miércoles, diciembre 31, 2014

Gélida brisa


Me desperté sobresaltada. Al mirar a mi alrededor y ver que no había nadie, miré hacia el cielo. La luna no estaba donde recordaba, con lo que me había quedado dormida y había soñado con Thoribas. Fue todo un alivio saber que aquella visión no había sido real, pero me había dejado un malestar en el cuerpo que costaría hacer desaparecer. Me levanté de la cama y me acerqué al borde del pequeño balcón que daba al estanque de la ciudad. Había bajado ligeramente la temperatura y aquello hizo que me frotara los brazos con suavidad. Unos pasos entraron con rapidez y me volví, alerta.
—¿Qué ocurre?
Enthelion había venido corriendo y me miró tras cerciorarse de que no había nadie más en la casa ni fuera de la misma. Aquello me extrañó, pues no le había pedido que viniera, y menos a toda prisa.
—¿Te encuentras bien? —quise saber.
—¿No has gritado?
Si había gritado no lo sabía, pero al menos no lo había hecho desde que me había despertado. Enthelion se llevó una mano al costado, recuperando el aire. No sabía desde dónde había venido, pero se había dado prisa en llegar lo antes posible y, además, listo para el combate. Tenía las armas envainadas, pero mientras las llevara encima estaba preparado para cualquier imprevisto que pudiera surgir.
—Debe haber sido por la pesadilla —admití—, acabo de despertarme sobresaltada.
—Lo lamento, me había imaginado algo peor.
Miró alrededor antes de clavarme una mirada cargada de desagrado. Se despidió, pero conociéndole le aseguré que Jedern iba a tener la mano controlada. Sabía que no le gustaba que estuviera allí y que le odiaba casi tanto como a Thoribas. Ninguno de los dos druidas había traído nada bueno a mi vida, pero al menos éste no quería matarme... o al menos que yo supiera. Al insistir en preguntarle qué había imaginado, volvió a desearme una buena noche. Me acerqué a la entrada para verle marchar, deseando saber qué ocupaba su mente. Sólo era capaz de adivinar cómo se sentía por sus expresiones faciales o por sus miradas. A veces no necesitaba más por su parte, pues al mirarme a los ojos me decía mucho más que las palabras. Él me entendía casi del mismo modo, o eso me gustaba pensar. Cuando le perdí de vista regresé a la cama y me cubrí con la sábana. No sabía adónde había ido Jedern, si se había encargado ya de mis heridas ni tampoco si iba a ser capaz de volverme a dormir. El cuerpo seguía doliéndome y cada vez que cerraba los ojos veía a Thoribas de nuevo frente a mí.

Dalria, ¿cómo estás?
La pregunta de Enthelion fue seguida por un saludo de Mikh. Miré a mi alrededor; seguía estando donde la noche anterior y seguía estando sola. Me hallaba completamente desubicada y noté un fuerte mareo al incorporarme. Ni siquiera fui consciente de lo que Enthelion me había preguntado por runa, por lo que tuvo que repetírmelo. Le dije cómo me encontraba mientras intentaba, en vano, ponerme en pie. Volví a tumbarme en la cama. Me había pasado la mayor parte de la noche en vela, sin poder dormir, hasta que el sueño me había vencido. Me froté los ojos y acto seguido entró Enthelion. Me incorporé una vez más, pero lentamente.
—¿Has pegado ojo?
—N-no demasiado —contesté, aún mareada—. ¿Hay alguna novedad?
Negó con la cabeza tras disculparse.
—Si hay algo que podamos hacer, dínoslo.
Le dije que se portaran bien, y ante su enarcada ceja interrogativa le expliqué que no quería que crearan un complot para ver quién se quedaba con mi puesto. Aunque aquello era una broma, o al menos era mi intención para que no se preocupara tanto por mí, no le había hecho ninguna gracia.
—Ya he tenido demasiado con lo sucedido, ¿tú no?
Yo era quien más había tenido con Thoribas y todo lo que le rodeaba, pero debía mostrarme fuerte aunque me estuviera tomando un descanso. No dejaba de ser la General de los Centinelas de Elune. En mí recaía toda la responsabilidad, las decisiones y sobre quien se posaban todas las miradas. Si flaqueaba, no les daba motivos a mis hombres por los que ser fuertes ni tampoco ninguna confianza. Mi madre me había enseñado que en un líder era primordial hacer crecer la confianza con sus hombres, pues así estos iban al campo de batalla seguros de que valía la pena defender a esa persona si era necesario, que valía la pena seguirle. Me disculpé con Enthelion, pero mientras me calzaba me dijo que era por mí por quien debía sentirlo y no por él.
—Oh, y creo que estaría bien poner a Mikh más cerca de ti.
Quería que Mikh estuviera cerca de mí a modo de escolta y para que me aportara confianza.
—Tal vez, pero no me gusta tener cerca a alguien a quien no conozco. No me sentiría segura si mi vida dependiera de él. No cometas mi error de confiar rápidamente en nadie.
—Bien, asígnamelo —dijo con decisión—. Si no me convence en un período de tiempo, te lo haré saber.
Medité la idea durante unos segundos y acepté. Confiaba en él y en su criterio, aunque sabía que tendría que aceptar a Mikh como escolta si la opinión de Enthelion estaba a su favor. Se lo hice saber al susodicho a través del comunicador del Capitán, pero cuando se lo devolví y quise retomar la conversación con él, se despidió para dejarme descansar. Volvía a estar sola de nuevo.

A las pocas horas regresó Jedern, quien había estado ocupado con plantas de todo tipo según había dicho. Le tenía preocupado la flora de Teldrassil, había notado algo inusual en ella. Por más horas que se pasó explicándome lo que había sentido en ella, lo que podría significar y sus posibles causas, no logré entender nada. Aquello no era lo mío, era como si me estuviera hablando en idioma orco. Me preparó pescado para comer mientras seguía hablando —más consigo mismo que conmigo— sobre Teldrassil y su ecosistema. Tal era su preocupación que mientras me desinfectaba la herida de la pierna, la cosía y vendaba no tuvo siquiera el más mínimo miramiento. Aunque se disculpó, no quise que hiciera lo mismo con el resto de heridas que debían ser tratadas. Lo único que quería era silencio y él no parecía dispuesto a callar en ningún momento, así que tras agradecerle su ayuda me dirigí al barracón de la orden. Allí podría descansar tranquila y estaba segura de que ni Mikh ni Enthelion vendrían, pero pronto llegaría el recluta para contradecirme. Por suerte estuvo poco rato y volvió a marcharse.
Salía del Templo de Elune tras agradecer a nuestra diosa por su protección y me dirigía de nuevo hacia el barracón, pero algo estaba fuera de lugar. El aire era frío y la ciudad parecía desierta. Caminé con cautela, atenta a cualquier sonido o movimiento. Las hojas secas del suelo crujían bajo mis pies y pude vislumbrar a lo lejos una silueta. No reconocía quién era, así que me acerqué a ella, intrigada. La sombra iba adquiriendo más definición con cada paso que daba, pero su rostro se desveló cuando me situé a un par de metros de él. Thoribas me cogió por la muñeca con fuerza mientras yo despertaba de aquella pesadilla, echándome a un lado de la cama al ver a alguien de pie a mi lado.
—Eh, tranquila.
Mikh se había vuelto a pasar por el barracón para ver cómo me encontraba, atrapado además por la fuerte lluvia que caía fuera. Quiso saber porqué le había ordenado ser el escolta de Enthelion, si se debía a algo en especial. Tras decirle que sólo quería ver cómo se desenvolvía, se encogió de hombros y se sentó en la mesa tras sacar de su morral lo necesario para escribir una carta. Me cubrí con una manta y me dirigí hacia la balconada para observar la ciudad. El recuerdo de Thoribas parecía perseguirme cada vez que cerraba los ojos. Saqué del armario uno de los comunicadores que guardaba en caso de tener algún nuevo recluta y llamé a Enthelion para saber dónde estaba.
En Auberdine, Dalria. ¿Pasa algo?
En absoluto —contesté.
Si bien sentía la necesidad de tenerle cerca para sentirme más protegida, aquello me iría bien. Estaba dependiendo demasiado de él, y después de lo sucedido la última vez que allí estuve con él era mejor guardar distancias.
—El buzón más cercano...
Mikh distrajo mis pensamientos mientras oteaba Darnassus en busca de un buzón que estuviera a la vista. Le indiqué dónde estaba el más cercano mientras, entretenida, cambiaba el comunicador de una mano a otra.
Marcharé de viaje antes de que sea noche cerrada, hacia Rasganorte —dijo Enthelion.
Rasganorte... Aquello me hizo recordar lo cambiado que había regresado de allí Thoribas y esperaba que no le sucediera lo mismo a él. Si aquel gélido lugar era el que le había cambiado, no quería que Enthelion regresara del mismo modo. Era perfecto tal y como era, aun con el aro de metal que colgaba del tabique inferior de su nariz o su armadura de colores tan poco característicos en los de nuestra raza. Mikh, quien aún permanecía a mi lado, no tardó en contestarle.
Os acompañaré, desconozco el estado de la elfa.
¿El estado de la elfa? Aunque le pregunté a quién se refería no obtuve respuesta, y ambos kaldorei siguieron hablando mediante el comunicador. Iban a reunirse en el puerto de Ventormenta, pues Enthelion estaba ocupado entrevistando a la recluta que había contactado conmigo antes de partir a Karazhan. Cuando terminaron de hablar, Mikh al fin me contestó. Se trataba de una amiga de ambos a quien le habían salvado la vida con anterioridad y que se hallaba en problemas en Reposo Estelar. Si bien la lluvia no había cesado, el guerrero finalmente se despidió para partir cuanto antes hacia la capital humana. Yo, para mis adentros, recé para que nada pasara en Rasganorte que me hiciera detestar aún más aquel lugar. Aquella noche ni siquiera intenté dormir: recé a Elune para que regresara sano y salvo, para que regresara siendo el hombre que conocía y no otro totalmente distinto.


El murmullo de la lluvia cayendo sobre las copas de los árboles de Darnassus me calmaba. Habían pasado algunos días desde la partida de Mikh y Enthelion hacia Rasganorte y yo seguía sin apenas poder pegar ojo o poder darme un baño tranquila, pero tenía la esperanza de recuperarme más pronto que temprano de aquello. Las heridas físicas, en cambio, seguían igual. Sólo algunas rozaduras leves habían comenzado a cicatrizar y una rojiza costra las cubría. En aquel templo de soledad en que se había convertido el barracón tuve tiempo para pensar, y no permití que Thoribas fuera quien ocupara mi mente sino mi hijo. Me preguntaba si, de no haber permitido que aquel gnomo de enfermiza mente se lo llevara, habría sido una buena madre. Me habría gustado tanto poder arroparle por las noches, enseñarle a hablar, hablarle de la benevolencia de Elune, de la hermosura de nuestros bosques, de...
Dalria, ¿cómo estás?
La voz de Enthelion que sonaba a través del comunicador me había sorprendido hasta el punto en que me levanté aprisa de la cama. No solo seguía con vida, sino que estaba lo suficientemente cerca como para recibir su mensaje. De hecho, y para mi gran alivio, se hallaba en la ciudad, pues quería acercarse al barracón para echarle un vistazo a mis heridas. Había regresado del continente helado antes de lo que había previsto, algo que era posible mediante el uso de portales arcanos. Podían convertir un viaje de varios meses a través del océano en lo que tardase un mago en preparar el hechizo. Si bien despreciaba la magia arcana, el poder estar en un punto del mundo y al segundo siguiente estar en el otro me parecía asombroso a la par de útil.
Como era tan típico en Enthelion, apenas tardó en llegar. Estaba empapado debido a la fuerte lluvia que caía sobre la ciudad, pero ni aquello le detenía cuando se proponía algo. De haber sabido que llegaría con tanta rapidez me habría cambiado en lugar de llevar la toga que usaba para estar cómoda.
—Enséñame las heridas.
Me senté en la cama tras bajarme la parte superior de la toga hasta la cintura, dejando al descubierto varias heridas a lo largo de brazos y abdomen, incluida la marca que la maza del kaldorei me había dejado antes de partir a Karazhan. Aunque llevaba los pechos cubiertos, en aquel instante me sentía completamente desnuda e incómoda. No pude evitar recordar lo sucedido en Auberdine y lo que allí habíamos sentido ambos gracias a las curiosas y excitantes características de la alquimia empleada por Eldaeh. Enthelion, sin embargo, no pareció darle tanta importancia y escudriñó mi piel para observar las heridas, desinfectándolas con sumo cuidado.
—¿Ha ido todo bien por Rasganorte?
—Nada especial —murmuró mientras trataba una herida en mi hombro—, pero Mikh no llegó a reunirse conmigo en Ventormenta.
Por lo que comentaba, Mikh se había entretenido en una de las tabernas de la capital humana y se había visto envuelto en una pelea que acabó bastante mal para él. Por suerte para nosotros no llevaba puesto el tabardo de la orden ni lo llevaba encima. Ese era el destino que aguardaba a algunos de los de nuestro pueblo que se desviaban de nuestras tradiciones y adoptaban las de nuestros aliados. Cuando terminó de desinfectar las heridas y vendármelas, me recoloqué la toga antes de levantar su falda para mostrarle las heridas de las piernas. Aparte del mordisco del oso, del cual ya me recuperaba, tenía la que me hice al caer por el pozo de la cripta y un par más algo importantes que a saber con qué me las habría hecho Thoribas.
—¿Cómo te las hiciste? —quiso saber mientras las examinaba y empezaba a desinfectar una de ellas.
—Me... Me tiró por un pozo tras dejarme inconsciente y caí sobre un montón de huesos.
Se hizo de nuevo el silencio. Aunque sus manos eran sumamente cuidadosas, en su rostro se reflejó algo que no supe reconocer. Se sentó para estar más cómodo, colocando mis piernas sobre sus muslos mientras me trataba con meticulosidad.
—Ha perdido todo cuanto quería —sentenció, vendando la última de las heridas y cubriendo mis piernas de nuevo con la falda.
—Era previsible que lo perdería todo si me hacía algo.
Le agradecí su atención y se puso en pie, recogiendo las vendas que le sobraban y el antiséptico. Sin embargo hizo caso omiso a que se llevara alguna capa con la que cubrirse de la lluvia cuando se fuera.
—Tú descansa y avísame si necesitas algo —me puso una mano en el hombro para que no me levantara al despedirme de él—. Por ahora no hay novedades, pero deja que me encargue yo de todo.
Puse una mano sobre la suya a modo de agradecimiento mientras le dedicaba una sonrisa. A los pocos segundos me dio la espalda para marcharse. Me tumbé mirando hacia el techo, acompañada por el único sonido de la lluvia. Expiré con fuerza. Aunque no me había quejado en ningún momento, las heridas escocían, pero seguía con la imagen del rostro de Enthelion en la cabeza. ¿Qué había sido aquello que había visto en él; ira, odio, mero desagrado...? No lograba encontrar una palabra que definiera aquello que había vislumbrado en su mirada.

—¡Dalria! —gritó una voz femenina encolerizada—. ¡¿Cuándo pensabas decírmelo?!
Me puse en pie rápidamente, aunque aquello hizo que soltara un bufido de dolor. Mi madre acababa de entrar en casa, pues me había ido del barracón hacía varias horas para hacer un par de recados. Tenía los ojos enrojecidos y se sentó a llorar en la cama. Miré al exterior, esperando que Enthelion o la nueva recluta no aparecieran por allí para presenciar el drama que mi madre estaba a punto de montar.
—¿Qué sucede, madre? —pregunté tras sentarme a su lado, pasándole un brazo por el hombro que rápidamente rechazó.
No sabía quién habría sido ni cómo conocería lo acontecido, pero alguien le había dado el pésame por el fallecimiento de Erglath. Mi madre jamás supo que había estado encinta. Me había aislado precisamente para evitar preguntas y miradas de ella o de nadie. Yo me había dejado embaucar por las bonitas palabras de alguien que desapareció tras acostarme con él y había llevado en mi vientre su semilla hasta dar a luz. Por si fuera poco, había caído meses más tarde en las redes de Thoribas, quien creía que podría llegar a ser mi compañero... Aquello no decía nada bueno de mí. Había sido ridículamente ingenua y estúpida. Tras explicárselo y contarle todo lo que había sucedido con Erglath, bajé la cabeza avergonzada.
—¿En qué estabas pensando? ¿No se te ocurrió pasar con él al menos unos cuantos años? ¿Es que acaso os eduqué a tu hermana y a ti para que os fuerais con el primer imbécil que pasa por delante de vuestras narices? Si vuestro padre estuviera vivo para ver esto...
—¡Pues no lo está! —la interrumpí, poniéndome en pie.
Precisamente por aquel motivo no le había dicho nada en ningún momento ni pensaba hacerlo jamás. No era nadie para juzgarme ni para echarme nada en cara. Había cometido muchos fallos y estaba pagando el precio. No solo la muerte de Erglath, mis heridas eran la prueba de que estaba pagando por pecar de ingenua y confiada en demasiadas ocasiones. Tenía el corazón acelerado por el enfado y por las repentinas ganas que tenía de llorar pero que me reservaba. Había sufrido la pérdida de mi hijo y seguía haciéndolo día tras día, y no iba a consentir que nadie me echara nada en cara.

Tras salir de allí, me dirigí al Templo de Elune. Había pedido unos nuevos comunicadores, a los cuales Thoribas no tenía acceso. De este modo ya no podría oír lo que en la orden se hablaba ni tampoco entrometerse. Cuando salí de aquel lugar con lo que había ido a buscar, la lluvia había cesado, pero aquello no hizo que aflojara el paso para llegar cuanto antes al barracón y cambiarme de ropa.
—No deberías salir mientras llueve; el agua no es limpia.
La voz de Enthelion a mis espaldas hizo que me detuviera y me diera la vuelta. Un mechón de sus níveos cabellos se pegaba a su plateado rostro.
—Sigo teniendo mis obligaciones, y mi madre está en mi casa —dije con un tono más malhumorado del que pretendía.
—Por el momento no las tienes —me recordó, siguiendo mis pasos hacia el barracón—. Hay dos nuevos reclutas y, como te dije, yo me ocuparé de todo.
—Está bien —resoplé—. Estoy demasiado cansada como para discutir contigo.
Me quité la empapada capa que llevaba sobre los hombros y la dejé sobre el biombo que había cerca de la cama. Aunque iba a irme para dejar que se quedara en el barracón, insistió en que me quedase con él. Hubiera aceptado de buena gana en otras circunstancias, pero no estaba de buen humor.
—No me sentiría segura durmiendo aquí. Aunque esté exiliado de Darnassus, no me fío —me excusé.
Tras coger un par de cosas del armario y darle el nuevo comunicador, me acompañó fuera hasta que una kaldorei de cabellos tan blancos como los nuestros se acercó. Mi intención era seguir caminando, pero Enthelion se detuvo y me pidió que hiciera lo mismo. Me presentó a Lindiel Hojanívea, la joven a la que había reclutado unos días antes de marchar a Rasganorte y a quien le dio uno de los nuevos comunicadores. Notaba que empezaba a faltarme el aire y quería salir de allí cuanto antes, con el corazón acelerado y un fuerte dolor en el pecho. Necesitaba alejarme. Me despedí a toda prisa y comencé a caminar a paso rápido sin rumbo fijo. En cuanto les perdí de vista, me colé entre un par de edificios y me senté a los pies de un árbol cercano. Mi cuerpo entero temblaba sin que yo pudiera tener ningún tipo de control y empezaba a sudar. Erglath, mi madre, Thoribas, Enthelion... Aquello empezaba a ser demasiado para mí y no estaba segura de poder con todo.


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