Me desperté sobresaltada. Al mirar a mi alrededor
y ver que no había nadie, miré hacia el cielo. La luna no estaba donde
recordaba, con lo que me había quedado dormida y había soñado con Thoribas. Fue
todo un alivio saber que aquella visión no había sido real, pero me había
dejado un malestar en el cuerpo que costaría hacer desaparecer. Me levanté de
la cama y me acerqué al borde del pequeño balcón que daba al estanque de la
ciudad. Había bajado ligeramente la temperatura y aquello hizo que me frotara
los brazos con suavidad. Unos pasos entraron con rapidez y me volví, alerta.
—¿Qué ocurre?
Enthelion había venido corriendo y me miró tras
cerciorarse de que no había nadie más en la casa ni fuera de la misma. Aquello
me extrañó, pues no le había pedido que viniera, y menos a toda prisa.
—¿Te encuentras bien? —quise saber.
—¿No has gritado?
Si había gritado no lo sabía, pero al menos no
lo había hecho desde que me había despertado. Enthelion se llevó una mano al
costado, recuperando el aire. No sabía desde dónde había venido, pero se había
dado prisa en llegar lo antes posible y, además, listo para el combate. Tenía
las armas envainadas, pero mientras las llevara encima estaba preparado para
cualquier imprevisto que pudiera surgir.
—Debe haber sido por la pesadilla —admití—,
acabo de despertarme sobresaltada.
—Lo lamento, me había imaginado algo peor.
Miró alrededor antes de clavarme una mirada
cargada de desagrado. Se despidió, pero conociéndole le aseguré que Jedern iba
a tener la mano controlada. Sabía que no le gustaba que estuviera allí y que le
odiaba casi tanto como a Thoribas. Ninguno de los dos druidas había traído nada
bueno a mi vida, pero al menos éste no quería matarme... o al menos que yo
supiera. Al insistir en preguntarle qué había imaginado, volvió a desearme una
buena noche. Me acerqué a la entrada para verle marchar, deseando saber qué
ocupaba su mente. Sólo era capaz de adivinar cómo se sentía por sus expresiones
faciales o por sus miradas. A veces no necesitaba más por su parte, pues al
mirarme a los ojos me decía mucho más que las palabras. Él me entendía casi del
mismo modo, o eso me gustaba pensar. Cuando le perdí de vista regresé a la cama
y me cubrí con la sábana. No sabía adónde había ido Jedern, si se había
encargado ya de mis heridas ni tampoco si iba a ser capaz de volverme a dormir.
El cuerpo seguía doliéndome y cada vez que cerraba los ojos veía a Thoribas de
nuevo frente a mí.
—Dalria, ¿cómo estás?
La pregunta de Enthelion fue seguida por un
saludo de Mikh. Miré a mi alrededor; seguía estando donde la noche anterior y
seguía estando sola. Me hallaba completamente desubicada y noté un fuerte mareo
al incorporarme. Ni siquiera fui consciente de lo que Enthelion me había
preguntado por runa, por lo que tuvo que repetírmelo. Le dije cómo me
encontraba mientras intentaba, en vano, ponerme en pie. Volví a tumbarme en la
cama. Me había pasado la mayor parte de la noche en vela, sin poder dormir,
hasta que el sueño me había vencido. Me froté los ojos y acto seguido entró
Enthelion. Me incorporé una vez más, pero lentamente.
—¿Has pegado ojo?
—N-no demasiado —contesté, aún mareada—. ¿Hay
alguna novedad?
Negó con la cabeza tras disculparse.
—Si hay algo que podamos hacer, dínoslo.
Le dije que se portaran bien, y ante su enarcada
ceja interrogativa le expliqué que no quería que crearan un complot para ver
quién se quedaba con mi puesto. Aunque aquello era una broma, o al menos era mi
intención para que no se preocupara tanto por mí, no le había hecho ninguna
gracia.
—Ya he tenido demasiado con lo sucedido, ¿tú no?
Yo era quien más había tenido con Thoribas y
todo lo que le rodeaba, pero debía mostrarme fuerte aunque me estuviera tomando
un descanso. No dejaba de ser la General de los Centinelas de Elune. En mí
recaía toda la responsabilidad, las decisiones y sobre quien se posaban todas
las miradas. Si flaqueaba, no les daba motivos a mis hombres por los que ser
fuertes ni tampoco ninguna confianza. Mi madre me había enseñado que en un
líder era primordial hacer crecer la confianza con sus hombres, pues así estos
iban al campo de batalla seguros de que valía la pena defender a esa persona si
era necesario, que valía la pena seguirle. Me disculpé con Enthelion, pero
mientras me calzaba me dijo que era por mí por quien debía sentirlo y no por
él.
—Oh, y creo que estaría bien poner a Mikh más
cerca de ti.
Quería que Mikh estuviera cerca de mí a modo de
escolta y para que me aportara confianza.
—Tal vez, pero no me gusta tener cerca a alguien
a quien no conozco. No me sentiría segura si mi vida dependiera de él. No
cometas mi error de confiar rápidamente en nadie.
—Bien, asígnamelo —dijo con decisión—. Si no me
convence en un período de tiempo, te lo haré saber.
Medité la idea durante unos segundos y acepté.
Confiaba en él y en su criterio, aunque sabía que tendría que aceptar a Mikh
como escolta si la opinión de Enthelion estaba a su favor. Se lo hice saber al
susodicho a través del comunicador del Capitán, pero cuando se lo devolví y
quise retomar la conversación con él, se despidió para dejarme descansar.
Volvía a estar sola de nuevo.
A las pocas horas regresó Jedern, quien había
estado ocupado con plantas de todo tipo según había dicho. Le tenía preocupado
la flora de Teldrassil, había notado algo inusual en ella. Por más horas que se
pasó explicándome lo que había sentido en ella, lo que podría significar y sus
posibles causas, no logré entender nada. Aquello no era lo mío, era como si me
estuviera hablando en idioma orco. Me preparó pescado para comer mientras
seguía hablando —más consigo mismo que conmigo— sobre Teldrassil y su
ecosistema. Tal era su preocupación que mientras me desinfectaba la herida de
la pierna, la cosía y vendaba no tuvo siquiera el más mínimo miramiento. Aunque
se disculpó, no quise que hiciera lo mismo con el resto de heridas que debían
ser tratadas. Lo único que quería era silencio y él no parecía dispuesto a
callar en ningún momento, así que tras agradecerle su ayuda me dirigí al
barracón de la orden. Allí podría descansar tranquila y estaba segura de que ni
Mikh ni Enthelion vendrían, pero pronto llegaría el recluta para contradecirme.
Por suerte estuvo poco rato y volvió a marcharse.
Salía del Templo de Elune tras agradecer a
nuestra diosa por su protección y me dirigía de nuevo hacia el barracón, pero
algo estaba fuera de lugar. El aire era frío y la ciudad parecía desierta.
Caminé con cautela, atenta a cualquier sonido o movimiento. Las hojas secas del
suelo crujían bajo mis pies y pude vislumbrar a lo lejos una silueta. No
reconocía quién era, así que me acerqué a ella, intrigada. La sombra iba
adquiriendo más definición con cada paso que daba, pero su rostro se desveló
cuando me situé a un par de metros de él. Thoribas me cogió por la muñeca con
fuerza mientras yo despertaba de aquella pesadilla, echándome a un lado de la
cama al ver a alguien de pie a mi lado.
—Eh, tranquila.
Mikh se había vuelto a pasar por el barracón
para ver cómo me encontraba, atrapado además por la fuerte lluvia que caía
fuera. Quiso saber porqué le había ordenado ser el escolta de Enthelion, si se
debía a algo en especial. Tras decirle que sólo quería ver cómo se desenvolvía,
se encogió de hombros y se sentó en la mesa tras sacar de su morral lo
necesario para escribir una carta. Me cubrí con una manta y me dirigí hacia la
balconada para observar la ciudad. El recuerdo de Thoribas parecía perseguirme
cada vez que cerraba los ojos. Saqué del armario uno de los comunicadores que
guardaba en caso de tener algún nuevo recluta y llamé a Enthelion para saber
dónde estaba.
—En Auberdine, Dalria. ¿Pasa algo?
—En absoluto —contesté.
Si bien sentía la necesidad de tenerle cerca
para sentirme más protegida, aquello me iría bien. Estaba dependiendo demasiado
de él, y después de lo sucedido la última vez que allí estuve con él era mejor
guardar distancias.
—El buzón más cercano...
Mikh distrajo mis pensamientos mientras oteaba
Darnassus en busca de un buzón que estuviera a la vista. Le indiqué dónde
estaba el más cercano mientras, entretenida, cambiaba el comunicador de una
mano a otra.
—Marcharé de viaje antes de que sea noche
cerrada, hacia Rasganorte —dijo Enthelion.
Rasganorte... Aquello me hizo recordar lo
cambiado que había regresado de allí Thoribas y esperaba que no le sucediera lo
mismo a él. Si aquel gélido lugar era el que le había cambiado, no quería que
Enthelion regresara del mismo modo. Era perfecto tal y como era, aun con el aro
de metal que colgaba del tabique inferior de su nariz o su armadura de colores
tan poco característicos en los de nuestra raza. Mikh, quien aún permanecía a
mi lado, no tardó en contestarle.
—Os acompañaré, desconozco el estado de la
elfa.
¿El estado de la elfa? Aunque le pregunté a
quién se refería no obtuve respuesta, y ambos kaldorei siguieron hablando
mediante el comunicador. Iban a reunirse en el puerto de Ventormenta, pues
Enthelion estaba ocupado entrevistando a la recluta que había contactado
conmigo antes de partir a Karazhan. Cuando terminaron de hablar, Mikh al fin me
contestó. Se trataba de una amiga de ambos a quien le habían salvado la vida
con anterioridad y que se hallaba en problemas en Reposo Estelar. Si bien la
lluvia no había cesado, el guerrero finalmente se despidió para partir cuanto
antes hacia la capital humana. Yo, para mis adentros, recé para que nada pasara
en Rasganorte que me hiciera detestar aún más aquel lugar. Aquella noche ni
siquiera intenté dormir: recé a Elune para que regresara sano y salvo, para que
regresara siendo el hombre que conocía y no otro totalmente distinto.
El murmullo de la lluvia cayendo sobre las copas
de los árboles de Darnassus me calmaba. Habían pasado algunos días desde la
partida de Mikh y Enthelion hacia Rasganorte y yo seguía sin apenas poder pegar
ojo o poder darme un baño tranquila, pero tenía la esperanza de recuperarme más
pronto que temprano de aquello. Las heridas físicas, en cambio, seguían igual.
Sólo algunas rozaduras leves habían comenzado a cicatrizar y una rojiza costra
las cubría. En aquel templo de soledad en que se había convertido el barracón
tuve tiempo para pensar, y no permití que Thoribas fuera quien ocupara mi mente
sino mi hijo. Me preguntaba si, de no haber permitido que aquel gnomo de
enfermiza mente se lo llevara, habría sido una buena madre. Me habría gustado
tanto poder arroparle por las noches, enseñarle a hablar, hablarle de la
benevolencia de Elune, de la hermosura de nuestros bosques, de...
—Dalria, ¿cómo estás?
La voz de Enthelion que sonaba a través del
comunicador me había sorprendido hasta el punto en que me levanté aprisa de la
cama. No solo seguía con vida, sino que estaba lo suficientemente cerca como
para recibir su mensaje. De hecho, y para mi gran alivio, se hallaba en la
ciudad, pues quería acercarse al barracón para echarle un vistazo a mis
heridas. Había regresado del continente helado antes de lo que había previsto,
algo que era posible mediante el uso de portales arcanos. Podían convertir un
viaje de varios meses a través del océano en lo que tardase un mago en preparar
el hechizo. Si bien despreciaba la magia arcana, el poder estar en un punto del
mundo y al segundo siguiente estar en el otro me parecía asombroso a la par de
útil.
Como era tan típico en Enthelion, apenas tardó
en llegar. Estaba empapado debido a la fuerte lluvia que caía sobre la ciudad,
pero ni aquello le detenía cuando se proponía algo. De haber sabido que
llegaría con tanta rapidez me habría cambiado en lugar de llevar la toga que
usaba para estar cómoda.
—Enséñame las heridas.
Me senté en la cama tras bajarme la parte
superior de la toga hasta la cintura, dejando al descubierto varias heridas a
lo largo de brazos y abdomen, incluida la marca que la maza del kaldorei me
había dejado antes de partir a Karazhan. Aunque llevaba los pechos cubiertos,
en aquel instante me sentía completamente desnuda e incómoda. No pude evitar
recordar lo sucedido en Auberdine y lo que allí habíamos sentido ambos gracias
a las curiosas y excitantes características de la alquimia empleada por Eldaeh.
Enthelion, sin embargo, no pareció darle tanta importancia y escudriñó mi piel
para observar las heridas, desinfectándolas con sumo cuidado.
—¿Ha ido todo bien por Rasganorte?
—Nada especial —murmuró mientras trataba una
herida en mi hombro—, pero Mikh no llegó a reunirse conmigo en Ventormenta.
Por lo que comentaba, Mikh se había entretenido
en una de las tabernas de la capital humana y se había visto envuelto en una
pelea que acabó bastante mal para él. Por suerte para nosotros no llevaba
puesto el tabardo de la orden ni lo llevaba encima. Ese era el destino que
aguardaba a algunos de los de nuestro pueblo que se desviaban de nuestras
tradiciones y adoptaban las de nuestros aliados. Cuando terminó de desinfectar
las heridas y vendármelas, me recoloqué la toga antes de levantar su falda para
mostrarle las heridas de las piernas. Aparte del mordisco del oso, del cual ya
me recuperaba, tenía la que me hice al caer por el pozo de la cripta y un par
más algo importantes que a saber con qué me las habría hecho Thoribas.
—¿Cómo te las hiciste? —quiso saber mientras las
examinaba y empezaba a desinfectar una de ellas.
—Me... Me tiró por un pozo tras dejarme
inconsciente y caí sobre un montón de huesos.
Se hizo de nuevo el silencio. Aunque sus manos
eran sumamente cuidadosas, en su rostro se reflejó algo que no supe reconocer.
Se sentó para estar más cómodo, colocando mis piernas sobre sus muslos mientras
me trataba con meticulosidad.
—Ha perdido todo cuanto quería —sentenció,
vendando la última de las heridas y cubriendo mis piernas de nuevo con la
falda.
—Era previsible que lo perdería todo si me hacía
algo.
Le agradecí su atención y se puso en pie,
recogiendo las vendas que le sobraban y el antiséptico. Sin embargo hizo caso
omiso a que se llevara alguna capa con la que cubrirse de la lluvia cuando se
fuera.
—Tú descansa y avísame si necesitas algo —me
puso una mano en el hombro para que no me levantara al despedirme de él—. Por
ahora no hay novedades, pero deja que me encargue yo de todo.
Puse una mano sobre la suya a modo de
agradecimiento mientras le dedicaba una sonrisa. A los pocos segundos me dio la
espalda para marcharse. Me tumbé mirando hacia el techo, acompañada por el
único sonido de la lluvia. Expiré con fuerza. Aunque no me había quejado en
ningún momento, las heridas escocían, pero seguía con la imagen del rostro de
Enthelion en la cabeza. ¿Qué había sido aquello que había visto en él; ira,
odio, mero desagrado...? No lograba encontrar una palabra que definiera aquello
que había vislumbrado en su mirada.
—¡Dalria! —gritó una voz femenina encolerizada—.
¡¿Cuándo pensabas decírmelo?!
Me puse en pie rápidamente, aunque aquello hizo
que soltara un bufido de dolor. Mi madre acababa de entrar en casa, pues me
había ido del barracón hacía varias horas para hacer un par de recados. Tenía
los ojos enrojecidos y se sentó a llorar en la cama. Miré al exterior,
esperando que Enthelion o la nueva recluta no aparecieran por allí para
presenciar el drama que mi madre estaba a punto de montar.
—¿Qué sucede, madre? —pregunté tras sentarme a
su lado, pasándole un brazo por el hombro que rápidamente rechazó.
No sabía quién habría sido ni cómo conocería lo
acontecido, pero alguien le había dado el pésame por el fallecimiento de
Erglath. Mi madre jamás supo que había estado encinta. Me había aislado
precisamente para evitar preguntas y miradas de ella o de nadie. Yo me había
dejado embaucar por las bonitas palabras de alguien que desapareció tras
acostarme con él y había llevado en mi vientre su semilla hasta dar a luz. Por
si fuera poco, había caído meses más tarde en las redes de Thoribas, quien
creía que podría llegar a ser mi compañero... Aquello no decía nada bueno de
mí. Había sido ridículamente ingenua y estúpida. Tras explicárselo y contarle
todo lo que había sucedido con Erglath, bajé la cabeza avergonzada.
—¿En qué estabas pensando? ¿No se te ocurrió
pasar con él al menos unos cuantos años? ¿Es que acaso os eduqué a tu hermana y
a ti para que os fuerais con el primer imbécil que pasa por delante de vuestras
narices? Si vuestro padre estuviera vivo para ver esto...
—¡Pues no lo está! —la interrumpí, poniéndome en
pie.
Precisamente por aquel motivo no le había dicho
nada en ningún momento ni pensaba hacerlo jamás. No era nadie para juzgarme ni
para echarme nada en cara. Había cometido muchos fallos y estaba pagando el
precio. No solo la muerte de Erglath, mis heridas eran la prueba de que estaba
pagando por pecar de ingenua y confiada en demasiadas ocasiones. Tenía el
corazón acelerado por el enfado y por las repentinas ganas que tenía de llorar
pero que me reservaba. Había sufrido la pérdida de mi hijo y seguía haciéndolo
día tras día, y no iba a consentir que nadie me echara nada en cara.
Tras salir de allí, me dirigí al Templo de
Elune. Había pedido unos nuevos comunicadores, a los cuales Thoribas no tenía
acceso. De este modo ya no podría oír lo que en la orden se hablaba ni tampoco
entrometerse. Cuando salí de aquel lugar con lo que había ido a buscar, la
lluvia había cesado, pero aquello no hizo que aflojara el paso para llegar
cuanto antes al barracón y cambiarme de ropa.
—No deberías salir mientras llueve; el agua no
es limpia.
La voz de Enthelion a mis espaldas hizo que me
detuviera y me diera la vuelta. Un mechón de sus níveos cabellos se pegaba a su
plateado rostro.
—Sigo teniendo mis obligaciones, y mi madre está
en mi casa —dije con un tono más malhumorado del que pretendía.
—Por el momento no las tienes —me recordó,
siguiendo mis pasos hacia el barracón—. Hay dos nuevos reclutas y, como te
dije, yo me ocuparé de todo.
—Está bien —resoplé—. Estoy demasiado cansada
como para discutir contigo.
Me quité la empapada capa que llevaba sobre los
hombros y la dejé sobre el biombo que había cerca de la cama. Aunque iba a irme
para dejar que se quedara en el barracón, insistió en que me quedase con él.
Hubiera aceptado de buena gana en otras circunstancias, pero no estaba de buen
humor.
—No me sentiría segura durmiendo aquí. Aunque
esté exiliado de Darnassus, no me fío —me excusé.
Tras coger un par de cosas del armario y darle
el nuevo comunicador, me acompañó fuera hasta que una kaldorei de cabellos tan
blancos como los nuestros se acercó. Mi intención era seguir caminando, pero
Enthelion se detuvo y me pidió que hiciera lo mismo. Me presentó a Lindiel
Hojanívea, la joven a la que había reclutado unos días antes de marchar a
Rasganorte y a quien le dio uno de los nuevos comunicadores. Notaba que
empezaba a faltarme el aire y quería salir de allí cuanto antes, con el corazón
acelerado y un fuerte dolor en el pecho. Necesitaba alejarme. Me despedí a toda
prisa y comencé a caminar a paso rápido sin rumbo fijo. En cuanto les perdí de
vista, me colé entre un par de edificios y me senté a los pies de un árbol
cercano. Mi cuerpo entero temblaba sin que yo pudiera tener ningún tipo de
control y empezaba a sudar. Erglath, mi madre, Thoribas, Enthelion... Aquello
empezaba a ser demasiado para mí y no estaba segura de poder con todo.
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