miércoles, diciembre 17, 2014

Altos mandos


Habíamos atravesado Costa Oscura más lento de lo normal. Mi excusa era que estaba cansada, pero realmente era que no quería separarme de Enthelion, quien iba a quedarse en Auberdine por a saber qué asuntos. Durante el viaje había intentado mantenerme cerca de él pese a saber que estaba atento a cualquier cosa por si algo me pasaba. Aunque el cansancio estaba haciendo ya mella en mí me había obligado a aguantar, pese a que las heridas parecían doler cada vez más con cada paso que mi montura daba. Nada más llegar al pueblo costero, Enthelion anunció su separación. Le miré rogándole que no se quedara allí, que me acompañara a la capital, pero sabía que aquello no serviría de nada.
—Marchad con cuidado.
—Que Elune te guarde —me despedí.
Mikh y yo proseguimos hacia el muelle para esperar la embarcación que nos llevaría a Teldrassil. De vez en cuando echaba un vistazo hacia atrás por si le veía de nuevo, pero no fue el caso. ¿En qué estaba pensando? Era su superior y no podía permitir ese tipo de cosas. Debía mostrarme firme y no dejar que los sentimientos se interpusieran o la orden terminaría por verse afectada. Había un límite que no debía cruzar y tenía que mentalizarme. Agradecía que él no supiera nada de lo que corría por mi cabeza.
De camino al grandioso árbol pude terminar de despejarme. Mis pensamientos estaban más claros aún que en el muelle y mi decisión estaba tomada. La brisa, sin embargo, estaba impregnada de la sal del mar y hacía que mis heridas escocieran. Los ojos se me cerraban debido al cansancio, ya no solo del viaje, sino el acumulado, pero debía aguantar hasta haber puesto al corriente al Templo de la Luna.
—En cuanto lleguemos a la ciudad, vete a descansar —ordené a Mikh.
—Tú deberías descansar —replicó con el ceño fruncido—. Te acompañaré hasta el Templo.
—No será necesario.
Aceptó finalmente, a tiempo para desembarcar.

En cuanto cruzamos el portal que se hallaba sobre las gruesas raíces de Teldrassil y llegamos a Darnassus, Mikh y yo nos separamos. Al fin pude respirar tranquila mientras llevaba a descansar a Do'anar tras el largo viaje que habíamos hecho desde Villa Oscura antes de dirigirme al Templo de la Luna. Era consciente de que estaba hecha un desastre, pero aquello no era lo importante en aquel momento. En cuanto llegué al majestuoso edificio y entré, no dudé en subir por la rampa. Requerí ver con urgencia a aquellos que habían creado la orden de los Centinelas de Elune, pero se hallaban reunidos en aquel instante con la líder de mi raza, Tyrande Susurravientos. Insistí en que se trataba de algo urgente y me hicieron esperar durante unos momentos antes de acompañarme al lugar donde estaba teniendo lugar la reunión. Nunca antes me había cruzado con Tyrande, pero no dudé en inclinarme ante ella cuando me hallé en el centro de la sala.
—Vienes un poco... —negó con la cabeza, dejando de prestar atención a mi indumentaria—. Cuéntame.
Puse al corriente a los presentes de lo ocurrido: lo que me había esperado al llegar a Karazhan, mi escolta fallecido, las criptas, los golpes... Thoribas había llegado muy lejos con tal de que le cediera el control total sobre la orden. Tras un debate, fue la misma Alta Sacerdotisa de Elune quien habló para dictar su sentencia.
—Descansad, Dalria. Ese elfo no pisará Teldrassil.
Asentí y volví a inclinarme a modo de despedida. Ya más tranquila, contacté con Enthelion mediante la runa.
En cuanto acabes lo que tengas que hacer, me gustaría verte. Tengo algo que hablar contigo.
Accedió rápidamente y me encontraría más tarde con él en el barracón. Ahora debía ir a ver a otra persona.

—¡Pero hija, ¿qué te ha pasado?! Ni que te hubieras caído de una de las ramas de Teldrassil.
—Min'da... —suspiré. A mi madre le gustaba dramatizar—. Estoy bien, no te preocupes.
—¿Cómo vas a estar bien con todas esas heridas?
Rápidamente humedeció un paño en agua para lavarme la suciedad de la cara, pues se negaba a que yo hiciera nada. De saber cómo se desinfectan las heridas, estaba segura de que me habría quitado las vendas y me habría cosido entera incluso. Le relaté lo sucedido tras su insistencia. Parecía no salir de su asombro.
—No lo dudes ni una sola vez. Nada de preguntas; dispara en cuanto le veas. Es todo cuanto se merece.
Me abrazó con suavidad y me hizo cambiar de ropa, pero tenía prisa. Antes de marcharme me fijé en las cajas que tenía preparadas junto a su armario.
—¿Qué es todo esto?
—Me marcho a Auberdine —me miró con una sonrisa cargada de melancolía—. He pedido que me trasladen a Costa Oscura. Si la Horda sigue avanzando, en Costa Oscura no se lo pondremos tan fácil.
Mi madre llevaba siendo miembro de las Centinelas desde hacía tres milenios. Aunque siempre le había gustado servir a su pueblo como éste necesitara, desde que había tenido a mi hermano mayor que optó por mantenerse lo más alejada posible de cualquier tipo de batalla. Por eso patrullaba por Teldrassil, en especial Cañada Umbría. Siempre estaba tranquilo y no debía enfrentarse a enemigos como los orcos de la Horda.
—Está bien... Pero ten cuidado y no dudes en avisarme si pasara algo. Me enfadaré si no lo haces.
—¿No tenías tanta prisa por irte que ni siquiera te has cambiado aún de ropa? —rió.
Salí del hogar de mi madre con una sonrisa, aunque incluso aquel gesto me dolía. ¿Tendría el labio partido tal vez? Necesitaba un espejo y estaba segura de que alguno debía haber en el barracón, donde iba a encontrarme más tarde con Enthelion. Se trataba de algo de cierta urgencia y que no podía esperar.

Si bien había poco movimiento en la ciudad en aquel momento, noté las miradas clavadas en mí mientras me dirigía hacia el barracón. No sabía muy bien cual era mi aspecto, pero empezaba a sospechar que era peor de lo que imaginaba. Aceleré el paso, dispuesta a no detenerme si alguien se acercaba a mí. Sólo quería llegar al barracón, echarle un vistazo a mi estado y descansar. Suponía que Enthelion llegaría con el alba, así que tal vez podría darme un relajante baño antes. Nada más llegar a mi destino me eché un vistazo en el espejo. Tal y como pensaba, tenía un profundo corte en el labio, pero eso no era todo. Al quitarme la ropa y las vendas pude ver la cantidad de hematomas y cortes que cubrían mi cuerpo, pero luego recordé cómo me había encontrado Enthelion... ¿Y si Thoribas me había hecho algo mientras estaba inconsciente? Porque la ropa no se hace jirones de esa forma al golpear a alguien, el tejido desgarrado de lo poco que me cubría al despertar en aquel lugar era señal de que alguien había roto la tela a la fuerza. ¿Habría sido capaz de...? No, debía mantener la calma y mantenerme serena. Thoribas quería derrumbarme y me conocía mejor de lo que quería admitir, sabía que aquello era capaz de destrozarme. Me puse vendas limpias y me volví a vestir con la ropa que Mikh me había dado, ya más tarde me preocuparía de ponerme algo más decente. Me senté en la cama e intenté borrar aquella idea de la cabeza. Afortunadamente unos pasos me distrajeron y al alzar la mirada le vi llegar.
—Te dije que no corría prisa, podrías haberte quedado en Auberdine.
Enthelion se acercó y me miró de arriba a abajo, observándome con atención.
— ¿Cómo te encuentras?
—No lo sé ni yo —me sinceré—, pero me duele el cuerpo entero. A lo que iba... Necesito a alguien de confianza para situaciones como esta. Alguien con la cabeza donde debe tenerla, con buenas dotes de mando y... —tuve que detenerme unos segundos, un fuerte dolor se hizo con mi cabeza —...que sepa lo que tiene que hacer, para resumir.
Ladeó la cabeza sin apartar la mirada de mí, esta vez clavándola en mis ojos para desviarla de vez en cuando a mis heridas cada vez que hacía un gesto. No sabía si considerar su atención como algo inquietante, pero me gustaba aquella preocupación. Sin embargo, estaba segura de que él era lo que necesitaba. Sólo me había defraudado hasta entonces su tozudez, la cual era mayor incluso que la mía.
—Defiendo mis opiniones, nada más.
Aquello me hizo esbozar una sonrisa a la cual le siguió una mueca de dolor. De nuevo aquella expresión en su rostro de inquietud mientras me decía que tuviera cuidado. Más tarde acudiría a Jedern, pese a que no le hiciera ni pizca de gracia.
—Estás de broma, supongo.
—Me parece que te tiene algo de miedo, así que no.
Mikh sólo me había vendado y lo que muchas de mis heridas necesitaban era algo más, en especial la de la pierna. Se ofreció rápidamente a ir en busca de ayuda al Templo de la Luna o incluso encargarse él, pero no quería que acudiera a Jedern. No quería discutir, y mucho menos con él, así que cambié de tema rápidamente.
— ¿Te ves capaz de llevar el rango de Capitán, Dath'anar?
—Me veo capaz, Dalria, espero que no te arrepientas —se calló durante unos instantes, pero aquella dura expresión en su rostro permanecía—. ¿Te pegó Thoribas directamente?
Recordar aquello era peor que el dolor que me infligían las heridas. Thoribas había desaparecido en cuanto Enthelion y Mikh llegaron a la cripta. No había ni rastro de él ni tampoco de su lacayo. Había huido como el cobarde que realmente era, pero no había desaparecido.
—Estás hecha polvo —comentó Enthelion.
Has tenido suerte.
Miré a Enthelion con los ojos abiertos de par en par al oír al druida usando la runa. Estaba claro que necesitábamos otra forma de comunicación a la que él no tuviera acceso.
Oh, y si te quedas encinta... dame al niño; nada de gnomos.
No pude evitarlo. Agarré las sábanas de la cama y las arrugué entre mis manos con rabia, bajando la cabeza. ¿Se había atrevido realmente a...? Por Elune, aquella pesadilla parecía no acabar nunca. Me había olvidado incluso de que no estaba sola en el barracón. El recién nombrado Capitán de los Centinelas de Elune se agachó frente a mí y con suavidad me alzó la barbilla con una sonrisa.
—Será mejor que no le des más vueltas —murmuró, acariciándome la nuca y enredando sus dedos en mi pelo.
Aquello no hacía más que complicar las cosas. Si bien agradecía que intentara animarme y distraerme, no podía permitir que se convirtiera en mi debilidad, así que le insté a coger el último barco que saldría dentro de poco hacia Auberdine. No obstante permaneció en la ciudad, haciéndome saber que le llamara para cualquier cosa que necesitara... y lo que necesitaba en aquel momento era un baño.

El agua estaba fría, como de costumbre, pero en aquel momento parecía estarlo más de lo habitual. Me froté la piel con cuidado al principio para no hacerme daño, pero al recordar las palabras de Thoribas apreté. No me importaba abrirme las heridas, sólo quería deshacerme de cualquier rastro que quedara de él sobre mi piel, me hubiera tocado o no. Cuando quise darme cuenta estaba sollozando, apoyada contra un tronco caído que se sumergía en la charca. Noté como si algo rozara mi cuerpo y me giré rápidamente, alerta. Si cerraba los ojos volvía a ver aquellos cadáveres sumergidos y el miedo volvía a apoderarse de mí. Decidí salir del agua a toda prisa, secarme y vestirme. Intentar olvidar aquello era imposible y lo sabía, con lo que ni siquiera hice el más mínimo amago por lograrlo. En mi mente sólo escuchaba lo último que el druida me había dicho y era como un bucle que jamás tenía fin, se repetía una y otra vez.
Púdrete en el maldito infierno, Thoribas. Preferiría la muerte a tener un hijo tuyo.
No pude contenerme, no pude callarme. Era consciente de que le estaba dando lo que quería, que le permitía ver cómo me derrumbaba y acababa conmigo poco a poco. Era como si me estuviera hundiendo en las profundidades marinas y yo misma hubiera puesto más peso para descender en ellas antes.
Llora cuanto quieras, pero no te bastará para renunciar al niño.
De tenerlo, jamás sabrías de él —repliqué con ira.
Oh, óyete... Hablas de darme descendencia.
Aquello fue la gota que colmó el vaso y me hizo lanzar el comunicador hacia la charca. Mis lágrimas, por el contrario, iban a más sin poder controlarlas, pero las sequé con rapidez al escuchar pasos aproximándose. Era Enthelion, quien no dudó en aligerar su paso para aproximarse y arrodillarse a mi lado, con una mano sobre mi espalda.
—Dalria... —murmuró—. Le estás dando el placer de oírte llorar. Te estás haciendo polvo tú sola.
—Si lo que dice es cierto... eso basta para hacerme polvo.
—Lamento no haber llegado antes, de veras —se disculpó, bajando la mirada—. Te prometo que acabará pagándolo. El tiempo pone a cada uno en su lugar —iba a decir algo más, pero se mordió la lengua y calló—. Sécate las lágrimas y recomponte. Es él quien ha fallado.
Aquella promesa sonaba deliciosamente bien, pero necesitaba dormir. Estaba agotada. Estar en aquella cripta, el viaje, la reunión en el Templo de la Luna... Apenas había descansado y lo necesitaba con urgencia. Enthelion volvió a recordarme que le avisara si requería cualquier cosa antes de desearme una buena noche y seguirme con la mirada mientras me alejaba en dirección a la casa de Jedern.

Nada más llegar, el druida dejó las plantas con las que estaba para llevarme a la cama, inspeccionándome las heridas con delicadeza una a una.
— ¿Quién te ha hecho esto? —quiso saber—. ¿Ha sido el capullo que me pegó?
No pude ni tampoco quise reprimir la bofetada que le di, advirtiéndole que vigilara su lengua. Enthelion tenía buenos motivos para haberle dado su merecido antes de que yo le cortara la mano.
—Gracias a él que sigo con vida. Deberías estarle agradecido.
Aquello no le gustó lo más mínimo, ante lo cual dijo que poco podía hacer por mí. Si bien no tenía ningún problema en cuidar de mí, le había dolido que defendiera a Enthelion y era su orgullo el que le impedía ayudarme. Insistió en que me quedara en su casa a descansar, prometiendo que haría lo que pudiera con mis heridas, pero sabía perfectamente que no iba a hacer demasiado. Me acosté sobre la cómoda cama y cerré los ojos, dispuesta por fin a descansar. Oí a Jedern decir que le haría una visita, pero pronto el cansancio pudo conmigo. Me dejé llevar por el onírico abrazo que me envolvía en paz en aquel instante. Todo parecía estar ya en su lugar. No había dolor, no había malos recuerdos... Sólo unos pasos acercándose, creyéndose sigilosos pero haciendo crujir la madera que pisaban. Al abrir los ojos, Thoribas estaba frente a mí.

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