jueves, octubre 16, 2014

El trato de Thoribas


Caminaba lentamente por el muelle escuchando bajo mis pies el crujir de la madera, humedecida por el salpicar de las olas. El olor a salitre impregnaba todo el pueblo, pero se intensificaba aún más donde me hallaba. Hasta el aire transportaba sal que se quedaba pegada a la piel. Había dejado de seguirle el juego a Thoribas, algo que debí haber hecho hacía mucho. Cuando llegué a la intersección continué caminando hacia el final del muelle, donde se podía coger el barco que llevaba a la Isla Bruma Azur, donde se hallaba la nave dimensional con la que habían llegado los draenei a Azeroth. Allí las aguas eran más profundas, así que encerré la runa en mi puño tras sacarla de mi bolsillo. Sabía que no debería, pues mi puesto como General no me permitía hacer este tipo de cosas, pero que fuera Fandral quien le aguantara. Lancé la runa con todas mis fuerzas y escuché el ruido que hizo contra la superficie del agua antes de sumergirse, camino de su nuevo reposo.
Ya estaba hecho y no me arrepentía. Necesitaríamos encontrar otro nuevo sistema de comunicación al que Thoribas no tuviera acceso. Maldije para mis adentros al druida mientras caminaba en dirección a la costa y después a casa de mi hermana para encontrarme con el centinela, Enthelion.
—Ahora tan solo espero que se lo pase bien despotricando sin que nadie le escuche.
—Que despotrique —dijo—. Seguro que a Fandral le interesan mucho sus chismorreos.
No pude contener una pequeña sonrisa. No pretendía marcharme a Darnassus en unos días, sino quedarme en la posada del pueblo costero de Costa Oscura. No tenía ganas de que Thoribas diera conmigo fácilmente y, como siempre, de mal humor. No tenía ánimo suficiente como para aguantar más sus salidas de tono y las niñerías de las que hacía alarde. Cuando abrí la puerta para ir a dar un paseo, Enthelion me detuvo para decirme que la elfa de antes le había puesto al día respecto a Khaz Modan. Los enanos habían ganado. Una buena noticia al fin.

Necesitaba aire fresco, estirar las piernas y pensar en las nevadas tierras enanas, libres del peligro de la Horda ahora. Ash'andu me acompañaba y ambos nos adentramos en el bosque colindante al pueblo. El murmullo de los animales nocturnos no me inquietaba lo más mínimo, sino todo lo contrario. Había crecido rodeada de naturaleza y yo misma había ido, siendo pequeña, al bosque a pasar incontables noches allí, rodeada de lo silvestre. Era una con la naturaleza, lo cual me facilitaba perderme en mis pensamientos. Tan ensimismada me hallaba que no escuché los pasos de un oso pardo corriendo hacia mí ni los gruñidos del sable que me acompaña. Fue cuando me mordió la pierna que me percaté de su presencia. Era consciente de que me había alejado demasiado de Auberdine y nadie me oiría, pero eso no impidió que gritara mezcla de dolor y sorpresa. Caí de bruces contra el suelo y Ash'andu se interpuso entre el animal y yo mientras intentaba desenvainar la daga que llevaba como único arma. Vi cómo mi compañero animal se abalanzaba sobre el oso cuando este iba a atacarme. Aunque no logré esquivar sus garras, pude rodar lo suficiente por el suelo como para llevarme un rasguño en lugar de perder el brazo. Debía actuar con rapidez, pues ni Ash'andu ni yo duraríamos mucho si no lo hacía. De un buen golpe dejó malherida al sable de la noche, aunque no fuera de combate. Intenté distraer al animal salvaje para convertirme de nuevo en su objetivo, gritando y corriendo a su alrededor. Ash'andu aprovechó el despiste para embestir contra su cuello, hundiendo sus enormes colmillos en la carne. Por desgracia no iba a poder darle una muerte rápida para que no sufriera, pues debíamos marcharnos de allí antes de que intentara ponerse en pie o se acercara otro animal.

Casi llegando a Auberdine, Ash'andu cayó rendido al suelo, débil. A pesar de ser ágil y fuerte, el oso le había logrado dar un buen golpe. Al ver su estado temí que tuviera algo roto. Solo veía sangre allí donde el animal había desgarrado la carne con las zarpas. A pesar de que me costaba caminar y de que el lacerante dolor parecía estar devorando mi piel lentamente, atravesando hasta el hueso, le cogí en brazos. Pesaba casi más de lo que podía cargar, pero su vida merecía el esfuerzo que estaba haciendo. Me había salvado y había estado conmigo desde que era un cachorro, suficiente para hacer lo que hiciera falta por él. Cuando llegué al lugar adecuado para que pudieran atenderle, prepararon rápidamente unas mantas sobre el suelo para que pudiera tumbarle. Tenía los ojos cerrados y le costaba mucho respirar, pero en ningún momento había emitido queja alguna. Le perdí de vista mientras acudían a evaluar su estado y comenzar a detener sus hemorragias. Entretanto me dirigí hacia un mensajero para hacer venir a Jedern, pues él podría ayudarme con las heridas. Ascendí al piso superior de la posada y me tiré sobre la cama, maldiciéndome por mi poca precaución y nula previsión.
Debí dormirme en algún momento, pues unos pasos apresurados hicieron que abriera los ojos. Cuando alcé la mirada, Jedern llegaba sofocado. Había venido raudo y, de alguna forma u otra, volvió a disculparse por la muerte de mi hijo mientras echaba un vistazo a mis heridas. Justo en el blanco. Sanó con un pequeño escozor el arañazo de mi brazo y, al hacer un amago de levantarse, intentó besarme. Le detuve a tiempo y mantuve en su sitio, intentando centrarle.
—¿Qué hay de la mordedura?
Me levanté la pierna del pantalón, dejando la herida al descubierto. Aunque examinó el mordisco que el oso me había propinado, parecía reacio a hacer nada al respecto, diciendo que era demasiado profunda. Tal vez fuera cierto, pero era evidente que le había molestado mi rechazo y que, si no recibía lo que deseaba a cambio, no haría nada por aliviar el dolor. Quizá me pasé un poco al echarle del lugar, obligándole a regresar a la ciudad. Si se quedaba estaba segura de que volvería a buscar mis labios en busca de ser correspondido, pero prefería evitarme un momento tan incómodo. Sus ojos ambarinos me miraron empañados en tristeza, pero no había nada que pudiera hacer para contentarle.

Silencio. Era cuanto oí al despertar. Miré hacia el techo de la habitación y agradecí haber hecho caso a mi compañero. Enthelion había estado más que acertado en invitarme a lanzar aquel dichoso comunicador que usábamos en la orden. Thoribas lo usaba a diario para intentar hacerme enfadar, aunque sus últimos ataques no habían tenido el efecto que él esperaba... hasta que daba en la herida, y solía hacerlo más a menudo de lo que deseaba. Por lo que sabía, aquella mañana ya se había cansado de intentar dar conmigo y Ash'andu se hallaba fuera de peligro, aunque sus heridas tardarían en sanar. Fui a darme un baño en el mar hasta que la herida entró en contacto con el agua helada. El escozor era insoportable y cojeaba ligeramente, ¿en qué estaría pensando? Cuando regresé a la posada, Enthelion corrió hacia mí, cogiendo algo de una pequeña bolsa de cuero que colgaba de su cinturón y tendiéndomelo cuando se puso a mi altura. Era un anillo con un gran sello en él.
—Esto es para ti. Los enanos me lo dieron expresamente para la orden. Si viajásemos a Khaz Modan alguna vez podríamos encontrar todo sin pagar una mísera moneda.
—Vaya, qué amables —lo coloqué en mi dedo anular distraídamente.
Era tosco, nada fino y me venía grande, de modo que me quité el colgante de plata que portaba tras abrir el cierre. Parecía un tosco pedrusco al lado del fino anillo de plata y a la luna menguante que colgaban ya de la fina cadena.
—Demuestra nuestra amistad con el Cónclave de Khaz Modan. Me lo dieron al afirmar que venía de parte de los Centinelas de Elune, aunque no fuera así. Vi oportuno decirlo, posiblemente nos dé más ventajas que inconvenientes.
Le agradecí el haber tomado la iniciativa. Aunque no debería haberlo hecho sin antes consultármelo, había acertado, así que no podía reprocharle nada. Aquello me hizo pensar en hacerle una visita al líder del Cónclave, al menos de cortesía. Acto seguido me informó de que su amiga, la elfa que le había llamado cuando me dispuse a vaciar mi carcaj sobre la diana, le había prometido hablar con su hermana, una sacerdotisa del Templo de la Luna. Aquello eran aún mejores noticias para nosotros, aunque Thoribas no debía enterarse de ninguna de ellas. No aprobaría nuestra amistad con los enanos del Cónclave y, de saber que tendríamos una nueva recluta, no quería que enturbiara su mente.

Una vez llegué de nuevo a mi cama en la posada me quité los pantalones para poder examinar yo misma la herida. No tenía buena pinta, pero no tenía nada a mano con lo que desinfectármela, así que la cubrí con una venda. Tras cambiarme de ropa, salí del pueblo para acercarme a la costa. La brisa húmeda del lugar hizo que me diera un escalofrío, encogiéndome involuntariamente. Me quedé allí de pie, con el pie izquierdo apoyado ligeramente sobre la arena para no cargar peso alguno en la pierna. Mi cabeza era en aquel momento como el mar agitado en un día de tormenta. Los pensamientos iban y venían a voluntad, algunos azotándome el corazón sin piedad. Otros hacían que la melancolía tornara a mí.
—¿Qué ha ocurrido?
Me giré sobresaltada y posé mi mirada sobre Enthelion... o Dath'anar, como prefería llamarle cuando él dejaba de ser el centinela y yo la General. Le aparté un fino mechón de cabello que la brisa mecía sobre su rostro, explicándole el ataque del oso que había sufrido en el bosque el día anterior. Se ofreció a prestarme un antiséptico que le habían dado en Dun Morogh, aparentemente bastante eficaz, pero un mero mordisco no podía detenerme. Una vez más volvía a nombrar aquel nombre que no quería volver a oír más en lo que me restaba de vida... Thoribas había vuelto a intentar ponerse en contacto conmigo, de modo que le enviaría una misiva para saber qué quería con tanta urgencia en cuanto Enthelion se hubiera marchado. Apostaba a que no era nada bueno lo que quería, pero decidí aprovechar que estaba herida para hacerle venir.

Mientras terminaba con unos asuntos suyos, Thoribas me había enviado una respuesta. De toda su carta, me quedé con una pequeña parte.
Tras nuestras últimas discusiones, me temo que te voy a ofrecer un trato que seguramente aceptarás por el bien de la orden. Si me dejas escalar un puesto sobre ti, tener el mando provisional de la orden, me encargaré personalmente de que todo marche como la seda; Fandral nos aportará cuanto necesitemos en lugar de Tyrande. ¿Abandonas?

Necesitaba analizar su respuesta mientras esperaba su llegada. ¿Tener el mando provisional? Si lo que deseaba era el poder y creía poder engañarme diciendo que era algo provisional lo llevaba claro. Después, Fandral... ¿Qué pintaba con nosotros? Nada. ¿Por el bien de la orden? Únicamente la perjudicaría. Resoplé guardando la carta bajo mi almohada al escuchar unos pasos aproximándose. La pierna del pantalón la llevaba por el muslo, dejando ver sobre la rodilla izquierda la mordedura. Respiré hondo, necesitaba calmarme, no debía mostrarme alterada ante semejantes estupideces que acababa de leer.
—¿Me has hecho venir para que te sane?
Tan solo de pensarlo, hasta habría preferido que Jedern fuera quien me tratara, aunque sus manos acabaran por intentar recorrer un camino que no debían. Me acomodé en la cama y le hice saber que prefería evitar tonterías, aunque habría agradecido enormemente una pequeña ayuda para aguantar el escozor y el picor junto al dolor punzante que sentía al caminar.
—¿Cuánto hace que quieres estar por encima de mí, desde la creación de la orden o desde tu regreso de Rasganorte? —fui directa al grano.
—Desde que me enteré de que iba a tener a alguien a mi altura —contestó impasible junto a los pies de mi lecho.
A aquellas alturas ya ni siquiera esperaba una respuesta distinta, aunque días o semanas atrás hubiera esperado que fuera así desde su regreso. Ahora no necesitábamos que él pasara a ser el líder absoluto para que las cosas fueran bien. Tampoco estábamos metidos en ninguna parte, aunque me habría encantado contar con los suficientes miembros para retomar Vallefresno de la Horda. Decidida, me negué a aceptar ningún trato que pudiera ofrecerme. En primer lugar le hicieron buscarme para que ocupara el mismo rango que él, para que liderase a los reclutas que tuviéramos a su lado. Después, yo había hecho mucho más que él desde que había dado a luz a Erglath. Para terminar, ni él ni Fandral eran nadie para chantajearme.
—¿Qué vas a hacer, Dalria? —preguntó, esbozando una sarcástica sonrisa en sus labios, los cuales ahora me producían asco—. ¿Defender Vallefresno junto a Dath'anar? Primero asegúrate de que es trigo limpio, que juraría que no lo has hecho.
—Haberte negado a compartir el mando.
—Lo vi todo más fácil, Dalria; mucho más fácil. Y, en un principio, lo fue.
Todo fue fácil para él desde que entré hasta que parí, únicamente mientras me sentía vulnerable, confusa y perdida. Creyó que sería maleable y que podría hacer conmigo cuanto quisiera, que podría dominarme y tenerme comiendo de su mano. Se había equivocado. Él seguía creyéndolo así y yo ya me había cansado. Me puse de pie, reprimiendo un gesto de dolor al levantarme para no darle el placer de verme sufrir aunque fuera de aquel modo.
—Perdí la oportunidad yéndome a Corona de Hielo. De lo contrario, estoy seguro de que habría conseguido el mando.
Tal vez tuviera razón con aquello, pero si quería seguir en la orden debería ser a mi lado y la lideraríamos juntos si era necesario, aunque me hacía la misma gracia que a él, ninguna.
—Me temo que no iremos muy lejos —comentó.
—Si eso crees, la puerta está abierta para que abandones cuando lo desees.
Nuestra discusión comenzó a girar en torno a Enthelion, a quien prefería tener a mi lado antes que a él. Preferiría mil veces poner mi vida en sus manos que en las de Thoribas. Me insistió en que averiguase más cosas sobre él, dado que Shandris le había arrebatado el cargo de centinela tras la caída de Nordrassil y lo había recuperado hacía apenas un año. Si quería más información debía aceptar el trato. Lo cierto es que aquel asunto me interesaba. Los hombres no solían formar parte del cuerpo de las Centinelas y Enthelion estaba más que capacitado como para llegar a un rango elevado. Si le habían expulsado, el motivo debía ser grave.
—Ya puedes regresar a Darnassus para lamer el suelo que Fandral pisa.
No esperé a que contestara. Me limité a salir de allí y dirigirme hacia la playa.

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