miércoles, septiembre 10, 2014

Idiota


Habían pasado varios días desde la partida de Enthelion a Villa Oscura para ver qué acontecía en Bosque del Ocaso. Poco después de llegar a la base de nuestra orden en Darnassus, una mensajera me trajo una misiva. Aunque antes de abrir el sobre pensé que se trataba de un nuevo recluta, reconocí la letra al instante. Era suya.

Saludos, Dalria.

Los campesinos siguen yendo camino a Ventormenta, aterrorizados. La voz suena en su cabeza, hay algún enfermo más y el miedo invade a cada persona que aquí se encuentra; no se salva nadie. De momento están llegando distintas congregaciones e individuos independientes con el fin de destapar el misterio, estaré atento a cada noticia. Nunca he visto nada igual.
Que Elune ilumine tu camino, Dalria.

Debía saber cómo se encontraba. No podía permitir que él cayera presa de lo que fuera que hubieran enfermado los habitantes de aquel lugar. Era un buen chico. Jamás me perdonaría no retirarle a tiempo de allí si algo le sucedía. Realmente me inquietaba lo que pasaba, pero no serviría de nada que fuera. Decidí usar el comunicador que teníamos en la base y me alivió saber que se encontraba bien. Le aseguré de que pondría a Thoribas al día respecto a las noticias que me había comentado en su carta.


Algunas semanas más tarde recibí otra misiva de Enthelion. Se hallaba en Dun Morogh cuando la escribió. La Horda había atacado a los enanos y él había decidido ayudar. Parecían haber retrocedido por el momento, pero se esperaba que no tardarían en recuperarse. Le habían ofrecido volver a su hogar hasta entonces y regresaría para descansar unos días, algo que me alivió. Abatieron mi sable cuando me dirigía a Thelsamar, leí. Era hora de agradecerle sus esfuerzos consiguiéndole uno. Había demostrado su valía, inteligencia y su paciencia con el Archidruida de nuestra orden, de modo que me acerqué al Enclave Cenarion por la tarde.
La suave brisa arrastraba lentamente las hojas de los árboles por el suelo, las cuales crujían bajo las zarpas de los imponentes ejemplares de sable que se hallaban ante mí. Enthelion necesitaba uno que fuera fuerte, pero también ágil y veloz. Observé los que había y mis ojos se posaron ante una preciosidad de pelaje blanco que no dudó en restregar su hocico por mi mano en cuanto me acerqué. Era cariñosa y poseía un buen manto de pelo, fuertes patas y afilados colmillos. Sin duda tenía ante mí a mi felino ideal. Si a él no le gustaba o a ella no le caía bien, me sentiría honrada de poder montar tal belleza animal.

Tras cuatro días regresó al fin Enthelion, a quien había ido a dar la bienvenida a la Aldea Rut'theran, en las raíces del árbol de Teldrassil. Estaba agotado y su armadura de oscuro cuero estaba sucia, una lástima de material. Nada más llegar a nuestra base tras haberle enseñado su nueva montura, la cual le había parecido perfecta, me informó de que la Horda había retrocedido. Darnassus, por el contrario, seguía sumida en la misma paz que él recordaba. Era cuanto ahora necesitaba, pues su cuerpo requería un buen descanso. Al pasarse una mano por el cabello para apartárselo de la cara, se percató de que se lo había ensuciado de sangre que aún quedaba en sus guantes. Se los quitó con una mueca de desagrado mientras dirigía una mirada hacia mí.
—Me temo que necesito lavarme un poco —comentó. —¿Has oído los rumores sobre la Guardia de la Luna?
Negué con la cabeza, aunque ciertamente algo me había comentado Deliantha, una de mis compañeras, mientras entrenábamos con espadas. Había rumores que decían que la Guardia de la Luna había hecho acto de presencia en Vallefresno. Se puso en pie y me entregó sus guantes tras ofrecerme a limpiárselos y arreglárselos, pues el cuero hay que saber tratarlo para que no se estropee. Mientras, él iba a darse un baño a la charca para lavarse y relajarse un poco.
—A propósito, —le detuve —¿has visto a mi hermana por allí?
—Había una kaldorei aparte de mí en el búnker, nadie más.
Asentí mientras me daba la espalda para marcharse, con la poca esperanza de volver a saber de mi hermana desvanecida.

Me dirigí con mi arco y el carcaj lleno de flechas a la zona de entrenamiento. Allí volví a encontrarme con Deliantha, una chica algo más joven que yo de cabellos azulados con quien había entrenado en más de una ocasión. También había cuidado de Ash'andu varias veces cuando él aún era un cachorro como para poder acompañarme a según qué misiones. Tras haber vaciado mi carcaj y haber hablado con ella, me dirigí al Claro del Oráculo, fuera de la ciudad. Cerca de allí, hacia el este, había un pequeño río que finalizaba en el Lago Primigenio. Lavé los guantes de Enthelion con sumo cuidado y eché un vistazo a la zona para ver si podría darme un baño, pero los elementales del lugar estaban alterados aquel día, de modo que debía ir a la charca que había en Darnassus. Para entonces estaba segura de que Enthelion ya habría terminado. Es más, me encontré con él al entrar en la ciudad. Descolgué sus guantes del cinto y se los di, aunque ni se detuvo a examinarlos cuando los cogió.
—¿Os han llegado nuevas de Vallefresno?
¿Qué nuevas nos iban a llegar? Todo estaba parado y, de un modo u otro, nuestra conversación volvió a desembocar en el mismo sitio: Thoribas. Realmente me preguntaba lo mismo que él, no sabíamos ni porqué portaba el puesto de Archidruida de los Centinelas de Elune.
—No le conozco lo suficiente, —declaró —la única vez que le vi me denominó... ¿idiota?
¿Que le había llamado qué? ¿Quién demonios se creía que era para insultar a nadie? Esto ya había pasado de oscuro a aún más oscuro.

Dejé que Enthelion me acompañara a la charca, de espaldas a mí. Me sumergí durante varios segundos, intentando relajarme. Pensar en Thoribas me ponía cada vez más furiosa. Mientras tanto Enthelion me puso al corriente respecto a lo sucedido en Bosque del Ocaso. Habían encontrado restos de la Plaga, pero seguían sin dar con el principal motivo de lo que allí había pasado. Seguían sin dar con nada porque los enviados no duraban demasiado allí... no cuerdos, al menos. Además, el Alba de Plata había tomado el control de la zona y había cerrado el paso de los civiles. Por fin había alguien que hacía algo. Sin embargo nosotros aún no habíamos podido hacer nada. Lo único que teníamos entre manos era una riña infantil entre Thoribas y yo por ver quién tenía el control de la orden. Sin duda me sentía como una idiota.

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