El tiempo transcurría lentamente. No había novedades respecto a nada y lo único que recibíamos eran los susurros de las hojas de los árboles. Thoribas seguía en las suyas e iba a seguir haciéndolo, de eso no me cabía la menor duda. Una fuerte lluvia nos dejó a Enthelion y a mí sin poder acudir a Vallefresno, tal y como teníamos previsto. Costa Oscura era un lugar inhóspito, pero su naturaleza salvaje era algo que me gustaba. Decidí aprovechar el tiempo para hablar con el recluta y comenzar a conocerle. Además, sentía curiosidad por el nombre que parecía reacio a utilizar, Dath'anar. Fue un tema que no quiso tocar, así que no insistí. Esperaría el momento oportuno o tal vez dejaría que él mismo se abriera.
Sin darnos cuenta gracias a una amena charla, la
oscuridad de la noche llegó. Le dejé descansar tranquilamente en la cama
mientras yo recurría al rincón de siempre, donde me gustaba dormir con
Ash'andu.
Aunque seguía siendo oscuro debido a la
naturaleza del lugar en el que nos encontrábamos, ya había amanecido. Miré a
Enthelion, quien seguía dormido. Procuré no hacer ruido al dirigirme hacia la
puerta, pero de repente abrió los ojos, adormilado. Se me antojó sensual en
aquel momento. Su voz me hizo regresar. Afortunadamente no le había despertado,
o eso decía él. Antes de partir me dirigí a darme un baño para refrescarme y
terminar de despertar. Por una vez, Enthelion se acercó cuando ya me había
vestido y había estado poniéndose al día. Seguíamos sin tener noticias de
ningún movimiento por parte de la Horda y tampoco sabíamos si los refuerzos
acudirían a la defensa de lo que restaba de Vallefresno. No recuperaríamos
Astranaar, aunque la Horda no atacara. Nadie parecía dispuesto a hacer nada,
excepto Enthelion y yo, pero... ¿Qué podíamos hacer? Dos kaldorei tenían las de
perder si intentaban nada y las fuerzas de nuestro ejército estaban centradas
en otros lugares.
—No van a hacer nada al respecto, Dalria. Cada
día que pasa estoy más seguro de ello.
¿Qué podía pasar si terminaban con Vallefresno?
Sin contar las pérdidas naturales, desde ahí tenían acceso a Costa Oscura, al
puerto de Auberdine que les llevaba a Darnassus, a El Exodar y a Ventormenta.
¿Acaso esperaban que se presentaran en las puertas de las capitales? Pensar
aquello hizo que se me encogiera el corazón, pero me dio la sensación de verlo
durante un momento. Si así fuera, todo estaría perdido para la Alianza.
—Quizá Thoribas esté en lo cierto. Quizá... esté
todo perdido y no seamos capaces de verlo —confesé—. Pero no quiero darme
por vencida.
—Las fuerzas invasoras de la Horda no son mucho
mayores que las nuestras. Han sido más listos, aunque mi orgullo me impida
admitirlo.
Más me dolía a mí admitir que Thoribas tenía
razón, que estaba en lo cierto y que Vallefresno ya no nos pertenecía.
Me tumbé sobre la arena, aún húmeda tras la
lluvia del día anterior. Él se sentó a mi lado, apoyando un codo y reclinándose
ligeramente. Clavé la mirada en el cielo, pensando en lo que Vallefresno
significaba no solo para mí, sino para toda mi raza. Sin duda era un lugar muy
personal por lo que allí había vivido, pero debía ser objetiva. ¿Qué podíamos
hacer si volvían a atacar?
—Creo que nunca me he sentido tan...
impotente —me sinceré.
—Tendrás que volver a meterte en el agua si
luego te tiras en la arena.
Noté su cambio de tema mientras me señalaba el
pelo. Cogí un mechón, húmedo y lleno de arena. Tampoco es que en ese momento me
importara demasiado, pero agradecía que intentara desviar mi mente de tanta
negatividad. Me era imposible dejar de sentirme mal. Me sentía culpable por la situación
del bosque colindante a Costa Oscura, consciente de que no tenía nada que ver.
Si de algo era culpable era de no haber acudido antes a su defensa. Nos
habíamos puesto en contacto con quienes debíamos, habíamos ido a Vallefresno...
pero fue como quien ve llover. Sospechaba que Enthelion, a pesar de no
admitirlo, también había perdido toda esperanza. No tenía argumentos para
contradecirme y eso me hacía pensar que el pesimismo también se había apoderado
de él. Lo que más me molestaba era darle la razón a Thoribas.
—Rasganorte le ha cambiado mucho.
—Nada cambia a nadie, solo lo destapa.
Miré brevemente al kaldorei.
—Por mí ya puede quedarse en Darnassus todo el
tiempo que quiera, y si regresara al norte sería incluso mejor.
Finalmente la ira hizo mella en mí. No debería
hablar así de un compañero, del superior de otras personas. Me disculpé e
intenté calmarme, debía recuperar el control sobre mí misma si quería tenerlo
sobre algo más. Noté sus dedos enredándose entre uno de mis mechones,
limpiándomelo de arena hasta que se levantó. Se puso en marcha con dirección a
Darnassus, dispuesto a conseguir algo de información que nos sirviera de algo.
—Albergo pocas esperanzas, para qué engañarme a
mí mismo.
Sin esperanzas... ¿Qué nos quedaba?
Apenas dormí aquella
noche. Seguía haciéndome la misma pregunta una y otra vez, contestándome a mí
misma que sin esperanza no quedaba ya nada. Miré hacia la cama, ahora vacía.
Enthelion debía haberse marchado cuando logré dormir. Decidí que era hora de
arreglarme, desayunar e intentar pensar de forma positiva. ¿Pero cómo? Lo veía
todo muy negro, y no es porque estuviera atardeciendo casi imperceptiblemente
sobre el oscuro cielo de Costa Oscura. La noche anterior había dicho que
volvería antes de caer la noche cerrada, pero no pude preocuparme por si le
había sucedido algo.
—Los movimientos de la Horda han cesado y no
cuentan con fuerzas suficientes para retomar Vallefresno.
Enthelion ya había recibido la información que
necesitábamos y las noticias eran un gran alivio para mi corazón. Pero, si la
Horda no iba a retomar Vallefresno... ¿Qué iban a hacer? Y lo que era peor,
¿qué íbamos a hacer nosotros ahora?
—Es cuanto YO os he dicho —dijo
rápidamente Thoribas.
—Tenías razón, lo admito. ¿Algo más? —contesté
tras un suspiro. Me ponía enferma.
—Retira inmediatamente a quien sea que hayas
enviado. Has reconocido tu error, ahora enmiéndalo.
¿Qué tenía Thoribas en la cabeza? Sabía
perfectamente que ya no estábamos en Vallefresno, por no hablar de que él no
era NADIE para ordenarme a mí NADA. Éramos iguales, por más que él se
propusiera ser mi superior. Me estaba cansando de la situación y eso se iba a
acabar pronto. No iba a hacer cuanto él quisiera y me encargaría personalmente
de bajarle los humos. Tal vez me dominara al principio, pero ya no. Era hora de
que aprendiera cual era su lugar, pues yo ya había aprendido cual era el mío.
Un suave golpe me despertó. Alguien llamaba a la
puerta. Ni siquiera recordaba haberme quedado dormida, mucho menos en la cama
que le había cedido a Enthelion. Me levanté, algo aturdida aún, y abrí un poco
la puerta mientras me frotaba los ojos. Al ver que se trataba de él, la abrí
del todo para dejarle paso.
—¿Te he despertado? —preguntó mientras me
observaba.
—No, descuida —mentí mientras cerraba la
puerta.
Le miré cuando pasaba hacia el interior al mismo
tiempo que disfrutaba de su suave aroma. Olía estupendamente. Sin embargo, esa
pequeña alegría de verle sin un rasguño se desvaneció con rapidez. No traía
buenas noticias, ni tampoco por parte de los aliados que esperábamos, quienes
no iban a aparecer. No había nada que nosotros pudiéramos hacer, así que le
permití regresar a Darnassus si era lo que deseaba. Sin tropas, no hacíamos
nada en Auberdine. ¿Qué podíamos hacer, conocernos? No, quería evitar volver a
implicarme en amistad alguna con los miembros de la orden. Debía mantener
distancia con cualquiera de mis compañeros, no podía volver a repetirse lo que
sucedió con Thoribas. Con el tiempo, quizá... No, tampoco. Debía desechar ese
tipo de ideas de mi mente. Ya había perdido a todos los seres queridos que
tenía, de una forma u otra. No iba a permitir que sucediera de nuevo.
Me sabía mal tener que ordenarle que se retirase
a la ciudad, pero no había nada que pudiéramos hacer.
—Después de tanto tiempo nos aplastan así, como
si nuestra defensa hubiera sido siempre nula —desvía su mirada mientras
habla, enojado.
—Estoy tan frustrada como tú, pero... Yo ya he
perdido toda esperanza.
Jamás creí poder perderla, pero todo indicaba
que Vallefresno ahora le pertenecía a la Horda a excepción de la Atalaya de
Maestra. Rebusqué en el armario algo de ropa para cambiarme antes de regresar a
la ciudad. Él estaba delante, pero en aquel momento no me importó lo más
mínimo. Ambos teníamos los ánimos por los suelos, así que estaba segura de que
él seguiría mirando por la ventana mientras me cambiaba y colocaba encima el
tabardo de la Orden.
Cruzamos el muelle para coger el barco que nos
llevaría hasta la aldea Rut'theran, apostada sobre las robustas raíces de
Teldrassil. Enthelion comentó que me castigaba a mí misma por recordarme una y
otra vez que no habíamos podido hacer absolutamente nada e insistía en que
habíamos hecho lo que nos fue posible. Tal vez tuviera razón, pero una vez
sobre la cubierta del barco volví a convencerme de que deberíamos haber
insistido más. Me aferré a la barandilla y clavé la mirada en el mar, mirando
la espuma que formaba el barco sobre la superficie de éste. Estaba totalmente
ausente, ensimismada en mis propios pensamientos. Una vez en tierra firme, tras
desembarcar, nos detuvimos en los Jardines del Templo, frente al banco de la
ciudad de Darnassus. Me gustaba su confianza y se lo hice saber. Si él tenía
los ánimos como yo, le vendría bien.
—Intento no dejarme amedrentar por palabras
necias o cobardes, Dalria. No dejes que te confundan a ti.
Por desgracia era todo cuanto Thoribas lograba
conmigo: confundirme. Al menos su esperanza no se apagaba con la misma rapidez
que la mía y eso me incitaba a recobrar fuerzas. Había sido una suerte
encontrarle, en todos los aspectos. Ahora sólo faltaba ver si era bueno en
combate, pero algo me decía que también me sorprendería en ese aspecto.
—Mi camino por hoy acaba aquí. Que Elune te
guarde.
Me incliné levemente ante él, haciéndole una
pequeña reverencia antes de marcharme a la cual respondió con otra. A pesar de
no haber ya esperanzas, no todo estaba perdido.
—Estarás contento con los últimos
acontecimientos, ¿no? —pregunté a Thoribas—. Si nos necesitas,
ya estamos en la ciudad.
—Podéis descansar tranquilos, no os
necesitaré.
—Claro, olvidaba que eras autosuficiente,
disculpa —no pude contenerme.
—No entraré en tu juego de críos, Dalria.
Me tumbé sobre la cama de mi pequeño hogar tras
ponerme algo más cómodo, tapándome con la fina sábana mientras dejaba la runa
bajo la almohada.
Siempre hay una débil luz que ilumina hasta las
noches más oscuras, tan solo hay que dar con ella en vez de esperar a que ésta
nos alcance. Yo creí haber dado con la mía.
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