Me refugié en el hueco árbol de nuevo y me abandoné a las lágrimas y al dolor. La pequeña manta con la que había arropado a mi pequeño todavía conservaba su dulce aroma. Me aferré a la idea de que aquello era una pesadilla, que no podía estar sucediendo, que en cualquier momento iba a despertar y Erglath estaría aún junto a mí. Había suplicado por runa a Thoribas que regresara pronto, pero fue su voz a mi lado lo que me sorprendió. Me lancé a sus brazos y no pude contener las lágrimas. Apenas podía balbucear lo sucedido y me intentó calmar, permitiéndome aferrarme a él mientras me acariciaba la espalda. Lamentaba no haber podido hacer nada por evitar que Baenre se llevara a mi niño, lamentaba no haberle protegido. ¿Pero de qué iba a servir ya? Había perdido a mi hijo. Había sido culpa mía.
Cuando regresamos al barracón, una vez en la
ciudad, me metí en la cama tras asearme y cambiarme de ropa. No podía evitar
llorar una y otra vez, con aquella mantita entre mis manos. Su olor se
desvanecía. Pronto sólo me quedarían recuerdos de su carita, de la pequeña
mancha de nacimiento en forma de luna creciente en su cuello, sus pequeños ojos
ambarinos entreabiertos, el tacto de su piel o notar sus labios en mi pecho al
alimentarle.
Thoribas volvió a mostrarse frío conmigo y
volvieron las discusiones iniciales. Me reprochaba continuamente lo ocurrido
con Erglath. Aunque no le faltaba razón, me dolía más a mí que a él lo que
había pasado y ya tenía bastante con no tener otra cosa en la cabeza. Sentí
como si me hubiera dado la espalda, justo en el momento en que más necesitaba
tener a alguien a mi lado. Con el lento paso del tiempo todo volvió a la
normalidad, aunque yo había iniciado una búsqueda de mi hijo.
A medida que los días iban pasando, uno tras otro, la frialdad de Thoribas fue disminuyendo y mi búsqueda empezaba a cesar. No había rastro de él o de Baenre por ninguna parte y ya comenzaba a darme por vencida. Fue cuando todo sucedió, pocos días antes de que Thoribas partiera hacia el gélido continente de Rasganorte.
Nos encontrábamos en Auberdine, en la pequeña
casa donde mi hermana y yo habíamos vivido anteriormente. Llevaba días
lloviendo y el frío se colaba por cualquier pequeño rincón que lo permitiera.
Thoribas y yo estábamos muertos de aburrimiento, no podíamos salir con aquel
temporal y no podíamos regresar a la ciudad ni ir a ninguna parte. Sólo había
dos mantas, pero no era suficiente para soportar el frío. La última noche que
pasamos allí, algo me llevó a besarle. Fueron mis instintos quienes me
obligaron a probar sus labios como si fuera la última vez que lo fuera a hacer,
sin saber que realmente lo sería. Me tumbó sobre la cama mientras me deshacía
en sus brazos y no recuerdo ni siquiera haberle dicho cuánto le quería, aunque
no era cierto. Como siempre, en el momento más oportuno, Baenre hizo su
entrada... atravesando la ventana que había sobre nosotros. Como era habitual
en él, desapareció antes de que pudiéramos atraparle. Sin darle importancia a
la ventana rota, al agua que entraba por ella y el frío que nos calaba, me
senté en un rincón a llorar, con Thoribas abrazándome. Tu hijo está
bien, había dicho el gnomo. Me había obligado a mí misma a no recordarle,
pero aquella breve aparición del monstruo que se lo había llevado y aquellas
palabras supusieron un duro golpe.
Thoribas pronto partió al norte y yo me dediqué
a entrevistar a posibles reclutas que carecían de motivación alguna, otros
preferían no hacer nada o eran completamente nulos en el combate e ineptos
hasta para empuñar un arma. También había retomado mi búsqueda con nuevas
esperanzas para encontrar a Erglath. Los meses pasaron sin resultado alguno,
sin reclutas... y sin una sola noticia de Thoribas.
Fue al principio del cuarto mes cuando recibí
una misiva. Thoribas llegaría pronto a Ventormenta, así que no perdí el tiempo
en ir al puerto de la capital humana, donde atracaría su barco. Estaba furiosa.
No había recibido noticias de él durante mucho tiempo, le creí muerto. Tardó un
par de días en los que yo ni me había movido del puerto, tan solo para caminar
entre los muelles. En cuanto llegó, ni siquiera desmontó de su sable. Más tarde
pidió disculpas por no haberse puesto en contacto antes, pero yo no estaba
dispuesta a aceptarlas. Me mostré irremediablemente fría y enojada con él. La
Horda, mientras tanto, había atacado Vallefresno y pronto llegarían a Astranaar
si no se hacía nada. Thoribas descansaría durante un par de días mientras yo me
quedaba en Auberdine. No tenía ningunas ganas de estar cerca de él, me
exasperaba.
En cuanto llegó a Ventormenta y esperaba al
próximo día a que zarpara un barco hacia Kalimdor, continente en el que se
encontraba Vallefresno, nos quedamos en la pequeña base que el Templo había
conseguido para nosotros. Nuestros únicos temas de conversación eran la guerra
que amenazaba nuestros bosques y la caída del Rey Exánime, pues no había ninguna
novedad que comentarle respecto a la orden.
—Seguir con el reclutamiento mientras buscaba a
mi hijo, hasta que la guerra llegó a Vallefresno— fue mi respuesta cuando
preguntó qué había hecho durante todo este tiempo.
—Ahora podremos centrarnos en lo que realmente
nos concierne.
—Y... esperando que alguien se pusiera en
contacto tras marcharse sin decir nada— acabé por reprocharle.
Sí, había avisado de que debía partir a
Rasganorte a través de una misiva, pero desde su marcha no había recibido
ninguna noticia suya. Creí que tras lo último sucedido entre ambos en Auberdine
se dignaría a, como mínimo, pedir disculpas. Qué ingenua había sido.
—Recogeré mis cosas y volveré a Auberdine.
Tienes el cuarto de arriba preparado.
Me levanté sin tan siquiera mirarle y subí las
escaleras lentamente. Creí que diría algo, pero tampoco fue así. Estaba
decepcionada y enfadada. ¿Qué era Thoribas para mí? Intuía que mi escapatoria a
mis problemas, lo único a lo que me había podido aferrar cuando todo lo demás
me había fallado. Recogí las pocas cosas que había dejado en una mochila de
cuero mientras le daba vueltas a la cabeza y, cuando me levanté y fui a salir
del dormitorio, le encontré en la puerta.
—¿Lo dices en serio?— inquirió.
—¿Tú qué crees?
—Que te gustaría atravesarme por haberte dejado
sola con esto— contestó.
Eso fue el colmo. Estuve a punto de echárselo
todo en cara, pero decidí respirar hondo y tranquilizarme. No era momento de
encolerizarse. No, no podía permitir algo así, no podía dejar que viera cuan
afectada me hallaba en esos momentos. Debía mantener la compostura. Le dije que
le esperaría en Auberdine para ir con él hacia Astranaar, donde apareció al día
siguiente tras llegar yo al sitio mencionado.
De nuevo envueltos por el dulce aroma de
nuestros bosques, allí nos encontrábamos Thoribas y yo. El pequeño pueblo de
Vallefresno se mantenía en pie pese a las pequeñas incursiones de los orcos y
las centinelas habían visto aumentado su número para protegerlo. Lo mismo se
hizo en otras partes de la zona, donde la vigilancia era constante. Apenas
intercambiamos unas cuantas palabras durante nuestra estancia allí —tan solo la
renovación de rangos dentro de la orden—, procuré evitarle en medida de lo
posible. Para ello decidí ir a la casa cercana a la linde con Costa Oscura. Al
rato de estar en ella, sumida en mis pensamientos, un felino blanco se me
acercó y me fijé en sus marcas mientras le acariciaba. Era un druida, no cabía
la menor duda.
Cuando creí que por fin podía respirar algo de
paz, Baenre no tardó en aparecer, molestando nuevamente. Aquello me encolerizó,
pues él se había llevado a mi pequeño nada más nacer. Sin embargo, hubo algo
que me llenó de ira aún más que el recuerdo de mi hijo. El druida que estaba a
mi lado no era otro que Thoribas, quien se había comenzado a instruir como tal.
Me enfadé conmigo misma en silencio por haberme mostrado amable con él.
Aproveché que tanto él como el gnomo comenzaron una entretenida discusión para
coger mis cosas y alejarme de allí lo antes posible. Necesitaba serenarme y la
cabeza comenzaba a dolerme de tantas vueltas que le daba a unas y otras cosas.
Estaba llena de rabia por dentro y quería estar sola para poder tranquilizarme.
Creí haber pasado desapercibida, pero rápidamente me llamó Thoribas a través de
la runa de la orden.
—¿Qué diablos haces? ¿Dónde estás?
—No te preocupes por dónde estoy o dejo de
estar— le contesté secamente.
—No te entiendo, ni a ti ni a tu
comportamiento—, como si fuera algo demasiado difícil de entender—. Mañana
iré a Darnassus para empezar con el reclutamiento, espero verte allí.
—Bien, ¿algo más?— quise saber.
Tras decirme que dejara de hacer el idiota y de
contestarle que se hiciera él responsable de sus actos, refiriéndome a lo
pasado en Auberdine antes de su partida, preguntó:
—¿Realmente le estás dando vueltas a eso?
—Sí, le estoy dando vueltas a eso— contesté,
molesta y cansada.
—Pues déjalo apartado. Fue un error y una
idiotez que nunca debió haber pasado y no se repetirá. Problema resuelto,
Dalria. Ahora piensa con claridad en lo que de verdad tenemos que hacer. Buenas
noches.
Un error... eso había sido para él. Aquella
bofetada me trajo de vuelta a la realidad. Me hallaba de camino hacia el puerto
de la Aldea de Rut'theran, entre las raíces de Teldrassil, mientras repetía
para mí misma lo que acababa de decirme, incrédula. Había sido una necia.
Aunque sólo habían sido unos cuantos besos, creí que para él habían significado
algo. Estaba claro que me había equivocado. Nada más llegar a mi destino,
Baenre ya estaba esperándome para echarme en cara que estaba huyendo. ¡Genial!,
pensé. Lo último que necesitaba en aquellos instantes era tener al tedioso
gnomo delante de mis narices, pues lo que quería hacer en aquel preciso
instante era matarle y acabar con su vida, cosa que habría hecho gustosa de no
ser el único que sabía dónde se encontraba mi hijo. Esquivó mis preguntas,
dándome una charla sobre huidas. Cuando me dispuse a dirigirme hacia el portal
druídico que me llevaría a la capital kaldorei, el pequeño energúmeno cogió su
caña de pescar y me lanzó el anzuelo, rasgándome la piel con él mientras me
hizo una pequeña herida en el vientre. El pequeño instrumento metálico se
agarró a mi cinturón y, rendida, decidí dejarme arrastrar por él nuevamente
hacia el puesto de vuelo de Rut'theran, desde donde me dirigí de vuelta a
Auberdine. Esta vez tuve la suerte de no ser importunada por Baenre o Thoribas
y al fin podría respirar paz y tranquilidad, o eso pensaba yo hasta que una
centinela se acercó a mí para entregarme un sobre. Abrí el sello que lo cerraba
y leí la misiva. Eran buenas noticias, cosa que me hizo sonreír ligeramente. Un
kaldorei, llamado Dath'anar Filo Sombrío, quería ingresar en la orden; en el
cuerpo de los centinelas que teníamos, específicamente. Le contesté que pronto
me citaría con él en el puente cercano al Enclave Cenarion, como pronto haría.
Me retrasé un poco, cosa que yo misma me regañé.
Al llegar al sitio que le había indicado al aspirante, tan solo vi a un grupo
de centinelas atentas a su capitana, poniéndose al día de las nuevas en
Vallefresno. Astranaar se encontraba bajo asedio y había sido reducido a
cenizas. Mientras escuchaba atenta la conversación, vislumbré a un elfo alto y
de cabellos níveos que parecía estar esperando. Tal vez fuera él, pero antes
miré alrededor por si había alguien más y, finalmente, me acerqué a él.
—¿Dath'anar?
La cosa se pone interesanteeeeeeeeeee.... uooooohhhh... Por cierto, Enthelion algún día volverá, el Capitán Filo Sombrío siempre ronda los bosques.
ResponderEliminarFDO. Thoribas y Enthelion a partes iguales.
¡A ver si es verdad que vuelve! Deliantha le considera parte de Elune-Adore todavía y... Baenre ha vuelto -.-
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