viernes, octubre 31, 2014

El perfume


El dolor lacerante de la pierna me despertó. Aquello dolía más que el propio mordisco. No logré reprimir un quejido, el cual escapó de mis labios mientras clavaba la mirada en Enthelion esperando no despertarle. Para mi sorpresa estaba sentado en la cama, mirándome.
—Te dije que no te movieras —me reprochó.
Notaba un intenso escozor en los ojos. Debí haber estado llorando, aunque no lograba recordar porqué. Intenté hacer memoria, pero tan solo logré atrapar oscuridad en una densa niebla. Todo estaba borroso, pero mi corazón se encogía de dolor y me inundaba una sensación de vacío. Había soñado con Erglath, no había duda. Aquello hizo que me olvidara por completo del dolor de la pierna, pues no había dolor físico capaz de superar que el que seguía sintiendo por la pérdida de mi hijo. Acongojada, comencé a cambiarme el vendaje. Oía al kaldorei en la lejanía, como si su voz fuera un eco distante del que no podía distinguir ninguna palabra, pese a que estaba de pie a poco más de un metro de mí. Logré captar el nombre de Thoribas, pero aquello no era algo que me interesara y no presté atención hasta que hubo algo que lo hizo. Alcé la mirada para encontrarme con sus plateados ojos.
—Nuestra posición en la guerra de Vallefresno fue filtrada a la Horda.
Le había informado una kaldorei del Templo de la Luna y pronto lo sabría Tristan, el líder del Alba de Plata. Quería informar a una de las órdenes militares al servicio de nuestro pueblo, pero Enthelion me recordó que ya habían dejado claro que no querían arriesgarse.
—Siéntate.
Ni siquiera recordaba haberme levantado o colocado bien la pierna del pantalón, sin ni siquiera haberme vendado todavía. Estábamos en un mal momento, tal vez uno de los peores. Si la Horda decidía arrasar con lo que nos quedaba de Vallefresno siendo conocedores de nuestra situación, era evidente cuan vulnerables éramos, no dudarían en atacar. Por desgracia, no se estaba haciendo absolutamente para impedir su avance. Por si fuera poco, en los Centinelas de Elune sólo estaba Enthelion disponible, ya que yo resultaría ser una carga para él en aquel estado si hubiera una batalla.
Volvió a preguntarme si no iba a hacer nada con la herida de mi pierna, pero aquello podía esperar. Necesitaba pensar.
—¿Puedo decirte lo tozuda que eres cuando no llevas el tabardo, Dalria?
Ignoré su comentario mientras sopesaba otras opciones que no fueran las hermandades que ya nos habían dado la espalda, tanto a nosotros como a su pueblo y a sus aliados. Tenía en mente al Alba de Plata, aunque no me hiciera demasiada gracia. Seguía asombrada. Nadie iba a hacer otra cosa que no fuera quedarse de brazos cruzados ante tal situación. No lograba salir de mi estupor y, dado que no íbamos a partir hacia ninguna parte, decidí ir a la playa a relajarme un poco pese a la insistencia de Enthelion en reposar la pierna.

Me agaché y cogí varias piedras que había entre la arena. Observé el vaivén de las olas mientras lancé la primera, viéndola chocar contra la superficie del agua. Hice lo mismo con las demás, esperando que desaparecieran bajo el suave oleaje para tirar la siguiente. Entretanto, mi mente seguía absorta por lo que había hablado con Enthelion hasta que me distrajo por runa.
Dalria... No quiero ser demasiado pesado, pero no creo que los orcos tengan reparos a la hora de matar a una elfa coja.
Lo peor es que tenía razón. Habiendo divisado a dos miembros de la Horda la noche anterior no era prudente que me quedara sola en la playa. La casa de Nahim estaba en los límites del pueblo con el bosque y no se solía patrullar a menudo por aquella zona, de modo que un arquero bien podía acertar de lleno en mi pecho sin verlo venir. Regresé al hogar, sentándome entre los cojines que tenía dispuestos en mi pequeño rincón. Me remangué el pantalón para aplicarme el antiséptico y cambiarme posteriormente la venda. Me molestaba estirar por completo la pierna, pero sanaría si era paciente y me estaba quieta, cosa que Enthelion no tardó en recordarme. Parecía hablar en serio cuando la noche anterior me comentó lo de atarme para que así me quedase quieta, pero aquello sería como encerrarme en una jaula y perder parte de mi libertad. Enloquecería si debía quedarme inmóvil, reposando y esperando.
—Voy a por algo de cenar, intenta... quedarte quieta —dijo con una sonrisa. Parecía divertirle la situación.

No había sido nada fácil quedarme quieta hasta que volvió con lo prometido, serviola ahumada. Estaba tan buena comparada con lo poco que era capaz de cocinar que ni siquiera respiré. Me levanté con energía acumulada cuando acabé y, cuando volví a sentarme, dejó a mi lado una cuerda. Enthelion sonrió con burla cuando me dijo que le avisara para iniciar mi recuperación. Suspiré mientras le miré acercarse a la puerta, asomando el rostro a través del pequeño espacio que dejó abierto. Su idea era descabellada, pero lo cierto es que era la única forma en que iba a estarme quieta, pues lo único que quería hacer en aquel instante era caminar de un lado a otro de la casa con tal de no permanecer inmóvil, así que accedí bajo la condición de que no dejara entrar a nadie para que no pudiera llevarse una idea equivocada.
—Si te conocen, apuesto a que lo entenderán —dijo socarrón.
—No soy tan tozuda.
Me cogió con delicadeza de una mano tras agacharse a mi lado. Noté la calidez de sus dedos contra mi piel hasta que formuló una pregunta fácilmente malinterpretable.
—¿Por delante o por detrás?
Me quedé en blanco por unos instantes, tenía demasiada tensión acumulada. Finalmente me ató las manos a la espalda, colocando entre ellas y la cuerda una venda para no hacerme daño. Acto seguido sacó una segunda soga de su faltriquera para atarme los pies. Estaba claro que ni iba a poder moverme ni librarme, me conocía mejor de lo que pensaba. Tras bromear respecto a qué necesitaba, le dije que debíamos ponernos en contacto con el Alba de Plata, por lo que se encargaría él de todo. Yo, quisiera o no, no podía hacer nada.

Pasadas unas horas en las que ambos habíamos decidido descansar, Enthelion en la cama y yo entre mis cómodos cojines, los nudillos de alguien llamaron a la puerta. Mi compañero pareció no enterarse, así que desde mi posición pregunté quién era y qué deseaba. La voz de una joven preguntó por un elfo, a quien después se referiría como Enthelion. Dado que no podía levantarme y él estaba dormido, la hice pasar. Al entrar y cerrar la puerta, una kaldorei de tez plateada y cabellos morados se presentó como su hija, ante lo cual me quedé perpleja.
—¿Usted conoce bien a mi padre?
—Algo, ¿por qué? —pregunté inocentemente, sin saber por dónde iban a ir los tiros.
—¿Es normal que... me toque en ciertas zonas y que...? Ya sabe...
Tras hacer gestos con las manos refiriéndose a la entrepierna de Enthelion, comentó llena de timidez que le había hecho esas cosas. Me fue imposible salir de mi asombro. O bien aquella jovencita estaba muy equivocada, o estaba loca... o yo estaba completamente equivocada respecto al hombre al que creía conocer. Aunque la joven que se hallaba frente a mí, Eldaeh, decía ser hija de Enthelion, no terminaba de creérmelo. La estudié con detenimiento, pero no hallé ningún rasgo semejante al de él. Además, me era imposible creer que él le hubiera hecho nada, mucho menos contra su voluntad. Creía conocer bien a mi hombre y no le veía ningún parecido con Ayshlad, era incapaz de imaginármelo acostándose sin más con alguien y desentendiéndose después de lo que pudiera resultar. Las cosas no encajaban. Le pedí amablemente que me ayudara a ponerme en pie, cosa que hizo con una amplia sonrisa. Se ofreció a desatarme, pero me negué a ello; no quería las manos de una extraña cerca de mí más de lo necesario.
—¡¡En pie, centinela, la Horda ataca Auberdine!! —decidí gritar para despertar a Enthelion rápidamente.
Saltó de la cama con rapidez, alcanzando un arma rápidamente mientras miraba a todas partes. Pese a la falsa alarma con la que le había despertado para que espabilara sin demora, parecía sereno. Me preguntaba cómo podía mostrar tal tranquilidad, pues ni sus ojos mostraban ni un ápice de nerviosismo. Cuando los posó sobre su supuesta descendiente, se marchó sin mediar palabra y yo aproveché para intentar deshacerme de ella con lo que fueron pésimas excusas. Sacó un pequeño frasco, lo destapó y se humedeció una de las muñecas con su contenido para después rozar la piel tras sus orejas. El perfume comenzó a inundar la estancia. Era dulce, embriagador, seductor. No pude evitar respirarlo más de lo que deseaba. Impregnó mis fosas nasales y despertó en mi mente pensamientos que raras veces había imaginado. Invitaba a pensar en las cosas más obscenas con las que uno pudiera llegar a fantasear, a abalanzarse sobre la persona más cercana para hacerle el amor de la forma más animal posible. Sin duda se trataba de algún tipo de magia. No, de magia no. Alquimia. Había pócimas que aumentaban tu aguante en batalla, que anulaban tus sentidos o el dolor, que aceleraban la regeneración de tu cuerpo... Aquello no era diferente, pero ideado con fines lujuriosos, no cabía la menor duda.
En aquel momento poco podía pensar con lucidez, pues Eldaeh me lanzó sobre los cojines y se colocó encima de mí. Aquel perfume había cargado la estancia y nublaba mis sentidos, despertando uno que guardaba bien oculto. Sentía la imperiosa necesidad de besar sus finos labios, pero luché contra aquel deseo y contra el deseo de acercarme a Enthelion para dejar que se hiciera dueño de mi cuerpo. Tal vez fuera cosa de Thoribas, quizá el druida había enviado a Eldaeh con a saber qué fines. Thoribas... Pese al odio que nacía en lo más profundo de mi ser cuando volaba entre mis pensamientos, ahora despertaba en mí un sentimiento más primitivo cargado de deseo. Estaba completamente confusa. Aquella no era yo. Era presa del efecto de aquel aroma que desprendía la chiquilla a la que intentaba apartar sin demasiado éxito. El olor había impregnado cada rincón de la casa y sobre nosotros, y por suerte para mí el dolor de la pierna era lo poco que parecía mantener mi cordura.

Eldaeh intentaba convencerme de que me dejara llevar, que sería divertido. Tuvo la mala idea de liberar mis manos y pies, con lo que esta vez pude apartarla. Sin embargo eso no sirvió para que no volviera a mí. Rodamos por el suelo, ella intentando seducirme y yo intentando quitármela de encima. La puerta se abrió y Enthelion apareció, pero se quedó en la puerta. Le grité que me quitara de encima a la muchacha, a la que pese a todo no quería golpear. No me quedaría más remedio que hacerlo si la cosa seguía así. Volví de nuevo la vista hacia mi compañero, que se había quedado en la entrada, devolviéndome la mirada mientras se apoyaba contra la pared. Aquel aroma había hecho mella en sus sentidos.
—¡Enthelion, ayúdame! —rogué—. Debes hacerte con el control, ¡te necesito!
Se dejó caer, con una pierna doblada y la otra estirada. Ahora era físicamente visible cuánto le había afectado aquella fragancia. No pude evitar dirigir la mirada hacia su excitación, así como tampoco pude evitar pensar en diversas formas de complacerle. Su mirada me recorrió por completo y estaba segura de que hasta me había desnudado con ella. De nuevo el dolor que lamía mi pierna volvía a azotarme contra la realidad, y la realidad era que debía zafarme de Eldaeh para llevarme a Enthelion de allí a algún lugar con el suficiente espacio para que ninguno de los dos se acercara al otro. Cada vez me costaba más resistirme. Aunque pedí a mi compañero que reaccionara mientras intentaba deshacerme de la joven, no reaccionaba. Le di un golpe en la nariz con el puño cargado de ira, de modo que pude apartarla cuando se tapó con ambas manos, comprobando si sangraba. En aquel momento me dio igual. Me puse en pie y cogí a Enthelion por debajo de los hombros para obligarle a moverse hasta que logró ponerse en pie por sí mismo.
Preparé rápidamente a Do'anar, mi sable, bajo la atenta y lasciva mirada de mi compañero. Aquel aroma estaba impregnado en su piel y eso únicamente hacía que mi deseo hacia él creciera desmesuradamente. Tuve que controlarme para montar a lomos de mi montura, ayudando al elfo a subir tras de mí. Un barco estaba a punto de zarpar hacia Teldrassil, así que espoleé al animal para que nos llevara raudo al muelle.

Una vez pusimos pie en las raíces del gigantesco árbol que Fandral Corzocelada plantara años atrás, cruzamos el portal de la aldea para que nos llevara a Darnassus y, de allí, iríamos directamente al bosque. Ni el viaje sobre Do'anar ni la brisa que había azotado nuestros rostros en el barco nos había espabilado. Enthelion se había agarrado todo el rato a la silla de montar hasta que salimos a los bosques que se hallaban en la copa de Teldrassil. Noté sus dedos recorriéndome la espalda, hundiendo el rostro en ella mientras me cogía de la cintura. Quise detener la huida en aquel preciso instante para abandonarnos de una vez al efecto que el perfume había tenido en nosotros, pero debía mantenerme serena y continuar.
Llegamos a una de las gigantescas ramas del gran árbol donde bajamos de mi montura y nos miramos durante unos instantes, incómodos. Caminé con cuidado y esquivé los nudos que habían crecido en la rama, sentándome de espaldas a Enthelion. Lo mejor era que estuviéramos separados para no caer en la tentación. La brisa de allí era fría, algo que a ambos nos iría bastante bien en aquel momento. Finalmente oí sus pasos acercándose y no pude evitar ponerme en pie, evitando mirarle directamente.
—Será mejor que vayamos a quitarnos este molesto olor —propuso.
Mi corazón, que por unos segundos se había acelerado, volvía a latir de nuevo con normalidad. Nos dirigimos, esta vez a pie y con Do'anar entre nosotros, hacia la charca de la ciudad. Fui la primera en darse un baño, aunque manteniendo la ropa interior y la camisa. Le observé mientras me frotaba la piel de los brazos. Estaba tumbado sobre la hierba y parecía haberse recuperado un poco. Volvió a mi cabeza aquella imagen en casa de mi hermana de él sentado con la espalda contra la pared, mirándome con deseo. Me sumergí y, tras rezar a Elune para que el olor hubiera desaparecido de mi cuerpo, salí del agua y me tumbé lejos de Enthelion para no oler la fragancia que aún desprendía. Tras vendarme la herida, la cual había vuelto a abrirse, decidí que era hora de marcharme. Do'anar debía descansar tras el movido día que había tenido y yo necesitaba descansar tras aquello.
—Quítate un poco ese olor, irá bien —le dije mientras terminaba de colocarme la ropa.
Si continuaba oliendo de aquel modo, todas las hembras con las que se cruzara se le echarían encima. Como si su físico no fuera suficiente para que algunas féminas se giraran al pasar para echarle una buena mirada, cosa que llegaba incluso a molestarme.

Puse rumbo a nuestra base para tumbarme allí. Cojeaba más que antes, el dolor me estaba matando. Ni siquiera tuve tiempo de ordenar mis pensamientos cuando llegó Enthelion, con el cabello empapado cayendo sobre su espalda. Eldaeh conocía aquel lugar, así que quería quedarse por si la muchacha volvía a aparecer. Aunque estaba convencida de que no sucedería nada si me quedaba, me echó. Tras su insistencia, salí del barracón y me senté fuera, apoyando la espalda contra la pared. No podía dar apenas dos pasos sin resentirme por el dolor. Estaba tan concentrada en soportarlo que no oí al kaldorei acercarse al borde de la plataforma para observar la ciudad.
—¿No piensas largarte o no puedes?
Le miré al oír su voz.
—Me iré en un rato, cuando cese el dolor, pero ahora me es imposible caminar más.
Se acercó a mí y se inclinó, rodeándome la cintura con un brazo sin llegar a tocarme. Esperó con la mirada mi aprobación para que le dejara cogerme en brazos, cosa que hice cuando pasé los míos alrededor de su cuello. Me levantó del suelo con delicadeza, algo que me sorprendió de él, y me llevó hasta la cama del barracón, dejándome en ella con sumo cuidado. Aquella suavidad con la que me había cogido fue algo que no me esperaba de alguien que parecía tan tosco.
—Gracias —pude murmurar mientras sonreía algo incómoda.
—Descansa, y ten la runa a mano. Iré a darme otro baño.
Desapareció de la estancia y, con él, mis últimos pensamientos subidos de temperatura. Ya podía respirar tranquila, sin embargo me era imposible no sentirme avergonzada ante él. Ni su erección ni el modo en que se había sujetado a mí cuando montábamos a lomos de mi sable se me olvidaría en una larga temporada, pero aquel día pude sacar en claro que tenía más fuerza de voluntad de la que creía.


Licencia de Creative Commons

No hay comentarios:

Publicar un comentario