Desperté al oír unos pasos acercándose. El cuello me dolía horrores, apenas podía moverlo. No debí haberme quedado dormida en la silla observando mapas la noche anterior. Al alzar la vista, vi a Thoribas bajar lentamente la escalera, con paso seguro y decidido. Ash'andu no me había dejado acercarme al cuarto, pero sí a mi compañero al parecer. Me volví hacia él para saludarle con un cabeceo, consciente de que mis pintas debían ser horribles y de que me dolía todo.
—¿Has dormido aquí?— preguntó mientras se acercaba.
—Sí, debía seguir mirando todo esto.
Miró a los mapas que había sobre la mesa mientras me
desperezaba. Todos pertenecían a las zonas cercanas a las ciudades de la
Alianza, con algunos pueblos marcados. Enarcó una ceja y me miró fijamente.
Habría jurado que era capaz de dejarme helada con una simple mirada. Tenía el
poder de intimidar únicamente con su presencia.
—¿Para qué?— inquirió.
—Tenemos que reclutar y, ya que en Ventormenta no
conseguimos hacerlo, tendremos que ir a otra parte.
—¿Adónde?
¡Por Elune! ¿Acababa de pasar de prepotente a inútil en unos
segundos y realmente esperaba a que yo le dijera todo? Iba a necesitar mucha
paciencia, más de la que ya estaba teniendo.
—Podríamos comenzar por Dun Morogh.
Asintió cuando hice una pausa y se dirigió hacia la puerta,
cuando aún ni había terminado de hablar. Justo al llegar a la entrada, se
detuvo y se volvió hacia mí.
—Prepara tus cosas. Voy a por ella, te vemos en el tren
subterráneo.
La cara de estúpida que se me quedó, aún boquiabierta por no
haber podido hablar, no se me borraría hasta pasado un largo rato.
¿A por ella? Suponía que se refería a la tal Mantoscuro.
Recogí mis cosas y me puse la única ropa de abrigo que tenía. No sería
suficiente para el frío de las heladas tierras de Dun Morogh, pero tampoco me
había dado tiempo para preparar nada, así que tendría que aguantarme. Mi idea
era sugerir Dun Morogh, debido a su cercanía y a que llegaríamos pronto gracias
al tren subterráneo que conectaba Ventormenta con Forjaz, y entonces preparar
las cosas para el viaje. Si él no quería buscar kaldorei en tierras kaldorei,
al menos nos moveríamos e intentaríamos reclutar en otras partes en lugar de
quedarnos quietos en la apestosa Ventormenta. Cuando Ash'andu y yo nos
dirigíamos tranquilamente hacia el lugar de la citación, con Do'anar caminando
a nuestro lado, me di rápidamente la vuelta. El gnomo de la cresta verde estaba
ahí, el mismo que me había robado hacía una semana el monedero. Recé a Elune
para que no me hubiera visto mientras intentaba tomar otro camino para evitar
cruzarme con él.
—¡Eh, tú!
¡Maldición! Afortunadamente había dos entradas al tren subterráneo,
así que subí a lomos de Do'anar para perderle de vista e ir por la otra
entrada. Cuando llegué, ahí estaban Thoribas y... Maldita sea, era la elfa que
me ayudó con el gnomo. ¿Qué narices hacía con él? Sin embargo, no era momento
de preocuparme de aquello. El tren que nos llevaría hasta Forjaz estaba a punto
de salir y no quería perder tiempo y dar pie a que el gnomo nos alcanzara.
Nada más llegar a la capital enana, allí estaba el dichoso
gnomo. Durante el silencioso y pesado viaje había prevenido a mis compañeros.
Decidieron usar sus habilidades para despistarle y hacerme posible huir con más
facilidad. Lo consiguieron y quedamos en la salida de Forjaz, cabalgando en sus
monturas. Yo también lo hice, pero por otra parte. Al reunirnos, nos pusimos en
marcha. Dentro de la ciudad apenas se notaba, pero al salir al exterior el frío
era capaz de helar del mismo modo que las miradas de Thoribas. La ropa que
llevaba apenas protegía, y no esperaba encontrar ropa de mi talla en la ciudad
o en nuestro destino.
Finalmente llegamos a Kharanos y nos dirigimos a la posada
tras dejar a nuestras monturas. Entré estornudando y con los dedos entumecidos.
Ni siquiera era capaz de notarme las orejas o la nariz.
—Ya tengo las habitaciones— anunció Thoribas, guiándonos hacia
ellas.
Le seguí hacia el piso inferior junto a la elfa. Había algo
de ella que no me gustaba, y mucho menos me gustó saber que era ella el miembro
de los Mantoscuro que buscábamos. Aunque eso, de algún u otro modo, me
tranquilizaba. Creo que fue por el hecho de saber que no venía acompañándole a
él, aunque no sabía muy bien porqué.
Llegamos a la puerta de un par de habitaciones y Thoribas
abrió las puertas, quedándose frente a una que tenía una cama de matrimonio
mientras nos señalaba la otra, con dos camas separadas. Ambas tenían una
agradable y cálida chimenea, aunque me desagradó el hecho de que las paredes
fueran de pura piedra, recordándome a las calles de Ventormenta.
—Ahí está la vuestra. Si queréis algo, estaré en la mía.
¿La nuestra? ¿Tenía que compartir cuarto con ella? Por no
mencionar a Ash'andu.
—Eh, Thoribas, ¿puedo hablar contigo un momento en privado?—
le pregunté.
Asintió y le llevé hacia un rincón, aunque la mujer ya había
entrado en el cuarto indicado por Thoribas y se estaba acomodando en la cama
más cercana a la chimenea.
—¿No hay ningún otro cuarto libre?
Arrugó la nariz, mirándome con los ojos entrecerrados.
Intimidaba, desde luego. Un escalofrío me recorrió entera, y no sabía muy bien
si era por él o por la temperatura del lugar, aunque aún seguía congelada.
—¿Qué problema hay?— inquirió.
—No me gusta. Me encontré con ella sobre la semana pasada y
hay algo de ella que no me gusta, aunque no sabría decirte el qué.
Cuando comencé a explicarle lo sucedido, noté cómo algo
trepaba por mi espalda rápidamente para acabar apoyado sobre mi hombro, casi
cayendo hacia delante.
—¡¡Vaquita!!
¿Cómo demonios ha podido seguirnos hasta aquí?, pensé para mis adentros. El dichoso gnomo de
Ventormenta nos había alcanzado y nos había seguido hasta Kharanos. No contento
con ello, ahora se hallaba sobre mi hombro y no apartaba la vista de mi pecho,
cosa que aproveché para cogerle de la camisa y tirarle al suelo sin ningún
miramiento. Para mi desgracia, Thoribas había desaparecido. Supuse que se había
metido en su habitación y sabía que, aunque me encerrara en la mía con la tal
Mantoblanco, el gnomo no me dejaría tranquila. Una puerta no le iba a detener
si había llegado hasta donde nos encontrábamos. Decidí salir fuera de la
taberna para respirar algo de aire puro y fresco. Necesitaba tranquilizarme,
estaba de los nervios y dar un paseo me vendría bien, aunque sabía que iba a
terminar resfriándome. En cuanto atravesé la puerta de la posada, Thoribas me
sorprendió. Esperaba algún tipo de reprimenda por su parte por haber tirado al
suelo bruscamente al gnomo, pero no fue así.
—¿Estás bien?— me preguntó.
Asentí, pero me moría por volver dentro y
quedarme frente a la cálida chimenea. Me estaba congelando y tan sólo había
salido.
—Voy a reclutar por aquí y los alrededores—
mentí.
Le pareció buena idea. Claro, él no debía
molestarse en hacerlo, ¿cómo le iba a parecer mala idea? No pude evitar soltar
un bufido de exasperación.
—¡Gatito XXL!
No había terminado de montar a lomos de Do'anar
cuando éste intentó clavarle las zarpas al gnomo, el cual se escurrió con gran
facilidad. Me sujeté a las riendas para evitar caerme y tiré de las mismas para
alejarme de Kharanos, de Thoribas y del dichoso gnomo. En cuanto llegamos a una
explanada, comencé a patear la nieve para quitarme la mala leche de encima. El
gnomo y la pasividad de Thoribas me enervaban la sangre, y dudaba que fuera
bueno para el bebé que me alterara tanto. El bebé... ¿Por qué ahora me
preocupaba por él?
Tras un paseo por las heladas tierras de Dun
Morogh decidí volver al pueblo. Dejé que Do'anar se recuperara en el establo y
le puse una manta por encima para que no cogiera demasiado frío, aunque el
clima de aquellas tierras no fuera extraño para su especie. Cuando bajé para
dirigirme al cuarto que compartía con la otra mujer, pasé por delante del de
Thoribas. Tenía la puerta abierta y vi a Ash'andu sobre su cama. Por más que la
llamaba para que viniera conmigo y saliera de allí, parecía ignorarme. ¡Perfecto!,
me dije. Thoribas ya la sacaría de allí. Debí haberme levantado con el pie
izquierdo, pues estaba teniendo un día horrible. Entré a mi cuarto y vi a la
tal Mantoscuro frente a la chimenea, así que tal como había abierto la puerta,
volví a cerrarla para pasar la noche en otra parte.
Al día siguiente, Thoribas nos avisó de que nos
íbamos. ¿Tan pronto? Ni siquiera había ido a reclutar, no habíamos ido a probar
suerte a ninguna parte. ¿Qué eran los Centinelas de Elune para él, un juego en
el que él daba órdenes sin más? Bufé, estaba claro que aquel día tampoco iba a
ser mejor que el anterior. Afortunadamente dimos esquinazo al gnomo, la primera
buena señal del día, pero estaba cansada y empezaba a dolerme la espalda.
Debería decirle al Guardián, título de Thoribas en la orden, que estaba
encinta, pero no quería que me expulsara por mi estado. No sabía durante cuánto
más podría ocultar mi vientre, y con el tiempo ese tema sería más difícil de
disimular.
Una vez llegamos a la base de Ventormenta,
Thoribas decidió cederle a la elfa el cuarto de arriba. Sin tan siquiera decir
palabra alguna, subió las escaleras y cerró la puerta de la habitación tras de
sí. Había dormido en el pasillo de la posada de Kharanos, en el frío y sucio
suelo de piedra. Esperaba poder pasar la noche allí, pero me daba la sensación
de que la tal Mantoblanco se adjudicaría para sí sola el cuarto. Eso
significaba que Thoribas y yo dormiríamos donde pudiéramos y, desgraciadamente,
yo no estaba para dormir en el suelo. Era algo que no iba a permitir. Ahora que
estábamos solos, era el momento idóneo. Tomé aire antes de acercarme a él.
Cuando me miró, tuve que tragar saliva.
—Hay... algo que debo decirte.
Frunció ligeramente el ceño mientras me clavaba
la mirada con los ojos entrecerrados. Si ya me iba a costar bastante decírselo,
su penetrante mirada me lo ponía aún más difícil.
—Estoy...— tomé aire de nuevo, parecía que
me faltaba y que me iba a marear de un momento a otro-. Estoy... esperando un
hijo.
Lo había dicho en voz baja inconscientemente y
esperaba no tener que repetirlo. La idea de volver a decírselo no me gustaba
nada, pero por su mirada me había oído perfectamente.
—¿Qué?
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