Habíamos atravesado Costa Oscura más lento de lo
normal. Mi excusa era que estaba cansada, pero realmente era que no quería
separarme de Enthelion, quien iba a quedarse en Auberdine por a saber qué
asuntos. Durante el viaje había intentado mantenerme cerca de él pese a saber
que estaba atento a cualquier cosa por si algo me pasaba. Aunque el cansancio
estaba haciendo ya mella en mí me había obligado a aguantar, pese a que las
heridas parecían doler cada vez más con cada paso que mi montura daba. Nada más
llegar al pueblo costero, Enthelion anunció su separación. Le miré rogándole
que no se quedara allí, que me acompañara a la capital, pero sabía que aquello
no serviría de nada.
—Marchad con cuidado.
—Que Elune te guarde —me despedí.
Mikh y yo proseguimos hacia el muelle para
esperar la embarcación que nos llevaría a Teldrassil. De vez en cuando echaba
un vistazo hacia atrás por si le veía de nuevo, pero no fue el caso. ¿En qué
estaba pensando? Era su superior y no podía permitir ese tipo de cosas. Debía
mostrarme firme y no dejar que los sentimientos se interpusieran o la orden
terminaría por verse afectada. Había un límite que no debía cruzar y tenía que
mentalizarme. Agradecía que él no supiera nada de lo que corría por mi cabeza.
De camino al grandioso árbol pude terminar de
despejarme. Mis pensamientos estaban más claros aún que en el muelle y mi
decisión estaba tomada. La brisa, sin embargo, estaba impregnada de la sal del
mar y hacía que mis heridas escocieran. Los ojos se me cerraban debido al
cansancio, ya no solo del viaje, sino el acumulado, pero debía aguantar hasta
haber puesto al corriente al Templo de la Luna.
—En cuanto lleguemos a la ciudad, vete a
descansar —ordené a Mikh.
—Tú deberías descansar —replicó con el ceño
fruncido—. Te acompañaré hasta el Templo.
—No será necesario.
Aceptó finalmente, a tiempo para desembarcar.
En cuanto cruzamos el portal que se hallaba
sobre las gruesas raíces de Teldrassil y llegamos a Darnassus, Mikh y yo nos
separamos. Al fin pude respirar tranquila mientras llevaba a descansar a
Do'anar tras el largo viaje que habíamos hecho desde Villa Oscura antes de
dirigirme al Templo de la Luna. Era consciente de que estaba hecha un desastre,
pero aquello no era lo importante en aquel momento. En cuanto llegué al
majestuoso edificio y entré, no dudé en subir por la rampa. Requerí ver con
urgencia a aquellos que habían creado la orden de los Centinelas de Elune, pero
se hallaban reunidos en aquel instante con la líder de mi raza, Tyrande
Susurravientos. Insistí en que se trataba de algo urgente y me hicieron esperar
durante unos momentos antes de acompañarme al lugar donde estaba teniendo lugar
la reunión. Nunca antes me había cruzado con Tyrande, pero no dudé en
inclinarme ante ella cuando me hallé en el centro de la sala.
—Vienes un poco... —negó con la cabeza, dejando
de prestar atención a mi indumentaria—. Cuéntame.
Puse al corriente a los presentes de lo
ocurrido: lo que me había esperado al llegar a Karazhan, mi escolta fallecido,
las criptas, los golpes... Thoribas había llegado muy lejos con tal de que le cediera
el control total sobre la orden. Tras un debate, fue la misma Alta Sacerdotisa
de Elune quien habló para dictar su sentencia.
—Descansad, Dalria. Ese elfo no pisará
Teldrassil.
Asentí y volví a inclinarme a modo de despedida.
Ya más tranquila, contacté con Enthelion mediante la runa.
—En cuanto acabes lo que tengas que hacer, me
gustaría verte. Tengo algo que hablar contigo.
Accedió rápidamente y me encontraría más tarde
con él en el barracón. Ahora debía ir a ver a otra persona.
—¡Pero hija, ¿qué te ha pasado?! Ni que te
hubieras caído de una de las ramas de Teldrassil.
—Min'da... —suspiré. A mi madre le gustaba
dramatizar—. Estoy bien, no te preocupes.
—¿Cómo vas a estar bien con todas esas heridas?
Rápidamente humedeció un paño en agua para
lavarme la suciedad de la cara, pues se negaba a que yo hiciera nada. De saber
cómo se desinfectan las heridas, estaba segura de que me habría quitado las
vendas y me habría cosido entera incluso. Le relaté lo sucedido tras su
insistencia. Parecía no salir de su asombro.
—No lo dudes ni una sola vez. Nada de preguntas;
dispara en cuanto le veas. Es todo cuanto se merece.
Me abrazó con suavidad y me hizo cambiar de
ropa, pero tenía prisa. Antes de marcharme me fijé en las cajas que tenía
preparadas junto a su armario.
—¿Qué es todo esto?
—Me marcho a Auberdine —me miró con una sonrisa
cargada de melancolía—. He pedido que me trasladen a Costa Oscura. Si la Horda
sigue avanzando, en Costa Oscura no se lo pondremos tan fácil.
Mi madre llevaba siendo miembro de las Centinelas
desde hacía tres milenios. Aunque siempre le había gustado servir a su pueblo
como éste necesitara, desde que había tenido a mi hermano mayor que optó por
mantenerse lo más alejada posible de cualquier tipo de batalla. Por eso
patrullaba por Teldrassil, en especial Cañada Umbría. Siempre estaba tranquilo
y no debía enfrentarse a enemigos como los orcos de la Horda.
—Está bien... Pero ten cuidado y no dudes en
avisarme si pasara algo. Me enfadaré si no lo haces.
—¿No tenías tanta prisa por irte que ni siquiera
te has cambiado aún de ropa? —rió.
Salí del hogar de mi madre con una sonrisa,
aunque incluso aquel gesto me dolía. ¿Tendría el labio partido tal vez?
Necesitaba un espejo y estaba segura de que alguno debía haber en el barracón,
donde iba a encontrarme más tarde con Enthelion. Se trataba de algo de cierta
urgencia y que no podía esperar.
Si bien había poco movimiento en la ciudad en
aquel momento, noté las miradas clavadas en mí mientras me dirigía hacia el
barracón. No sabía muy bien cual era mi aspecto, pero empezaba a sospechar que
era peor de lo que imaginaba. Aceleré el paso, dispuesta a no detenerme si
alguien se acercaba a mí. Sólo quería llegar al barracón, echarle un vistazo a
mi estado y descansar. Suponía que Enthelion llegaría con el alba, así que tal
vez podría darme un relajante baño antes. Nada más llegar a mi destino me eché
un vistazo en el espejo. Tal y como pensaba, tenía un profundo corte en el
labio, pero eso no era todo. Al quitarme la ropa y las vendas pude ver la
cantidad de hematomas y cortes que cubrían mi cuerpo, pero luego recordé cómo
me había encontrado Enthelion... ¿Y si Thoribas me había hecho algo mientras
estaba inconsciente? Porque la ropa no se hace jirones de esa forma al golpear
a alguien, el tejido desgarrado de lo poco que me cubría al despertar en aquel
lugar era señal de que alguien había roto la tela a la fuerza. ¿Habría sido
capaz de...? No, debía mantener la calma y mantenerme serena. Thoribas quería
derrumbarme y me conocía mejor de lo que quería admitir, sabía que aquello era
capaz de destrozarme. Me puse vendas limpias y me volví a vestir con la ropa
que Mikh me había dado, ya más tarde me preocuparía de ponerme algo más
decente. Me senté en la cama e intenté borrar aquella idea de la cabeza. Afortunadamente
unos pasos me distrajeron y al alzar la mirada le vi llegar.
—Te dije que no corría prisa, podrías haberte
quedado en Auberdine.
Enthelion se acercó y me miró de arriba a abajo,
observándome con atención.
— ¿Cómo te encuentras?
—No lo sé ni yo —me sinceré—, pero me duele el
cuerpo entero. A lo que iba... Necesito a alguien de confianza para situaciones
como esta. Alguien con la cabeza donde debe tenerla, con buenas dotes de mando
y... —tuve que detenerme unos segundos, un fuerte dolor se hizo con mi cabeza —...que
sepa lo que tiene que hacer, para resumir.
Ladeó la cabeza sin apartar la mirada de mí,
esta vez clavándola en mis ojos para desviarla de vez en cuando a mis heridas
cada vez que hacía un gesto. No sabía si considerar su atención como algo inquietante,
pero me gustaba aquella preocupación. Sin embargo, estaba segura de que él era
lo que necesitaba. Sólo me había defraudado hasta entonces su tozudez, la cual
era mayor incluso que la mía.
—Defiendo mis opiniones, nada más.
Aquello me hizo esbozar una sonrisa a la cual le
siguió una mueca de dolor. De nuevo aquella expresión en su rostro de inquietud
mientras me decía que tuviera cuidado. Más tarde acudiría a Jedern, pese a que
no le hiciera ni pizca de gracia.
—Estás de broma, supongo.
—Me parece que te tiene algo de miedo, así que
no.
Mikh sólo me había vendado y lo que muchas de
mis heridas necesitaban era algo más, en especial la de la pierna. Se ofreció
rápidamente a ir en busca de ayuda al Templo de la Luna o incluso encargarse
él, pero no quería que acudiera a Jedern. No quería discutir, y mucho menos con
él, así que cambié de tema rápidamente.
— ¿Te ves capaz de llevar el rango de Capitán,
Dath'anar?
—Me veo capaz, Dalria, espero que no te
arrepientas —se calló durante unos instantes, pero aquella dura expresión en su
rostro permanecía—. ¿Te pegó Thoribas directamente?
Recordar aquello era peor que el dolor que me
infligían las heridas. Thoribas había desaparecido en cuanto Enthelion y Mikh
llegaron a la cripta. No había ni rastro de él ni tampoco de su lacayo. Había
huido como el cobarde que realmente era, pero no había desaparecido.
—Estás hecha polvo —comentó Enthelion.
—Has tenido suerte.
Miré a Enthelion con los ojos abiertos de par en
par al oír al druida usando la runa. Estaba claro que necesitábamos otra forma
de comunicación a la que él no tuviera acceso.
—Oh, y si te quedas encinta... dame al niño;
nada de gnomos.
No pude evitarlo. Agarré las sábanas de la cama
y las arrugué entre mis manos con rabia, bajando la cabeza. ¿Se había atrevido
realmente a...? Por Elune, aquella pesadilla parecía no acabar nunca. Me había
olvidado incluso de que no estaba sola en el barracón. El recién nombrado
Capitán de los Centinelas de Elune se agachó frente a mí y con suavidad me alzó
la barbilla con una sonrisa.
—Será mejor que no le des más vueltas —murmuró,
acariciándome la nuca y enredando sus dedos en mi pelo.
Aquello no hacía más que complicar las cosas. Si
bien agradecía que intentara animarme y distraerme, no podía permitir que se
convirtiera en mi debilidad, así que le insté a coger el último barco que
saldría dentro de poco hacia Auberdine. No obstante permaneció en la ciudad,
haciéndome saber que le llamara para cualquier cosa que necesitara... y lo que
necesitaba en aquel momento era un baño.
El agua estaba fría, como de costumbre, pero en
aquel momento parecía estarlo más de lo habitual. Me froté la piel con cuidado
al principio para no hacerme daño, pero al recordar las palabras de Thoribas
apreté. No me importaba abrirme las heridas, sólo quería deshacerme de
cualquier rastro que quedara de él sobre mi piel, me hubiera tocado o no.
Cuando quise darme cuenta estaba sollozando, apoyada contra un tronco caído que
se sumergía en la charca. Noté como si algo rozara mi cuerpo y me giré
rápidamente, alerta. Si cerraba los ojos volvía a ver aquellos cadáveres
sumergidos y el miedo volvía a apoderarse de mí. Decidí salir del agua a toda
prisa, secarme y vestirme. Intentar olvidar aquello era imposible y lo sabía,
con lo que ni siquiera hice el más mínimo amago por lograrlo. En mi mente sólo
escuchaba lo último que el druida me había dicho y era como un bucle que jamás
tenía fin, se repetía una y otra vez.
—Púdrete en el maldito infierno, Thoribas.
Preferiría la muerte a tener un hijo tuyo.
No pude contenerme, no pude callarme. Era
consciente de que le estaba dando lo que quería, que le permitía ver cómo me
derrumbaba y acababa conmigo poco a poco. Era como si me estuviera hundiendo en
las profundidades marinas y yo misma hubiera puesto más peso para descender en
ellas antes.
—Llora cuanto quieras, pero no te bastará
para renunciar al niño.
—De tenerlo, jamás sabrías de él —repliqué
con ira.
—Oh, óyete... Hablas de darme descendencia.
Aquello fue la gota que colmó el vaso y me hizo
lanzar el comunicador hacia la charca. Mis lágrimas, por el contrario, iban a
más sin poder controlarlas, pero las sequé con rapidez al escuchar pasos
aproximándose. Era Enthelion, quien no dudó en aligerar su paso para
aproximarse y arrodillarse a mi lado, con una mano sobre mi espalda.
—Dalria... —murmuró—. Le estás dando el placer
de oírte llorar. Te estás haciendo polvo tú sola.
—Si lo que dice es cierto... eso basta para
hacerme polvo.
—Lamento no haber llegado antes, de veras —se
disculpó, bajando la mirada—. Te prometo que acabará pagándolo. El tiempo pone
a cada uno en su lugar —iba a decir algo más, pero se mordió la lengua y
calló—. Sécate las lágrimas y recomponte. Es él quien ha fallado.
Aquella promesa sonaba deliciosamente bien, pero
necesitaba dormir. Estaba agotada. Estar en aquella cripta, el viaje, la
reunión en el Templo de la Luna... Apenas había descansado y lo necesitaba con
urgencia. Enthelion volvió a recordarme que le avisara si requería cualquier
cosa antes de desearme una buena noche y seguirme con la mirada mientras me
alejaba en dirección a la casa de Jedern.
Nada más llegar, el druida dejó las plantas con
las que estaba para llevarme a la cama, inspeccionándome las heridas con
delicadeza una a una.
— ¿Quién te ha hecho esto? —quiso saber—. ¿Ha
sido el capullo que me pegó?
No pude ni tampoco quise reprimir la bofetada
que le di, advirtiéndole que vigilara su lengua. Enthelion tenía buenos motivos
para haberle dado su merecido antes de que yo le cortara la mano.
—Gracias a él que sigo con vida. Deberías estarle
agradecido.
Aquello no le gustó lo más mínimo, ante lo cual
dijo que poco podía hacer por mí. Si bien no tenía ningún problema en cuidar de
mí, le había dolido que defendiera a Enthelion y era su orgullo el que le
impedía ayudarme. Insistió en que me quedara en su casa a descansar,
prometiendo que haría lo que pudiera con mis heridas, pero sabía perfectamente
que no iba a hacer demasiado. Me acosté sobre la cómoda cama y cerré los ojos,
dispuesta por fin a descansar. Oí a Jedern decir que le haría una visita, pero
pronto el cansancio pudo conmigo. Me dejé llevar por el onírico abrazo que me
envolvía en paz en aquel instante. Todo parecía estar ya en su lugar. No había
dolor, no había malos recuerdos... Sólo unos pasos acercándose, creyéndose
sigilosos pero haciendo crujir la madera que pisaban. Al abrir los ojos,
Thoribas estaba frente a mí.
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