Había sido una noche tranquila y me sentía muchísimo mejor tras haber hablado con Thoribas. No era algo que pudiera hablar con mi hermana, si supiera dónde se encontraba. Mi madre y mi hermano, en cambio, tal vez me hubieran escuchado y aconsejado. Ambos habían cambiado mucho tras la Tercera Guerra, y nadie podía reprochárselo. Mi madre, Meridia, había perdido el hogar en el que llevaba asentada tantísimos siglos y a mi padre, Ithillior. Erion, por su parte, había perdido a su esposa Freja y a su pequeño Mathrentar. Habían perdido a las personas que amaban, aquellos con quienes pasarían el resto de sus vidas y eso les había cambiado. ¿La marcha de Ayshlad también me habría afectado a mí del mismo modo? Compartíamos muchas cosas en común, ¿pero realmente llegué a quererle hasta el punto de compartir toda mi vida con él? Empezaba a pensar que había confundido el amor con un simple capricho al haber encontrado por fin a un hombre con el que compartía intereses. Thoribas, en cambio, había logrado despertar curiosidad en mí. ¿Cuánto hacía que le conocía? ¿Cuánto había pasado desde que me habló por primera vez de los Centinelas de Elune? El tiempo pasa volando cuando los problemas ocupan tu mente, apenas lo percibes, y era lo que me sucedía. Ni siquiera era capaz de recordar cuándo fue la última vez que vi a mi familia o a Ayshlad.
—¿En qué piensas?
Negué con la cabeza. Siempre lograba
sorprenderme cuando estaba ensimismada en mis pensamientos. Era silencioso como
un gato y sabía cómo acercarse sin que me percatara de ello. Le miré. Sus
cabellos plateados caían sobre sus hombros. Lucía orgulloso el tabardo púrpura
con un árbol blanco en el centro y un sencillo bordado del mismo color que el
emblema. En ese momento cerré los ojos durante un instante, llevándome una mano
al vientre. El pequeño me había dado una patada y no lograba acostumbrarme a
que lo hiciera, pero me gustaba notarlas. Thoribas estaba atento a cualquiera
de mis movimientos, sin importar que intentara calmarle. Afortunadamente
habíamos dejado atrás nuestras discusiones sin sentido. A ambos nos agradaba
igual de poco Ventormenta, estaba segura de que era debido a la ciudad y a sus
gentes. O tal vez se debiera a Vallefresno. Su paz, su armonía, su belleza.
—¿De cuánto estás?
—Aún queda, descuida— preferí quitarle hierro al
asunto.
Me faltaba mes y medio aproximadamente. Sin
embargo, si se lo decía, me haría volver a la ciudad y no me dejaría viajar con
él. No quería sentirme una inútil.
Había olvidado lo que era ver un anochecer en
Vallefresno. Era lo más hermoso que jamás había visto, sin olvidar los paisajes
del monte Hyjal. Cuando Thoribas se acostó, fui a dar un paseo. Había un
pequeño lago cercano al lugar donde acampábamos, así que decidí darme un baño
en él. Su piel era de un color parecido y... Y yo era estúpida, completamente
estúpida. ¿En qué narices estaba pensando?
El día pasaba lento y tranquilo. Thoribas había
bajado con la ropa de batalla puesta. Quería ir a por la mía, para quedarme al
menos con los heridos y no sentirme tan impotente, pero me clavó la mirada.
—Tú te quedas.
No había nada que pudiera hacer. Ni Elune podría
hacerle cambiar de opinión cuando decía algo, así que preferí no discutir con
él y no perder tiempo de ninguno de los dos, de modo que le vi partir a la
batalla con el corazón encogido. Tal y como hice con Ayshlad tantas veces, me
quedé en la entrada del refugio, esperando vislumbrar su figura al regresar. No
pude evitarlo, aquello me podía. Sabía dónde se reunirían tras la batalla, así
que puse rumbo hacia el lugar indicado tras montar a lomos de Do'anar. Las
horas de espera fueron eternas, pero al final regresó junto al resto de
combatientes. No parecía sorprenderse de verme allí, y no pude evitar alegrarme
al ver que sus heridas eran superficiales.
Los orcos se habían retirado de nuevo a su
campamento y nosotros íbamos a poner rumbo hacia Nethergarde. El draenei que
había liderado el ataque, Arkhon, organizaba los Juegos de Nethergarde y nos
habían invitado a acudir. Lógicamente yo no iba a participar, pero Thoribas sí
lo haría. Tras el viaje no me encontraba lo suficientemente bien para acudir,
tenía un gran dolor de riñones sumados al cansancio, pero lo hice el último
día. Mi compañero había sido nombrado como el mejor tirador. No solía usar
arcos, pero su puntería era excelente, casi tanto como la mía. Una vez
finalizado el evento, regresamos a Vallefresno, donde volví a encontrarme con
Baenre y con una nueva sorpresa.
En nuestro regreso nos detuvimos a descansar en
Canción del Bosque. Era un lugar hermoso que gozaba de cierto misticismo, pero
algo pronto perturbaría la paz que envolvía todo. Baenre, aquel incansable y
desquiciante gnomo, había hecho que aquello pareciera un infierno en cuestión
de segundos. Thoribas me dejó con él, pero yo no podía escapar. Me dolían los
riñones y toda yo parecía haberme hinchado, me cansaba rápidamente y prefería
estar durmiendo a tener que levantarme, por no hablar de las pequeñas punzadas
que comenzaba a notar. Baenre, por su parte, me hizo echar a correr para mantenerme
en forma, o de lo contrario me iba a obligar de una forma nada agradable.
Sin embargo, yo ya no podía ni con mi alma, así que tuve que detenerme. En
cuanto lo hice, el gnomo me cortó el pelo, pero no tenía tiempo para
encolerizarme ni maldecirme. Algo me estaba pasando y me asusté, llamando
rápidamente a Thoribas para que volviera a través de la runa de comunicación,
un artefacto con el que podíamos hablar a cierta distancia. Al no hallar
respuesta, me guarecí en el interior de un árbol hueco y mis dedos se clavaron
en cuanto podía agarrar para aguantar las molestias. Estaba teniendo
contracciones.
Iba a dar a luz en poco tiempo a mi pequeño, y
todo cuanto quería es que Baenre desapareciera y Thoribas acudiera a mi
llamada. Desafortunadamente, ninguna de las dos cosas sucedió.
Baenre me trajo unas mantas del campamento
instalado en aquella parte de Vallefresno para que me acomodara. Me iban a
esperar unas largas horas de contracciones, a cada cual más fuerte, mientras
ese maldito gnomo permanecía a mi lado, recordándome que intentara mantener la
calma y que respirara profundamente. Era incapaz de estar tranquila. Iba a
traer un bebé al mundo, y eso era algo que jamás había aprendido. No había
pensado antes en tener un compañero, en formar con él una familia. Esos temas
no me habían interesado nunca y lo de Ayshlad fue inesperado. En el transcurso
de mi embarazo no me había informado de nada y el tiempo había pasado volando.
En ese momento necesitaba a alguien en quien confiara. Necesitaba a Thoribas.
Finalmente había llegado el momento y, aunque
habían pasado menos horas de las que había imaginado en un principio, se me
había hecho eterno. Dar a luz fue mucho menos placentero de lo que podría haber
pensado antes, pero ahora tenía a mi pequeño entre mis brazos. Podía tocarle,
abrazarle, acunarle, besarle... Poco me importaban ya esos malos ratos de los
meses anteriores, poco me importaba ya el dolor que había padecido para traerle
al mundo. Había merecido la pena con tal de estar con él. Estaba agotada tras
el viaje y el parto, pero no quería dormir. Quería ver cómo dormía, ajeno a
todos los problemas de su alrededor. Estaba completamente enamorada.
—¿Cómo le vas a llamar? —preguntó el gnomo.
—Erglath— dije con una agotada sonrisa—,
Erglath Brisanocturna.
Toda mi felicidad se vino abajo rápidamente con
el anuncio que me hizo Baenre. Se lo iba a llevar consigo dos días después, sin
decirme siquiera adónde ni porqué. Sólo esperaba que se tratara de una broma de
muy mal gusto, una de la que se riera de mí. Mi hijo debía estar conmigo y nada
iba a separarme de él. Aunque luché contra el sueño, el agotamiento me pudo y
deseé no haberme despertado al día siguiente, pues el gnomo lo había dispuesto
todo para partir. Mi cuerpo no me respondía como deseaba, estaba cansado.
Aunque había intentado impedir que Baenre se llevara a Erglath...
No hay comentarios:
Publicar un comentario