Cuando regresé a la capital darnassiana, cité a
Enthelion en el área de entrenamiento. Era un pequeño rincón cerca de la
entrada de la ciudad con muñecos de entrenamiento y una liza; algo sencillo
pero que cumplía perfectamente con su propósito. Al llegar al lugar, me saludó
y pude ver los arañazos que tenía en el rostro. Los acaricié con la yema de mis
dedos con suavidad, pretendiendo no hacerle el más mínimo daño. ¿Thoribas? No,
ni siquiera conocía a quien se los había hecho. Suspiré tras asegurarme de que
se las había desinfectado, diciéndole que se presentara ante el Archidruida en
cuanto hubieran curado. Estudié su herido rostro mientras hablaba con él. No
importaba que tuviera unos cuantos rasguños, seguía viéndose igual de imponente
y atractivo.
—¿Me ha reclamado? —preguntó.
—No, pero para que al menos te conozca y se le
bajen los humos.
Thoribas necesitaba entender de una vez que
ambos liderábamos la Orden, que yo tenía tanto derecho como él a tomar mis
propias decisiones, tanto si le gustaban como si no. Antes de despedirme de él
le informé de la reciente tregua que habían firmado la Alianza y la Horda. No
nos iban a dar el territorio que habíamos perdido, pero sin duda eso era mejor
que perder el poco que nos quedaba y en eso estábamos de acuerdo mi Centinela y
yo. Pero eso también significaba otra cosa: no teníamos nada más que hacer por
ahora. En Vallefresno ya no habría ningún movimiento por parte de la Horda,
pero hacer algo por nuestra cuenta significaría poner fin a dicha tregua.
—¿Te aposentarás en el barracón? —quiso
saber mientras comenzaba a alejarme.
¿Quedarme allí para ver al druida
constantemente? No quería perder la cordura con él, al menos la que me restara.
No, puse rumbo al Bancal de los Artesanos, donde disponía de un pequeño lugar
al que podía llamar hogar y donde podría al fin descansar.
—Archidruida, ¿disponéis de un momento para
hablar conmigo?
—Ahora no podrá ser, Centinela.
Bostecé mientras les escuchaba, pues habían
interrumpido mi sueño. Al oír la respuesta de Thoribas a través de la runa,
decidí carraspear e intentar ser cordial con él.
—Thoribas, te agradecería que dispusieras de
un pequeño momento para atender al Centinela Dath'anar Filo Sombrío. No te
robará demasiado tiempo.
—Ya le tengo delante, descuida —contestó
Enthelion.
—¿Delante? Estoy en Costa Oscura —respondió
el druida.
¿Quién se hallaba en el barracón si no era él?
Decidí ponerme mi armadura y acercarme a echar un vistazo, tal vez fuera un
nuevo recluta. Para mi sorpresa, el felino que se hallaba visitando el barracón
volvió a su forma kaldorei de piel blanquecina y cabellos níveos. No tardé ni
un segundo en abalanzarme sobre ella para abrazarla.
—¡Nahim!
No pude evitar el grito al ver a mi hermana.
Hacía casi un año que no sabía nada de ella, pues había desaparecido sin dejar
rastro tras decidir casarse con el humano del que se había enamorado. Enthelion
se apartó mientras nos miraba y Nahim no dudó en preguntar si se trataba de mi
marido, ante lo cual contuve la risa y negué.
—Entonces... ¿Thoribas es tu marido? Lo acaba de
nombrar ese elfo —dice mientras señala al Centinela.
Volví a negar. Nada en el mundo haría que me
casara por el rito de los humanos ni tampoco compartir el resto de mis siglos
junto a Thoribas, ni siquiera cuando creí estar enamorada de él.
—¿Aún no te has casado? —preguntó Nahim
alarmada. —Deberías darte prisa, escuché que tienes un hijo.
Parecía reprochármelo con la mirada, pero sólo
pude pensar en que parecía estar contándole mi vida entera a Enthelion.
Afortunadamente era avispado y nos dejó a solas, pero ella ni siquiera fue
capaz de esperar a que el kaldorei se hubiera marchado para formular la
siguiente pregunta, directa y sin anestesia.
—¿Cuánto tiempo ha tardado en abandonarte el
padre?
—Se fue al norte sin saber que estaba
encinta —contesté. —Volvió y... desapareció otra vez, de modo que le
doy por muerto.
Había mentido a mi propia hermana, algo que en
tiempos anteriores ni se me habría ocurrido. Ayshlad no se había ido al norte,
había desaparecido, al igual que ella. Sin embargo, vi mejor decir aquello
estando Enthelion aún presente y, en cierta manera, para engañarme también a mí
misma.
—O quizá esté con otra —se encogió de
hombros. —Alguien que desaparece así, de repente...
Notaba a mi hermana distinta. Nunca se había
comportado así. Nunca me había hecho preguntas de forma tan directa sabiendo
que tal vez podían hacer daño. Era como si estuviera metiendo el dedo en la llaga
a propósito, como si mi hermana se hubiera desvanecido junto a los siglos que
habíamos pasado juntas para, en unos meses, convertirse en una versión
humanizada de ella. Cuando le pregunté dónde había estado todo ese tiempo,
contestó simplemente "por ahí", sin darle demasiada importancia. Del
mismo modo, como si fuera algo tan normal como hablar del tiempo se tratara, me
enteré de que había tenido dos niñas semielfas y que Arcthor desapareció. Sabía
que ese humano le traería problemas, aunque jamás pensé que llegaría a cambiar
a mi adorada hermana de este modo.
—Sigues igual que siempre. ¿Cuándo vas a hacer
algo con ese pelo?
Noté al instante su cambio de tema. Acepté que
no quisiera seguir hablando de ella y decidí seguirle el juego, preguntándole a
qué venía eso de verme casada. Aparte de que era algo fuera de nuestras
tradiciones, estaba muy bien sola. Ayshlad había desaparecido y para Thoribas
sólo fui un juego. Ni siquiera sabía qué era en realidad el amor como para
pasar el resto de mis días con alguien. No, no seguía esperando a que Ayshlad
regresara, no se lo merecía. De repente vi cómo se alejaba, despidiéndose como
si nada hubiera sucedido.
Al salir del barracón tras unos momentos
pensando en mi conversación con Nahim y cómo había cambiado, me acerqué a la
orilla de las aguas de la ciudad. A mi camino vislumbré a Enthelion. Era
bastante probable que hubiera escuchado la conversación, aunque en ese momento
tenía otras cosas en mente. Él, además, era requerido por Thoribas, quien le
estaba dando órdenes mediante el comunicador.
—Espérame en la entrada de la ciudad, elfo.
—Todos tenemos un nombre, Conejito —no pude
contenerme a llamarle como solía hacer el dichoso gnomo.
Pasado un rato, escuché cómo le ordenaba de
malas maneras que se marchara. Mi paciencia tenía un límite y lo acababa de
sobrepasar. Su actitud era totalmente deprimente. Necesitaba tomarse un
descanso y relajarse... por no decir que necesitaba desaparecer. Decidí volver
al barracón, anunciándoselo a Enthelion con un gruñido en cuanto llegué.
Nahim... ¿Qué había pasado contigo? Había
cambiado y mis predicciones no habían sido equívocas. Le avisé sobre Arcthor y
me ignoró, y finalmente se encontró con lo que le dije. En cuanto a Thoribas...
Era mejor no pensar en él, al menos por el momento, aunque mis plegarias no
fueron escuchadas.
—Enthelion, acata las ór-órdenes sin dudar la
próxima vez.
¿Qué demonios había pasado entre Enthelion y
Thoribas para que este último tartamudeara? Seguí prestando atención al
comunicador por si decían algo más que me aclarara las dudas, pero el silencio
se apoderó de él. Me dejé car en la cama, enredando los dedos en el pelo ondulado
por la trenza mientras le daba vueltas el tema. Empecé a pensar que Thoribas no
había cambiado. En cierto modo siempre pareció tener él el poder al principio,
cosa que después dejó pasar cuando se enteró de mi estado. Desapareció y al
volver se tornó frío de nuevo, distante... y sediento de poder. Siempre había
sido así, sólo cambió durante mi embarazo. Cuanto más pensaba en ello, más
segura estaba. Había tardado demasiado en darme cuenta.
El crujir del suelo llamó mi atención, pues unos
pasos se acercaban hacia mí. Me puse en pie y me dirigí hacia el Centinela, que
llegaba al barracón. Tenía curiosidad por saber qué había pasado entre él y el
druida, pues una simple charla no bastaba para hacerle tartamudear. Aunque
Thoribas no estuviera dispuesto a escucharle, yo sí, y con ganas de verle en
acción, en el frente de batalla. No me importaba cuándo fuera, pero tenía
buenas cualidades.
—Ayer me llegaron noticias sobre el Bosque del
Ocaso, bajo Elwynn —informó.
Quería pasarse por el lugar si no le necesitaba.
Habían estado llegando refugiados pidiendo asilo a Villa Oscura, y de ahí a
Ventormenta. Misteriosos cánticos se oían y la gente enfermaba en el bosque al
parecer. La vez que Thoribas y yo habíamos ido, meses atrás, los lugareños
decían escuchar cosas extrañas. Que estuviera relacionado con lo que me contaba
ahora Enthelion era una gran posibilidad. Le di permiso para ir y recoger toda
la información al respecto que le fuera posible, enviándomela por medio de una
misiva.
—Si sucediera algo, te doy plena confianza para
que hagas lo que creas conveniente. Confío en que sabrás qué hacer.
Un voto de confianza. Estaba segura de estar
haciendo lo correcto. Si todo seguía igual y resultaba ser útil para la Orden,
quizá podría ser el nuevo Capitán.
Aquella noche dormí casi sin problemas.
Únicamente había soñado con Erglath, con mi pequeño... Pero tarde o temprano
hay que despertar, y qué mejor que hacerlo con Ash'andu a mi lado. Nada más
vestirme me dirigí junto a ella al barracón. Dejé que se sentara a tomar el aire
mientras revisé una misiva de una recluta draenei, lo cual me dejó atónita. Sin
embargo, un carraspeo interrumpió mis pensamientos y mi sorpresa. Thoribas
miraba de soslayo a Ash'andu y le pregunté si estaba al tanto de lo que sucedía
en Villa Oscura tras acercarme. Había decidido no dejarme llevar por la ira y
la rabia, pero él acababa con mi paciencia en cuestión de segundos. Me ponía a
prueba a mí misma, aunque era algo que debía hacer. En cuanto supo que
Enthelion había ido en busca de información, torció el gesto.
—Las noticias no son demasiado alentadoras como
para enviar a uno de los pocos efectivos que tenemos.
Menuda novedad, como si fuera algo que no
supiera. Era tan bueno haciéndome enfadar como resaltando lo obvio. De todos
modos, el Centinela quería ir y yo tan solo había aprovechado su viaje para
mantenerme al tanto. Si se le requería, sabía que acudiría a mi llamada en el
acto.
—Los ciudadanos del bosque han enfermado.
Juraría que han trasladado a todos a Ventormenta. Aquellos que no lo han hecho,
han perdido el uso de la razón. Eso último es lo que más me preocupa.
¿Que eso le preocupaba? ¿Le preocupaba que los
humanos de Villa Oscura hubieran perdido el uso de razón antes que lo sucedido
en Vallefresno? Respiré hondo, necesitaba mantener la calma. Nosotros no
podíamos hacer nada ya, pues la guerra de nuestros bosques se había detenido en
cuestión de días para ser llevada a las Tierras Altas de Arathi. Estar de
brazos cruzados era una pérdida de tiempo, sobre todo cuando con Enthelion
podíamos saber qué pasaba en los bosques humanos en lugar de dejar que nos
llegaran rumores.
—¿Y volver locos, Dalria? —me preguntó más
sereno de lo que le había visto desde que volvió de Rasganorte. —Locos o
enfermos, es una decisión un tanto extraña.
—No he dicho de ir a Villa Oscura, sino a
Ventormenta e intentar indagar un poco más.
¿Qué mal podría hacernos investigar en la
capital humana?
—¿Acaso te has cansado de esto? —señaló la
ciudad con un gesto de cabeza.
Había demasiada paz, demasiada tranquilidad... No
era algo que me importara en otro momento, pero en la situación en la que nos
hallábamos me inquietaba junto al no haber podido hacer nada por Vallefresno.
La impotencia que sentía en mi interior no había disminuido, y ver problemas y
no hacer nada... acababa conmigo. Pronto no necesitaría ir a Villa Oscura para
acabar con mi cordura, pues Thoribas y tanta calma lo iban a hacer antes o
después.
—Son SUS problemas, no los nuestros —replicó.
Por su parte, los Centinelas no tendrían
actividad alguna en lo que sucediera en Ventormenta o sus alrededores, sea lo
que fuera lo que estuviera aconteciendo allí.
—Intenta decidir algo por ti misma de una vez,
Dalria.
¿Que intentara qué? Ambos teníamos el mismo
poder, ¿pero de qué servía si cada uno iba por su lado en cuanto podríamos
hablar las cosas y decidir algo entre ambos? No estaba segura de querer
entenderle. Sólo estaba segura de una cosa y es que me estaba cansando de poner
siempre de mi parte para que la Orden funcionara entre él y yo.
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