miércoles, octubre 08, 2014

Agua y fuego


Una suave brisa murmuraba entre las hojas de los árboles, impregnando la ciudad de las noticias que traían consigo. Mientras me acercaba a nuestra base pude divisar una figura inconfundible. Debía medir unos dos metros de altura y se alzaba imponente, vigilando la capital kaldorei desde la altura que nos proporcionaba nuestro barracón, dándonos un manifiesto privilegio. Enthelion parecía disfrutar de las vistas de las que gozábamos, pues no era raro hallarle admirando los edificios, la gente que pasaba o simplemente disfrutando del hálito de los bosques. Al llegar finalmente a mi destino, nos saludamos con cortesía y pasé a avisarle sobre el elfo que le buscaba. Respecto a todo lo demás, seguíamos sin novedades de ningún tipo y sin poder hacer nada.
—¿Estamos sirviendo de algo, Dalria?
—Mira la ciudad y mira a tu alrededor, Enthelion. ¿Qué es lo que ves en nuestra gente?
—¿Ahora mismo? Pasividad —su mirada me decía que estaba cansado de ver esa palabra escrita en la rutina que nuestro pueblo parecía haber adquirido—. Creo que preferiría ver miedo en sus rostros.
Aquel último comentario me pareció radical, aunque me guardé mi opinión. Sin embargo, lo que yo veía era la estampa humana. Sus costumbres, su manera de hablar, sus gestos... Todo eso se veía reflejado ahora en las palabras y actos de nuestros hermanos. A veces parecía más sencillo encontrarlos camino del Cerdo Borracho, en Ventormenta, que en el Templo de Elune de Darnassus.
¿Era posible que ese fuera el momento de que los que aún respetábamos nuestras milenarias tradiciones cayéramos en el olvido del mundo? No, no podía permitir que algo así se me pasara por la cabeza. No iba a perder la esperanza en mi pueblo, cosa que Enthelion estaba perdiendo en nuestra orden. Sabía quién había estado tratando con otros en nuestro nombre, quién había estado moviendo los hilos de nuestra hermandad aunque se lo tuviera callado. Era hora de hacerle una visita a Thoribas y sabía dónde encontrarle.

—¿Qué labores se están llevando a cabo actualmente dentro de la orden? —pregunté, yendo directa al grano. No me gustaba andarme con rodeos, y con él aún menos.
—Si te refieres a los Centinelas de Elune, yo no he movido un dedo y veo que tú tampoco —contestó con parsimonia. Necesité respirar profundamente para no ponerme a gritar. O peor, para no girarle la cara—. Somos unos meros mantenidos y no veo que te siente del todo mal.
Claro que me sentaba mal, absolutamente mal. Clavé la mirada en sus ojos de color ámbar, concentrándome en mantener la calma ante el desprecio que sentía en ese momento hacia él y la impotencia que luchaba por dominarme. Habíamos podido hacer muchas cosas, pero seguíamos parados por completo y dudaba mucho que estuviéramos para perder el tiempo. Dudaba que para eso le hubieran enviado a buscarme a Ventormenta y para compartir con él el liderazgo. Por otro lado, estaba segura de que se interpondría en mi camino y me pondría las cosas difíciles si yo hacía algo por mi cuenta que a él no le gustaba.
—¿Y qué propones?
—Tú eres el Archidruida de los Centinelas de Elune, Thoribas. Acudo a ti para que me des tu opinión.
—Estoy demasiado ocupado ahora, Dalria. Tengo asuntos más importantes de los que tratar y entérate, somos totalmente inútiles.
Cerré con fuerza los puños. Aunque me habría encantado golpearle en aquel preciso instante, sabía que no iba a solucionar nada.
—¿Qué es lo que haces en la orden? —acabé por preguntarle.
—¿Ahora mismo? Exactamente lo mismo que tú, Dalria.
Dejé que siguiera con lo que fuera que estuviera haciendo. Él no iba a hacer nada, pero yo no iba a ir detrás de él a instarle a hacer algo. Por mi parte haría lo que fuera por continuar avanzando. Hacía falta mucho más que él para darme por vencida y para perder la esperanza. Si iba a ponerme trabas, adelante, estaba preparada para sortearlas.

Me desnudé por completo, poniéndome como única prenda el tabardo antes de entrar en la charca de la ciudad y sumergirme en sus cristalinas aguas. Si alguien iba acudir a aquel lugar, al menos estaría cubierta por algo que no fuera mera piel. En la tranquilidad del lugar pensé en la decisión que había tomado y recordé mi última conversación con el druida. No iba a echarme atrás, no esta vez. Procuré dejar que la paz de mi alrededor me inundara, que relajara mi mente. Unos pasos interrumpieron el proceso, acompañados por la silueta de Enthelion. Al acercarse y sentarse al borde de la charca preguntó cómo había ido la charla con Thoribas. Si había logrado calmarme, aquella pregunta fue como si reavivaran unas llamas cerca de su extinción. Salí del agua, consciente de que le tabardo me tapaba lo justo, pero en aquel momento me era del todo indiferente.
—Estoy por echarle a patadas —bufé.
Me clavó la mirada mientras le hacía un resumen y le expuse mis ideas. Éramos claramente una orden militar, pero debíamos cuidar de nuestros aliados además de luchar por nosotros mismos si queríamos conservarlos. Hasta ahora era algo que no habíamos hecho, Thoribas había contado con que éramos autosuficientes y que no necesitábamos ayuda de nadie, pero los momentos de necesidad acechaban cualquier mínima oportunidad y no podíamos prever cuándo requeriríamos la ayuda de alguien.
—Hice llegar el nombre de nuestra orden en Khaz Modan, pero un solo kaldorei no puede representar a toda una organización, menos si va independientemente de ésta.
Esbocé una sonrisa con su comentario. La próxima vez que fuera tendría mi compañía y apoyo. Con el repentino silencio que se había adueñado de nuestros labios, comencé a peinarme con las manos para hacerme un cómodo recogido que mantendría mi nuca libre de cabello alguno. Enthelion tenía la mirada clavada en la charca y la mente perdida entre sus pensamientos. Tras el pequeño silencio, continuamos hablando sobre el enfoque de la orden hasta que me confesó estar extrañado por la relación que existía entre Thoribas y yo, al igual que su comportamiento hacia él. Era algo que también me intrigaba. ¿Tal vez le veía como un obstáculo, como una amenaza? Era lo único que tenía sentido, si es que algo de lo que rodeaba al druida lo tenía.
—Por motivos personales entre él y yo.
¿Celos? No, aquello era imposible. No podía tener nada que ver con lo que había sucedido entre Thoribas y yo en el pasado, pero con lo extraño que era... no estaba de más tener hasta las posibilidades más absurdas en cuenta.
—Nunca creí que diría esto, pero comienzo a cansarme de estar aquí. Me pone nervioso la normalidad que ocupa la ciudad. En estos momentos debería haber de todo menos esto.
Por desgracia no era el único que se sentía así. Al decidir marchar a Auberdine le cedí la casa de mi hermana. Allí podría enterarse antes de cualquier noticia que llegara desde Ventormenta o el Exodar. Si pasara algo en Vallefresno estaría al tanto. Hasta el más mínimo murmullo pasaría por él.


Me había tomado un día de descanso, o eso me decía a mí misma. Había estado revisando informes sobre el estado actual de Vallefresno tras haber hablado con quien se suponía que debía para hacer algo con Thoribas. Mientras no llegáramos a un acuerdo y no se presentaran las quejas de nadie más contra él, seguiría en su cargo como Archidruida de la orden. Seguía estupefacta varias horas después, aunque a esas alturas no debía sorprenderme de algo así. Había decidido ir a Auberdine yo también. La compañía de Enthelion me había ayudado, lograba que mis heridas no escocieran tanto y que mantuviera la fe cuando todo parecía estar perdido.
El viento azotaba contra mi rostro, inundando mis fosas nasales con el aroma del mar. Veía la costa de Auberdine ya cercana, pero estaba impaciente por llegar. El sol que se alzaba apenas lograba colar alguno de sus rayos a través de las espesas nubes, lo que daba a Costa Oscura cierto aura misterioso y a la vez encantador. Aunque solía llover, y con fuerza, aquella mañana parecía que no iba a mojarme a excepción de las gotas que me salpicaban al entrechocar las olas con la madera del barco. Auberdine era un pequeño pueblo que existía desde hacía milenios, habiendo sido afectado por el Gran Cataclismo que había separado el continente en tres cuando la Reina Azshara lideraba a mi pueblo. De algún modo me gustaba aquel lugar, y no solo porque en él me estuviera esperando alguien que al fin parecía compartir mis ideas. Enthelion se hallaba en la casa de mi hermana, cerca de la costa, dado que Nahim había desaparecido a saber cuánto haría.

Al desembarcar en el muelle y poner finalmente pie en tierra firme me dirigí hacia el este, saliendo del pueblo. Antes de reunirme con Enthelion quería dar un breve paseo por el bosque, tan distinto al de Teldrassil. Sin embargo, mediante el comunicador de la orden me hizo saber que había pasado por delante de él sin tan siquiera mirarle.
Estate alerta. Han aparecido un par de sin'dorei y un renegado cerca del pueblo. Cogí a una de las sin'dorei despistada y las centinelas acabaron con el otro elfo, pero el renegado logró escapar.
No me hubiera importado encontrarme con el no-muerto para poner a prueba mi puntería con algo que se moviera en lugar de una diana. Llevaba mucho tiempo sin acción y mi cuerpo empezaba a necesitarlo. Sin embargo, tras un buen rato paseando y sin hallazgo alguno del renegado, decidí regresar y sentarme cerca de la posada, mirando al mar. Me inquietaba aquella calma, sobre todo en un lugar como aquel, aunque desgraciadamente la rompió quien menos deseaba que lo hiciera.
Dalria, ¿has tenido alguna idea maravillosa durante el día de hoy? —a veces desearía lanzar la runa lejos e incluso me desharía de ella de poder hacerlo, pero no podía. Mi cargo no me permitía algo así—. Estaré haciendo recados para Fandral, así que... comunícame algo, si es que se te ocurre.
¿Acaso necesito comunicarte todo? —repliqué cansada.
Ahá, al igual que yo a ti —como si alguna vez lo hubiera hecho—. ¿Tú nos llevaste a Nethergarde? Vamos, Dalria, no me hagas reír.
¿Te recuerdo mi estado en Nethergarde? Porque hasta donde yo sé, tú no fuiste quien apenas podía moverse ni tenía a nadie dando fuerte patadas en el vientre.
Oh, es cierto. No recordaba el regalo que te dejaron, tendrás que perdonarme —dijo con un tono más que sarcástico. Aquello fue como una fuerte bofetada que casi me deja sin aire.
He terminado agradeciendo que Baenre apareciera aquel día —contesté, refiriéndome a la vez que estuvimos él y yo en Auberdine antes de que marchara a Rasganorte, cuando creyendo que sería un buen compañero estuve a punto de cometer una gran locura.
Oh, no sé porqué, pero no acabo de creerte.

Cogí mi arco y mi carcaj repleto de flechas, dirigiéndome hacia la parte trasera de la casa de mi hermana. Colgada de la rama de un árbol se hallaba una diana rudimentaria, bastante vieja y agujereada. Había usado aquel artilugio para mejorar mi puntería tiempo atrás, cuando aún vivía con Nahim. El crujir de una hoja seca me advertía de alguien aproximándose, pero no me hizo falta volverme para saber quién era. Enthelion se detuvo tras de mí, observando cómo lanzaba una flecha tras otra hasta que decidió proponerme lanzar la runa al mar.
—¿Su puesto le permite comportarse así? —preguntó tras mi respuesta negativa a su tentadora idea.
—Me parece que, hasta que uno de los dos no logre imponerse sobre el otro, seguirán sacándose a relucir los asuntos personales.
Era deprimente la situación a la que habíamos llegado. Éramos como dos animales intentando dominarse entre sí, sacando los trapos sucios como si de dentelladas se tratara. Creía conocer lo suficiente a Thoribas como para saber que jamás me permitiría estar por encima de él, pero yo no iba a permitir lo contrario. Seguramente esperaría que no pusiera resistencia, que me doblegara ante sus órdenes, pero mi voluntad era férrea: solo iba a conseguirlo por encima de mi cadáver.
—¡¡Ey, elfito!!
La llamada de una joven a Enthelion interrumpió mis pensamientos. Vi cómo el kaldorei a mi lado la seguía con la mirada mientras ella caminaba por la plataforma en la que se hallaba el maestro de hipógrifos. Antes de marcharse me recomendó no desmoronarme, pues no nos vendría bien ni a la orden ni a mí siendo yo el único mando en estos momentos.
—Dejémosle que siga jugando con fuego —le dije.
—¿Hasta que las llamas te alcancen?
Nuestra conversación finalizó rápidamente y le seguí con la mirada mientras se acercaba a la elfa que le había llamado, con quien sin duda vería más veces en el futuro. No pude evitar preguntarme una vez más qué sucedía con Thoribas, porqué esa obsesión de estar al mando de todo y porqué únicamente él. Para cuando quise darme cuenta, la diana estaba llena de flechas y mi carcaj vacío. A pesar de la rabia que sentía en mi interior, carcomiéndome lentamente como el veneno de una serpiente, seguía manteniéndome tranquila. Al menos eso quise pensar al ver que había perforado con un par de flechas las que ya había clavado antes en el centro de la diana.

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