Caminaba lentamente por el muelle escuchando bajo
mis pies el crujir de la madera, humedecida por el salpicar de las olas. El
olor a salitre impregnaba todo el pueblo, pero se intensificaba aún más donde
me hallaba. Hasta el aire transportaba sal que se quedaba pegada a la piel.
Había dejado de seguirle el juego a Thoribas, algo que debí haber hecho hacía
mucho. Cuando llegué a la intersección continué caminando hacia el final del
muelle, donde se podía coger el barco que llevaba a la Isla Bruma Azur, donde
se hallaba la nave dimensional con la que habían llegado los draenei a Azeroth.
Allí las aguas eran más profundas, así que encerré la runa en mi puño tras
sacarla de mi bolsillo. Sabía que no debería, pues mi puesto como General no me
permitía hacer este tipo de cosas, pero que fuera Fandral quien le aguantara.
Lancé la runa con todas mis fuerzas y escuché el ruido que hizo contra la
superficie del agua antes de sumergirse, camino de su nuevo reposo.
Ya estaba hecho y no me arrepentía.
Necesitaríamos encontrar otro nuevo sistema de comunicación al que Thoribas no
tuviera acceso. Maldije para mis adentros al druida mientras caminaba en
dirección a la costa y después a casa de mi hermana para encontrarme con el
centinela, Enthelion.
—Ahora tan solo espero que se lo pase bien
despotricando sin que nadie le escuche.
—Que despotrique —dijo—. Seguro que a
Fandral le interesan mucho sus chismorreos.
No pude contener una pequeña sonrisa. No
pretendía marcharme a Darnassus en unos días, sino quedarme en la posada del
pueblo costero de Costa Oscura. No tenía ganas de que Thoribas diera conmigo
fácilmente y, como siempre, de mal humor. No tenía ánimo suficiente como para
aguantar más sus salidas de tono y las niñerías de las que hacía alarde. Cuando
abrí la puerta para ir a dar un paseo, Enthelion me detuvo para decirme que la
elfa de antes le había puesto al día respecto a Khaz Modan. Los enanos habían
ganado. Una buena noticia al fin.
Necesitaba aire fresco, estirar las piernas y
pensar en las nevadas tierras enanas, libres del peligro de la Horda ahora.
Ash'andu me acompañaba y ambos nos adentramos en el bosque colindante al
pueblo. El murmullo de los animales nocturnos no me inquietaba lo más mínimo,
sino todo lo contrario. Había crecido rodeada de naturaleza y yo misma había
ido, siendo pequeña, al bosque a pasar incontables noches allí, rodeada de lo
silvestre. Era una con la naturaleza, lo cual me facilitaba perderme en mis
pensamientos. Tan ensimismada me hallaba que no escuché los pasos de un oso
pardo corriendo hacia mí ni los gruñidos del sable que me acompaña. Fue cuando
me mordió la pierna que me percaté de su presencia. Era consciente de que me
había alejado demasiado de Auberdine y nadie me oiría, pero eso no impidió que
gritara mezcla de dolor y sorpresa. Caí de bruces contra el suelo y Ash'andu se
interpuso entre el animal y yo mientras intentaba desenvainar la daga que
llevaba como único arma. Vi cómo mi compañero animal se abalanzaba sobre el oso
cuando este iba a atacarme. Aunque no logré esquivar sus garras, pude rodar lo
suficiente por el suelo como para llevarme un rasguño en lugar de perder el
brazo. Debía actuar con rapidez, pues ni Ash'andu ni yo duraríamos mucho si no
lo hacía. De un buen golpe dejó malherida al sable de la noche, aunque no fuera
de combate. Intenté distraer al animal salvaje para convertirme de nuevo en su
objetivo, gritando y corriendo a su alrededor. Ash'andu aprovechó el despiste
para embestir contra su cuello, hundiendo sus enormes colmillos en la carne.
Por desgracia no iba a poder darle una muerte rápida para que no sufriera, pues
debíamos marcharnos de allí antes de que intentara ponerse en pie o se acercara
otro animal.
Casi llegando a Auberdine, Ash'andu cayó rendido
al suelo, débil. A pesar de ser ágil y fuerte, el oso le había logrado dar un
buen golpe. Al ver su estado temí que tuviera algo roto. Solo veía sangre allí
donde el animal había desgarrado la carne con las zarpas. A pesar de que me
costaba caminar y de que el lacerante dolor parecía estar devorando mi piel
lentamente, atravesando hasta el hueso, le cogí en brazos. Pesaba casi más de
lo que podía cargar, pero su vida merecía el esfuerzo que estaba haciendo. Me
había salvado y había estado conmigo desde que era un cachorro, suficiente para
hacer lo que hiciera falta por él. Cuando llegué al lugar adecuado para que
pudieran atenderle, prepararon rápidamente unas mantas sobre el suelo para que
pudiera tumbarle. Tenía los ojos cerrados y le costaba mucho respirar, pero en
ningún momento había emitido queja alguna. Le perdí de vista mientras acudían a
evaluar su estado y comenzar a detener sus hemorragias. Entretanto me dirigí
hacia un mensajero para hacer venir a Jedern, pues él podría ayudarme con las
heridas. Ascendí al piso superior de la posada y me tiré sobre la cama,
maldiciéndome por mi poca precaución y nula previsión.
Debí dormirme en algún momento, pues unos pasos
apresurados hicieron que abriera los ojos. Cuando alcé la mirada, Jedern
llegaba sofocado. Había venido raudo y, de alguna forma u otra, volvió a
disculparse por la muerte de mi hijo mientras echaba un vistazo a mis heridas.
Justo en el blanco. Sanó con un pequeño escozor el arañazo de mi brazo y, al
hacer un amago de levantarse, intentó besarme. Le detuve a tiempo y mantuve en
su sitio, intentando centrarle.
—¿Qué hay de la mordedura?
Me levanté la pierna del pantalón, dejando la
herida al descubierto. Aunque examinó el mordisco que el oso me había
propinado, parecía reacio a hacer nada al respecto, diciendo que era demasiado
profunda. Tal vez fuera cierto, pero era evidente que le había molestado mi
rechazo y que, si no recibía lo que deseaba a cambio, no haría nada por aliviar
el dolor. Quizá me pasé un poco al echarle del lugar, obligándole a regresar a
la ciudad. Si se quedaba estaba segura de que volvería a buscar mis labios en
busca de ser correspondido, pero prefería evitarme un momento tan incómodo. Sus
ojos ambarinos me miraron empañados en tristeza, pero no había nada que pudiera
hacer para contentarle.
Silencio. Era cuanto oí al despertar. Miré hacia
el techo de la habitación y agradecí haber hecho caso a mi compañero. Enthelion
había estado más que acertado en invitarme a lanzar aquel dichoso comunicador
que usábamos en la orden. Thoribas lo usaba a diario para intentar hacerme
enfadar, aunque sus últimos ataques no habían tenido el efecto que él
esperaba... hasta que daba en la herida, y solía hacerlo más a menudo de lo que
deseaba. Por lo que sabía, aquella mañana ya se había cansado de intentar dar
conmigo y Ash'andu se hallaba fuera de peligro, aunque sus heridas tardarían en
sanar. Fui a darme un baño en el mar hasta que la herida entró en contacto con
el agua helada. El escozor era insoportable y cojeaba ligeramente, ¿en qué
estaría pensando? Cuando regresé a la posada, Enthelion corrió hacia mí,
cogiendo algo de una pequeña bolsa de cuero que colgaba de su cinturón y
tendiéndomelo cuando se puso a mi altura. Era un anillo con un gran sello en
él.
—Esto es para ti. Los enanos me lo dieron
expresamente para la orden. Si viajásemos a Khaz Modan alguna vez podríamos
encontrar todo sin pagar una mísera moneda.
—Vaya, qué amables —lo coloqué en mi dedo
anular distraídamente.
Era tosco, nada fino y me venía grande, de modo
que me quité el colgante de plata que portaba tras abrir el cierre. Parecía un
tosco pedrusco al lado del fino anillo de plata y a la luna menguante que
colgaban ya de la fina cadena.
—Demuestra nuestra amistad con el Cónclave de
Khaz Modan. Me lo dieron al afirmar que venía de parte de los Centinelas de
Elune, aunque no fuera así. Vi oportuno decirlo, posiblemente nos dé más
ventajas que inconvenientes.
Le agradecí el haber tomado la iniciativa.
Aunque no debería haberlo hecho sin antes consultármelo, había acertado, así
que no podía reprocharle nada. Aquello me hizo pensar en hacerle una visita al
líder del Cónclave, al menos de cortesía. Acto seguido me informó de que su
amiga, la elfa que le había llamado cuando me dispuse a vaciar mi carcaj sobre
la diana, le había prometido hablar con su hermana, una sacerdotisa del Templo
de la Luna. Aquello eran aún mejores noticias para nosotros, aunque Thoribas no
debía enterarse de ninguna de ellas. No aprobaría nuestra amistad con los
enanos del Cónclave y, de saber que tendríamos una nueva recluta, no quería que
enturbiara su mente.
Una vez llegué de nuevo a mi cama en la posada
me quité los pantalones para poder examinar yo misma la herida. No tenía buena
pinta, pero no tenía nada a mano con lo que desinfectármela, así que la cubrí
con una venda. Tras cambiarme de ropa, salí del pueblo para acercarme a la
costa. La brisa húmeda del lugar hizo que me diera un escalofrío, encogiéndome
involuntariamente. Me quedé allí de pie, con el pie izquierdo apoyado
ligeramente sobre la arena para no cargar peso alguno en la pierna. Mi cabeza
era en aquel momento como el mar agitado en un día de tormenta. Los
pensamientos iban y venían a voluntad, algunos azotándome el corazón sin
piedad. Otros hacían que la melancolía tornara a mí.
—¿Qué ha ocurrido?
Me giré sobresaltada y posé mi mirada sobre
Enthelion... o Dath'anar, como prefería llamarle cuando él dejaba de ser el
centinela y yo la General. Le aparté un fino mechón de cabello que la brisa mecía
sobre su rostro, explicándole el ataque del oso que había sufrido en el bosque
el día anterior. Se ofreció a prestarme un antiséptico que le habían dado en
Dun Morogh, aparentemente bastante eficaz, pero un mero mordisco no podía
detenerme. Una vez más volvía a nombrar aquel nombre que no quería volver a oír
más en lo que me restaba de vida... Thoribas había vuelto a intentar ponerse en
contacto conmigo, de modo que le enviaría una misiva para saber qué quería con
tanta urgencia en cuanto Enthelion se hubiera marchado. Apostaba a que no era
nada bueno lo que quería, pero decidí aprovechar que estaba herida para hacerle
venir.
Mientras terminaba con unos asuntos suyos,
Thoribas me había enviado una respuesta. De toda su carta, me quedé con una pequeña
parte.
Tras nuestras últimas
discusiones, me temo que te voy a ofrecer un trato que seguramente aceptarás
por el bien de la orden. Si me dejas escalar un puesto sobre ti, tener el mando
provisional de la orden, me encargaré personalmente de que todo marche como la
seda; Fandral nos aportará cuanto necesitemos en lugar de Tyrande.
¿Abandonas?
Necesitaba analizar su respuesta mientras
esperaba su llegada. ¿Tener el mando provisional? Si lo que deseaba
era el poder y creía poder engañarme diciendo que era algo provisional lo
llevaba claro. Después, Fandral... ¿Qué pintaba con nosotros? Nada. ¿Por el
bien de la orden? Únicamente la perjudicaría. Resoplé guardando la carta bajo
mi almohada al escuchar unos pasos aproximándose. La pierna del pantalón la
llevaba por el muslo, dejando ver sobre la rodilla izquierda la mordedura.
Respiré hondo, necesitaba calmarme, no debía mostrarme alterada ante semejantes
estupideces que acababa de leer.
—¿Me has hecho venir para que te sane?
Tan solo de pensarlo, hasta habría preferido que
Jedern fuera quien me tratara, aunque sus manos acabaran por intentar recorrer
un camino que no debían. Me acomodé en la cama y le hice saber que prefería
evitar tonterías, aunque habría agradecido enormemente una pequeña ayuda para
aguantar el escozor y el picor junto al dolor punzante que sentía al caminar.
—¿Cuánto hace que quieres estar por encima de
mí, desde la creación de la orden o desde tu regreso de Rasganorte? —fui
directa al grano.
—Desde que me enteré de que iba a tener a alguien
a mi altura —contestó impasible junto a los pies de mi lecho.
A aquellas alturas ya ni siquiera esperaba una
respuesta distinta, aunque días o semanas atrás hubiera esperado que fuera así
desde su regreso. Ahora no necesitábamos que él pasara a ser el líder absoluto
para que las cosas fueran bien. Tampoco estábamos metidos en ninguna parte,
aunque me habría encantado contar con los suficientes miembros para retomar
Vallefresno de la Horda. Decidida, me negué a aceptar ningún trato que pudiera
ofrecerme. En primer lugar le hicieron buscarme para que ocupara el mismo rango
que él, para que liderase a los reclutas que tuviéramos a su lado. Después, yo
había hecho mucho más que él desde que había dado a luz a Erglath. Para
terminar, ni él ni Fandral eran nadie para chantajearme.
—¿Qué vas a hacer, Dalria? —preguntó,
esbozando una sarcástica sonrisa en sus labios, los cuales ahora me producían
asco—. ¿Defender Vallefresno junto a Dath'anar? Primero asegúrate de que es
trigo limpio, que juraría que no lo has hecho.
—Haberte negado a compartir el mando.
—Lo vi todo más fácil, Dalria; mucho más fácil.
Y, en un principio, lo fue.
Todo fue fácil para él desde que entré hasta que
parí, únicamente mientras me sentía vulnerable, confusa y perdida. Creyó que
sería maleable y que podría hacer conmigo cuanto quisiera, que podría dominarme
y tenerme comiendo de su mano. Se había equivocado. Él seguía creyéndolo así y
yo ya me había cansado. Me puse de pie, reprimiendo un gesto de dolor al
levantarme para no darle el placer de verme sufrir aunque fuera de aquel modo.
—Perdí la oportunidad yéndome a Corona de Hielo.
De lo contrario, estoy seguro de que habría conseguido el mando.
Tal vez tuviera razón con aquello, pero si
quería seguir en la orden debería ser a mi lado y la lideraríamos juntos si era
necesario, aunque me hacía la misma gracia que a él, ninguna.
—Me temo que no iremos muy lejos —comentó.
—Si eso crees, la puerta está abierta para que
abandones cuando lo desees.
Nuestra discusión comenzó a girar en torno a
Enthelion, a quien prefería tener a mi lado antes que a él. Preferiría mil
veces poner mi vida en sus manos que en las de Thoribas. Me insistió en que
averiguase más cosas sobre él, dado que Shandris le había arrebatado el cargo
de centinela tras la caída de Nordrassil y lo había recuperado hacía apenas un
año. Si quería más información debía aceptar el trato. Lo cierto es que aquel
asunto me interesaba. Los hombres no solían formar parte del cuerpo de las
Centinelas y Enthelion estaba más que capacitado como para llegar a un rango
elevado. Si le habían expulsado, el motivo debía ser grave.
—Ya puedes regresar a Darnassus para lamer el
suelo que Fandral pisa.
No esperé a que contestara. Me limité a salir de
allí y dirigirme hacia la playa.
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