—Me parece patética e infantil tu forma de
actuar —le reproché.
Estaba montando otro numerito por runa y odiaba hacerlo, pero era el único modo
en que me haría caso.
—Simplemente he conseguido lo que me he
propuesto, Dalria.
—¿Sí, el qué?
—Siendo tan fácil de manejar, ¿realmente
crees que estás preparada para decidir por ti misma?
No, estaba completamente equivocado. Era fácil
de manejar al principio, pero ya no. Ahora sabía cual era mi lugar en la Orden,
sabía qué podía o no hacer.
—No mezcles lo personal— le advertí.
—No me refiero a eso, sino a darte la vuelta
en el Templo de la Luna.
Era hora de poner punto y final, así que le
insistí en finalizar una conversación cara a cara de una vez. Estaba harta de
que acabaran cuando él deseara, de bailar a su ritmo, de sus tonterías, de que
intentara manipularme... Estaba cansada de él. Puse rumbo al barracón, nuestra
pequeña base en la ciudad. Allí fue donde le encontré y donde tuvimos una
discusión respecto al estado de Vallefresno. Mis planes eran defender lo que
quedaba; los suyos, como habían sido hasta ahora, pasar de todo. Enthelion y yo
no éramos suficiente para ayudar a las Centinelas contra la invasión de la
Horda en nuestros bosques, así que nos retiraríamos. Tras tomar mi decisión,
finalicé la conversación con Thoribas y monté sobre mi sable, el cual esperaba
a mi regreso en el exterior.
—La conversación ha acabado— respondió
por runa.
Ignorando sus palabras, di la orden de retirada
a Enthelion. Me encontraría con él en Auberdine, pues quería despejar mi mente
en un lugar en el que me sintiera segura.
—Tan manejable, Dalria... Espero que Thrall
no negocie contigo la esclavitud del pueblo kaldorei o será nuestro final.
No pude retener la ira que lentamente crecía en
mi interior. Necio, estúpido, arrogante, egocéntrico, irritante... No había
adjetivo alguno que le llegara a definir. Deseaba que no hubiera vuelto de
Rasganorte, que se hubiera podrido allí. Sabía que no debía alterarme, no debía
permitir que me afectaran sus palabras o él. Si lo hacía, permitiría que afectara
en mis decisiones. Me había convertido en la líder de la Orden y mis ideas
debían mantenerse claras e inalterables, no debían verse afectadas por las de
Thoribas ni por las de ninguna otra persona.
Cuando llegué a Auberdine, Enthelion me recibió.
Me disculpé rápidamente por el numerito que había tenido que aguantar mientras
acariciaba la cabeza de su sable. Le había ordenado la retirada, dándole parte
de razón a Thoribas. Por poco que me gustara, la tenía en que acabaríamos
muertos si intentábamos algo.
—No, General... No la tiene.
—Os envío a una muerte casi segura, en eso sí
tiene razón.
—Si no me enviáis vosotros, iré por mi cuenta
con los centinelas Ala de Plata, General— sentenció.
Aquello me gustó y, de algún modo, me inspiró.
Su decisión y su confianza en sí mismo me gustaban. No obstante, mis planes
eran seguir en Vallefresno, de forma totalmente independiente a la Orden.
—Será un placer tenerte como compañero de
batalla— sonreí.
La casa de mi hermana, ahora vacía, nos serviría
para descansar. Descansaríamos allí, en Costa Oscura. Ya decidiríamos cómo
actuar al día siguiente.
En aquel momento no
había nada que pudiera hacerme sentir mejor. En el agua me sentía relajada y
libre. Las estrellas se reflejaban sobre la superficie y las lunas eran todo
cuanto tenía por iluminación. Además, mi raza tenía cierta facilidad para ver
durante la noche, con lo que no me importaba que no hubiera nada más que la luz
natural de los astros nocturnos para guiarme. Sólo había una cosa enturbiando
mis pensamientos y llegaba a hacer que todo mi ser se estremeciera. ¿Qué
es lo que ha pasado contigo, Thoribas?, me pregunté. Aunque me costara
admitirlo, la respuesta estaba frente a mí. Había jugado conmigo y me había
usado a su antojo, como si de un titiritero se tratara. Había hecho un gran
papel como compañero ejemplar. Aunque al principio fuera arrogante y frío, más
tarde se comportó... y desgraciadamente me rendí a él. No era amor lo que había
sentido por él, pero se había convertido en alguien importante y especial.
Posiblemente porque en un principio me recordaba a Ayshlad, pero había sido mi
apoyo en los duros momentos, me había aportado seguridad cuando mis fuerzas
flaqueaban. Pese a ser consciente de eso, día tras día me preguntaba si alguna
vez fue real algo de lo vivido con él. Me preguntaba si...
—Oh, lo lamento.
Me cubrí con los brazos, dándome la vuelta para
ver a Enthelion sobre la arena, volviéndose para darme la espalda. No
acostumbraba a tener visitas mientras me bañaba, así que nunca lo hacía con
ropa, pero era como si últimamente debiera aparecer alguien. Salí rápidamente
del agua y me vestí con igual presteza, sabiendo que mis mejillas habían
adquirido un color sonrosado.
—Ve a secarte— me dijo—, no debes estar muy
cómoda.
¿Qué más daba ya? No era la primera vez que me
había visto obligada a salir del agua de esa manera, había acabado por
acostumbrarme a ello. Thoribas solía aparecer siempre, pero... Maldita
sea, Dalria, ¡quítatelo de la cabeza! Comenzaba a enojarme conmigo
misma. Parecía imposible no pensar en él. Enthelion se había quedado mirándome
y me sonrió burlonamente cuando me percaté de su mirada. Aún notaba las
mejillas encendidas, de modo que corrí hacia la casa de mi hermana para
cambiarme de ropa y poder tranquilizarme. Notaba el corazón acelerado. Volví
junto a él velozmente, con una toalla liada en el pelo para no empaparme la
espalda.
—Si quieres darte un baño, adelante. Prometo no
aparecer.
Sonrió mientras me preguntaba si se lo prometía,
ante lo cual no pude evitar reírme y asentir. Fijé mi mirada en el horizonte,
dejando caer la toalla sobre la arena para desenredarme el pelo con las manos,
consciente de su mirada. Me adelanté un par de pasos y me senté sobre la
tierra. Me había ido bien aquel pequeño instante. No pensar en él,
por poco que fuera, era un alivio. Cuando me volví hacia el kaldorei, había
desaparecido de mi vista.
Observaba la fina línea imaginaria que era el
horizonte, allí donde el cielo parecía fundirse con el mar. Me había quedado
ensimismada observando la belleza de la naturaleza, observando las estrellas y
las constelaciones. No había oído siquiera los silenciosos pasos de Enthelion.
—Si él no viene... ¿Por qué habría de venir
ningún refuerzo?
Me giré para mirarle y devolví la vista al mar.
Era atractivo, pero su níveo cabello me recordaba a Thoribas... y vuelta a
empezar. Me reprendí a mí misma por acordarme nuevamente de él.
—Él no tiene esperanza alguna, nunca la ha
tenido en nada— contesté finalmente.
—¿Y tú, crees en él?
No estaba segura, y se lo hice saber. Pocos
segundos después, se despidió de mí y marchó a descansar. Me volví hacia él
para ver cómo se dirigía hacia la casa de mi hermana hasta que cerró la puerta
tras de sí. Me quedaría un rato más sentada en aquel lugar antes de marchar yo
también. ¿Aparecerían los refuerzos que esperábamos? ¿Qué pasaría con
Vallefresno?
Por una vez debía poner prioridad en mis
pensamientos... y Thoribas, que era lo primero que me venía a la cabeza, debía
ser lo último. Tampoco debía permitir que el recuerdo de mi hijo me afectara ni
los deseos de partir en su busca, aun sabiendo que no lograría resultados con
ello. Lo primero era lo primero: Vallefresno. Desconocíamos los próximos
movimientos de la Horda, desconocíamos incluso si alguna orden vendría a
defender lo que quedaba de nuestros territorios. En caso de quedarnos Enthelion
y yo solos... tendríamos que rendirnos. Eso o dejar que pusieran fin a nuestras
vidas para seguir arrasando nuestros bosques. Si aparecía alguien, había que
ponerse de acuerdo en una estrategia, enviar a unos cuantos exploradores para
intentar averiguar qué pretendía la Horda, por dónde iba a avanzar... si es que
lo hacía.
Era todo cuanto debía ocupar mi mente. No más
Thoribas, no más Erglath. Sólo Vallefresno.
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