miércoles, noviembre 12, 2014

Paz


El kaldorei que había atendido a Enthelion debía marcharse, así que le agradecí una vez más haberle salvado la vida a mi compañero. Las heridas eran graves, pero aun estando fuera de peligro no podía apartar la vista de él. Me senté en el borde de la cama sin soltar su mano ni un segundo. Yo había tenido suerte con el golpe que me había llevado y no tenía nada roto, pero aun así me dolía el cuerpo entero. Por si fuera poco notaba cómo los párpados me pesaban y luchaban por cerrarse. Lo único que me mantenía despierta era él. Si se despertaba y requería cualquier cosa, quería estar ahí para lo que necesitara. Era extraña la forma en que me sentía. Tenía la necesidad de velar por él, de protegerle, de ser su apoyo si caía... Sin duda debía ser porque él se había convertido en mi apoyo en los últimos meses, porque apenas habíamos pasado días el uno sin el otro y porque haberle tenido que esquivar desde lo sucedido con Eldaeh había acrecentado en mí las ganas de verle. Todos aquellos pensamientos se disiparon cuando el ligero brillo ambarino apareció entre sus párpados al despertar. Intentó incorporarse, pero le puse una mano sobre su desnudo hombro para impedírselo. Parecía estar desubicado, pero nos interrumpió su sanador antes de que pudiera decirle nada para traernos algo de fruta para que comiéramos algo.
—Que repose —dijo antes de volver a marcharse.
Enthelion se hallaba demasiado débil como para moverse, de modo que le acerqué el plato de frutas y lo coloqué sobre la mesilla de madera que se hallaba al lado de la cama. Le hice un resumen de lo sucedido mientras me entretenía acariciándole el cabello. Tras preguntarme cómo estaba, me preguntó qué había sucedido con Jedern. No tenía ganas de tocar aquel tema, ni siquiera quería recordarlo. Lo único que quería en aquel momento era disfrutar de su compañía. Pronunció mi nombre mientras me clavaba la mirada, insistiendo en que le contara todo. Suspiré profundamente.
—Tenía la mano demasiado larga. Eso es todo.
—Y se la rebanaste —murmuró.
Entrecerró ligeramente los ojos, fijándolos en los míos. Aunque esperaba que me echara bronca por haber actuado de aquel modo, no lo hizo. En su lugar me reprochó no haberle avisado para haberse encargado él de Jedern. Cuando me preguntó si había llegado a hacerme algo intenté esquivar la pregunta, soltándole la mano antes de ponerme en pie y cruzarme de brazos, mirando hacia el exterior. Sabía que darle la espalda no serviría para ocultar nada, pues era capaz de leer en mi interior con una facilidad asombrosa. Aquel tema me incomodaba bastante.
—Debiste cortarle el cuello, no la mano, Dalria.
Se disculpó por no haber estado conmigo en aquel momento y decidí volver a su lado. Él no debía disculparse de nada, en cualquier caso debía ser yo quien se disculpase por no haber ido armada y no haberle podido defender mejor.
—Te lo compensaré en Vallefresno, te lo prometo —aseguró.
—Está bien, pero no irás a ninguna parte si no descansas.
Era imposible saber quién de los dos era más tozudo. Se negaba a dormir, pese a que su cuerpo se lo pedía a gritos. Finalmente decidió hacerme caso y accedió a descansar. Me quedé un rato observándole, asegurándome de que sus sueños no eran interrumpidos por nada ni nadie, pero la fatiga se apoderó de mí también. Decidí sentarme en uno de los bancos que rodeaban la mesa, apoyar los brazos sobre la misma y ocultar en ellos el rostro. Era consciente de que aquella no era la mejor postura para dormir, mucho menos con lo que me dolía el cuerpo, pero no pensaba dejarle solo. Debía velar por él.

Antes de abrir los ojos ya pude notar que mi cuello y mi espalda gritaban de aflicción. Cuando miré hacia la cama Enthelion no estaba. Tampoco nadie respondía a mi llamada a través del comunicador, y era extraño que incluso Thoribas no contestara aunque fuera para molestarme. Decidí comer algo tras hacer la cama mientras esperaba a su regreso o al del extraño kaldorei que nos había brindado su ayuda. Por la posición del sol entre los árboles, o lo poco que éstos me dejaban ver, era primera hora de la tarde. Mikh, el nuevo recluta, apareció poco después. Hablamos largo y tendido sobre él, algo que no pareció molestarle, al contrario que a mí su hábito de fumarse un puro tras otro. Desde que nuestro pueblo se había unido a la Alianza, había aprendido las costumbres humanas y casi parecía preferir más vivir entre ellos y en sus ciudades que como un kaldorei más. Su lenguaje me parecía de lo más singular, indudablemente mezclando algunos términos de la lengua común en nuestra conversación en darnassiano. Por fin, y gracias a Elune, Enthelion regresó. Casi parecía estar respondiendo a mis silenciosas súplicas para que Mikh, quien había resultado ser un egocéntrico narcisista, dejara de hablar tanto de sí mismo.
—Por hoy me retiro. Debéis reposar, los dos —dijo el guerrero mientras se levantaba del banco de piedra. —Sael'ah.
—¿Le haces más caso que a mí? —preguntó Enthelion con una pequeña sonrisa cuando Mikh se humo marchado.
No pude evitar devolverle la sonrisa, aunque si reposaba era para no escucharle. Le mostré una misiva de una nueva recluta a la que entrevistaría al día siguiente y la cual había recogido momentos antes de cruzarme con Mikh. Se disculpó por haber sido tan pesimista, así que no dudé en aprovechar la ocasión.
—¿Podrías recordarme tus palabras, por favor?
Qué casualidad que se le hubieran olvidado en aquel instante. Ambos reímos, pero no dudé en acompañarle al lecho para que descansara. Mientras él reposaba yo debía ir al Templo de la Luna para hablar con quienes enviaron a Thoribas a buscarme por primera vez.
Tenía una extraña sensación y, poco después de inclinarme con gracilidad ante ellas tras llegar, me preguntaron si había ido a buscar información respecto al druida. Se había marchado en dirección al Bosque del Ocaso, en tierras humanas, y su vínculo con el Templo de la Luna se había roto definitivamente. Decidí en aquel momento, y en secreto, expulsarle de los Centinelas de Elune. Aquello no me gustaba nada y no quería que nuestra orden se viera afectada por su comportamiento. Por suerte para mí el Templo envió en mi nombre a un par de centinelas para averiguar qué tramaba Thoribas. Aquello no era algo habitual, pero conocían el número de integrantes de la hermandad y nuestro estado físico actual después de que les explicara que no podía enviar a nadie. Regresé rauda al lugar en el que se hallaba Enthelion y le puse al día antes de dirigirme hacia Fandral. No iba a ser una audiencia fácil, pero Thoribas había pasado a quedar a cargo del Archidruida Corzocelada.

El camino hasta el Archidruida no era fácil, todo eran negativas cuando decía que debía verle con urgencia, pero supe apañármelas para tener una audiencia con él. Me recibió de modo descortés a las puertas de su estancia, en lo alto de un árbol. Su condición física era excelente, debía admitirlo, pero sus ojos me miraron con desconfianza. Le hice unas cuantas preguntas respecto a Thoribas: cuánto hacía que estaba bajo su mando, porqué no se me había notificado nada y qué hacía en Bosque del Ocaso. Sus respuestas fueron escuetas pero esclarecedoras. Fandral creía que Thoribas había perdido la cabeza y que, hiciera lo que hiciese, no estaba ligado a él. Antes de partir, el que una vez fuera el líder de los Centinelas de Elune le había pedido que le mandara un escolta hasta el Paso de la Muerte.
—No sé qué pretende, pero aléjate de él. Lo mejor será que esperes nuevas noticias y que actúes con prudencia.
Me incliné ante él a modo de agradecimiento y despedida antes de volver junto a Enthelion. Le puse al corriente de lo hablado en el Templo y con el Archidruida. Me pidió que tuviera cuidado, pero yo no lo veía así. Era Thoribas quien debía andarse con ojo, no yo.
—Hazme caso —murmuró—. Él tiene poco que perder y mucho que ganar.
Iba a ir, estaba decidido. No importaba si él lo veía bien o no. Mi plan era ir donde estuviera el druida, fingiendo necesitarle y que, de paso, expusiera su oferta. En un pequeño descuido podría acabar muerto, y poco me importaba que llevara escolta. A Enthelion, por supuesto, no le hacía ninguna gracia. Saqué nuestro comunicador para comunicarle a Thoribas mis planes de ir allí donde se encontrase. Parecía complacido con aquello y me citó en las cercanías de Karazhan, el antiguo castillo situado en El Paso de la Muerte. Era un lugar bastante tétrico y solitario, perfecto para que me tendiera una emboscada o trampa, pero aun así acepté. Enthelion, por su parte, intentó hacerme cambiar de idea.
—Va a jugártela —musitó, cogiéndome de la mano—.Ya te he dado mi opinión, Dalria; no vayas.
Desearía besarle en la frente y asegurarle que todo iba a salir bien, pero no era un gesto que me permitiera a mí misma mientras llevara, como era el caso, el tabardo de la orden. Sin embargo, apreté ligeramente su mano, intentando darle así algo de confianza.
En unos días estaré ahí, Thor —contesté al druida—. Te quiero.
Guardé la runa. Debía prepararme para el viaje y así zanjar de una vez toda aquella locura con Thoribas. Enthelion parecía más descontento aún, aunque no sabía si era por mi decisión de acudir a aquel lugar o por la forma en que me había despedido del druida. Él, por su parte, me aseguró que iba a descansar.

Tenía por delante un viaje que se me antojaba largo y no tenía ningunas ganas de dejar solo a Enthelion. Iba a llevarme conmigo a una escolta, pues no confiaba en Thoribas lo más mínimo. Tenía el corazón en un puño en aquel momento y la sola imagen del lugar del encuentro me producía escalofríos. Antes de partir hacia Karazhan quería asegurarme de que Enthelion reposaba. Además, necesitaba dormir decentemente antes de salir de viaje y debía estar atenta cuando llegara al lugar en el que Thoribas me había citado. Sin embargo aquello no me preocupaba tanto como debiera en aquel instante. Analicé mi conducta mientras velaba por Enthelion. ¿Qué era lo que me sucedía? Me preocupaba estar enamorándome de él. No quería volver a ser engañada, utilizada y herida como ya habían hecho antes. Sabía que esta vez era diferente, que lo que sentía no lo había sentido antes por nadie, pero el miedo al dolor era latente. No quería regalar mi cariño a alguien que después me diera la espalda, quedándose con mi calor, ¿pero estaba realmente contemplando la posibilidad de hacer tal cosa? Mi cabeza daba vueltas y, cuanto más pensaba en ello, más confundida estaba. Unos nudillos golpearon la madera de la pared del barracón, interrumpiendo mis pensamientos. Se trataba de Mikh.
—Saludos, jefa —odiaba que hablara de aquel modo—. Creí que te interesaría saber que el Alba Carmesí parece haberse disuelto o algo por el estilo.
—¿Quién?
Ni sabía quienes eran ni me interesaba aquello en aquel momento. Al darse cuenta de que no le estaba prestando la atención que esperaba recibir decidió marcharse. Aunque mi intención era asegurarme de que reposaba tras el brutal ataque que había recibido el día anterior, creí que lo mejor sería evitarle, así que puse rumbo a la zona de entrenamiento con mi arco y mi carcaj lleno. Al llegar allí me encontré con Deliantha, una centinela con quien había servido anteriormente en algunas patrullas. Su puntería era, sin lugar a dudas, mucho mejor que la mía. Llevaba entrenándose desde que tenía memoria. Me puse a su lado para poder ir comentando con ella cualquier cosa con tal de despejar mi mente. Preparé el arco y disparé la primera flecha, pero esta ni siquiera dio diana.
—Me han informado que Ash'andu ya está casi recuperado y que puedes ir a buscarle cuando quieras —comentó mientras su disparo acertaba de lleno en el centro de la diana.
—Gracias —contesté—. Tengo un viaje pendiente y partiré mañana, no podré llevarla conmigo, ¿te importaría hacerte cargo de él?
Se volvió hacia mí con una sonrisa y negó con la cabeza. Había dejado a Ash'andu con ella en alguna ocasión y sabía que estaría en buenas manos. Por otra parte, se colocó detrás de mí y me corrigió la forma en que cogía el arco.
—Estás demasiado tensa. Deja la mente en blanco, respira hondo antes de soltar la flecha. Vamos, inténtalo de nuevo.
Dejar la mente en blanco habría sido una bendición para mí en aquel instante, pero lo intenté una vez más tras colocar una nueva flecha contra el arco. Tensé la cuerda y respiré hondo, dejando ir el aire poco a poco antes de disparar. El proyectil no acertó en el centro, pero sí que estuvo bastante cerca. Deliantha era de la misma edad que yo, pero no cabía duda que había dedicado su vida entera al entrenamiento. Su forma física era excelente, aunque su cuerpo no mostrase una gran musculación. Era ágil, excelente arquera, acataba las órdenes y siempre estaba dispuesta a entrenar a las novatas. No tardaría mucho en ascender. Ojalá estuviera interesada en ingresar en los Centinelas de Elune, pues la recluta a la que había entrevistado de buena mañana había resultado en ser todo un fiasco.

La noche había teñido el cielo de negro, pero las estrellas y la luna llena adornaban el techo celestial con su luz. No hacía excesivo calor y la brisa era fresca, apetecible. Me dirigí a mi lugar favorito en la ciudad para relajarme, la charca. Allí rezaría a Elune para que velara por mí y la escolta que me acompañaría al día siguiente a Karazhan, pero para mi sorpresa me encontré con Enthelion en el lugar.
—¿Hay alguna novedad respecto a Thoribas? —preguntó cuando me senté a su lado.
No había sabido más del druida desde que el día anterior me citara con él. Aquello cada vez le daba más mala espina, así que volvió a insistir en que no fuera al encuentro. Para cambiar de tema le dije que había otra recluta más interesada en unirse a nosotros, aunque aquello tendría que esperar hasta que regresara.
—Elune nos ha sonreído al fin —murmuró.
—También soy impaciente, pero con el tiempo una aprende a esperar.
—¿Acaso eres más mayor que yo? —preguntó interesado, clavándome la mirada.
A decir verdad era más joven que él, pero en mis casi cuatro siglos de vida había aprendido mucho, sobre todo a esperar. Nuestra conversación volvió a desembocar en Thoribas. Me advirtió que no le subestimara, pues los más estúpidos solían ser los más peligrosos. Quizá tuviera razón y subestimar al druida era algo que no deseaba. Si lo hacía estaba perdida, pero tampoco le veía capaz de hacer nada. Siempre le había gustado hablar de más. Le expuse mi idea de engañar al druida. Seguramente Thoribas pensara que le quería, que el beso que habíamos compartido en Auberdine significaba algo para mí y que estaba dispuesta a acceder a sus peticiones si me permitía estar a su lado y regresaba conmigo a Darnassus. Dudaba que me hiciera daño alguno, y más si caía en mi engaño.
—En cualquier caso no saldré perjudicada.
—¿Quién irá contigo? —quiso saber.
Una centinela se reuniría conmigo a primera hora de la mañana en el puerto de Rut'theran para partir hacia Ventormenta. Enthelion me pidió que fuera prudente y que extremara precauciones. Aunque le gustaría ir conmigo y acompañarme, no estaba en condiciones de ir a ninguna parte. Sus puntos se abrirían al montar en sable y necesitaba descansar.
—Si estás segura, ve, Dalria.
Su rostro delataba la preocupación que intentaba dejar entrever tímidamente en sus palabras. Aunque había expresado su intranquilidad, su mirada había mostrado el miedo que sentía a que me pasara nada. Dirigió de repente la mirada al frente, hacia el agua de la charca, y cambió de tema de conversación al preguntarme dónde vivía Jedern. Imaginé que quería hacerle una visita y, aunque desconocía el fin, accedí a darle la información que me pedía. Se levantó y se dirigió, según él, hacia el barracón para cambiarse el vendaje. En cuanto hubo desaparecido de mi vista, aproveché para darme un baño y relajarme así.

Me había quedado dormida tras salir del agua y vestirme, así que decidí volver a la base para ver cómo se encontraba Enthelion, pero antes de llegar vi a Jedern de espaldas. Me oculté y vi cómo abandonaba el lugar mientras farfullaba algo que no logré oír. En cuanto entré, Enthelion se acababa de sentar en la cama y me miró divertido mientras me decía que estaba hecha toda una mentirosa.
—Lo próximo que le cortaré será la lengua —dije sin poder contenerme.
—Harías bien.
Al ver que él se disponía a descansar, decidí dejarle tranquilo e ir a casa para hacer lo mismo. Había caminado unos pocos metros tras salir de la base de la hermandad cuando me crucé con un malhumorado Jedern, quien me advirtió que "mi amigo" —como llamaba a Enthelion— tenía la mano muy larga. Me reprochó haberle dicho nada a nadie, advirtiéndome que lo que pasaba entre él y yo se quedaba entre nosotros. Ni siquiera sabía que hubiera un "nosotros" y mi paciencia estaba llegando a su límite. Por el olor que despedía su aliento había estado bebiendo. Intentó abofetearme, pero el alcohol había hecho que sus movimientos se volvieran demasiado lentos. No tuve problema en esquivarle, lo cual le enfureció hasta el punto de gritarme que aquella noche iba a colarse en mi casa. No tenía ganas de averiguar si era cierto o no lo que decía, así que regresé al barracón.
Cuando llegué a mi compañero se le habían abierto un par de puntos. Le ayudé a quitarse la camisa y a tumbarse de nuevo sobre la cama. Nunca había cosido a nadie, pero por si acaso no se lo dije. Guardábamos todo tipo de instrumental médico en un armario cercano a la cama, así que cogí hilo y aguja para empezar con la labor. Emitió varios quejidos, por lo que intenté calmarle con alguna broma. Aquello no se me daba nada bien. Por suerte para nosotros, y como respuesta a mis silenciosas súplicas, el elfo que nos había ayudado tras el ataque apareció para ver cómo iba Enthelion. Al ver los puntos que le había cosido, cortó el hilo y se dispuso a hacer el trabajo bien hecho.
—No había cosido antes a nadie, lo siento.
Aquello no pareció tranquilizar a mi compañero, quien me miraba con preocupación. Seguramente de haberlo sabido antes no habría confiado en mí como había hecho. Hasta aquel momento sólo había cosido cuero en toda mi vida, así que mi experiencia tratando heridas era nula. Todo lo que había hecho siempre se basaba en desinfectar y vendar. Tras una pequeña charla bastante insustancial con el sanador, éste decidió que era hora de regresar a su hogar.
—¿Realmente pensabas acompañarme con los puntos abiertos?
—Iban a acabar abriéndose —contestó mientras se recostaba de nuevo en la cama tras haberse incorporado para ponerse la camisa.
Le ordené reposar en mi ausencia. Le hacía falta, sobre todo si no quería que se le volvieran a abrir o seguir quejándose con cada movimiento que hacía. Entretanto me dispuse a dormir en un pequeño rincón de nuestra base hasta que los primeros rayos de luz me despertasen. Sería entonces cuando me prepararía para ir a Rut'theran y, de allí, hacia mi destino en el Paso de la Muerte.


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