jueves, noviembre 20, 2014

Enterrada viva


Las primeras luces del día terminaron de despertarme, aunque no podía decirse que hubiera dormido demasiado. La brisa matinal traía consigo un mal augurio, era demasiada casualidad que mi corazón además se encontrase encogido. Me levanté y me puse la armadura con el menor ruido posible para no despertar a Enthelion, quien dormía plácidamente en la cama. Colgué de mi cinturón las vainas de mis armas y oculté una daga dentro de cada bota. Mi carcaj estaba lleno, mi arco dispuesto y mi espada aguardando el momento en que me hiciera falta. Había recogido mi cabellera en una simple trenza para que no me molestara durante el viaje. Aunque en la ciudad prefería llevarlo suelto y adornado con flores o en bonitos y laboriosos recogidos, para la batalla prefería algo simple de lo que no tuviera que preocuparme. Salí del barracón y puse rumbo al Templo de la Luna para rezar a Elune.
Entré en la enorme sala, casi vacía en aquel momento, y me acerqué a la estatua que había en el centro dedicada a Haidene. Se decía que Haidene había sido la primera Sacerdotisa de Elune y que se había esculpido su imagen en su honor al fundar las Hermanas de Elune, pero en aquel momento poco me importaba la historia de los templos o de Haidene. Me arrodillé frente a aquella figura de piedra y cerré los ojos.
Siempre os he servido con fervor y lealtad,
a vos os pido que no hagáis mi hoja temblar.
Elune, proteged a quienes dejo atrás en mi lugar
y guiadme con vuestra luz en la más negra oscuridad.

No podía dedicar más tiempo a mis plegarias, pero esperaba que aquello sirviera para que a Enthelion no le pasara nada en mi ausencia. Confiaba en que Elune no me permitiría caer, no permitiría que la duda plantara su semilla en mi interior. Me puse en pie, dediqué una última mirada a la estatua de Haidene y salí de allí. Deliantha me estaba esperando junto al portal que conectaba Darnassus en lo alto de Teldrassil con la aldea Rut'theran, construida en las raíces del mismo árbol, junto a Do'anar. Acaricié a mi sable antes de tomar las riendas y agradecí a mi hermana el gesto de haber preparado mi montura.
—Que Elune guíe tus pasos, Dalria.
La vi inclinando la cabeza antes de que el portal me teletransportara al lugar donde había quedado con mi escolta. En lugar de una mujer, como esperaba que fuera, era un hombre el que me acompañaría al Paso de la Muerte. Iba ataviado con la armadura de las centinelas. Si bien me hizo una reverencia que ignoré mientras pasaba a su lado indicándole que era hora de partir, pude deducir que era de gran altura. Su musculatura dejaba claras las horas de entrenamiento al que se había sometido como más tarde vería, pero los pasos que oía tras de mí mientras me dirigía al muelle me decían que sabía ser sigiloso. Esperaba que fuera de utilidad.
Embarcamos en el Espuma de la Luna en dirección a Auberdine, pues en Rut'theran no había barco directo hacia Ventormenta. Durante el trayecto le dejé claro que estaba bajo mi mando directo y que no quería que hiciera ninguna estupidez. Thoribas era temperamental y estaba cabreado, tal vez me cogiera del cuello, pero no quería que con algo así desenvainara las armas y acrecentara la tensión que iba a haber. Recogió sus violáceos cabellos en una coleta tras asentir y no intercambiamos más palabras. Una vez llegamos a nuestro primer destino, desembarcamos y esperamos al siguiente barco, el cual nos llevaría a la capital de la Alianza. Esta vez el viaje iba a ser algo más largo e iba a poder descansar, pues el zarandeo me relajaba y sumado a que aquella noche no había dormido demasiado no me iba a ser difícil echar una cabezada. Tanavar, como se llamaba mi escolta, me despertaría antes de llegar a tierra.

—General, hemos llegado a Ventormenta.
Abrí los ojos. El movimiento del barco indicaba que, en efecto, habíamos llegado ya a la ciudad. Le reproché no haberme llamado antes, pero al parecer lo había intentado sin éxito. Me levanté mientras me disculpaba y recogía mis cosas. Tanavar se encargó de las monturas mientras cruzábamos la ciudad hacia la muralla principal. Allí no dudamos en montar a lomos de nuestros sables para atravesar el Bosque de Elwynn con más rapidez hacia el sureste, en dirección al Bosque del Ocaso. Debíamos llegar a Villa Oscura, donde la situación parecía estar controlada tras lo ocurrido la última vez que Enthelion había estado allí, y seguir hacia el este. El viaje se me hacía más largo y cansado de lo que esperaba. Aunque ya habíamos llegado al Paso de la Muerte tras varias horas de recorrido y el castillo de Karazhan se alzaba imponente en el horizonte, me daba la sensación de que no íbamos a llegar nunca. Pasamos sin problemas por el lugar conocido como el Vicio, un campamento ogro, y nos detuvimos a la entrada del desolado pueblo que había en el exterior del castillo. No sabíamos dónde nos esperaría Thoribas, pero no se veía ni un alma en el lugar. Tan solo se oía el ulular del viento. Era hora de usar el comunicador.
Thor, ya estoy en las afueras de Karazhan, ¿dónde estás?
En el corazón del mismo castillo.
Aquello no era lo que habíamos acordado y tampoco me gustaba lo más mínimo. La desconfianza fue despertando en mi interior mientras observaba atenta el lugar. Apenas quedaban unas cuantas paredes en pie de algunos de los edificios y el lugar estaba completamente muerto. No había hierba, ni flores... y los árboles estaban secos, desprovistos de hoja alguna. Como decoración algunos cadáveres colgaban de esta o aquella rama. El hedor a putrefacción nos hizo cubrirnos la nariz a Tanavar y a mí cuando nos acercamos. Apenas quedaba ya carne en ellos, pero por las marcas que tenían algunos habían servido de alimento a los animales carroñeros que debían haber pasado por aquella zona antes o después. Seguimos avanzando, vigilando cada mínimo movimiento que pudiéramos ver, hasta llegar a la Torre de Marfil de Karazhan. Allí desmontamos de nuestras respectivas monturas y noté un escalofrío que me recorrió la espalda. Las dejamos allí para continuar a pie y nos acercamos a un cementerio situado frente a una cripta. Allí nos aguardaba una figura humana. Por el olor que desprendía y el frío brillo azulado de sus ojos supimos rápidamente que se trataba de un caballero de la muerte, un soldado resucitado por los nigromantes del Rey Exánime que se había liberado de su yugo y ahora tenía voluntad propia.
—Esperaba que llegaras sola, Dalria —dijo molesto.
Tras murmurar algo que ni Tanavar ni yo logramos oír, escuchamos un ruido. Ambos nos volvimos y, aunque intenté no perder de vista al hombre que nos había dado la bienvenida, no sabía dónde podía haberse metido. Cuando Tanavar se volvió al oír otro ruido, espada en mano, su cuerpo inerte cayó al suelo. La sangre emanaba de su yugular y su atacante guardó el arma. Me agaché para cerrar los ojos de mi escolta, rogando a Elune que le acogiera en su seno. Por suerte para él la muerte no se había hecho de rogar y exhaló su último aliento antes de que su cuerpo hubiera tocado el suelo. Al ponerme en pie desenvainé mi espada y la empuñé con firmeza, clavando la mirada en los fríos ojos del humano.
—Cédele el poder, sí o sí, y si no... —desvió la mirada hacia la catacumba, mirándome de soslayo a los pocos segundos—. No te gustaría saberlo. Verás lo peor que has visto en toda tu vida, querida.
Todo estaba oscuro y el frío recubría cada poro de mi piel, calándoseme en los huesos. Oía el murmullo del viento silbando entre las hojas de los árboles, cantando viejas canciones que sólo el tiempo recordaba. No podía moverme y no sentía más que frigidez. Ni oía ni podía ver nada, tampoco sentía que mi cuerpo estuviera en ninguna parte, pero tampoco estaba flotando en la nada. El sentido del tiempo era inexistente para mí en aquel momento. Me era imposible pensar en cuánto rato había pasado hasta que oí una voz familiar llamándome. Era cálida, pero lejana. Todo era incertidumbre a mi alrededor excepto aquella voz. De algún modo intenté alcanzarla.

Abrí los ojos con un fuerte dolor en la cabeza. No solo reconocí la voz, sino el rostro de la persona a la que pertenecía también.
—Despierta de una vez, Dalria.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo por completo. Reprimí un quejido al levantarme y lo hice poco a poco, pues cualquier movimiento brusco me mareaba. Aquel caballero de la muerte no solo había sesgado la vida de Tanavar, mi escolta, sino que me había dejado inconsciente al golpearme en un rápido movimiento con la empuñadura de su arma. Estudié rápidamente el lugar en el que me encontraba, pues ya no me hallaba en el cementerio. Se trataba de un lugar cerrado y frío, parecía una cripta como la que el lacayo del druida me había señalado con anterioridad. Apenas llegaba luz del exterior por las escaleras que había en uno de los muros, pero tampoco podía salir de allí: unas rejas bloqueaban el paso desde el suelo hasta el techo. Todo era de fría y sucia piedra. Al otro lado de las escaleras había un pasillo al que no llegaba la luz. La suciedad se acumulaba por todas partes. Aunque aún seguía estando desorientada, sabía que había cometido un gran fallo al no haber escuchado a Enthelion. Elune sabía que debía haberle hecho caso y haber esperado a que se recuperase para venir con él, Mikh y tal vez incluso con Deliantha.
—Es el sitio adecuado para llevar a cabo el trato —dijo Thoribas, quien no había apartado la vista de mí en ningún momento—. Bien... ¿Renuncias al cargo?
Iba directo al grano por una vez. A pesar de no haberme recuperado todavía del golpe, había ido a encontrarme con el druida para interpretar mi papel. Sin embargo no podía fingir estar asustada, pues lo cierto era que ya lo estaba. Le dije que me había tenido muy preocupada, que nadie en la ciudad sabía porqué había ido a aquel lugar, pero parecía no escucharme. Seguía en las suyas con lo de la oferta, aunque a esas alturas debería saber que no iba a renunciar. Preferiría morir a ver la orden bajo su mando.
—Tan solo quiero que regreses a la ciudad o a Auberdine conmigo.
Le intenté coger de la mano, pero la apartó con brusquedad. Hacerle creer en mis palabras iba a ser difícil y sabía que no estaba siendo todo lo convincente que debía. Nunca se me había dado bien fingir ni había sido buena actriz, y en aquel momento todo cuanto sentía por él era asco. Dio unos cuantos pasos hacia atrás, alejándose, y yo me acerqué. Había algo en lo que antes no me había fijado, una especie de pozo en el suelo. Guardé las distancias con aquel agujero y, por si acaso, con Thoribas. Me tendió la mano para que me acercara aún más, pero me mantuve en mi sitio. No me fiaba de él.
—Quiero enseñarte algo. Vamos, acércate.
—Soy tonta hasta un punto.
—Tienes dos opciones —sentenció—. Una, darme el poder. En ese caso te daría una daga para que te rebanes el cuello tú sola. Y la segunda no hacerlo. En ese caso te dejaría recorriendo las criptas eternamente. Créeme que no conservarás la cordura.
Fuera cual fuera mi decisión, él ya me había sentenciado a muerte allí abajo.
—Renuncio a darte el poder.
—En ese caso las criptas son tu nuevo hogar. No te esfuerces, pues no se puede salir de aquí. Te insto a recorrerlas, verás cosas que nunca antes has visto.
Mi tiempo se agotaba, corría en mi contra y cada segundo que pasaba era precioso. Debía hacer algo rápido, buscar alguna forma de que creyera en mí para salvarme.
—Entre tú y yo podemos hacer las cosas bien, Thor —le dije añadiendo un tono cariñoso—. Podemos hacer que lo nuestro funcione.
—¿Thor? —preguntó frunciendo el ceño—. No intentes engañarme, zorra.
Mi plan había fracasado estrepitosamente. Me alejé lentamente hacia el pasillo mientras oía sus pasos seguirme y su voz me recomendaba el pozo. Empezaba a oler mal, a carne descomponiéndose. Había tumbas abiertas por todas partes, huesos por el suelo... Me di la vuelta, pero no le vi por ninguna parte.
—Cuando te des cuenta de que no hay salida, accede a la galería inferior. Tal vez encuentres algo capaz de entretenerte.
Al volverme hacia el arenoso y oscuro camino que descendía e ignorar una intersección a la derecha, me sorprendió verle frente a mí. Ni siquiera le había visto pasar por mi lado. El corazón se había acelerado y estaba más asustada de lo que jamás sería capaz de admitir. Me preguntaba cuánto duraría allí abajo.
—Te lo suplico, Thoribas. Volvamos los dos y continuemos juntos con la orden.
Aquel lugar me daba escalofríos y la simple idea de quedarme allí sola me aterraba. ¿Realmente era capaz de dejarme morir allí? Si aquello era una broma, tenía un pésimo gusto para ellas. Por desgracia algo me decía que no era ninguna broma, que era real y que Thoribas estaba dispuesto a todo lo que hiciera falta. ¿Me encontraría Enthelion algún día o llegaría demasiado tarde, si es que lo hacía? Debía haber una salida por alguna parte. Cualquier corriente de aire podía ser la señal de que había alguna, en cualquier recóndito lugar de aquella maldita cripta. Todo cuanto la vista me permitía ver era polvo, telarañas y cadáveres de los cuales sólo quedaban huesos.
—Disfruta de esta noche, pues puede ser la última que duermas. Si quieres sobrevivir, baja. Es mi último consejo.
Se alejó caminando hasta que su cuerpo se transformó en el de un felino y echó a correr hasta que le perdí de vista. Corrí tras él e intenté alcanzarle. Aquel lugar me daba pánico y fuera donde él fuera estaba segura de que estaría mejor que allí, aunque tuviera que enfrentarme a él. Era algo para lo que aún no estaba preparada, no quería verme obligada a ello, pero lo haría si era necesario. Seguí caminando hasta llegar a una amplia sala con el suelo arenoso y una especie de pequeñas criptas dentro de la que me encontraba. No me atrevía a abrir sus puertas, si es que podían abrirse. Algunas tenían la entrada de rejas y mostraban huesos en su interior, las demás eran de gruesa madera. El olor a putrefacción impregnó mis pulmones.
—¡¡¡THOOOOOOR!!!
Me sobresaltó el eco de mi propia voz hasta escuchar la de Thoribas. Le rogué que regresara a mi lado mientras volvía a echar a correr, esta vez hacia el lugar del que creía que provenía su voz. No hallé respuesta a mis súplicas. Di hasta una pequeña pendiente ante la que me detuve, pues descendía hacia un lugar lleno de agua. Aunque me moría de sed en aquel instante, el agua emitía un olor nauseabundo y tampoco tenía pinta de estar en condiciones. Observé la sala y no vi ninguna otra orilla, no parecía llevar a ningún sitio. Estaba segura de que la voz provenía de aquel lugar, ¿tal vez había alguna salida sumergida? No me gustaba la idea, pero decidí darle una oportunidad. El agua estaba helada y la oscuridad del lugar me impedía ver el fondo. Mientras intentaba ver qué había bajo mis pies, algo rozó mi pierna.

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