos su penetrante mirada—. Me han hecho contactar contigo ya que tú estuviste al cargo de Natura, ¿es eso cierto?
Natura era la Orden que mi hermana había fundado hacía unos meses. Fiel defensora de la naturaleza, decidió que debía hacerse algo para protegerla. Sin embargo, acabé liderándola yo debido a su falta de dotes de mando. Aún me preguntaba qué sería de ella, pero cuando volví al mundo real me percaté de que los labios del kaldorei que se hallaba frente a mí se movían. Había sido elegida para ser su compañera en una nueva Orden formada por el Templo de Darnassus, los Centinelas de Elune. ¿Por qué? Ninguno de los dos tenía respuesta a esa pregunta.
—El propósito es conseguir todo aquello que no hemos conseguido hasta ahora. Los kaldorei necesitamos que alguien reivindique nuestra raza, nuestros objetivos— aprovechó un breve silencio para seguir escudriñándome—. Estamos zafados en guerras, guerras que libramos por nuestros aliados, pero no por nosotros. Darnassus necesita un brazo ejecutor.

La orden era clara y concisa: formar un grupo capaz e independiente. Los propósitos de Natura también se incluían en la nueva compañía, sólo que ahora se actuaría de forma militar. Eso me gustaba, aunque no me hacía gracia ser su compañera. Las pocas veces que había abierto la boca para hablar, él me interrumpía, contestando a las preguntas que había en mi mente, como si fuera capaz de leérmela. No sólo se mostraba prepotente, sino que parecía incluso reacio a darme su nombre, Thoribas.
—Nos han bautizado como Centinelas de Elune. Espero que estés preparada para honrar ese nombre.
—Lo estoy —contesté firme—. Gracias por tomarte la molestia de venir hasta Ventormenta para hablar conmigo, Thoribas.
Cuando se excusó en que era una simple orden, me comunicó que una de las descendientes de Mantoblanco se había colado en su barco. Él creía que la muchacha podría sernos útil, al menos por su apellido. Los Mantoblanco eran una familia algo conocida en Darnassus. Algo así como una casa nobiliaria, si es que se les podía considerar como tal.

Volví al parque tras mi charla con él. Teníamos una pequeña base en Ventormenta mientras nos encontráramos en la ciudad humana, y en Darnassus disponíamos de un barracón. Afortunadamente para mí, Thoribas no se había percatado de mi embarazo, aunque tarde o temprano se daría cuenta. Ahora me tocaba ponerme al día con la normativa y los rangos de la Orden. Me preocupaba la prepotencia, la frialdad y la tozudez que Thoribas había mostrado en nuestra breve charla. Estaba segura de que eso causaría conflictos entre ambos, y más con mi cabezonería. Pero, de algún modo, me recordaba a él, y eso no podía ser nada bueno.

La base de Ventormenta era pequeña, pero por ahora éramos Thoribas y yo. Era una pequeña casa de dos pisos situada en una pequeña calle. En el piso superior se hallaba un pequeño cuarto que usábamos para descansar, aunque la mayor parte del tiempo era Ash'andu quien ocupaba la cama que había junto a un pequeño armario y un armero. En el inferior teníamos una mesa y varias sillas por si debía celebrarse alguna reunión, cosa que no parecía que fuera a suceder en un futuro cercano. Contra las paredes había un par de librerías y del centro del techo colgaba una lámpara con las velas recién cambiadas. Por el olor de la madera, era un edificio viejo lleno de humedad debido a la cercanía de los canales. Odiaba aquel lugar, pero según Thoribas debíamos estarnos en aquella horrible ciudad humana. Nuestra misión allí era la de reclutar miembros para nuestra recién fundada Orden, aunque seguía preguntándome por qué no lo hacíamos en nuestras tierras. Al fin y al cabo, nuestros miembros debían ser kaldorei. Era una pérdida de tiempo buscar a gente de nuestra raza en una ciudad humana, aunque no es que no la hubiera. Sin embargo, los más jóvenes —y no tan jóvenes— habían adoptado rápidamente costumbres de otras razas y preferían luchar por ellas que por la suya propia. Ahora era más normal verles por tabernas que preocupándose por comportarse como personas normales.
Cuando la puerta se abrió, volví de mi ensimismamiento. Thoribas había vuelto con la cena. Era lo único que le veía hacer mientras yo me dedicaba a buscar y hablar con posibles candidatos a los que reclutar. Éramos de igual rango, pero parecía esperar a que lo hiciera yo todo y se lo tomaba con bastante calma. Si creía acaso que estaba por encima de mí lo llevaba claro. Pero, por ahora, le dejaría pensar que era él quien tenía las riendas y ya veríamos cómo evolucionaban las cosas.

El manto oscuro estrellado de la noche había cubierto el cielo y ambos cenábamos algo de pescado en un férreo silencio. Aunque en otras situaciones se me hiciera difícil soportar el silencio con otra persona, me sentía cómoda en él cuando estaba con Thoribas. Ambos éramos tercos a más no poder y eso podía causar conflictos entre nosotros, conflictos que no nos podíamos permitir. Vi cómo los ojos de mi compañero se alzaban de su plato y se clavaron en los míos una vez la cena había finalizado. Me gustaba perderme en ellos cuando no se percataba de mi mirada. Me recordaban mucho a los de Ayshlad.
—Debemos seguir reclutando.
—En Ventormenta, aunque no lo parezca, no he encontrado a nadie. —Cogí una manzana roja, antojándoseme apetitosa. Le di un mordisco y la saboreé; deliciosa.
—¿Por qué no ahora?
Tragué rápidamente, casi atragantándome mientras le miraba asombrada. ¿Se había vuelto loco? Odiaba esa ciudad y llevaba el día entero reclutando. Además, Ventormenta no era un lugar del todo seguro cuando la noche caía.
—Es de noche y las calles son peligrosas para una dama —me excusé.
—Sabes defenderte, ¿no?- respondió con altanería.
Tenía que ir sí o sí, y le iba a dar igual cuántas excusas le pusiera. No importaba que hubiera madrugado para dar vueltas y más vueltas por la ciudad, que era lo único que él quería que hiciera, que me iba a tocar salir quisiera o no. Tampoco tenía ningunas ganas de discutir con él ni merecía la pena el esfuerzo.
Salí acompañada de Ash'andu, atenta a todo, pero nada. Todo el mundo estaba en sus casas, en las tabernas o tambaleándose frente a estas. Paseaba con cuidado, sin fiarme de quienes veía. Algo me retuvo, sujetándome del hombro. Mi corazón se aceleró y noté cómo algo golpeaba mi vientre desde el interior, llevándome una mano a la zona afectada. Me di la vuelta para ver de quién se trataba, esperando con un poco de suerte que fuera Arcthor.

Corrí junto a Ash'andu de vuelta hacia lo que teníamos por base y me aseguré de cerrar bien la puerta tras de mí. Thoribas se levantó con su característica calma, mirándonos extrañado hasta que se fijó en la herida de mi sable de la noche.
—¿Qué ha pasado? —preguntó sin moverse un ápice de su lugar.
Decidí ignorarle mientras abría mi mochila y dejaba caer todo cuanto había en su interior, buscando con rapidez lo necesario para curar a mi compañero felino. Mi corazón aún palpitaba deprisa y me faltaba el aliento. Había corrido más de lo que debía y aún recordaba la sensación de aquel golpe en el vientre. Había sido una patada del pequeño que crecía dentro de mí.
—¿Qué ha pasado? —repitió. Noté por su voz que estaba molesto.
Ash'andu se había tumbado en un rincón y se lamía la herida. Me acerqué a él con una gasa impregnada en antiséptico. Me enseñó los dientes, dispuesto a morderme si le tocaba; le conocía bien. Thoribas se extrañó de la reacción del animal, esperando aún una respuesta.
—Ash'andu atacó al humano que me quería "invitar a un trago".
Aún y con la amenaza de sus dientes, le limpié la herida y se la vendé al ver que no era nada grave. Se fue cojeando al piso superior, seguramente a tumbarse a la cama, donde estaría mucho más cómodo.
—¿Por qué te ha gruñido?
Me limité a encogerme de hombros. Al subir al cuarto para ver cómo estaba, le oí gruñirme desde las escaleras. Aproveché que estaba lejos de la vista de mi compañero para remangarme la camisa y ver la herida de mi brazo. Por suerte sólo era un rasguño. No pude evitar pensar en la patada que la pequeña monstruosidad que Ayshlad había dejado en mí me había dado. Me había tomado completamente por sorpresa aquello y no sabía cómo tomármelo. Había sido una sensación extraña, pero me había gustado. La había dado en el momento preciso, cuando estaba en una mala situación. Me gustaba pensar que fue un aviso para que regresara a la base, que ahora éramos dos y era más vulnerable. Aunque no me gustaba eso último, no dejaba de ser cierto.




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