viernes, septiembre 26, 2014

Dos caras



¿Qué estoy haciendo?, me pregunté a mí misma. Mis pies me dirigían a través del bosque, como si gozaran de voluntad propia. No era dueña de mí y por mi cabeza paseaban ideas sumamente descabelladas. Tal vez me permitiera una locura mientras no fuera consciente de lo que hacía, mientras era el dolor quien actuaba a través de mí. Ni siquiera recordaba haber salido de la ciudad para dirigirme a Dolanaar, pero allí estaba yo... y él frente a mí. Logré detenerle pese a que pareciera casi ignorar mi presencia, pero no fui capaz de hacer nada más que disculparme.
—¿Qué sientes? —preguntó apresuradamente.
Cuando quise darme cuenta, estaba temblando cual hoja arrastrada por el viento. Estaba abrazándole con fuerza, a punto de venirme abajo una vez más. Era como si Thoribas fuera lo único en ese instante capaz de mantenerme en pie, cuerda... con vida. No obstante, me apartó de él y la sensación de caer en un abismo se volvió a apoderar de mí. El suelo, cubierto de hierba y hojas secas, se había vuelto frío de repente. No supe qué responder cuando me preguntó qué hacía ahí, ni siquiera sabía porqué le necesitaba tanto en ese momento. De algún modo le tomé como a su padre, a pesar de no ser así. Junto a una pequeña brisa que revolvía mis cabellos volvió a mí la cordura. Ya había hecho el ridículo durante suficiente tiempo, era hora de regresar a la ciudad y olvidar que había acudido a él dispuesta a lo que hiciera falta. Oí su voz llamándome, pero sabía que lo correcto era ignorarle.

Tras haber salido a pescar, me hallaba preparando la cena. Para cuando quise darme cuenta, había hecho saviola ahumada de más, como cuando cocinaba para Thoribas y nos pasábamos los días juntos. Me quedé mirando ambos platos. Era incapaz de pensar con claridad, ¿por cuánto más estaría así, sin controlarme y sin ser capaz de reaccionar ante nada? No era capaz de prestar atención a lo que sucedía a mi alrededor y así no podía tomar decisiones. Debería tomarme unos días de descanso, pero era momento de mostrarme fuerte y que un pequeño contratiempo no iba a poder conmigo.
Pasaron un par de horas desde que había cenado hasta que Enthelion llegó al barracón. El plateado brillo de sus ojos, con cierto destello ambarino, se detuvo en mí. Uno de sus dones era ser capaz de estudiar rápidamente y con detalle lo que había a su alrededor de solo un vistazo. Le señalé el plato de saviola que había sobrado, aunque debía estar frío.
—¿Tú ya has cenado? —asentí tras su pregunta.
Tenía que sacarlo de mi interior y decírselo, aunque solo fuera para ver su reacción y leer en su rostro su opinión. Le conté que había acudido a Dolanaar para encontrarme con Thoribas. Tal y como esperaba, frunció el ceño mientras cenaba, clavándome la mirada. Estaba de acuerdo con él, había sido una estupidez, aunque no hizo falta que dijera nada para comprender lo que aquel gesto había significado. En cuanto acabó dejó el plato vacío sobre la mesa, levantándose tras halagar mis escasas dotes culinarias.
—¿Hay algo más en lo que pueda ayudarte?
—No te preocupes por mí, Dalria. Tú eres la General, yo el Centinela. Deberías darme alguna orden. Ya sabes, para no perder la práctica.
No pude contener que estaban empezando a cansarme tantos buenos modales. Insistía en que me debía un mínimo respeto por ser su superior, pero... ¿Era tan solo eso, una superior a quien obedecer? Desearía ser alguien en quien también pudiera confiar tras cada guardia o batalla, siempre que a la hora de ponernos serios sepa cual era su lugar y cual el mío. Tal vez debería centrarme en eso para mantener la mente ocupada.
—Tengo que mantenerte contenta, no quiero que me mandes a alguna misión suicida.
—No le quites trabajo a Thoribas —intenté bromear, aunque ninguno de los dos se riera con ello.

—¿Está en la ciudad?
—Sí, está... Está en la ciudad, sí —respondí casi en un murmullo. Qué poco tacto.
—Ve a dormir si quieres —sugirió.
¿Cómo iba a poder dormir tras todo lo que había sucedido? Erglath había fallecido y seguía sin quitarme de la cabeza a Thoribas. Aunque le odiaba, de algún modo le necesitaba. Estaba perdiendo la razón y dormir no me ayudaría a recuperarla.
—Demos una vuelta entonces. Tal vez te ayude a despejarte.
Acepté su oferta y salimos del barracón. Una brisa me azotó suavemente el rostro y era como si de algún modo despejara mi mente. Hablamos sobre estupideces varias hasta llegar a la charca de la ciudad. La belleza del lugar resultaba reconfortante y tranquilizadora, y agradecía que Enthelion intentara levantar mi ánimo. Le observé en silencio mientras se mojaba las manos, llevándose algo de agua a la cara y reprimiendo un quejido al secársela.
—Las desinfecto constantemente, pero parece que no surte efecto.
Le pedí permiso para examinar los arañazos de su rostro, cogiéndole suavemente de la barbilla. Seguían teniendo tan mala pinta como la primera vez que se los vi. Tenía la piel suave, libre de vello alguno y el color argenta de la misma conjuntaba con el de sus níveos cabellos. Parecía sereno, aunque me ponía nerviosa que no apartara la mirada de mí en ningún momento. Sus heridas no estaban infectadas y creí tener lo que necesitaba en casa, de modo que le invité a acompañarme. Sin embargo la idea no pareció agradarle.
—No me mires así, no muerdo.
Ambos sonreímos, pero en sus labios se reflejó un ápice de ironía.
—Quieres que te trate como a una elfa normal, y suelen morder.
—¿Qué tipo de elfas has conocido tú?
Me tumbé sobre la húmeda hierba para intentar ver a través de las copas de los árboles el cielo, completamente estrellado. No pude evitar pensar en mi hogar, Nordrassil, y las noches que pasaba observando el inmenso techo celestial. Al sacar el tema preguntó si había perdido alguien. Mi padre, desgraciadamente, había muerto en batalla durante la Tercera Guerra. Mi hermano había perdido una pierna mientras intentaba salvar a su esposa e hijo, quienes fallecieron allí. Aquello no había impedido a Erion acudir a Corona de Hielo para luchar contra la Plaga y el Rey Exánime, aunque cayó para ser levantado posteriormente como caballero de la muerte. No tuve ningún problema en confesárselo a Enthelion. Pese a que nuestra gente rechazara algo tan antinatural como aquellos seres, me alegraba que mi hermano siguiera con vida... aunque fuera de aquel modo. Sin embargo no había vuelto a verle en mucho tiempo. Enthelion, por otra parte, prefería cambiar de tema, de modo que hablamos sobre cuánto había degenerado la raza kaldorei en los últimos tiempos. Él me había sorprendido con sus excelentes modales cuando le conocí.
—Aun así, no saques impresiones antes de tiempo.
—No las saco, todo el mundo tiene dos caras —poco tardaría en descubrir que el mayor ejemplo de ello sería alguien cercano a mí. —Dejo de ser tu superior una vez me he quitado el tabardo de la orden.
—Espero que no lamentes haber dicho eso más adelante —dijo sonriendo para sí.

Me tendió la mano izquierda para ayudarme a levantar, momento en que tuve oportunidad de fijarme en la cadena plateada que llevaba enrollada en la muñeca. Inconscientemente murmuré lo bonita que era, ante lo cual me contestó con una sonrisa:
—Podrás arrebatarla de mi cadáver algún día de estos.
—Será mejor que duermas armado —le avisé entre risas.
Le acompañé hasta mi casa, donde hice que se pusiera cómodo mientras buscaba entre varios frascos el adecuado para sus arañazos. Destapé el que dejé sobre la mesa, descubriendo un ungüento gelatinoso. Los remedios caseros de mi madre eran infalibles y me había enseñado bien a usarlos. No pude evitar fijarme en los rasgos de mi compañero mientras se lo aplicaba. Tenía unos ojos preciosos y unos labios fijos, conjuntados con unos pómulos bien definidos. Algunos mechones blanquecinos de la larga melena que llevaba suelta rodeaban su rostro.
—¿Seguro que no fue una elfa a la que trataste mal y te arañó por ello? —bromeé.
—Oh, no. No fue en la cara esa vez.
—Creo... que ese tipo de cosas no las quiero saber —dije medio riendo, girándole con delicadeza el rostro para untarle la crema en otra parte.
—Tú has preguntado.
Volví a cubrir el frasco y a guardarlo en su sitio, limpiándome las manos con un paño mientras Enthelion se despedía de mí, inclinándose con una sonrisa. Estaba segura de que aquella noche soñaría con aquellos profundos ojos plateados. Decidí quedarme un rato a solas en aquel lugar, contemplando el reflejo de los árboles en la superficie, pero cuando volví al barracón vi que una nota aguardaba mi llegada sobre la mesa.

Lamento lo de tu hijo, ya te lo he dicho. Ahora céntrate en lo que tienes que centrarte. Dicen que las tropas de Vallefresno han marchado a Khaz Modan, tal vez podáis causar algunas bajas en su aserradero. Decide tú, por una vez, y olvida cuanto se refiere a lo que pasó, por Elune.

Me sentía furiosa, indignada. Había olvidado lo que pasó, había olvidado lo que casi sucede en Auberdine como si nada más importara en aquel momento. Aquellos recuerdos ya no significaban nada para mí y no pude evitar decírselo usando el comunicador de la orden. Él prefirió seguir discutiendo, pero yo no quería meterme más en el tema. Me avergonzaba haber pensado en él como lo hice, haber pensado que tal vez en él pudiera haber hallado a mi compañero. Sabía que el necesitarle se debía simplemente al mal momento por el que estaba pasando, a que quería poder con todo sola sabiendo que se me vendría luego encima.
Ya lo hablaremos mañana, Thoribas. Hablaremos largo y tendido si es lo que quieres.
Por mi parte está todo dicho, tú eres la reacia a entenderlo —replicó.
¿Acaso pretendía que dos únicas personas, Enthelion y yo, fuéramos a causar bajas en el aserradero orco de Vallefresno? ¡Aquello era una locura! Era meterse en la boca del lobo a sabiendas de que no había escapatoria. Ya estaba harta y debía poner fin a aquella situación. ¿Quería que me centrara? Iba a hacerlo.
No sé cuánto tiempo llevo soportándote, pero ya no más. No voy a ser yo quien mueva su hermoso trasero para irse.
¿Abandonas? —casi podía ver su sonrisa de satisfacción ante la simple idea de tener la orden a su completa disposición.
¿Crees que te lo pondré tan fácil?
Me disponía a ir al Templo de la Luna cuando recordé que ya era demasiado tarde y que sería mejor ir al día siguiente, por la mañana, de modo que regresé al barracón a mitad de camino. Cuando llegué, el kaldorei que había atacado a Enthelion se encontraba allí, así que desenvainé mi cimitarra sin dudarlo ni un momento. Las inscripciones en la hoja de mi arma brillaban con el reflejo de la luna, lo que puso en alerta al elfo.
—Espera. ¿Se encuentra bien el elfo ese?
Le repetí varias veces que se marchara o que volviera en otro momento, pero no lo hizo. En su lugar se disculpó por habernos interrumpido el día anterior y me pidió que le transmitiera sus disculpas a Enthelion. Envainé mi arma mientras le exigía una explicación por haber atacado a mi soldado, pero para mi sorpresa no había motivo alguno.
—Llevaba ya un calentón de más y me acabó de provocar.
Antes de marcharse volvió a disculparse.

Me tumbé en la cama pensando en la carta de Thoribas. ¿Qué pretendía, enviarnos a una muerte segura y quedarse él solo en la orden? Sí, él solo, porque la recluta enviada por el Templo de la Luna no había dado señales de vida en mucho tiempo, o al menos seguía sin saber nada respecto a ella.
Jamás había conocido a nadie tan peculiar en mis tres siglos de vida. Frío, distante y arrogante al principio. Después, amable y encantador. Ahora volvía a ser el arrogante de siempre, sumándole que se había vuelto egocéntrico, idiota y suicida. ¿Quién era en realidad bajo la máscara y qué pretendía? Era un completo desconocido y sus ideas me sorprendían más con cada día que pasaba. Me era imposible leer su mente, intentar adentrarme en sus pensamientos. Su mirada no me transmitía nada, era un muro infranqueable. Aquella noche dormí segura de una cosa: Thoribas deseaba controlar a los Centinelas de Elune, pero no iba a ponerle las cosas fáciles.


Había sido un día tranquilo, pero por una vez no me había molestado aquello. Regresé al barracón de la orden tras abandonar el campo de entrenamiento, dejando que la suave y cálida brisa acariciara mis cabellos que caían delicadamente sobre mi espalda, tapando el dorado bordado trasero de mi tabardo blanquecino. La inmensa ciudad estaba en calma y tan solo la invadía el murmullo de la frondosa naturaleza que la rodeaba. Había dormido sin interrupciones ni pesadillas, me sentía fresca. El recuerdo de Erglath había irrumpido en mis sueños varias veces desde que Jedern le trajera y tan solo me había despertado la noche que pasé en su casa, buscando consuelo en alguien. Intentaba borrar aquel estúpido momento de mi mente cuando me percaté de la presencia de un kaldorei de cabellos azulados en el barracón. Al acercarme vi que se trataba del mismo del día anterior.
—¿Todavía no está?
—Es obvio que no —intenté cortarle, pero no parecía tener ganas de marcharse.
—Vaaaaale, ¿tú eres su...?
—Superior; General de los Centinelas de Elune —contesté tajante y rápidamente.
—¿Entonces sois las centinelas quienes me pegáis?
¿Dónde demonios tenía ese elfo la cabeza? Hice que se marchara, cansada de su necedad. Ya tenía suficiente con la de Thoribas y no podía aguantar más. ¿Quién pretendía que fuera, su compañera o algo parecido? Nadie iba a tocar a mis hombres y creo que quedó bastante implícito en mis palabras... aunque el druida era una clara excepción.

Decidí largarme del lugar para darme un baño en la charca, sumergiéndome en sus sosegadas aguas. Los momentos llenos de tranquilidad como aquel eran escasos. En realidad, eran los únicos que tenía. Me apoyé contra el tronco caído sobre el agua y volví a recordar mi error con Jedern. Me había parecido verle mientras caminaba por la ciudad, pero no estaba completamente segura.
No debí haberme quedado en su casa aquella noche. No debí abrir mi maltrecho corazón por más que necesitara sacarlo todo fuera. No a alguien que sabía que sentía algo por mí, alguien que deseaba tenerme como su compañera y que era capaz de desnudarme con la mirada, alguien que habría hecho mi ropa jirones para poseerme si se lo hubiera permitido. Me hundí en el agua, intentando refrescar mis pensamientos mientras repetía para mí lo idiota que había sido aquel día.

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