Al llegar a la playa vi la sombra de Enthelion en el agua, de espaldas a mí. Le observé en silencio durante unos instantes, él ni siquiera se había percatado de mi presencia. Su piel plateada y húmeda había adquirido un hermoso brillo gracias a la luz de la luna que me mantenía ensimismada. Aquella estampa se me antojó deliciosa, perdiendo la vista por cada rincón de su cuerpo, sin recordar siquiera qué había ido a hacer. Sus hombros redondeados, sus músculos, sus largas orejas, su fuerte cuello... Tuve que tomar aire. Tenía claro que me atraía, pero nunca había perdido el norte de aquel modo. Volví en mí misma antes de llamarle, apartando la vista por si al salir del agua estaba desnudo, aunque de reojo pude comprobar que se había metido en el mar con los pantalones puestos. Pude notar cómo las mejillas me ardían y decidí mirar al horizonte.
—Lamento importunarte —dije. La visión de
antes había turbado mi mente y ni siquiera sabía cómo seguir—. Tengo... eh...
Curiosidad por saber algo. ¿Realmente Shandris te expulsó de las Centinelas
tras la caída de Nordrassil?
Ni siquiera supe porqué había vuelto la mirada
hacia él. Me clavó la vista con los ojos entrecerrados, quizá sin saber lo
atractivo que resultaba verle así con el torso desnudo y mojado, con la luz
lunar iluminándole de costado. Atractivo, sin duda, y a la par algo siniestro.
Opté por volver a mirar el horizonte. Cuando me preguntó a qué venía aquella
curiosidad, le confesé que nunca estaba segura de nada de lo que Thoribas
dijera, pero él mismo me lo confirmó.
—Di una orden que no debía dar, en resumidas
cuentas.
No parecía querer hablar más del tema, pero pude
imaginar por dónde iban los tiros y no necesitaba que contara más si él no lo
deseaba. Un escalofrío traído por una repentina brisa me recorrió la espalda.
Aquella mañana había llovido como si no fuera a detenerse jamás y la tormenta
había dejado un aire frío en el ambiente. Pese a que le recomendé entrar de
nuevo en el agua, él prefirió mirarme la pierna.
—Estaré en la posada por si necesitas algo.
Ándate con ojo con Thoribas —le dije a la par que me limpiaba los
pantalones de arena.
—Justo antes de que llegaras me ha dicho
exactamente lo mismo, ahora comprendo el porqué.
Aunque quise saber qué quería de él el druida,
no obtuve respuesta. Simplemente me recomendó no ceder ante él, aunque eso no
formaba parte de mis planes. Fui rápidamente a casa de mi hermana para llevarle
algo con que secarse, pues su toalla estaba ya empapada. Aunque mi intención
era regresar a la posada y descansar, ambos nos dirigimos hacia el hogar de
Nahim donde Enthelion tenía guardadas sus cosas. Pensó que se me podría
infectar la herida y que debía, al menos, desinfectarla.
—No voy a mentirte, escuece —dijo tras
sacar el pequeño frasco de antiséptico y tendérmelo.
Levanté la pierna de mi pantalón y esparcí con
cuidado el desinfectante sobre la herida. Sin percatarme de ello, maldije por
lo bajo en un gruñido. Escocía más de lo que creía. Me lanzó unas vendas que
cogí al vuelo y vendé el mordisco, anudándolas fuertemente para que no se
cayeran al moverme. Una vez hecho, dirigí mi mirada hacia la ventana que había
al lado de la cama, en la cual ahora estaba sentado Enthelion. De alguna forma
u otra siempre había entrado agua por ella cuando Thoribas y yo habíamos estado
en aquel lugar. Fue como si Enthelion leyera mi mente, pues volvió a sacar el
tema del druida y su afán por apoderarse de la orden.
—Destitúyele, el Templo de la Luna estará de tu
parte si conoce sus planes.
—Ya fui y me pidieron que nombrara a otra persona
como colíder.
—Presiónales —insistió.
Puse una mano sobre la suya a modo de
agradecimiento. Era un alivio saber que no era la única que pensaba así sobre
Thoribas. Le haría caso, presionaría.
Mi visita al Templo de la Luna fue breve, pero
el suficiente como para explicarles lo sucedido y para que me dieran permiso
para hacer lo que debía hacerse. Ahora lideraría yo sola a los Centinelas de
Elune y Thoribas había sido degradado a Guardián en lugar de ostentar el rango
de Archidruida dentro de la hermandad. Aproveché la buena noticia para
conseguir una nueva runa y así comunicárselo sin necesidad de verle la cara.
—Tú no tienes el poder de degradarme ni por
asomo, preciosa. Ve buscándote otra tontería para entretenerte.
—Gracias por el calificativo, pero no he sido yo
quien te ha degradado —sonreí, por una
vez satisfecha—. Si no crees en mis palabras, te invito a acudir al
Templo de Elune.
—Maldita zo... No pienso olvidarme de esto,
Dalria —avisó, aunque por su tono parecía más bien una amenaza a la
que no temía lo más mínimo.
En cuanto me reuní de nuevo con Enthelion en
Auberdine me felicitó con una sonrisa. Ahora tan solo esperaba que no quisiera
intentar acostarse conmigo para recuperar su puesto, porque sería muy estúpido
e ingenuo por su parte creer que caería en algo así. Ante tales palabras mi
compañero me preguntó si Thoribas ya había intentado algo parecido conmigo, así
que no tuve más remedio que asentir. Me hallaba incómoda en el lugar y hablando
de aquello con él, por lo que regresé a la posada a la cual hice ir a Thoribas.
Se negó a sanarme cuando me levanté la ropa lo suficiente, pero ahora podía
aprovechar que era su superior y hacer que me obedeciera. No iba a humillarle
ni nada parecido, pero ahora debía mostrarme el respeto que me había negado
desde un principio. No obstante tuve que darle un manotazo cuando apretó
demasiado el vendaje.
—Siempre he estado por encima de ti, Dalria, y
seguiré estándolo —dijo antes de marcharse, seguido de amenazas en las que
decía que me iba a devolver todo aquello.
Iniciamos una discusión por runa en la que no
solo me trató como a una vulgar ramera, sino que me achacó la culpa de la
muerte de mi hijo. Me vi obligada a ir a Rut'theran para acudir a su encuentro.
El viaje de ida y vuelta que tomé valió la pena al verle la cara de sorpresa
cuando no pude contener un buen guantazo. Era consciente de que debí
reprimirme, pero solo Elune sabía lo bien que me había sentado aquel gesto.
Volvía a estar en Auberdine tras mi breve viaje
a Rut'theran y pude al fin tumbarme sobre la cama de la posada. Suspiré
profundamente y recapacité sobre lo que había hecho mientras observaba las
grises y tupidas nubes que cubrían el cielo, anunciando una tormenta que no
tardaría en llegar. La fría brisa hizo que se me erizara el vello de los brazos
y me tapé con la sábana. Mi mano aún guardaba la palpitante sensación de haber
golpeado a Thoribas. Me había dejado llevar por la ira que llevaba acumulando
desde hacía tanto y por el veneno que arrastraban sus palabras. No me dolía
pensar en cómo me había usado, ni siquiera el haber creído que tal vez le había
querido. Por suerte para mí eso no había llegado a suceder, aunque en un pasado
lo creyera. Lo que me dolía era el haber tardado tanto en percatarme de cómo me
había engañado y como había plantado la semilla de la duda en mi interior
respecto a Enthelion. No era alguien pretencioso ni orgulloso, sus modales y
entrenamiento eran más que excelentes por lo poco que había podido ver. Estaba
dispuesto a sacrificar su vida por defender a su pueblo. Tal vez me equivocara
con él, ¿pero a qué se refería el druida con aquello de que no era trigo
limpio? Por la respuesta del centinela imaginaba de qué se trataba. Era algo
que a mí misma me aterraba.
Algo húmedo descendía por mi mejilla y se
deslizaba por mi piel hasta la almohada, empapándola lentamente. No estaba
llorando o, si lo hacía, no era consciente de ello. Abrí los ojos adormecida
mientras me incorporaba. Los primeros rayos de sol se asomaban por el
horizonte, desdibujados por las nubes de tormenta que aún seguían en su sitio.
Una gota cayó sobre mi cabeza y alcé la vista hacia el techo; goteras. Recogí
mis cosas y avisé a la posadera al respecto. No era la única que desalojaba el
lugar, pues tampoco había sido la única en despertarse de aquel modo.
Afortunadamente tenía un lugar al cual acudir, al contrario que otros
visitantes que se habían visto obligados a quedarse en el pueblo. Aunque la
casa de mi hermana se hallaba cerca de la posada, llovía más de lo que parecía
a simple vista y tuve que echar a correr para no empaparme de pies a cabeza,
aunque así es como acabé. La puerta se abrió en cuanto llegué a ella y
Enthelion me hizo pasar rápidamente antes de que me mojara aún más, acercándome
una toalla. Llevaba rato viendo la lluvia caer a través de la ventana, así que
me vio acercarme. Le expliqué lo sucedido con Thoribas mientras me deshacía la
trenza para quitarle la humedad al cabello, sentándome entre varios cojines. No
sabía hacer otra cosa aparte de hundir el dedo en la llaga e ir por temas
personales. Enthelion se sentó al borde de la cama, observándome.
—¿Él es el padre?
Le miré perpleja durante unos instantes, casi
riéndome cuando formuló la pregunta.
—Oh, no, ni hablar. A Thoribas le conocí cuando
ingresé en los Centinelas de Elune y por entonces ya estaba encinta.
Hablamos largo y tendido sobre qué querría hacer
el druida con la orden si lograra hacerse con el poder de la misma y qué papel
jugaría a partir de entonces. Ninguno de los dos sabía ni podía imaginar de qué
sería capaz. Me acompañó a ver cómo se encontraba Ash'andu y allí me separé de
él, pese a que la lluvia no había cesado en ningún momento. Saber que mi
compañero de aventuras se recuperaba, aunque fuera un proceso lento, calmó mi
espíritu. Cuando regresé a casa de Nahim no vi al elfo por ninguna parte.
Cuando pregunté por él a través de la runa, Thoribas fue quien contestó en su
lugar, incordiando.
—¿Se te han ido ya las marcas de la cara o te
han dejado un bonito recuerdo durante un tiempo? —pregunté.
—Se me han ido, puedes despreocuparte.
—No, si no me preocupaba por eso, pero quizá
Fandral sí y tal vez quiera darte unos mimos para que no llores.
Pareció decidir que ya había recibido bastante,
porque no volvió a decir nada más.
Cuando Enthelion regresó me advirtió de que había
visto a un par de miembros de la Horda por la zona y me culpó por haberles
asustado. Bromeé respecto a que temían a una elfa herida.
—Es lo peor que te puedes encontrar —contestó.
—Te equivocas —sonreí—. Lo peor que te puedes
encontrar es a una elfa herida y de mal humor.
—¿Y lo estás?— preguntó mirándome.
—No quieras tenerme delante.
—¿Eres para tanto?
Sonrió mientras me estudiaba con la mirada.
Estaba atento a cada uno de mis movimientos y sus ojos me seguían allá donde
fuera. Quizá fuera el mejor momento para preguntarle por aquello que tan
intrigada me tenía y, aunque no quisiera meterme allí donde no me llamaban,
Thoribas volvía a interrumpir la paz sacando el tema por runa.
—No creo que ganara nada contándotelo,
sinceramente —dijo—. No fue más que un error y sus consecuencias.
Negué con la cabeza, restándole importancia al
asunto. Sentía una gran curiosidad al respecto, pero no era algo de necesidad y
mucho menos iba a insistir. Hablaría cuando tuviera que hacerlo, si es que lo
hacía. Afortunadamente, pese a que intenté cambiar de tema, decidió saciar mis
dudas.
—Tuve una idea, una mala idea, y algunas
centinelas perdieron la vida por ello.
Era lo que sospechaba. Tratándose de una orden
que no debió dar y por lo que acabó siendo expulsado era de lógica que fuera
algo así. La idea de dar una orden y que muriera gente a mi cargo me
aterrorizaba, había llegado a tener pesadillas con aquello.
Las gotas de lluvia dejaron de golpear contra el
techo, anunciando el fin de la tormenta. Agradecí que me ofreciera la cama para
descansar mientras él salía a dar una vuelta, pero prefería quedarme en el
pequeño rincón donde me hallaba y donde siempre me gustaba estar.
—¿Aguantarás dos días sin moverte demasiado?
—sonrió.
Estaba claro que no iba a poder quedarme quieta,
y menos sin poder hacer nada. Debía quedarme sentada o tumbada para mover lo
mínimo posible la pierna. Aquello se me antojaba algo imposible de soportar, ni
siquiera era capaz de leer un libro sin dar algún paseo por el muelle.
—¿Me veré obligado a atarte?
Solté, sin poder evitarlo, una sonora carcajada.
Aquello tampoco me detendría demasiado.
—No sería la primera vez que participo en
batalla en "malas" condiciones —comenté—. Aunque reconozco que la
última vez que lo hice fue una gran estupidez por mi parte.
—¿Herida?
—Encinta —contesté.
Hizo una mueca mientras me miraba, tal vez con
cierta severidad dibujada en sus ojos. Era evidente que él también pensaba que
aquello fue una estupidez. Continuamos una breve charla en la que me preguntó
si le había perdido todo el aprecio a Thoribas. Ni siquiera tuve que pensar
demasiado en la respuesta. Si alguna vez había sentido algún tipo de cariño o
afecto por él, incluso respeto, ya no quedaba ni rastro de ello. Era como una
moneda abandonada en el desierto, sepultada por la arena rápidamente.
Aproveché cuando, poco después, se metió en la
cama para dormir. Me levanté con cuidado y abrí la puerta, echando una ojeada
al exterior. Respiré el frío aire que había dejado la lluvia y el olor de la
hierba mojada me reconfortó. Cuando cerré y volví a mi sitio, me sorprendió oír
su voz.
—¿Has llegado a tu límite?
—Ya hace bastante —confesé.
—Aguantas menos de lo que creía.
Me pareció oír una suave risa, la cual me hizo
sonreír. Destituir a Thoribas me había sentado mejor de lo esperado y una
sensación de tranquilidad inundó mi ser. Por desgracia no sabía que aquello no
duraría demasiado.
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