miércoles, noviembre 05, 2014

Alma herida


Estaba corriendo por el bosque. Aunque no los necesitaba, los farolillos iluminaban tenuemente el camino hasta que los árboles fueron desapareciendo para dar paso a la playa. Me detuve y contemplé la luz de la luna reflejada sobre el mar en calma. Miré a un lado y a otro. Las luces de Auberdine titilaban en la lejanía, pero él no estaba allí. Enthelion y yo habíamos acordado vernos en aquel lugar, hasta que unos fuertes brazos me rodearon por la espalda. Acaricié su piel mientras olía el aroma que traía consigo a flores silvestres. Me volví con lentitud y clavé mi mirada en sus profundos ojos plateados, perdiéndome en ellos. Alzó mi barbilla antes de acercar sus labios a los míos, rozándolos mientras mi corazón luchaba por salírseme del pecho. Finalmente los besó. Fue un beso lento, cargado de una ternura que no había experimentado nunca antes en los más de tres siglos de vida que tenía. Sin embargo, aunque una mano reposaba en mi barbilla y la otra acariciaba con el pulgar el final de mi espalda, noté unos cálidos dedos que descendían por mi vientre con lentitud. Me desperté súbitamente y abrí los ojos sorprendida al ver a Jedern tumbado a mi lado, con su rostro a escasos centímetros del mío. Me miró con una sonrisa, complacido por haberme puesto al fin las manos encima, pero le di un golpe para apartársela. En aquel momento sentí náuseas y juraría que podría vomitarle encima. Jedern no era más que un amargo recuerdo de algo que quería tener bajo llave en un oscuro y recóndito lugar de mi memoria. Me deshice de él y me levanté de la cama con rapidez, sin poder reprimir el quejido de dolor que aquello me provocó. Aquello pareció gustarle aún más y, por más que le grité que se marchara, se puso en pie y se acercó a mí con intención de besarme. No era consciente en aquel momento de qué le dije, pero logré que se marchara. Volví a tirarme sobre el lecho cuando me quedé de nuevo a solas, mordiéndome el labio para aguantar el dolor que parecía devorar lentamente mi pierna. Desde allí miré dos enormes cajas que aguardaban a un lado del barracón y que habían traído a últimas horas de la noche del día anterior. No sabía qué iba a hacer. Los había traído Eldaeh. Al parecer le grité que se largara a Cuenca de Scholazar cuando intenté echarla de casa de mi hermana y no quería ni pensar de dónde las habría sacado. Una de ellas contenía armas, la otra... supuse que debía ser para algún burdel de Ventormenta.
Las horas transcurrieron lentamente hasta que Enthelion al fin apareció, ya avanzada la tarde. Preguntó por mi pierna, la cual había empeorado. Por suerte para ambos, su supuesta hija no se había vuelto a acercar a ninguno de los dos y decidí no contarle la visita de Jedern. Al fin y al cabo le había gritado que la próxima vez que intentara algo parecido perdería la mano. No quería contárselo a mi compañero. No solo porque aquello se me antojaba algo vergonzoso, sino que tras lo sucedido el día anterior era incómodo tenerle cerca. Desde un principio me había parecido atractivo, guapo, precavido, misterioso... pero en aquel momento deseaba que sus brazos me sostuvieran contra su pecho. Necesitaba aire, y no solo eso, necesitaba al menos un par de días lejos de él. De lo contrario, enloquecería de un momento a otro y no era normal en mí pensar de forma poco racional. ¿O acaso era normal mi reacción tras haberme expuesto de aquella manera al perfume que desprendía Eldaeh? Por Elune, ¡necesitaba escapar de allí o me volvería loca! Recogí mis cosas para dirigirme a Auberdine pese a los ruegos de Enthelion, pues no le hacía ni pizca de gracia que fuera sola tras haber divisado a dos Hordas un par de días atrás y sin saber dónde estaba la que se proclamaba como su descendiente. Cuando le pregunté sobre si realmente era su hija no supo contestarme.

Cuando creí que finalmente hallaría tranquilidad, abrí la puerta de la casa de Nahim. El olor embriagador permanecía allí, concentrado, y me había golpeado con fuerza. Me cubrí la nariz con el cuello de la camisa para entrar y abrir las ventanas. Cogí el antiséptico antes de salir de allí lo antes posible, dejando que se ventilara para poder volver más adelante. Usando nuestro comunicador avisé a Enthelion para que no se acercara. No me quedaba otro remedio que regresar a la ciudad y quedarme en mi casa, así que puse rumbo de nuevo hacia Teldrassil. Durante el viaje en barco pensé en el sueño que había tenido antes de que Jedern me despertara. Con solo recordarlo me envolvía de nuevo aquella sensación de bienestar, de paz y de cariño. ¿Era así como se sentía alguien que era querido por la otra persona? Dejé que aquella sensación se apoderase de mí. Era agradable, aunque en el fondo sabía que era algo que mi mente había creado y no sabía porqué siquiera. Al divisar la costa en el horizonte decidí dejar apartado aquel extraño sueño, dirigiéndome hacia la charca a la que acostumbraba ir en cuanto puse pie en tierra. Necesitaba deshacerme de la sensación que había dejado en mí el haber abierto la puerta del hogar de mi hermana. Cuando salí del agua y me vestí, los pasos de unas pisadas que conocía muy bien se acercaron para sentarse a mi lado.
—Aún lo llevas impregnado —comentó Enthelion.
¿Cómo era aquello posible y cuántas veces debía bañarme para que aquel olor desapareciera? Me separé un poco de él, solo por precaución. Más que por la mía, por la suya. Ante mi reacción me aseguró que podría contenerse y que me pararía si yo no podía hacerlo. Lo poco que había podido oler al visitar Auberdine para alejarme de él me había afectado, pero no de la forma en que lo había hecho el día anterior. Aquello me incomodó aún más, de modo que cambié de tema. Debíamos deshacernos del peculiar cargamento que teníamos bajo nuestro poder.
—¿De verdad has pedido un cargamento de eso para la orden? No sé en qué podemos utilizarlo —dijo entre risas, un sonido más que agradable para mis oídos.
—Tal vez a Thoribas le guste uno como regalo. Puede que Fandral y él puedan usar alguno.
Pude ver cómo Enthelion cerraba los ojos con fuerza, con la sonrisa habiendo desaparecido de sus labios mientras me pedía que me callara. Contuve la risa. Sabía perfectamente qué había pasado por su mente y no quería pensar en ello también para evitar la imagen mental de la escena. La casa de mi hermana debía haberse ventilado ya, así que volvería a Auberdine para recuperarme de la herida de una vez. Un par de días alejada de él me vendrían bien, sobre todo para aclararme la cabeza. Jedern, por poco que me gustara la idea, me esperaría en el muelle para ayudarme en la recuperación. Cuando decidí que era hora de partir hacia Costa Oscura, monté a lomos de mi sable de hielo moteado. Enthelion se acercó a mí y acarició el pelaje de mi montura mientras me miraba. Esta vez pude vislumbrar algo extraño en sus ojos, algo que no supe interpretar.
—Marcha con cuidado, Dalria.
Le dio una pequeña palmada al animal en el costado cerca de mi rodilla antes de apartar la mano. Le miré unos instantes antes de dirigirme hacia Costa Oscura, sin saber qué me esperaría allí.

El sueño que había tenido hacía unas noches me quitaba ahora la somnolencia. Ojalá supiera qué significaba aquello, pero era incapaz de comprenderlo. Podía ser a causa del perfume que Eldaeh había usado para aturdirnos, no aceptaba otra explicación que no fuera esa. La tranquilidad de Darnassus, adonde había regresado tras un par de días de descanso, tampoco ayudaba a despejar mi mente pensando en otros asuntos, sólo había uno que me preocupaba. Llevaba días sin tener noticia alguna de Thoribas y aquello me intranquilizaba tanto como cruzarme con Enthelion. Necesitaba saber dónde estaba, y gracias a Elune tenía una forma rápida de saberlo sin tener que vernos en persona.
Qué oportuna —contestó mediante el comunicador—. Estaba pensando en ti en este mismo instante.
Oír su voz despertaba en mí una rabia que nunca antes había sentido. Decía tener una oferta para mí, pero estaba segura de que se trataba de un chantaje. ¿Un trato en el que yo saliera ganando algo de alguna forma? Aquello era impensable.
¿Chantaje? Yo no hago esas cosas. Es una oferta, querida. Será... interesante, y apuesto a que no podrás rechazarla. Apuesto a que morirías antes de hacerlo.
Estaré impaciente por escucharla —contesté secamente.
Vete pensando en el cargo que te gustaría ocupar y que tu centinela vaya entrenándose como mayordomo. Me haréis falta.
Era predecible que metería a Enthelion en medio y aquello me gustaba aún menos. Yo le había destituido, era conmigo con quien debía pagar su enfado. Peor aún, tendría que esperar algún tiempo para escuchar su gran "oferta". Aunque solía mantener la calma y la tranquilidad en la mayoría de casos, Thoribas lograba desquiciarme en cuestión de segundos. Las vistas de la ciudad desde el barracón solían apaciguar el odio que el druida despertaba en mi fuero interno, pero no lo hicieron en aquel momento. Por si no fuera suficiente, Jedern venía directo hacia mi posición. No me había visto, con lo que pude ir a la parte trasera del barracón, encaramarme a un árbol y bajar por él. Últimamente Jedern venía a menudo y se había tomado bastantes confianzas, más de las que le había permitido en ningún momento. Me dirigí a la zona de entrenamiento, la cual afortunadamente ahora estaba libre. Me acerqué a uno de los muñecos de entrenamiento y comencé a descargar la ira contra la madera. Pronto noté como la piel de mis nudillos se resentía por el dolor, pero aquello era casi terapéutico para mi interior.
—Vas a hacerte daño como sigas arreándole así.
La voz de Enthelion hizo que me detuviera tras terminar de descargar mi rabia. Me cogió de las manos para limpiarme los nudillos ensangrentados y vendarlos mientras hablábamos sobre nuestra estancada situación. Había perdido toda esperanza en la orden. Sin efectivos no podíamos hacer nada, y lo peor era saber que tampoco éramos los únicos que se encontraban en tal situación aunque contaran con gente entre sus filas. No me gustaba que la gente perdiera la esperanza cuando siempre podía haber algo, y mucho menos él.

Cuando nos separamos me dediqué a pasar la noche entera dando vueltas por la ciudad, recreándome con la naturaleza que crecía entre los edificios y ascendía por sus paredes. Jedern había estado rondando mi casa y el barracón las noches anteriores y no tenía ningunas ganas de hablar siquiera con él. Lograba sacarme de mis casillas al igual que Thoribas. Justo cuando me acercaba a nuestra base Enthelion me avisó por runa de que estaba allí, y agradecí que me recordase que debía entrevistar a un recluta. No me había olvidado de él. Había quedado en el Enclave con él en un rato, así que me dirigí hacia el lugar para esperarle. Para mi sorpresa el nuevo recluta, que se hacía llamar Mikh, ya estaba allí y se dedicaba a fumar un puro mientras esperaba. Respondió a todas mis preguntas con expresiones más propias del pueblo humano que del nuestro, era casi un par de siglos mayor que yo y estaba bien entrenado. Algunas cicatrices adornaban su piel, signo de que había participado en batalla —y esperaba que no fuera porque le hubieran echado del Cerdo Borracho, taberna ventormentina a la que mucha gente acudía a beber o a por una moza que les calentara la cama—. Decidí aceptarle, por el momento. Igual podíamos volver a guiarle por el camino de Elune mientras prestaba su espada a nuestro pueblo.
Al despedirme de él, me dirigí a mi casa para poder dormir. Cual fue mi sorpresa cuando fue Jedern quien me recibió. Si bien al principio parecía querer hablar, fue acercándose cada vez más e incluso tocando lo que no debía. Se marchó al cumplir mi palabra. Le había advertido con anterioridad que perdería la mano si volvía a tocarme, y así había sido. Se marchó entre improperios varios con el miembro cortado. Limpié la hoja de mi espada antes de volver a guardarla en su vaina. Para entonces el sueño ya había huido de mí y, aunque no fuera así, no me fiaba de que Jedern regresara con ganas de vengarse de algún modo mientras dormía. Mis pies fueron casi solos hacia la charca. Allí encontraría la paz y la calma que mi mente y mi ser necesitaban hallar. Cuando alcé la vista al llegar, Enthelion se encontraba allí junto al kaldorei que le había arañado la cara semanas antes. Aunque simplemente estaban hablando, mi instinto me decía que las cosas no iban como deberían. Enthelion insistía en que me marchara, así que no tuve más remedio que dar la vuelta... y acercarme sigilosamente cuando estuve a la suficiente distancia para luego ocultarme tras el tronco de un árbol. Apenas podía verles u oírles desde mi posición, pero un quejido de Enthelion me hizo salir corriendo hacia ellos. En cuanto llegué a su ubicación, mi compañero se dolía en el suelo. El desconocido le había golpeado con su maza y estaba dispuesto a golpearme a mí. No dudé en interponerme entre él y Enthelion, intentando impedir así que volviera a golpearle. No llevaba conmigo ningún arma, pensando que no me haría falta, por lo que solo podía esquivar sus contundentes ataques esperando el momento ideal para poder derribarle o arrebatarle el arma. Pensando en cómo podría deshacerme de su maza, aprovechó mi despiste para hundírmela en el costado derecho. Aunque me mordí el labio para intentar acallar un grito de dolor, no pude. Tras aturdirme entró velozmente en fase. Sus brazos y piernas se convirtieron en patas, una cola oscura nació del final de su espalda y el resto de su cuerpo se transformó en un ágil felino cubierto de oscuro pelaje. Cargó contra el torso de Enthelion, arañando su piel con las garras retráctiles. El dolor se apoderó de mí e intenté mantenerme consciente, pero el golpe había sido demasiado fuerte. Notaba cómo me pesaban los párpados por más que intentaba tenerlos abiertos. Aunque había ordenado a mi cuerpo ponerse en pie para ayudar a mi compañero, terminó recostándose sobre la hierba en contra de mi voluntad. Me faltaba el aire, llevaba faltándome desde que aquel elfo me había golpeado. Miré a Enthelion, pensando que aquella sería la última vez que le vería con vida. Las imágenes iban y venían, y de algún modo pude ver cómo descansaba tras haberse deshecho del desconocido. Suspiré profundamente y mi vista comenzó a nublarse hasta que todo se volvió negro.

Un pensamiento cruzó raudo mi mente. ¡Enthelion! Abrí los ojos y me di cuenta de que seguía en el mismo sitio que recordaba por última vez. Supuse que me había desmayado, pero el golpe que había recibido no era tanto como las heridas que mi congénere debía haber sufrido tras el ataque de aquel druida en forma felina. Me incorporé tan rápidamente como mi cuerpo me lo permitía. Seguía con vida y, lo más importante, consciente. Sus heridas pintaban bastante graves e imaginé que perdería el conocimiento en cualquier momento. Debía llevarle cuanto antes al barracón y tratar allí sus heridas, pedir ayuda a quien fuera. Como pude, e ignorando mi propio dolor físico y el cansancio que llevaba arrastrando los últimos días, le ayudé a levantarse del suelo y a caminar. En cuanto pusimos un pie entre los primeros edificios de la ciudad, un elfo nos detuvo al ver el estado de Enthelion y me ayudó a llevarle a su casa, bastante cercana.
Era un lugar bastante grande para estar él solo, provisto de una cama, un par de armarios, una buena mesa... Casi más de lo que nuestro barracón disponía. Dejó a mi compañero sobre la cama y, mientras él preparaba el material médico, le quité con cuidado la ropa procurando no hacerle daño. Aunque Enthelion me aseguraba no haberle hecho daño en ningún momento, perdió el conocimiento poco antes de que terminara de quitarle la pechera. Agotada, me senté en el suelo al lado de la cama. El elfo que nos había ayudado empezó a tratarle, pero me vi incapaz de ayudarle. Había cogido de la mano a Enthelion sin perder de vista su rostro. Parecía no enterarse de nada y agradecí que así fuera. Yo, por el contrario, tenía ganas de llorar en aquel momento. Me hallaba desconcertada. No quería pensar en cómo me sentiría si algo le pasara, pero no sabía por qué me sentía de aquella manera. Su entrecejo se frunció, tal vez por el dolor que estaba aguantando. Oí como el elfo que estaba intentando cerrar sus heridas decía que no tenía buena pinta el estado en el que se encontraba, y recé a Elune en silencio para que no me arrebatara la poca luz que me quedaba.

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