El kaldorei que había atendido a Enthelion debía marcharse, así que le agradecí una vez más haberle salvado la vida a mi compañero. Las heridas eran graves, pero aun estando fuera de peligro no podía apartar la vista de él. Me senté en el borde de la cama sin soltar su mano ni un segundo. Yo había tenido suerte con el golpe que me había llevado y no tenía nada roto, pero aun así me dolía el cuerpo entero. Por si fuera poco notaba cómo los párpados me pesaban y luchaban por cerrarse. Lo único que me mantenía despierta era él. Si se despertaba y requería cualquier cosa, quería estar ahí para lo que necesitara. Era extraña la forma en que me sentía. Tenía la necesidad de velar por él, de protegerle, de ser su apoyo si caía... Sin duda debía ser porque él se había convertido en mi apoyo en los últimos meses, porque apenas habíamos pasado días el uno sin el otro y porque haberle tenido que esquivar desde lo sucedido con Eldaeh había acrecentado en mí las ganas de verle. Todos aquellos pensamientos se disiparon cuando el ligero brillo ambarino apareció entre sus párpados al despertar. Intentó incorporarse, pero le puse una mano sobre su desnudo hombro para impedírselo. Parecía estar desubicado, pero nos interrumpió su sanador antes de que pudiera decirle nada para traernos algo de fruta para que comiéramos algo.
—Que repose —dijo antes de volver a
marcharse.
Enthelion se hallaba demasiado débil como para
moverse, de modo que le acerqué el plato de frutas y lo coloqué sobre la
mesilla de madera que se hallaba al lado de la cama. Le hice un resumen de lo
sucedido mientras me entretenía acariciándole el cabello. Tras preguntarme cómo
estaba, me preguntó qué había sucedido con Jedern. No tenía ganas de tocar
aquel tema, ni siquiera quería recordarlo. Lo único que quería en aquel momento
era disfrutar de su compañía. Pronunció mi nombre mientras me clavaba la
mirada, insistiendo en que le contara todo. Suspiré profundamente.
—Tenía la mano demasiado larga. Eso es todo.
—Y se la rebanaste —murmuró.
Entrecerró ligeramente los ojos, fijándolos en
los míos. Aunque esperaba que me echara bronca por haber actuado de aquel modo,
no lo hizo. En su lugar me reprochó no haberle avisado para haberse encargado
él de Jedern. Cuando me preguntó si había llegado a hacerme algo intenté
esquivar la pregunta, soltándole la mano antes de ponerme en pie y cruzarme de
brazos, mirando hacia el exterior. Sabía que darle la espalda no serviría para
ocultar nada, pues era capaz de leer en mi interior con una facilidad
asombrosa. Aquel tema me incomodaba bastante.
—Debiste cortarle el cuello, no la mano, Dalria.
Se disculpó por no haber estado conmigo en aquel
momento y decidí volver a su lado. Él no debía disculparse de nada, en
cualquier caso debía ser yo quien se disculpase por no haber ido armada y no
haberle podido defender mejor.
—Te lo compensaré en Vallefresno, te lo prometo
—aseguró.
—Está bien, pero no irás a ninguna parte si no
descansas.
Era imposible saber quién de los dos era más
tozudo. Se negaba a dormir, pese a que su cuerpo se lo pedía a gritos.
Finalmente decidió hacerme caso y accedió a descansar. Me quedé un rato
observándole, asegurándome de que sus sueños no eran interrumpidos por nada ni
nadie, pero la fatiga se apoderó de mí también. Decidí sentarme en uno de los
bancos que rodeaban la mesa, apoyar los brazos sobre la misma y ocultar en
ellos el rostro. Era consciente de que aquella no era la mejor postura para
dormir, mucho menos con lo que me dolía el cuerpo, pero no pensaba dejarle
solo. Debía velar por él.
Antes de abrir los ojos ya pude notar que mi
cuello y mi espalda gritaban de aflicción. Cuando miré hacia la cama Enthelion
no estaba. Tampoco nadie respondía a mi llamada a través del comunicador, y era
extraño que incluso Thoribas no contestara aunque fuera para molestarme. Decidí
comer algo tras hacer la cama mientras esperaba a su regreso o al del extraño
kaldorei que nos había brindado su ayuda. Por la posición del sol entre los
árboles, o lo poco que éstos me dejaban ver, era primera hora de la tarde.
Mikh, el nuevo recluta, apareció poco después. Hablamos largo y tendido sobre
él, algo que no pareció molestarle, al contrario que a mí su hábito de fumarse
un puro tras otro. Desde que nuestro pueblo se había unido a la Alianza, había
aprendido las costumbres humanas y casi parecía preferir más vivir entre ellos
y en sus ciudades que como un kaldorei más. Su lenguaje me parecía de lo más
singular, indudablemente mezclando algunos términos de la lengua común en
nuestra conversación en darnassiano. Por fin, y gracias a Elune, Enthelion
regresó. Casi parecía estar respondiendo a mis silenciosas súplicas para que
Mikh, quien había resultado ser un egocéntrico narcisista, dejara de hablar
tanto de sí mismo.
—Por hoy me retiro. Debéis reposar, los dos
—dijo el guerrero mientras se levantaba del banco de piedra. —Sael'ah.
—¿Le haces más caso que a mí? —preguntó
Enthelion con una pequeña sonrisa cuando Mikh se humo marchado.
No pude evitar devolverle la sonrisa, aunque si
reposaba era para no escucharle. Le mostré una misiva de una nueva recluta a la
que entrevistaría al día siguiente y la cual había recogido momentos antes de
cruzarme con Mikh. Se disculpó por haber sido tan pesimista, así que no dudé en
aprovechar la ocasión.
—¿Podrías recordarme tus palabras, por favor?
Qué casualidad que se le hubieran olvidado en
aquel instante. Ambos reímos, pero no dudé en acompañarle al lecho para que
descansara. Mientras él reposaba yo debía ir al Templo de la Luna para hablar
con quienes enviaron a Thoribas a buscarme por primera vez.
Tenía una extraña sensación y, poco después de
inclinarme con gracilidad ante ellas tras llegar, me preguntaron si había ido a
buscar información respecto al druida. Se había marchado en dirección al Bosque
del Ocaso, en tierras humanas, y su vínculo con el Templo de la Luna se había
roto definitivamente. Decidí en aquel momento, y en secreto, expulsarle de los
Centinelas de Elune. Aquello no me gustaba nada y no quería que nuestra orden
se viera afectada por su comportamiento. Por suerte para mí el Templo envió en
mi nombre a un par de centinelas para averiguar qué tramaba Thoribas. Aquello
no era algo habitual, pero conocían el número de integrantes de la hermandad y
nuestro estado físico actual después de que les explicara que no podía enviar a
nadie. Regresé rauda al lugar en el que se hallaba Enthelion y le puse al día
antes de dirigirme hacia Fandral. No iba a ser una audiencia fácil, pero
Thoribas había pasado a quedar a cargo del Archidruida Corzocelada.
El camino hasta el Archidruida no era fácil,
todo eran negativas cuando decía que debía verle con urgencia, pero supe
apañármelas para tener una audiencia con él. Me recibió de modo descortés a las
puertas de su estancia, en lo alto de un árbol. Su condición física era
excelente, debía admitirlo, pero sus ojos me miraron con desconfianza. Le hice
unas cuantas preguntas respecto a Thoribas: cuánto hacía que estaba bajo su
mando, porqué no se me había notificado nada y qué hacía en Bosque del Ocaso.
Sus respuestas fueron escuetas pero esclarecedoras. Fandral creía que Thoribas
había perdido la cabeza y que, hiciera lo que hiciese, no estaba ligado a él.
Antes de partir, el que una vez fuera el líder de los Centinelas de Elune le
había pedido que le mandara un escolta hasta el Paso de la Muerte.
—No sé qué pretende, pero aléjate de él. Lo
mejor será que esperes nuevas noticias y que actúes con prudencia.
Me incliné ante él a modo de agradecimiento y
despedida antes de volver junto a Enthelion. Le puse al corriente de lo hablado
en el Templo y con el Archidruida. Me pidió que tuviera cuidado, pero yo no lo
veía así. Era Thoribas quien debía andarse con ojo, no yo.
—Hazme caso —murmuró—. Él tiene poco que perder
y mucho que ganar.
Iba a ir, estaba decidido. No importaba si él lo
veía bien o no. Mi plan era ir donde estuviera el druida, fingiendo necesitarle
y que, de paso, expusiera su oferta. En un pequeño descuido podría acabar
muerto, y poco me importaba que llevara escolta. A Enthelion, por supuesto, no
le hacía ninguna gracia. Saqué nuestro comunicador para comunicarle a Thoribas
mis planes de ir allí donde se encontrase. Parecía complacido con aquello y me
citó en las cercanías de Karazhan, el antiguo castillo situado en El Paso de la
Muerte. Era un lugar bastante tétrico y solitario, perfecto para que me
tendiera una emboscada o trampa, pero aun así acepté. Enthelion, por su parte,
intentó hacerme cambiar de idea.
—Va a jugártela —musitó, cogiéndome de la mano—.Ya
te he dado mi opinión, Dalria; no vayas.
Desearía besarle en la frente y asegurarle que
todo iba a salir bien, pero no era un gesto que me permitiera a mí misma
mientras llevara, como era el caso, el tabardo de la orden. Sin embargo, apreté
ligeramente su mano, intentando darle así algo de confianza.
—En unos días estaré ahí, Thor —contesté
al druida—. Te quiero.
Guardé la runa. Debía prepararme para el viaje y
así zanjar de una vez toda aquella locura con Thoribas. Enthelion parecía más
descontento aún, aunque no sabía si era por mi decisión de acudir a aquel lugar
o por la forma en que me había despedido del druida. Él, por su parte, me
aseguró que iba a descansar.
Tenía por delante un viaje que se me antojaba
largo y no tenía ningunas ganas de dejar solo a Enthelion. Iba a llevarme
conmigo a una escolta, pues no confiaba en Thoribas lo más mínimo. Tenía el
corazón en un puño en aquel momento y la sola imagen del lugar del encuentro me
producía escalofríos. Antes de partir hacia Karazhan quería asegurarme de que
Enthelion reposaba. Además, necesitaba dormir decentemente antes de salir de
viaje y debía estar atenta cuando llegara al lugar en el que Thoribas me había
citado. Sin embargo aquello no me preocupaba tanto como debiera en aquel
instante. Analicé mi conducta mientras velaba por Enthelion. ¿Qué era lo que me
sucedía? Me preocupaba estar enamorándome de él. No quería volver a ser
engañada, utilizada y herida como ya habían hecho antes. Sabía que esta vez era
diferente, que lo que sentía no lo había sentido antes por nadie, pero el miedo
al dolor era latente. No quería regalar mi cariño a alguien que después me
diera la espalda, quedándose con mi calor, ¿pero estaba realmente contemplando
la posibilidad de hacer tal cosa? Mi cabeza daba vueltas y, cuanto más pensaba
en ello, más confundida estaba. Unos nudillos golpearon la madera de la pared
del barracón, interrumpiendo mis pensamientos. Se trataba de Mikh.
—Saludos, jefa —odiaba que hablara de aquel
modo—. Creí que te interesaría saber que el Alba Carmesí parece haberse
disuelto o algo por el estilo.
—¿Quién?
Ni sabía quienes eran ni me interesaba aquello
en aquel momento. Al darse cuenta de que no le estaba prestando la atención que
esperaba recibir decidió marcharse. Aunque mi intención era asegurarme de que
reposaba tras el brutal ataque que había recibido el día anterior, creí que lo
mejor sería evitarle, así que puse rumbo a la zona de entrenamiento con mi arco
y mi carcaj lleno. Al llegar allí me encontré con Deliantha, una centinela con
quien había servido anteriormente en algunas patrullas. Su puntería era, sin
lugar a dudas, mucho mejor que la mía. Llevaba entrenándose desde que tenía
memoria. Me puse a su lado para poder ir comentando con ella cualquier cosa con
tal de despejar mi mente. Preparé el arco y disparé la primera flecha, pero
esta ni siquiera dio diana.
—Me han informado que Ash'andu ya está casi
recuperado y que puedes ir a buscarle cuando quieras —comentó mientras su
disparo acertaba de lleno en el centro de la diana.
—Gracias —contesté—. Tengo un viaje
pendiente y partiré mañana, no podré llevarla conmigo, ¿te importaría hacerte
cargo de él?
Se volvió hacia mí con una sonrisa y negó con la
cabeza. Había dejado a Ash'andu con ella en alguna ocasión y sabía que estaría
en buenas manos. Por otra parte, se colocó detrás de mí y me corrigió la forma
en que cogía el arco.
—Estás demasiado tensa. Deja la mente en blanco,
respira hondo antes de soltar la flecha. Vamos, inténtalo de nuevo.
Dejar la mente en blanco habría sido una
bendición para mí en aquel instante, pero lo intenté una vez más tras colocar
una nueva flecha contra el arco. Tensé la cuerda y respiré hondo, dejando ir el
aire poco a poco antes de disparar. El proyectil no acertó en el centro, pero
sí que estuvo bastante cerca. Deliantha era de la misma edad que yo, pero no
cabía duda que había dedicado su vida entera al entrenamiento. Su forma física
era excelente, aunque su cuerpo no mostrase una gran musculación. Era ágil,
excelente arquera, acataba las órdenes y siempre estaba dispuesta a entrenar a
las novatas. No tardaría mucho en ascender. Ojalá estuviera interesada en
ingresar en los Centinelas de Elune, pues la recluta a la que había
entrevistado de buena mañana había resultado en ser todo un fiasco.
La noche había teñido el cielo de negro, pero
las estrellas y la luna llena adornaban el techo celestial con su luz. No hacía
excesivo calor y la brisa era fresca, apetecible. Me dirigí a mi lugar favorito
en la ciudad para relajarme, la charca. Allí rezaría a Elune para que velara
por mí y la escolta que me acompañaría al día siguiente a Karazhan, pero para
mi sorpresa me encontré con Enthelion en el lugar.
—¿Hay alguna novedad respecto a Thoribas?
—preguntó cuando me senté a su lado.
No había sabido más del druida desde que el día
anterior me citara con él. Aquello cada vez le daba más mala espina, así que
volvió a insistir en que no fuera al encuentro. Para cambiar de tema le dije
que había otra recluta más interesada en unirse a nosotros, aunque aquello
tendría que esperar hasta que regresara.
—Elune nos ha sonreído al fin —murmuró.
—También soy impaciente, pero con el tiempo una
aprende a esperar.
—¿Acaso eres más mayor que yo? —preguntó
interesado, clavándome la mirada.
A decir verdad era más joven que él, pero en mis
casi cuatro siglos de vida había aprendido mucho, sobre todo a esperar. Nuestra
conversación volvió a desembocar en Thoribas. Me advirtió que no le
subestimara, pues los más estúpidos solían ser los más peligrosos. Quizá
tuviera razón y subestimar al druida era algo que no deseaba. Si lo hacía
estaba perdida, pero tampoco le veía capaz de hacer nada. Siempre le había
gustado hablar de más. Le expuse mi idea de engañar al druida. Seguramente
Thoribas pensara que le quería, que el beso que habíamos compartido en
Auberdine significaba algo para mí y que estaba dispuesta a acceder a sus
peticiones si me permitía estar a su lado y regresaba conmigo a Darnassus.
Dudaba que me hiciera daño alguno, y más si caía en mi engaño.
—En cualquier caso no saldré perjudicada.
—¿Quién irá contigo? —quiso saber.
Una centinela se reuniría conmigo a primera hora
de la mañana en el puerto de Rut'theran para partir hacia Ventormenta.
Enthelion me pidió que fuera prudente y que extremara precauciones. Aunque le
gustaría ir conmigo y acompañarme, no estaba en condiciones de ir a ninguna
parte. Sus puntos se abrirían al montar en sable y necesitaba descansar.
—Si estás segura, ve, Dalria.
Su rostro delataba la preocupación que intentaba
dejar entrever tímidamente en sus palabras. Aunque había expresado su
intranquilidad, su mirada había mostrado el miedo que sentía a que me pasara
nada. Dirigió de repente la mirada al frente, hacia el agua de la charca, y
cambió de tema de conversación al preguntarme dónde vivía Jedern. Imaginé que
quería hacerle una visita y, aunque desconocía el fin, accedí a darle la
información que me pedía. Se levantó y se dirigió, según él, hacia el barracón
para cambiarse el vendaje. En cuanto hubo desaparecido de mi vista, aproveché
para darme un baño y relajarme así.
Me había quedado dormida tras salir del agua y
vestirme, así que decidí volver a la base para ver cómo se encontraba
Enthelion, pero antes de llegar vi a Jedern de espaldas. Me oculté y vi cómo
abandonaba el lugar mientras farfullaba algo que no logré oír. En cuanto entré,
Enthelion se acababa de sentar en la cama y me miró divertido mientras me decía
que estaba hecha toda una mentirosa.
—Lo próximo que le cortaré será la lengua —dije
sin poder contenerme.
—Harías bien.
Al ver que él se disponía a descansar, decidí
dejarle tranquilo e ir a casa para hacer lo mismo. Había caminado unos pocos
metros tras salir de la base de la hermandad cuando me crucé con un malhumorado
Jedern, quien me advirtió que "mi amigo" —como llamaba a Enthelion—
tenía la mano muy larga. Me reprochó haberle dicho nada a nadie, advirtiéndome
que lo que pasaba entre él y yo se quedaba entre nosotros. Ni siquiera sabía
que hubiera un "nosotros" y mi paciencia estaba llegando a su límite.
Por el olor que despedía su aliento había estado bebiendo. Intentó abofetearme,
pero el alcohol había hecho que sus movimientos se volvieran demasiado lentos.
No tuve problema en esquivarle, lo cual le enfureció hasta el punto de gritarme
que aquella noche iba a colarse en mi casa. No tenía ganas de averiguar si era
cierto o no lo que decía, así que regresé al barracón.
Cuando llegué a mi compañero se le habían
abierto un par de puntos. Le ayudé a quitarse la camisa y a tumbarse de nuevo
sobre la cama. Nunca había cosido a nadie, pero por si acaso no se lo dije.
Guardábamos todo tipo de instrumental médico en un armario cercano a la cama,
así que cogí hilo y aguja para empezar con la labor. Emitió varios quejidos,
por lo que intenté calmarle con alguna broma. Aquello no se me daba nada bien.
Por suerte para nosotros, y como respuesta a mis silenciosas súplicas, el elfo
que nos había ayudado tras el ataque apareció para ver cómo iba Enthelion. Al
ver los puntos que le había cosido, cortó el hilo y se dispuso a hacer el
trabajo bien hecho.
—No había cosido antes a nadie, lo siento.
Aquello no pareció tranquilizar a mi compañero,
quien me miraba con preocupación. Seguramente de haberlo sabido antes no habría
confiado en mí como había hecho. Hasta aquel momento sólo había cosido cuero en
toda mi vida, así que mi experiencia tratando heridas era nula. Todo lo que
había hecho siempre se basaba en desinfectar y vendar. Tras una pequeña charla
bastante insustancial con el sanador, éste decidió que era hora de regresar a
su hogar.
—¿Realmente pensabas acompañarme con los puntos
abiertos?
—Iban a acabar abriéndose —contestó mientras se
recostaba de nuevo en la cama tras haberse incorporado para ponerse la camisa.
Le ordené reposar en mi ausencia. Le hacía
falta, sobre todo si no quería que se le volvieran a abrir o seguir quejándose
con cada movimiento que hacía. Entretanto me dispuse a dormir en un pequeño
rincón de nuestra base hasta que los primeros rayos de luz me despertasen.
Sería entonces cuando me prepararía para ir a Rut'theran y, de allí, hacia mi
destino en el Paso de la Muerte.
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