Estaba corriendo por el bosque. Aunque no los
necesitaba, los farolillos iluminaban tenuemente el camino hasta que los
árboles fueron desapareciendo para dar paso a la playa. Me detuve y contemplé
la luz de la luna reflejada sobre el mar en calma. Miré a un lado y a otro. Las
luces de Auberdine titilaban en la lejanía, pero él no estaba allí. Enthelion y
yo habíamos acordado vernos en aquel lugar, hasta que unos fuertes brazos me
rodearon por la espalda. Acaricié su piel mientras olía el aroma que traía
consigo a flores silvestres. Me volví con lentitud y clavé mi mirada en sus
profundos ojos plateados, perdiéndome en ellos. Alzó mi barbilla antes de
acercar sus labios a los míos, rozándolos mientras mi corazón luchaba por
salírseme del pecho. Finalmente los besó. Fue un beso lento, cargado de una
ternura que no había experimentado nunca antes en los más de tres siglos de
vida que tenía. Sin embargo, aunque una mano reposaba en mi barbilla y la otra
acariciaba con el pulgar el final de mi espalda, noté unos cálidos dedos que
descendían por mi vientre con lentitud. Me desperté súbitamente y abrí los ojos
sorprendida al ver a Jedern tumbado a mi lado, con su rostro a escasos
centímetros del mío. Me miró con una sonrisa, complacido por haberme puesto al
fin las manos encima, pero le di un golpe para apartársela. En aquel momento
sentí náuseas y juraría que podría vomitarle encima. Jedern no era más que un
amargo recuerdo de algo que quería tener bajo llave en un oscuro y recóndito
lugar de mi memoria. Me deshice de él y me levanté de la cama con rapidez, sin
poder reprimir el quejido de dolor que aquello me provocó. Aquello pareció
gustarle aún más y, por más que le grité que se marchara, se puso en pie y se
acercó a mí con intención de besarme. No era consciente en aquel momento de qué
le dije, pero logré que se marchara. Volví a tirarme sobre el lecho cuando me
quedé de nuevo a solas, mordiéndome el labio para aguantar el dolor que parecía
devorar lentamente mi pierna. Desde allí miré dos enormes cajas que aguardaban
a un lado del barracón y que habían traído a últimas horas de la noche del día
anterior. No sabía qué iba a hacer. Los había traído Eldaeh. Al parecer le
grité que se largara a Cuenca de Scholazar cuando intenté echarla de casa de mi
hermana y no quería ni pensar de dónde las habría sacado. Una de ellas contenía
armas, la otra... supuse que debía ser para algún burdel de Ventormenta.
Las horas transcurrieron lentamente hasta que
Enthelion al fin apareció, ya avanzada la tarde. Preguntó por mi pierna, la
cual había empeorado. Por suerte para ambos, su supuesta hija no se había
vuelto a acercar a ninguno de los dos y decidí no contarle la visita de Jedern.
Al fin y al cabo le había gritado que la próxima vez que intentara algo
parecido perdería la mano. No quería contárselo a mi compañero. No solo porque
aquello se me antojaba algo vergonzoso, sino que tras lo sucedido el día
anterior era incómodo tenerle cerca. Desde un principio me había parecido
atractivo, guapo, precavido, misterioso... pero en aquel momento deseaba que
sus brazos me sostuvieran contra su pecho. Necesitaba aire, y no solo eso,
necesitaba al menos un par de días lejos de él. De lo contrario, enloquecería
de un momento a otro y no era normal en mí pensar de forma poco racional. ¿O
acaso era normal mi reacción tras haberme expuesto de aquella manera al perfume
que desprendía Eldaeh? Por Elune, ¡necesitaba escapar de allí o me volvería
loca! Recogí mis cosas para dirigirme a Auberdine pese a los ruegos de
Enthelion, pues no le hacía ni pizca de gracia que fuera sola tras haber
divisado a dos Hordas un par de días atrás y sin saber dónde estaba la que se
proclamaba como su descendiente. Cuando le pregunté sobre si realmente era su
hija no supo contestarme.
Cuando creí que finalmente hallaría
tranquilidad, abrí la puerta de la casa de Nahim. El olor embriagador
permanecía allí, concentrado, y me había golpeado con fuerza. Me cubrí la nariz
con el cuello de la camisa para entrar y abrir las ventanas. Cogí el
antiséptico antes de salir de allí lo antes posible, dejando que se ventilara
para poder volver más adelante. Usando nuestro comunicador avisé a Enthelion
para que no se acercara. No me quedaba otro remedio que regresar a la ciudad y
quedarme en mi casa, así que puse rumbo de nuevo hacia Teldrassil. Durante el
viaje en barco pensé en el sueño que había tenido antes de que Jedern me
despertara. Con solo recordarlo me envolvía de nuevo aquella sensación de
bienestar, de paz y de cariño. ¿Era así como se sentía alguien que era querido
por la otra persona? Dejé que aquella sensación se apoderase de mí. Era
agradable, aunque en el fondo sabía que era algo que mi mente había creado y no
sabía porqué siquiera. Al divisar la costa en el horizonte decidí dejar
apartado aquel extraño sueño, dirigiéndome hacia la charca a la que
acostumbraba ir en cuanto puse pie en tierra. Necesitaba deshacerme de la
sensación que había dejado en mí el haber abierto la puerta del hogar de mi
hermana. Cuando salí del agua y me vestí, los pasos de unas pisadas que conocía
muy bien se acercaron para sentarse a mi lado.
—Aún lo llevas impregnado —comentó
Enthelion.
¿Cómo era aquello posible y cuántas veces debía
bañarme para que aquel olor desapareciera? Me separé un poco de él, solo por
precaución. Más que por la mía, por la suya. Ante mi reacción me aseguró que
podría contenerse y que me pararía si yo no podía hacerlo. Lo poco que había
podido oler al visitar Auberdine para alejarme de él me había afectado, pero no
de la forma en que lo había hecho el día anterior. Aquello me incomodó aún más,
de modo que cambié de tema. Debíamos deshacernos del peculiar cargamento que
teníamos bajo nuestro poder.
—¿De verdad has pedido un cargamento de eso para
la orden? No sé en qué podemos utilizarlo —dijo entre risas, un sonido más
que agradable para mis oídos.
—Tal vez a Thoribas le guste uno como regalo.
Puede que Fandral y él puedan usar alguno.
Pude ver cómo Enthelion cerraba los ojos con fuerza,
con la sonrisa habiendo desaparecido de sus labios mientras me pedía que me
callara. Contuve la risa. Sabía perfectamente qué había pasado por su mente y
no quería pensar en ello también para evitar la imagen mental de la escena. La
casa de mi hermana debía haberse ventilado ya, así que volvería a Auberdine
para recuperarme de la herida de una vez. Un par de días alejada de él me
vendrían bien, sobre todo para aclararme la cabeza. Jedern, por poco que me
gustara la idea, me esperaría en el muelle para ayudarme en la recuperación.
Cuando decidí que era hora de partir hacia Costa Oscura, monté a lomos de mi
sable de hielo moteado. Enthelion se acercó a mí y acarició el pelaje de mi
montura mientras me miraba. Esta vez pude vislumbrar algo extraño en sus ojos,
algo que no supe interpretar.
—Marcha con cuidado, Dalria.
Le dio una pequeña palmada al animal en el
costado cerca de mi rodilla antes de apartar la mano. Le miré unos instantes
antes de dirigirme hacia Costa Oscura, sin saber qué me esperaría allí.
El sueño que había tenido hacía unas noches me
quitaba ahora la somnolencia. Ojalá supiera qué significaba aquello, pero era
incapaz de comprenderlo. Podía ser a causa del perfume que Eldaeh había usado
para aturdirnos, no aceptaba otra explicación que no fuera esa. La tranquilidad
de Darnassus, adonde había regresado tras un par de días de descanso, tampoco
ayudaba a despejar mi mente pensando en otros asuntos, sólo había uno que me
preocupaba. Llevaba días sin tener noticia alguna de Thoribas y aquello me
intranquilizaba tanto como cruzarme con Enthelion. Necesitaba saber dónde
estaba, y gracias a Elune tenía una forma rápida de saberlo sin tener que
vernos en persona.
—Qué oportuna —contestó mediante el
comunicador—. Estaba pensando en ti en este mismo instante.
Oír su voz despertaba en mí una rabia que nunca
antes había sentido. Decía tener una oferta para mí, pero estaba segura de que
se trataba de un chantaje. ¿Un trato en el que yo saliera ganando algo de
alguna forma? Aquello era impensable.
—¿Chantaje? Yo no hago esas cosas. Es una
oferta, querida. Será... interesante, y apuesto a que no podrás rechazarla.
Apuesto a que morirías antes de hacerlo.
—Estaré impaciente por escucharla —contesté
secamente.
—Vete pensando en el cargo que te gustaría
ocupar y que tu centinela vaya entrenándose como mayordomo. Me haréis falta.
Era predecible que metería a Enthelion en medio
y aquello me gustaba aún menos. Yo le había destituido, era conmigo con quien
debía pagar su enfado. Peor aún, tendría que esperar algún tiempo para escuchar
su gran "oferta". Aunque solía mantener la calma y la tranquilidad en
la mayoría de casos, Thoribas lograba desquiciarme en cuestión de segundos. Las
vistas de la ciudad desde el barracón solían apaciguar el odio que el druida
despertaba en mi fuero interno, pero no lo hicieron en aquel momento. Por si no
fuera suficiente, Jedern venía directo hacia mi posición. No me había visto,
con lo que pude ir a la parte trasera del barracón, encaramarme a un árbol y
bajar por él. Últimamente Jedern venía a menudo y se había tomado bastantes
confianzas, más de las que le había permitido en ningún momento. Me dirigí a la
zona de entrenamiento, la cual afortunadamente ahora estaba libre. Me acerqué a
uno de los muñecos de entrenamiento y comencé a descargar la ira contra la
madera. Pronto noté como la piel de mis nudillos se resentía por el dolor, pero
aquello era casi terapéutico para mi interior.
—Vas a hacerte daño como sigas arreándole así.
La voz de Enthelion hizo que me detuviera tras
terminar de descargar mi rabia. Me cogió de las manos para limpiarme los
nudillos ensangrentados y vendarlos mientras hablábamos sobre nuestra estancada
situación. Había perdido toda esperanza en la orden. Sin efectivos no podíamos
hacer nada, y lo peor era saber que tampoco éramos los únicos que se
encontraban en tal situación aunque contaran con gente entre sus filas. No me
gustaba que la gente perdiera la esperanza cuando siempre podía haber algo, y
mucho menos él.
Cuando nos separamos me dediqué a pasar la noche
entera dando vueltas por la ciudad, recreándome con la naturaleza que crecía
entre los edificios y ascendía por sus paredes. Jedern había estado rondando mi
casa y el barracón las noches anteriores y no tenía ningunas ganas de hablar
siquiera con él. Lograba sacarme de mis casillas al igual que Thoribas. Justo
cuando me acercaba a nuestra base Enthelion me avisó por runa de que estaba
allí, y agradecí que me recordase que debía entrevistar a un recluta. No me
había olvidado de él. Había quedado en el Enclave con él en un rato, así que me
dirigí hacia el lugar para esperarle. Para mi sorpresa el nuevo recluta, que se
hacía llamar Mikh, ya estaba allí y se dedicaba a fumar un puro mientras
esperaba. Respondió a todas mis preguntas con expresiones más propias del
pueblo humano que del nuestro, era casi un par de siglos mayor que yo y estaba
bien entrenado. Algunas cicatrices adornaban su piel, signo de que había
participado en batalla —y esperaba que no fuera porque le hubieran echado del
Cerdo Borracho, taberna ventormentina a la que mucha gente acudía a beber o a
por una moza que les calentara la cama—. Decidí aceptarle, por el momento.
Igual podíamos volver a guiarle por el camino de Elune mientras prestaba su
espada a nuestro pueblo.
Al despedirme de él, me dirigí a mi casa para
poder dormir. Cual fue mi sorpresa cuando fue Jedern quien me recibió. Si bien
al principio parecía querer hablar, fue acercándose cada vez más e incluso
tocando lo que no debía. Se marchó al cumplir mi palabra. Le había advertido con
anterioridad que perdería la mano si volvía a tocarme, y así había sido. Se
marchó entre improperios varios con el miembro cortado. Limpié la hoja de mi
espada antes de volver a guardarla en su vaina. Para entonces el sueño ya había
huido de mí y, aunque no fuera así, no me fiaba de que Jedern regresara con
ganas de vengarse de algún modo mientras dormía. Mis pies fueron casi solos
hacia la charca. Allí encontraría la paz y la calma que mi mente y mi ser
necesitaban hallar. Cuando alcé la vista al llegar, Enthelion se encontraba
allí junto al kaldorei que le había arañado la cara semanas antes. Aunque
simplemente estaban hablando, mi instinto me decía que las cosas no iban como
deberían. Enthelion insistía en que me marchara, así que no tuve más remedio que
dar la vuelta... y acercarme sigilosamente cuando estuve a la suficiente
distancia para luego ocultarme tras el tronco de un árbol. Apenas podía verles
u oírles desde mi posición, pero un quejido de Enthelion me hizo salir
corriendo hacia ellos. En cuanto llegué a su ubicación, mi compañero se dolía
en el suelo. El desconocido le había golpeado con su maza y estaba dispuesto a
golpearme a mí. No dudé en interponerme entre él y Enthelion, intentando
impedir así que volviera a golpearle. No llevaba conmigo ningún arma, pensando
que no me haría falta, por lo que solo podía esquivar sus contundentes ataques
esperando el momento ideal para poder derribarle o arrebatarle el arma.
Pensando en cómo podría deshacerme de su maza, aprovechó mi despiste para
hundírmela en el costado derecho. Aunque me mordí el labio para intentar
acallar un grito de dolor, no pude. Tras aturdirme entró velozmente en fase.
Sus brazos y piernas se convirtieron en patas, una cola oscura nació del final
de su espalda y el resto de su cuerpo se transformó en un ágil felino cubierto
de oscuro pelaje. Cargó contra el torso de Enthelion, arañando su piel con las
garras retráctiles. El dolor se apoderó de mí e intenté mantenerme consciente,
pero el golpe había sido demasiado fuerte. Notaba cómo me pesaban los párpados
por más que intentaba tenerlos abiertos. Aunque había ordenado a mi cuerpo
ponerse en pie para ayudar a mi compañero, terminó recostándose sobre la hierba
en contra de mi voluntad. Me faltaba el aire, llevaba faltándome desde que aquel
elfo me había golpeado. Miré a Enthelion, pensando que aquella sería la última
vez que le vería con vida. Las imágenes iban y venían, y de algún modo pude ver
cómo descansaba tras haberse deshecho del desconocido. Suspiré profundamente y
mi vista comenzó a nublarse hasta que todo se volvió negro.
Un pensamiento cruzó raudo mi mente. ¡Enthelion!
Abrí los ojos y me di cuenta de que seguía en el mismo sitio que recordaba por
última vez. Supuse que me había desmayado, pero el golpe que había recibido no
era tanto como las heridas que mi congénere debía haber sufrido tras el ataque
de aquel druida en forma felina. Me incorporé tan rápidamente como mi cuerpo me
lo permitía. Seguía con vida y, lo más importante, consciente. Sus heridas
pintaban bastante graves e imaginé que perdería el conocimiento en cualquier
momento. Debía llevarle cuanto antes al barracón y tratar allí sus heridas,
pedir ayuda a quien fuera. Como pude, e ignorando mi propio dolor físico y el
cansancio que llevaba arrastrando los últimos días, le ayudé a levantarse del
suelo y a caminar. En cuanto pusimos un pie entre los primeros edificios de la
ciudad, un elfo nos detuvo al ver el estado de Enthelion y me ayudó a llevarle
a su casa, bastante cercana.
Era un lugar bastante grande para estar él solo,
provisto de una cama, un par de armarios, una buena mesa... Casi más de lo que
nuestro barracón disponía. Dejó a mi compañero sobre la cama y, mientras él
preparaba el material médico, le quité con cuidado la ropa procurando no
hacerle daño. Aunque Enthelion me aseguraba no haberle hecho daño en ningún
momento, perdió el conocimiento poco antes de que terminara de quitarle la
pechera. Agotada, me senté en el suelo al lado de la cama. El elfo que nos
había ayudado empezó a tratarle, pero me vi incapaz de ayudarle. Había cogido
de la mano a Enthelion sin perder de vista su rostro. Parecía no enterarse de
nada y agradecí que así fuera. Yo, por el contrario, tenía ganas de llorar en
aquel momento. Me hallaba desconcertada. No quería pensar en cómo me sentiría
si algo le pasara, pero no sabía por qué me sentía de aquella manera. Su
entrecejo se frunció, tal vez por el dolor que estaba aguantando. Oí como el
elfo que estaba intentando cerrar sus heridas decía que no tenía buena pinta el
estado en el que se encontraba, y recé a Elune en silencio para que no me
arrebatara la poca luz que me quedaba.
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