Las primeras luces del día terminaron de
despertarme, aunque no podía decirse que hubiera dormido demasiado. La brisa
matinal traía consigo un mal augurio, era demasiada casualidad que mi corazón
además se encontrase encogido. Me levanté y me puse la armadura con el menor
ruido posible para no despertar a Enthelion, quien dormía plácidamente en la
cama. Colgué de mi cinturón las vainas de mis armas y oculté una daga dentro de
cada bota. Mi carcaj estaba lleno, mi arco dispuesto y mi espada aguardando el
momento en que me hiciera falta. Había recogido mi cabellera en una simple
trenza para que no me molestara durante el viaje. Aunque en la ciudad prefería
llevarlo suelto y adornado con flores o en bonitos y laboriosos recogidos, para
la batalla prefería algo simple de lo que no tuviera que preocuparme. Salí del
barracón y puse rumbo al Templo de la Luna para rezar a Elune.
Entré en la enorme sala, casi vacía en aquel
momento, y me acerqué a la estatua que había en el centro dedicada a Haidene.
Se decía que Haidene había sido la primera Sacerdotisa de Elune y que se había
esculpido su imagen en su honor al fundar las Hermanas de Elune, pero en aquel
momento poco me importaba la historia de los templos o de Haidene. Me arrodillé
frente a aquella figura de piedra y cerré los ojos.
Siempre os he servido con fervor y lealtad,
a vos os pido que no hagáis mi hoja temblar.
Elune, proteged a quienes dejo atrás en mi lugar
y guiadme con vuestra luz en la más negra
oscuridad.
No podía dedicar más tiempo a mis plegarias,
pero esperaba que aquello sirviera para que a Enthelion no le pasara nada en mi
ausencia. Confiaba en que Elune no me permitiría caer, no permitiría que la
duda plantara su semilla en mi interior. Me puse en pie, dediqué una última
mirada a la estatua de Haidene y salí de allí. Deliantha me estaba esperando
junto al portal que conectaba Darnassus en lo alto de Teldrassil con la aldea
Rut'theran, construida en las raíces del mismo árbol, junto a Do'anar. Acaricié
a mi sable antes de tomar las riendas y agradecí a mi hermana el gesto de haber
preparado mi montura.
—Que Elune guíe tus pasos, Dalria.
La vi inclinando la cabeza antes de que el
portal me teletransportara al lugar donde había quedado con mi escolta. En lugar
de una mujer, como esperaba que fuera, era un hombre el que me acompañaría al
Paso de la Muerte. Iba ataviado con la armadura de las centinelas. Si bien me
hizo una reverencia que ignoré mientras pasaba a su lado indicándole que era
hora de partir, pude deducir que era de gran altura. Su musculatura dejaba
claras las horas de entrenamiento al que se había sometido como más tarde
vería, pero los pasos que oía tras de mí mientras me dirigía al muelle me
decían que sabía ser sigiloso. Esperaba que fuera de utilidad.
Embarcamos en el Espuma de la Luna en dirección
a Auberdine, pues en Rut'theran no había barco directo hacia Ventormenta.
Durante el trayecto le dejé claro que estaba bajo mi mando directo y que no
quería que hiciera ninguna estupidez. Thoribas era temperamental y estaba
cabreado, tal vez me cogiera del cuello, pero no quería que con algo así
desenvainara las armas y acrecentara la tensión que iba a haber. Recogió sus
violáceos cabellos en una coleta tras asentir y no intercambiamos más palabras.
Una vez llegamos a nuestro primer destino, desembarcamos y esperamos al
siguiente barco, el cual nos llevaría a la capital de la Alianza. Esta vez el
viaje iba a ser algo más largo e iba a poder descansar, pues el zarandeo me
relajaba y sumado a que aquella noche no había dormido demasiado no me iba a
ser difícil echar una cabezada. Tanavar, como se llamaba mi escolta, me
despertaría antes de llegar a tierra.
—General, hemos llegado a Ventormenta.
Abrí los ojos. El movimiento del barco indicaba
que, en efecto, habíamos llegado ya a la ciudad. Le reproché no haberme llamado
antes, pero al parecer lo había intentado sin éxito. Me levanté mientras me
disculpaba y recogía mis cosas. Tanavar se encargó de las monturas mientras
cruzábamos la ciudad hacia la muralla principal. Allí no dudamos en montar a
lomos de nuestros sables para atravesar el Bosque de Elwynn con más rapidez
hacia el sureste, en dirección al Bosque del Ocaso. Debíamos llegar a Villa
Oscura, donde la situación parecía estar controlada tras lo ocurrido la última
vez que Enthelion había estado allí, y seguir hacia el este. El viaje se me
hacía más largo y cansado de lo que esperaba. Aunque ya habíamos llegado al
Paso de la Muerte tras varias horas de recorrido y el castillo de Karazhan se
alzaba imponente en el horizonte, me daba la sensación de que no íbamos a
llegar nunca. Pasamos sin problemas por el lugar conocido como el Vicio, un
campamento ogro, y nos detuvimos a la entrada del desolado pueblo que había en
el exterior del castillo. No sabíamos dónde nos esperaría Thoribas, pero no se
veía ni un alma en el lugar. Tan solo se oía el ulular del viento. Era hora de
usar el comunicador.
—Thor, ya estoy en las afueras de Karazhan,
¿dónde estás?
—En el corazón del mismo castillo.
Aquello no era lo que habíamos acordado y
tampoco me gustaba lo más mínimo. La desconfianza fue despertando en mi
interior mientras observaba atenta el lugar. Apenas quedaban unas cuantas
paredes en pie de algunos de los edificios y el lugar estaba completamente
muerto. No había hierba, ni flores... y los árboles estaban secos, desprovistos
de hoja alguna. Como decoración algunos cadáveres colgaban de esta o aquella
rama. El hedor a putrefacción nos hizo cubrirnos la nariz a Tanavar y a mí
cuando nos acercamos. Apenas quedaba ya carne en ellos, pero por las marcas que
tenían algunos habían servido de alimento a los animales carroñeros que debían
haber pasado por aquella zona antes o después. Seguimos avanzando, vigilando
cada mínimo movimiento que pudiéramos ver, hasta llegar a la Torre de Marfil de
Karazhan. Allí desmontamos de nuestras respectivas monturas y noté un
escalofrío que me recorrió la espalda. Las dejamos allí para continuar a pie y
nos acercamos a un cementerio situado frente a una cripta. Allí nos aguardaba
una figura humana. Por el olor que desprendía y el frío brillo azulado de sus
ojos supimos rápidamente que se trataba de un caballero de la muerte, un
soldado resucitado por los nigromantes del Rey Exánime que se había liberado de
su yugo y ahora tenía voluntad propia.
—Esperaba que llegaras sola, Dalria —dijo
molesto.
Tras murmurar algo que ni Tanavar ni yo logramos
oír, escuchamos un ruido. Ambos nos volvimos y, aunque intenté no perder de
vista al hombre que nos había dado la bienvenida, no sabía dónde podía haberse
metido. Cuando Tanavar se volvió al oír otro ruido, espada en mano, su cuerpo
inerte cayó al suelo. La sangre emanaba de su yugular y su atacante guardó el
arma. Me agaché para cerrar los ojos de mi escolta, rogando a Elune que le
acogiera en su seno. Por suerte para él la muerte no se había hecho de rogar y
exhaló su último aliento antes de que su cuerpo hubiera tocado el suelo. Al
ponerme en pie desenvainé mi espada y la empuñé con firmeza, clavando la mirada
en los fríos ojos del humano.
—Cédele el poder, sí o sí, y si no... —desvió la
mirada hacia la catacumba, mirándome de soslayo a los pocos segundos—. No te
gustaría saberlo. Verás lo peor que has visto en toda tu vida, querida.
Todo estaba oscuro y el frío recubría cada poro
de mi piel, calándoseme en los huesos. Oía el murmullo del viento silbando
entre las hojas de los árboles, cantando viejas canciones que sólo el tiempo
recordaba. No podía moverme y no sentía más que frigidez. Ni oía ni podía ver
nada, tampoco sentía que mi cuerpo estuviera en ninguna parte, pero tampoco
estaba flotando en la nada. El sentido del tiempo era inexistente para mí en
aquel momento. Me era imposible pensar en cuánto rato había pasado hasta que oí
una voz familiar llamándome. Era cálida, pero lejana. Todo era incertidumbre a
mi alrededor excepto aquella voz. De algún modo intenté alcanzarla.
Abrí los ojos con un fuerte dolor en la cabeza.
No solo reconocí la voz, sino el rostro de la persona a la que pertenecía
también.
—Despierta de una vez, Dalria.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo por
completo. Reprimí un quejido al levantarme y lo hice poco a poco, pues
cualquier movimiento brusco me mareaba. Aquel caballero de la muerte no solo
había sesgado la vida de Tanavar, mi escolta, sino que me había dejado
inconsciente al golpearme en un rápido movimiento con la empuñadura de su arma.
Estudié rápidamente el lugar en el que me encontraba, pues ya no me hallaba en
el cementerio. Se trataba de un lugar cerrado y frío, parecía una cripta como
la que el lacayo del druida me había señalado con anterioridad. Apenas llegaba
luz del exterior por las escaleras que había en uno de los muros, pero tampoco
podía salir de allí: unas rejas bloqueaban el paso desde el suelo hasta el
techo. Todo era de fría y sucia piedra. Al otro lado de las escaleras había un
pasillo al que no llegaba la luz. La suciedad se acumulaba por todas partes.
Aunque aún seguía estando desorientada, sabía que había cometido un gran fallo
al no haber escuchado a Enthelion. Elune sabía que debía haberle hecho caso y
haber esperado a que se recuperase para venir con él, Mikh y tal vez incluso
con Deliantha.
—Es el sitio adecuado para llevar a cabo el
trato —dijo Thoribas, quien no había apartado la vista de mí en ningún
momento—. Bien... ¿Renuncias al cargo?
Iba directo al grano por una vez. A pesar de no
haberme recuperado todavía del golpe, había ido a encontrarme con el druida
para interpretar mi papel. Sin embargo no podía fingir estar asustada, pues lo
cierto era que ya lo estaba. Le dije que me había tenido muy preocupada, que
nadie en la ciudad sabía porqué había ido a aquel lugar, pero parecía no
escucharme. Seguía en las suyas con lo de la oferta, aunque a esas alturas
debería saber que no iba a renunciar. Preferiría morir a ver la orden bajo su
mando.
—Tan solo quiero que regreses a la ciudad o a
Auberdine conmigo.
Le intenté coger de la mano, pero la apartó con
brusquedad. Hacerle creer en mis palabras iba a ser difícil y sabía que no
estaba siendo todo lo convincente que debía. Nunca se me había dado bien fingir
ni había sido buena actriz, y en aquel momento todo cuanto sentía por él era
asco. Dio unos cuantos pasos hacia atrás, alejándose, y yo me acerqué. Había
algo en lo que antes no me había fijado, una especie de pozo en el suelo.
Guardé las distancias con aquel agujero y, por si acaso, con Thoribas. Me
tendió la mano para que me acercara aún más, pero me mantuve en mi sitio. No me
fiaba de él.
—Quiero enseñarte algo. Vamos, acércate.
—Soy tonta hasta un punto.
—Tienes dos opciones —sentenció—. Una, darme el
poder. En ese caso te daría una daga para que te rebanes el cuello tú sola. Y
la segunda no hacerlo. En ese caso te dejaría recorriendo las criptas
eternamente. Créeme que no conservarás la cordura.
Fuera cual fuera mi decisión, él ya me había
sentenciado a muerte allí abajo.
—Renuncio a darte el poder.
—En ese caso las criptas son tu nuevo hogar. No
te esfuerces, pues no se puede salir de aquí. Te insto a recorrerlas, verás
cosas que nunca antes has visto.
Mi tiempo se agotaba, corría en mi contra y cada
segundo que pasaba era precioso. Debía hacer algo rápido, buscar alguna forma
de que creyera en mí para salvarme.
—Entre tú y yo podemos hacer las cosas bien,
Thor —le dije añadiendo un tono cariñoso—. Podemos hacer que lo nuestro
funcione.
—¿Thor? —preguntó frunciendo el ceño—. No
intentes engañarme, zorra.
Mi plan había fracasado estrepitosamente. Me
alejé lentamente hacia el pasillo mientras oía sus pasos seguirme y su voz me
recomendaba el pozo. Empezaba a oler mal, a carne descomponiéndose. Había
tumbas abiertas por todas partes, huesos por el suelo... Me di la vuelta, pero
no le vi por ninguna parte.
—Cuando te des cuenta de que no hay salida,
accede a la galería inferior. Tal vez encuentres algo capaz de entretenerte.
Al volverme hacia el arenoso y oscuro camino que
descendía e ignorar una intersección a la derecha, me sorprendió verle frente a
mí. Ni siquiera le había visto pasar por mi lado. El corazón se había acelerado
y estaba más asustada de lo que jamás sería capaz de admitir. Me preguntaba
cuánto duraría allí abajo.
—Te lo suplico, Thoribas. Volvamos los dos y
continuemos juntos con la orden.
Aquel lugar me daba escalofríos y la simple idea
de quedarme allí sola me aterraba. ¿Realmente era capaz de dejarme morir allí?
Si aquello era una broma, tenía un pésimo gusto para ellas. Por desgracia algo
me decía que no era ninguna broma, que era real y que Thoribas estaba dispuesto
a todo lo que hiciera falta. ¿Me encontraría Enthelion algún día o llegaría
demasiado tarde, si es que lo hacía? Debía haber una salida por alguna parte.
Cualquier corriente de aire podía ser la señal de que había alguna, en
cualquier recóndito lugar de aquella maldita cripta. Todo cuanto la vista me
permitía ver era polvo, telarañas y cadáveres de los cuales sólo quedaban
huesos.
—Disfruta de esta noche, pues puede ser la
última que duermas. Si quieres sobrevivir, baja. Es mi último consejo.
Se alejó caminando hasta que su cuerpo se
transformó en el de un felino y echó a correr hasta que le perdí de vista.
Corrí tras él e intenté alcanzarle. Aquel lugar me daba pánico y fuera donde él
fuera estaba segura de que estaría mejor que allí, aunque tuviera que
enfrentarme a él. Era algo para lo que aún no estaba preparada, no quería verme
obligada a ello, pero lo haría si era necesario. Seguí caminando hasta llegar a
una amplia sala con el suelo arenoso y una especie de pequeñas criptas dentro
de la que me encontraba. No me atrevía a abrir sus puertas, si es que podían
abrirse. Algunas tenían la entrada de rejas y mostraban huesos en su interior,
las demás eran de gruesa madera. El olor a putrefacción impregnó mis pulmones.
—¡¡¡THOOOOOOR!!!
Me sobresaltó el eco de mi propia voz hasta
escuchar la de Thoribas. Le rogué que regresara a mi lado mientras volvía a
echar a correr, esta vez hacia el lugar del que creía que provenía su voz. No
hallé respuesta a mis súplicas. Di hasta una pequeña pendiente ante la que me
detuve, pues descendía hacia un lugar lleno de agua. Aunque me moría de sed en
aquel instante, el agua emitía un olor nauseabundo y tampoco tenía pinta de
estar en condiciones. Observé la sala y no vi ninguna otra orilla, no parecía
llevar a ningún sitio. Estaba segura de que la voz provenía de aquel lugar,
¿tal vez había alguna salida sumergida? No me gustaba la idea, pero decidí
darle una oportunidad. El agua estaba helada y la oscuridad del lugar me
impedía ver el fondo. Mientras intentaba ver qué había bajo mis pies, algo rozó
mi pierna.
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