Una suave brisa murmuraba entre las hojas de los
árboles, impregnando la ciudad de las noticias que traían consigo. Mientras me
acercaba a nuestra base pude divisar una figura inconfundible. Debía medir unos
dos metros de altura y se alzaba imponente, vigilando la capital kaldorei desde
la altura que nos proporcionaba nuestro barracón, dándonos un manifiesto
privilegio. Enthelion parecía disfrutar de las vistas de las que gozábamos,
pues no era raro hallarle admirando los edificios, la gente que pasaba o
simplemente disfrutando del hálito de los bosques. Al llegar finalmente a mi
destino, nos saludamos con cortesía y pasé a avisarle sobre el elfo que le
buscaba. Respecto a todo lo demás, seguíamos sin novedades de ningún tipo y sin
poder hacer nada.
—¿Estamos sirviendo de algo, Dalria?
—Mira la ciudad y mira a tu alrededor,
Enthelion. ¿Qué es lo que ves en nuestra gente?
—¿Ahora mismo? Pasividad —su mirada me
decía que estaba cansado de ver esa palabra escrita en la rutina que nuestro
pueblo parecía haber adquirido—. Creo que preferiría ver miedo en sus rostros.
Aquel último comentario me pareció radical,
aunque me guardé mi opinión. Sin embargo, lo que yo veía era la estampa humana.
Sus costumbres, su manera de hablar, sus gestos... Todo eso se veía reflejado
ahora en las palabras y actos de nuestros hermanos. A veces parecía más
sencillo encontrarlos camino del Cerdo Borracho, en Ventormenta, que en el
Templo de Elune de Darnassus.
¿Era posible que ese fuera el momento de que los
que aún respetábamos nuestras milenarias tradiciones cayéramos en el olvido del
mundo? No, no podía permitir que algo así se me pasara por la cabeza. No iba a
perder la esperanza en mi pueblo, cosa que Enthelion estaba perdiendo en
nuestra orden. Sabía quién había estado tratando con otros en nuestro nombre,
quién había estado moviendo los hilos de nuestra hermandad aunque se lo tuviera
callado. Era hora de hacerle una visita a Thoribas y sabía dónde encontrarle.
—¿Qué labores se están llevando a cabo
actualmente dentro de la orden? —pregunté, yendo directa al grano. No me
gustaba andarme con rodeos, y con él aún menos.
—Si te refieres a los Centinelas de Elune, yo no
he movido un dedo y veo que tú tampoco —contestó con parsimonia. Necesité
respirar profundamente para no ponerme a gritar. O peor, para no girarle la
cara—. Somos unos meros mantenidos y no veo que te siente del todo mal.
Claro que me sentaba mal, absolutamente mal.
Clavé la mirada en sus ojos de color ámbar, concentrándome en mantener la calma
ante el desprecio que sentía en ese momento hacia él y la impotencia que
luchaba por dominarme. Habíamos podido hacer muchas cosas, pero seguíamos
parados por completo y dudaba mucho que estuviéramos para perder el tiempo.
Dudaba que para eso le hubieran enviado a buscarme a Ventormenta y para
compartir con él el liderazgo. Por otro lado, estaba segura de que se
interpondría en mi camino y me pondría las cosas difíciles si yo hacía algo por
mi cuenta que a él no le gustaba.
—¿Y qué propones?
—Tú eres el Archidruida de los Centinelas de
Elune, Thoribas. Acudo a ti para que me des tu opinión.
—Estoy demasiado ocupado ahora, Dalria. Tengo
asuntos más importantes de los que tratar y entérate, somos totalmente
inútiles.
Cerré con fuerza los puños. Aunque me habría
encantado golpearle en aquel preciso instante, sabía que no iba a solucionar nada.
—¿Qué es lo que haces en la orden? —acabé
por preguntarle.
—¿Ahora mismo? Exactamente lo mismo que tú,
Dalria.
Dejé que siguiera con lo que fuera que estuviera
haciendo. Él no iba a hacer nada, pero yo no iba a ir detrás de él a instarle a
hacer algo. Por mi parte haría lo que fuera por continuar avanzando. Hacía
falta mucho más que él para darme por vencida y para perder la esperanza. Si
iba a ponerme trabas, adelante, estaba preparada para sortearlas.
Me desnudé por completo, poniéndome como única prenda
el tabardo antes de entrar en la charca de la ciudad y sumergirme en sus
cristalinas aguas. Si alguien iba acudir a aquel lugar, al menos estaría
cubierta por algo que no fuera mera piel. En la tranquilidad del lugar pensé en
la decisión que había tomado y recordé mi última conversación con el druida. No
iba a echarme atrás, no esta vez. Procuré dejar que la paz de mi alrededor me
inundara, que relajara mi mente. Unos pasos interrumpieron el proceso,
acompañados por la silueta de Enthelion. Al acercarse y sentarse al borde de la
charca preguntó cómo había ido la charla con Thoribas. Si había logrado
calmarme, aquella pregunta fue como si reavivaran unas llamas cerca de su
extinción. Salí del agua, consciente de que le tabardo me tapaba lo justo, pero
en aquel momento me era del todo indiferente.
—Estoy por echarle a patadas —bufé.
Me clavó la mirada mientras le hacía un resumen
y le expuse mis ideas. Éramos claramente una orden militar, pero debíamos
cuidar de nuestros aliados además de luchar por nosotros mismos si queríamos
conservarlos. Hasta ahora era algo que no habíamos hecho, Thoribas había
contado con que éramos autosuficientes y que no necesitábamos ayuda de nadie,
pero los momentos de necesidad acechaban cualquier mínima oportunidad y no podíamos
prever cuándo requeriríamos la ayuda de alguien.
—Hice llegar el nombre de nuestra orden en Khaz
Modan, pero un solo kaldorei no puede representar a toda una organización,
menos si va independientemente de ésta.
Esbocé una sonrisa con su comentario. La próxima
vez que fuera tendría mi compañía y apoyo. Con el repentino silencio que se
había adueñado de nuestros labios, comencé a peinarme con las manos para
hacerme un cómodo recogido que mantendría mi nuca libre de cabello alguno.
Enthelion tenía la mirada clavada en la charca y la mente perdida entre sus
pensamientos. Tras el pequeño silencio, continuamos hablando sobre el enfoque
de la orden hasta que me confesó estar extrañado por la relación que existía
entre Thoribas y yo, al igual que su comportamiento hacia él. Era algo que
también me intrigaba. ¿Tal vez le veía como un obstáculo, como una amenaza? Era
lo único que tenía sentido, si es que algo de lo que rodeaba al druida lo
tenía.
—Por motivos personales entre él y yo.
¿Celos? No, aquello era imposible. No podía
tener nada que ver con lo que había sucedido entre Thoribas y yo en el pasado,
pero con lo extraño que era... no estaba de más tener hasta las posibilidades
más absurdas en cuenta.
—Nunca creí que diría esto, pero comienzo a
cansarme de estar aquí. Me pone nervioso la normalidad que ocupa la ciudad. En
estos momentos debería haber de todo menos esto.
Por desgracia no era el único que se sentía así.
Al decidir marchar a Auberdine le cedí la casa de mi hermana. Allí podría
enterarse antes de cualquier noticia que llegara desde Ventormenta o el Exodar.
Si pasara algo en Vallefresno estaría al tanto. Hasta el más mínimo murmullo
pasaría por él.
Me había tomado un día de descanso, o eso me
decía a mí misma. Había estado revisando informes sobre el estado actual de
Vallefresno tras haber hablado con quien se suponía que debía para hacer algo
con Thoribas. Mientras no llegáramos a un acuerdo y no se presentaran las
quejas de nadie más contra él, seguiría en su cargo como Archidruida de la
orden. Seguía estupefacta varias horas después, aunque a esas alturas no debía
sorprenderme de algo así. Había decidido ir a Auberdine yo también. La compañía
de Enthelion me había ayudado, lograba que mis heridas no escocieran tanto y
que mantuviera la fe cuando todo parecía estar perdido.
El viento azotaba contra mi rostro, inundando
mis fosas nasales con el aroma del mar. Veía la costa de Auberdine ya cercana,
pero estaba impaciente por llegar. El sol que se alzaba apenas lograba colar
alguno de sus rayos a través de las espesas nubes, lo que daba a Costa Oscura
cierto aura misterioso y a la vez encantador. Aunque solía llover, y con
fuerza, aquella mañana parecía que no iba a mojarme a excepción de las gotas
que me salpicaban al entrechocar las olas con la madera del barco. Auberdine
era un pequeño pueblo que existía desde hacía milenios, habiendo sido afectado
por el Gran Cataclismo que había separado el continente en tres cuando la Reina
Azshara lideraba a mi pueblo. De algún modo me gustaba aquel lugar, y no solo
porque en él me estuviera esperando alguien que al fin parecía compartir mis
ideas. Enthelion se hallaba en la casa de mi hermana, cerca de la costa, dado
que Nahim había desaparecido a saber cuánto haría.
Al desembarcar en el muelle y poner finalmente pie
en tierra firme me dirigí hacia el este, saliendo del pueblo. Antes de reunirme
con Enthelion quería dar un breve paseo por el bosque, tan distinto al de
Teldrassil. Sin embargo, mediante el comunicador de la orden me hizo saber que
había pasado por delante de él sin tan siquiera mirarle.
—Estate alerta. Han aparecido un par de
sin'dorei y un renegado cerca del pueblo. Cogí a una de las sin'dorei
despistada y las centinelas acabaron con el otro elfo, pero el renegado logró
escapar.
No me hubiera importado encontrarme con el
no-muerto para poner a prueba mi puntería con algo que se moviera en lugar de
una diana. Llevaba mucho tiempo sin acción y mi cuerpo empezaba a necesitarlo.
Sin embargo, tras un buen rato paseando y sin hallazgo alguno del renegado, decidí
regresar y sentarme cerca de la posada, mirando al mar. Me inquietaba aquella
calma, sobre todo en un lugar como aquel, aunque desgraciadamente la rompió
quien menos deseaba que lo hiciera.
—Dalria, ¿has tenido alguna idea maravillosa
durante el día de hoy? —a veces desearía lanzar la runa lejos e
incluso me desharía de ella de poder hacerlo, pero no podía. Mi cargo no me
permitía algo así—. Estaré haciendo recados para Fandral, así que...
comunícame algo, si es que se te ocurre.
—¿Acaso necesito comunicarte todo? —repliqué
cansada.
—Ahá, al igual que yo a ti —como si
alguna vez lo hubiera hecho—. ¿Tú nos llevaste a Nethergarde? Vamos,
Dalria, no me hagas reír.
—¿Te recuerdo mi estado en Nethergarde?
Porque hasta donde yo sé, tú no fuiste quien apenas podía moverse ni tenía a
nadie dando fuerte patadas en el vientre.
—Oh, es cierto. No recordaba el regalo que te
dejaron, tendrás que perdonarme —dijo con un tono más que sarcástico.
Aquello fue como una fuerte bofetada que casi me deja sin aire.
—He terminado agradeciendo que Baenre
apareciera aquel día —contesté, refiriéndome a la vez que estuvimos él
y yo en Auberdine antes de que marchara a Rasganorte, cuando creyendo que sería
un buen compañero estuve a punto de cometer una gran locura.
—Oh, no sé porqué, pero no acabo de creerte.
Cogí mi arco y mi carcaj repleto de flechas,
dirigiéndome hacia la parte trasera de la casa de mi hermana. Colgada de la
rama de un árbol se hallaba una diana rudimentaria, bastante vieja y
agujereada. Había usado aquel artilugio para mejorar mi puntería tiempo atrás,
cuando aún vivía con Nahim. El crujir de una hoja seca me advertía de alguien
aproximándose, pero no me hizo falta volverme para saber quién era. Enthelion
se detuvo tras de mí, observando cómo lanzaba una flecha tras otra hasta que
decidió proponerme lanzar la runa al mar.
—¿Su puesto le permite comportarse
así? —preguntó tras mi respuesta negativa a su tentadora idea.
—Me parece que, hasta que uno de los dos no
logre imponerse sobre el otro, seguirán sacándose a relucir los asuntos
personales.
Era deprimente la situación a la que habíamos
llegado. Éramos como dos animales intentando dominarse entre sí, sacando los
trapos sucios como si de dentelladas se tratara. Creía conocer lo suficiente a
Thoribas como para saber que jamás me permitiría estar por encima de él, pero
yo no iba a permitir lo contrario. Seguramente esperaría que no pusiera
resistencia, que me doblegara ante sus órdenes, pero mi voluntad era férrea:
solo iba a conseguirlo por encima de mi cadáver.
—¡¡Ey, elfito!!
La llamada de una joven a Enthelion interrumpió
mis pensamientos. Vi cómo el kaldorei a mi lado la seguía con la mirada
mientras ella caminaba por la plataforma en la que se hallaba el maestro de
hipógrifos. Antes de marcharse me recomendó no desmoronarme, pues no nos
vendría bien ni a la orden ni a mí siendo yo el único mando en estos momentos.
—Dejémosle que siga jugando con fuego —le
dije.
—¿Hasta que las llamas te alcancen?
Nuestra conversación finalizó rápidamente y le
seguí con la mirada mientras se acercaba a la elfa que le había llamado, con
quien sin duda vería más veces en el futuro. No pude evitar preguntarme una vez
más qué sucedía con Thoribas, porqué esa obsesión de estar al mando de todo y
porqué únicamente él. Para cuando quise darme cuenta, la diana estaba llena de
flechas y mi carcaj vacío. A pesar de la rabia que sentía en mi interior,
carcomiéndome lentamente como el veneno de una serpiente, seguía manteniéndome
tranquila. Al menos eso quise pensar al ver que había perforado con un par de
flechas las que ya había clavado antes en el centro de la diana.
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