martes, octubre 01, 2013

Huida de Ventormenta


Desperté al oír unos pasos acercándose. El cuello me dolía horrores, apenas podía moverlo. No debí haberme quedado dormida en la silla observando mapas la noche anterior. Al alzar la vista, vi a Thoribas bajar lentamente la escalera, con paso seguro y decidido. Ash'andu no me había dejado acercarme al cuarto, pero sí a mi compañero al parecer. Me volví hacia él para saludarle con un cabeceo, consciente de que mis pintas debían ser horribles y de que me dolía todo.
—¿Has dormido aquí?— preguntó mientras se acercaba.
—Sí, debía seguir mirando todo esto.
Miró a los mapas que había sobre la mesa mientras me desperezaba. Todos pertenecían a las zonas cercanas a las ciudades de la Alianza, con algunos pueblos marcados. Enarcó una ceja y me miró fijamente. Habría jurado que era capaz de dejarme helada con una simple mirada. Tenía el poder de intimidar únicamente con su presencia.
—¿Para qué?— inquirió.
—Tenemos que reclutar y, ya que en Ventormenta no conseguimos hacerlo, tendremos que ir a otra parte.
—¿Adónde?
¡Por Elune! ¿Acababa de pasar de prepotente a inútil en unos segundos y realmente esperaba a que yo le dijera todo? Iba a necesitar mucha paciencia, más de la que ya estaba teniendo.
—Podríamos comenzar por Dun Morogh.
Asintió cuando hice una pausa y se dirigió hacia la puerta, cuando aún ni había terminado de hablar. Justo al llegar a la entrada, se detuvo y se volvió hacia mí.
—Prepara tus cosas. Voy a por ella, te vemos en el tren subterráneo.
La cara de estúpida que se me quedó, aún boquiabierta por no haber podido hablar, no se me borraría hasta pasado un largo rato.

¿A por ella? Suponía que se refería a la tal Mantoscuro. Recogí mis cosas y me puse la única ropa de abrigo que tenía. No sería suficiente para el frío de las heladas tierras de Dun Morogh, pero tampoco me había dado tiempo para preparar nada, así que tendría que aguantarme. Mi idea era sugerir Dun Morogh, debido a su cercanía y a que llegaríamos pronto gracias al tren subterráneo que conectaba Ventormenta con Forjaz, y entonces preparar las cosas para el viaje. Si él no quería buscar kaldorei en tierras kaldorei, al menos nos moveríamos e intentaríamos reclutar en otras partes en lugar de quedarnos quietos en la apestosa Ventormenta. Cuando Ash'andu y yo nos dirigíamos tranquilamente hacia el lugar de la citación, con Do'anar caminando a nuestro lado, me di rápidamente la vuelta. El gnomo de la cresta verde estaba ahí, el mismo que me había robado hacía una semana el monedero. Recé a Elune para que no me hubiera visto mientras intentaba tomar otro camino para evitar cruzarme con él.
—¡Eh, tú!
¡Maldición! Afortunadamente había dos entradas al tren subterráneo, así que subí a lomos de Do'anar para perderle de vista e ir por la otra entrada. Cuando llegué, ahí estaban Thoribas y... Maldita sea, era la elfa que me ayudó con el gnomo. ¿Qué narices hacía con él? Sin embargo, no era momento de preocuparme de aquello. El tren que nos llevaría hasta Forjaz estaba a punto de salir y no quería perder tiempo y dar pie a que el gnomo nos alcanzara.

Nada más llegar a la capital enana, allí estaba el dichoso gnomo. Durante el silencioso y pesado viaje había prevenido a mis compañeros. Decidieron usar sus habilidades para despistarle y hacerme posible huir con más facilidad. Lo consiguieron y quedamos en la salida de Forjaz, cabalgando en sus monturas. Yo también lo hice, pero por otra parte. Al reunirnos, nos pusimos en marcha. Dentro de la ciudad apenas se notaba, pero al salir al exterior el frío era capaz de helar del mismo modo que las miradas de Thoribas. La ropa que llevaba apenas protegía, y no esperaba encontrar ropa de mi talla en la ciudad o en nuestro destino.
Finalmente llegamos a Kharanos y nos dirigimos a la posada tras dejar a nuestras monturas. Entré estornudando y con los dedos entumecidos. Ni siquiera era capaz de notarme las orejas o la nariz.
—Ya tengo las habitaciones— anunció Thoribas, guiándonos hacia ellas.
Le seguí hacia el piso inferior junto a la elfa. Había algo de ella que no me gustaba, y mucho menos me gustó saber que era ella el miembro de los Mantoscuro que buscábamos. Aunque eso, de algún u otro modo, me tranquilizaba. Creo que fue por el hecho de saber que no venía acompañándole a él, aunque no sabía muy bien porqué.

Llegamos a la puerta de un par de habitaciones y Thoribas abrió las puertas, quedándose frente a una que tenía una cama de matrimonio mientras nos señalaba la otra, con dos camas separadas. Ambas tenían una agradable y cálida chimenea, aunque me desagradó el hecho de que las paredes fueran de pura piedra, recordándome a las calles de Ventormenta.
—Ahí está la vuestra. Si queréis algo, estaré en la mía.
¿La nuestra? ¿Tenía que compartir cuarto con ella? Por no mencionar a Ash'andu.
—Eh, Thoribas, ¿puedo hablar contigo un momento en privado?— le pregunté.
Asintió y le llevé hacia un rincón, aunque la mujer ya había entrado en el cuarto indicado por Thoribas y se estaba acomodando en la cama más cercana a la chimenea.
—¿No hay ningún otro cuarto libre?
Arrugó la nariz, mirándome con los ojos entrecerrados. Intimidaba, desde luego. Un escalofrío me recorrió entera, y no sabía muy bien si era por él o por la temperatura del lugar, aunque aún seguía congelada.
—¿Qué problema hay?— inquirió.
—No me gusta. Me encontré con ella sobre la semana pasada y hay algo de ella que no me gusta, aunque no sabría decirte el qué.
Cuando comencé a explicarle lo sucedido, noté cómo algo trepaba por mi espalda rápidamente para acabar apoyado sobre mi hombro, casi cayendo hacia delante.
—¡¡Vaquita!!
¿Cómo demonios ha podido seguirnos hasta aquí?, pensé para mis adentros. El dichoso gnomo de Ventormenta nos había alcanzado y nos había seguido hasta Kharanos. No contento con ello, ahora se hallaba sobre mi hombro y no apartaba la vista de mi pecho, cosa que aproveché para cogerle de la camisa y tirarle al suelo sin ningún miramiento. Para mi desgracia, Thoribas había desaparecido. Supuse que se había metido en su habitación y sabía que, aunque me encerrara en la mía con la tal Mantoblanco, el gnomo no me dejaría tranquila. Una puerta no le iba a detener si había llegado hasta donde nos encontrábamos. Decidí salir fuera de la taberna para respirar algo de aire puro y fresco. Necesitaba tranquilizarme, estaba de los nervios y dar un paseo me vendría bien, aunque sabía que iba a terminar resfriándome. En cuanto atravesé la puerta de la posada, Thoribas me sorprendió. Esperaba algún tipo de reprimenda por su parte por haber tirado al suelo bruscamente al gnomo, pero no fue así.
—¿Estás bien?— me preguntó.
Asentí, pero me moría por volver dentro y quedarme frente a la cálida chimenea. Me estaba congelando y tan sólo había salido.
—Voy a reclutar por aquí y los alrededores— mentí.
Le pareció buena idea. Claro, él no debía molestarse en hacerlo, ¿cómo le iba a parecer mala idea? No pude evitar soltar un bufido de exasperación.
—¡Gatito XXL!
No había terminado de montar a lomos de Do'anar cuando éste intentó clavarle las zarpas al gnomo, el cual se escurrió con gran facilidad. Me sujeté a las riendas para evitar caerme y tiré de las mismas para alejarme de Kharanos, de Thoribas y del dichoso gnomo. En cuanto llegamos a una explanada, comencé a patear la nieve para quitarme la mala leche de encima. El gnomo y la pasividad de Thoribas me enervaban la sangre, y dudaba que fuera bueno para el bebé que me alterara tanto. El bebé... ¿Por qué ahora me preocupaba por él?

Tras un paseo por las heladas tierras de Dun Morogh decidí volver al pueblo. Dejé que Do'anar se recuperara en el establo y le puse una manta por encima para que no cogiera demasiado frío, aunque el clima de aquellas tierras no fuera extraño para su especie. Cuando bajé para dirigirme al cuarto que compartía con la otra mujer, pasé por delante del de Thoribas. Tenía la puerta abierta y vi a Ash'andu sobre su cama. Por más que la llamaba para que viniera conmigo y saliera de allí, parecía ignorarme. ¡Perfecto!, me dije. Thoribas ya la sacaría de allí. Debí haberme levantado con el pie izquierdo, pues estaba teniendo un día horrible. Entré a mi cuarto y vi a la tal Mantoscuro frente a la chimenea, así que tal como había abierto la puerta, volví a cerrarla para pasar la noche en otra parte.

Al día siguiente, Thoribas nos avisó de que nos íbamos. ¿Tan pronto? Ni siquiera había ido a reclutar, no habíamos ido a probar suerte a ninguna parte. ¿Qué eran los Centinelas de Elune para él, un juego en el que él daba órdenes sin más? Bufé, estaba claro que aquel día tampoco iba a ser mejor que el anterior. Afortunadamente dimos esquinazo al gnomo, la primera buena señal del día, pero estaba cansada y empezaba a dolerme la espalda. Debería decirle al Guardián, título de Thoribas en la orden, que estaba encinta, pero no quería que me expulsara por mi estado. No sabía durante cuánto más podría ocultar mi vientre, y con el tiempo ese tema sería más difícil de disimular.

Una vez llegamos a la base de Ventormenta, Thoribas decidió cederle a la elfa el cuarto de arriba. Sin tan siquiera decir palabra alguna, subió las escaleras y cerró la puerta de la habitación tras de sí. Había dormido en el pasillo de la posada de Kharanos, en el frío y sucio suelo de piedra. Esperaba poder pasar la noche allí, pero me daba la sensación de que la tal Mantoblanco se adjudicaría para sí sola el cuarto. Eso significaba que Thoribas y yo dormiríamos donde pudiéramos y, desgraciadamente, yo no estaba para dormir en el suelo. Era algo que no iba a permitir. Ahora que estábamos solos, era el momento idóneo. Tomé aire antes de acercarme a él. Cuando me miró, tuve que tragar saliva.
—Hay... algo que debo decirte.
Frunció ligeramente el ceño mientras me clavaba la mirada con los ojos entrecerrados. Si ya me iba a costar bastante decírselo, su penetrante mirada me lo ponía aún más difícil.
—Estoy...— tomé aire de nuevo, parecía que me faltaba y que me iba a marear de un momento a otro-. Estoy... esperando un hijo.
Lo había dicho en voz baja inconscientemente y esperaba no tener que repetirlo. La idea de volver a decírselo no me gustaba nada, pero por su mirada me había oído perfectamente.
—¿Qué?

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