Las últimas horas de sol se colaban perezosas
entre las frondosas copas de los árboles y sus ramas. En Teldrassil no tenían
que pelear con las nubes por ver quién se interponía, pues el cielo estaba tan
despejado como acostumbraba. Salí del agua para secarme tras darme un baño en
la charca, escuchando los murmullos que una ligera brisa traía consigo. Todo
estaba en calma, en un silencio aparentemente inquebrantable. Pero la
tranquilidad nunca era duradera, ¿que sería lo que la rompiera y con qué
propósito?
Unos pasos fueron la respuesta a mi pregunta.
Enthelion se acercó, siempre propenso a interrumpir esos pequeños momentos
conmigo misma. Cogí la ropa seca y me fui tras el tronco de un árbol caído para
cambiarme, avergonzada. Mientras me vestía, le pregunté a Thoribas, quien se
hallaba en Dolanaar, si había escuchado los rumores respecto a la Guardia de la
Luna. Estar en todo era algo que no podía evitar, necesitaba tenerlo todo
controlado. Sin embargo, la respuesta del druida había servido únicamente para
saber que estaba al día y que sabía, como Enthelion y yo, que se trataba de un
falso rumor.
—¿Te ocurre algo, Dalria? —preguntó
Enthelion, interrumpiendo mis pensamientos.
Estábamos sentados frente a la charca y tal vez
estábamos hablando antes de que mis ideas me descentraran. Seguía pensando en
Astranaar y que podríamos haber hecho algo, aunque él prefería que dejara de
darle vueltas al tema. Le propuse marchar unos días a Ventormenta para ponerme
al día respecto a lo que acontecía en Villa Oscura, pero no le parecía una
buena idea habiendo gente ocupándose ya de ello.
—No deberías inmiscuirte en ese tema, créeme.
Había demasiada paz, demasiada calma... No era
algo que me desagradara, pero no tras lo acaecido en Vallefresno, Dun Morogh o
Villa Oscura. En esos momentos me ponía de los nervios y acababa con mi
paciencia, aunque tal vez pudiera aprovecharla. Una idea cruzó mi mente como
una saeta. No había nada que pudiera hacer en Darnassus o Teldrassil, de modo
que dejé que Thoribas se encargara de todo en mi ausencia, cosa que muy a mi
pesar le debió parecer una maravillosa noticia. Había algo que llevaba mucho
tiempo deseando hacer; dar con mi hijo. Miré al kaldorei sentado a mi lado,
quien no sabía nada al respecto y tampoco tenía por qué saberlo.
—Tengo... un asunto pendiente aún, así que me
pondré a ello —anuncié a Enthelion mientras me ponía en pie y me acercaba a mi
sable, seguida por el elfo.
—¿Quieres que te acompañe, Dalria?
—No, es algo... personal.
No quería que nadie se inmiscuyera en mis cosas,
no quería volver a pasar por algo como el engaño de Thoribas. Aunque sus
intenciones eran buenas, era algo que debía hacer sola y debía hacerlo ya.
Partiría de inmediato tras coger en casa lo que fuera a necesitar para el
viaje, pues no sabía cuánto iba a tardar en regresar. Confiaba en que me
avisarían si se me requería en algún momento o, al menos, esa era mi orden.
—No recorras las calles cuando anochezca —me
advirtió con una sonrisa un tanto irónica. —Humanos, enanos y alcohol. Mala
combinación, créeme.
Eso me recordó a algo que preferiría haber
olvidado.
Finalmente puse rumbo a la aldea costera de
Rut'theran tras despedirme de Enthelion. Allí cogería el barco que me llevaría
a Auberdine, y una vez allí... No sabía adónde ir, pero probablemente lo mejor sería
ir en barco a Ventormenta y, después, el tranvía subterráneo a Forjaz. Quizás
allí supieran algo o conocieran al excéntrico gnomo, ya que no pasaba
desapercibido. Mientras trazaba un mapa mental sobre la ruta a seguir, llegó un
barco al muelle del cual desembarcó un kaldorei de cabellos verdes, portando en
sus brazos un pequeño fardo envuelto en una tela. Tras él, una Centinela le
acompañaba, deteniéndose ante mí. Fue ella quien habló.
— ¿Dalria Brisanocturna?
Asentí, extrañada. Ambos se inclinaron ante mí y
el hombre se acercó. De algún modo en mi interior sabía que aquello no era nada
bueno. Quizá fuera la brisa que corría en aquel momento desde los sinuosos
bosques de Costa Oscura, pero no pude evitar que mi corazón se disparase.
—Señora, Jedern para serviros —se presentó.
—Hemos hallado el cuerpo de vuestro hijo en Canción del Bosque.
Si mis latidos se habían acelerado momentos
antes, en ese momento se detuvieron. Jedern destapó el cuerpecito de Erglath,
volviéndolo a cubrir al ver su pequeño rostro. Acto seguido me hizo entrega de
una nota que decía haber encontrado cerca de su cuerpo. En ella se leía que era
mi hijo.
Procuré no derrumbarme ante la sensación de
vacío que me invadía. Jedern continuó hablando, veía sus labios moverse pero no
escuchaba sus palabras. Me concentré hasta que me repitió que él se encargaría
del cuerpo hasta que todo estuviera preparado para enterrarle. Me limité a
asentir y me dirigí hacia el portal bajo la mirada apesadumbrada de los
kaldorei, aunque aquello no me importó. Puse rumbo al barracón y dejé mis cosas
en la entrada, tumbándome en la cama que allí teníamos dispuesta siempre.
Notaba los latidos como si mi corazón fuera a estallar y mi respiración era
todo cuanto oía, aunque apenas podía respirar. No era capaz siquiera de
discernir lo que había frente a mí. Decidí intentar controlar el ataque de
ansiedad. Tenía el rostro empapado en lágrimas y me temblaba el cuerpo entero,
pero en ese momento solo quería oír su voz. Acerqué la mano al comunicador que
había sobre la mesa auxiliar.
—Thoribas, ¿estás...? —me sentía
incapaz de hablar con normalidad, así que respiré hondo mientras intentaba
contenerme. —¿Estás disponible?
—Estoy en Dolanaar, ya te lo he dicho. En cuanto
acabe estaré disponible.
—Es... Es Erglath, Thor.
—¿Ha vuelto? Vaya, parece que se ha dignado a
aparecer. Será mejor que no me dé la...
—Acaban de traer su... su cadáver y...
Me sentía incapaz de continuar. Me faltaba el
aire nuevamente y la sala empezó a dar vueltas a mi alrededor. No pude contener
el llanto. Todos los recuerdos que tenía de mi pequeño bajo llave volvieron a
la superficie, azotándome uno tras otro, intensificando mi dolor.
—Lo siento —murmuró el Archidruida.
Pese a que le dije que le necesitaba y dónde me
hallaba, se negó a venir. En su lugar me envió a hablar con Jenal, el
enterrador de la ciudad, pero en ese momento no me veía con ánimos ni fuerzas
suficientes. Enthelion, que había permanecido en silencio, se ofreció, aunque
rechacé su proposición diciéndole que solo necesitaba un rato para reponerme.
Por un momento me lo creí, pero estaba claro que a ellos no les iba a
engañar... al menos no a Enthelion. Mi corazón parecía haberse resquebrajado,
congelado, hecho añicos. Todo aquello por cuanto quería luchar, quien se había
convertido en el centro de mi propia existencia aunque no me hubiera percatado
de ello... ya no estaba. Mi mundo se detuvo en aquel instante.
Había una sensación de vacío en mi interior que
parecía crecer a cada segundo. Quería llorar, pero mis ojos se habían secado.
Estaba tumbada en la cama del barracón, mirando a la nada, dejando que el
tiempo pasara. Aquello debía ser una pesadilla y pronto me despertaría, estaba
segura. Unas pisadas sobre el suelo de madera me advertían de la llegada de
alguien. Pesadilla o no, no quería mostrar ningún signo de debilidad, por lo
que me incorporé y pasé las manos por mi rostro.
—No, no... —murmuró Enthelion, acercándose
a mí.
Sabía que debía hablar con Jenal, pero lo haría
más tarde. Era algo que yo debía hacer, por más que insistiera en hacerlo por
mí. Se lo debía a Erglath. Era lo mínimo que podía hacer por él tras haberle
fallado. Jamás debí haber permitido que Baenre se lo llevara, debí dejar que
Thoribas fuera tras él para recuperarle. Debí buscarle con más ahínco, debí...
Debí hacer muchas cosas que no hice y ahora lo estaba lamentando. Era un suma y
sigue y ahí estaba yo frente al Centinela, mientras él intentaba animarme con
sus palabras. Agradecía que quisiera ahorrarme el mal trago y su apoyo, pero
necesitaba unos minutos antes de acudir. Cuando quise darme cuenta, estaba a
punto de echarme a llorar otra vez.
—Vamos, tendrás mejores cosas que hacer —le
dije mientras esbozó una triste sonrisa. No necesitaba que nadie sintiera pena
por mí.
Enthelion finalmente se dirigió hacia un kaldorei
que venía hacia nosotros, señalándole que se había equivocado de lugar. Era el
momento perfecto para marcharme.
Hablé con Jenal, quien ya había hecho las
preparaciones para la ceremonia. Cuando llegamos al lugar, una Sacerdotisa de
la Luna se hallaba allí para rezar que Elune acogiera en su seno a mi pequeño.
No presté atención a sus palabras. En su lugar, observé cómo cubrían el
cuerpecito del ser que una vez llevé en mis entrañas.
Debía mantenerme firme y no perder el norte. Más
que por la orden, debía hacerlo por mí. Debí haberle dado por perdido cuando
Baenre se lo llevó, de ese modo no estaría sufriendo del modo en que lo hacía;
pero era mi pequeño, mi hijo. Mientras me dirigía de regreso al barracón me fui
convenciendo a mí misma de que debía levantar cabeza y no hundirme. Cuando
llegué a mi destino, Enthelion estaba jadeando y no había nadie más en el
lugar. En cuanto me acerqué, envainó su arma.
—¿Quién era el elfo de antes?
—Fue quien me lo hizo —contestó, señalando su
cara en referencia a los arañazo que lució un tiempo atrás.
Me acompañó al interior de la estancia, donde me
senté en un banco y apoyé la espalda contra la madera de la pared, cerrando los
ojos. Repentinamente... Silencio. Aunque había aborrecido el silencio por lo
que implicaba en la guerra que se estaba llevando a cabo, ahora se había
convertido en mi refugio y, de no ser por el Centinela, me habría hecho un
ovillo sobre la cama para volver a llorar.
—Querrás estar sola. Nos vemos más tarde,
Dalria.
Observé cómo abandonaba la estancia mientras se
lo agradecía sin pronunciar palabra alguna. Era la segunda vez que me dejaba
sola cuando lo necesitaba, sin necesidad de decirle nada.
Debí haberme quedado dormida. Fue el comunicador
quien me desveló, más concretamente Thoribas.
—Llegaré mañana a la ciudad, Dalria.
Le di las gracias, aunque ni siquiera sé por
qué. Había necesitado que regresara cuanto antes tras darle la noticia, le
había necesitado a mi lado para tener en quien apoyarme, alguien que me
abrazara y consolara... Pero la soledad había sido mi única compañera en tan
duro golpe, pues él no había acudido a mi llamada. Enthelion se asomó y me
oculté tras el biombo con motivos naturales nocturnos que teníamos para
cambiarme de camisa.
—Oh, por Elune... Ni aunque lo hiciera a propósito
podría ser tan inoportuno.
Esa simple frase logró que me riera y, aunque
fuera por un breve instante, me sentí más aliviada. No quería que me preocupara
por lo que pudiera suceder en esos momentos fuera de la ciudad, quería que me
tomara un descanso... pero yo quería mantener la mente ocupada, no pensar más
en el tema.
—Hay cosas más importantes sucediendo fuera de
nuestros muros como para afligirse por la pérdida de un ser querido.
—Admiro tu valor, Dalria, pero una pérdida es lo
suficientemente importante como para superar a los vestigios de la plaga en
Villa Oscura. No pretendo darle más importancia de la que tiene, pero creo
estar en lo cierto.
¿Valor o... estupidez? No estaba segura, tan
solo quería seguir adelante, alejar de mi cabeza la muerte de mi hijo. No
quería recordar qué había sido para mí tener que ver la pequeña tumba abierta,
cómo habían colocado su cuerpo inerte en ella para luego cubrirlo con tierra.
—Sinceramente, esperaba contar con Thoribas para
el entierro.
Lo había dicho en voz alta y no sabía ni por
qué. Tal vez buscaba consuelo en Enthelion, que él me dijera que no necesitaba
al druida, que era una necia por esperar que cambiara.
—Oh, Thoribas. ¿Os conocíais de antes?
—preguntó.
Ahora que me paraba a pensar en ello, le conocía
desde mi entrada en la orden, pero pareció preocuparse con cada patada que
Erglath me daba desde el interior. Quizá esa fuera la razón que me empujaba a
creer que acudiría... pero en su lugar había estado Jedern, el druida que me
había dado la noticia.
—Iré a darme un baño, volveré en un rato.
Le seguí con la mirada. Esta vez no necesitaba
estar sola, necesitaba estar con alguien para no derrumbarme, para no caer al
vacío que intentaba arrastrarme a él.
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