miércoles, enero 21, 2015

Ocultos deseos


Mi cuerpo había hallado de nuevo la calma. Dejaba las horas pasar sobre la cama con la mirada perdida en el techo del barracón. Al final había regresado a nuestra base, pues mi madre seguía en mi casa y al ir antes había comenzado a echarme en cara cosas que ya ni recuerdo. No podía dormir, pero al menos reposaba. Escuchaba desde el lecho los mensajes que el viento traía consigo, el ulular del búho posado sobre un tejado cercano o el murmullo de las centinelas que pasaban cerca velando por la seguridad de la ciudad. Intenté ponerme cómoda y tumbarme hacia uno de los lados, pero aquello no hizo más que hacer presión sobre una de mis heridas y tuve que volver a colocarme hacia arriba. Lo que no oí, sin embargo, era a Enthelion acercándose hasta que oí su voz.
—Deberías intentarlo.
Me incorporé ligeramente para ver dónde estaba y me encontré con el brillo de sus ojos. Estaba apoyado contra el biombo que había cerca, mirándome.
—¿El qué?
—Dormir —contestó.
Era lo que intentaba hacer y no lograba. Demasiadas cosas cruzaban mi mente a todas horas y, lo poco que dormía, era con la sensación de estar siendo vigilada o de que Thoribas estaría a mi lado al despertar. Aunque iba a retirarse para no molestarme, le insté a quedarse y volví a tumbarme. Llevaba horas preguntándome lo mismo y, aunque él no fuera capaz de darme una respuesta, necesitaba realizarla en voz alta.
—¿Tan malo es callarse algo que sabes que a la larga hará daño a otra persona?
En aquel momento me di cuenta de que tal vez podría interpretarlo de forma errónea, así que me apresuré a explicar lo que había sucedido con mi madre. ¿Por qué decirle que le había dado un nieto que había fallecido? No quería llorar delante de él, ya lo había hecho demasiadas veces en el pasado... pero quería hacerlo. Era demasiado.
—Por Elune, Dalria... Se te ha acumulado todo —chasqueó la lengua—. Deberías tomarte un tiempo y olvidarte de todo. Estás hecha polvo y necesitas recomponerte.
—Lo estoy haciendo —repliqué, aunque en realidad ni siquiera yo me creía mis propias palabras—. Mientras me recupero puedo pensar en lo personal.
El kaldorei estaba convencido de que, de estar en mi lugar, no podría separar lo personal de su puesto. Claro que dejaba que se encargara de todo mientras yo me recuperaba, pero lo que Enthelion quería era que me despreocupase de todo por completo durante una temporada.
—Que te empeñes en estar bien no significa que lo estés —puso fin a nuestra pequeña discusión—. Estaré fuera, voy a por algo de ropa. Avísame si necesitas algo.
Se marchó y, con él, su olor. Tanto su piel como su ropa desprendían un peculiar aroma a bosque y, si bien era algo típico en alguien que pasaba tanto tiempo como nosotros rodeado de naturaleza, el suyo era distinto y particular.

Pensé en las palabras de Enthelion y recapacité. Era cierto que necesitaba tomarme un tiempo y dejar que las heridas —no sólo las físicas— sanaran, de lo contrario se harían cada vez más y más grandes. ¿Pero a qué iba a dedicar mi tiempo si no era a la orden? Era su líder pese a todo.
—A veces creo que me exijo demasiado —murmuré.
—Casi siempre —me corrigió Enthelion al regresar.
Vi como, tras haberse cambiado de ropa, se sentaba en un rincón de la estancia con la espalda apoyada contra la pared. Seguía insistiendo en que dejara de culparme de todo cuanto me ocurría y tal vez tuviera razón, excepto en una cosa: si le hubiera hecho caso, lo de Karazhan no habría tenido lugar y yo estaría en perfecto estado. Él, al contrario que yo, se notaba que tenía experiencia liderando. No se dejaba llevar y mantenía la cabeza fría, sabía lo que convenía en cada momento.
—No me has visto lo suficientemente involucrado, Dalria. Es más, ya me has visto fuera de combate.
Recordé a qué se refería y una fugaz imagen pasó por mi mente, tornando de un color rosado mis mejillas. Era la única vez que le había visto totalmente fuera de sí, luchando por mantener un control que no poseía. Como bien me recordaba, no podía esperar que todas mis decisiones fueran las correctas. Debía aprender de mis fallos. Todo era un constante aprendizaje y yo me había quedado atascada al no ver por dónde debía seguir mi camino. Había sido una suerte que Elune hubiera puesto a aquel hombre en mi vida, pues parecía ser mi única estabilidad.
—Duerme —dijo desde su posición, sentado en el suelo.
La cama era lo suficientemente grande para que durmiera en ella sin molestarnos el uno al otro, pero rechazó la oferta. Era algo que no iba a ofrecerle dos veces, pues la sola idea hacía que me quisiera morir de vergüenza. A fin de cuentas, era mejor así. El sueño me atrapó rápidamente en sus redes cuando quedamos en silencio.

Al despertar dejé que Enthelion durmiera tranquilo. Marché del barracón para asearme, comer algo y ponerme una cómoda toga de manga corta. Al regresar, el kaldorei se despertaba. Sonrió ligeramente, adormilado, al verme llegar.
—Te queda bien —comentó, señalando mi vestimenta con un cabeceo. Se puso en pie y se desperezó rápidamente—. Ayer recluté a un kaldorei, parece tener experiencia.
Aquello eran buenas noticias. Parecíamos estar en racha, pero no podíamos celebrarlo. Elune nos estaba sonriendo, ¿pero durante cuánto tiempo seguiría haciéndolo? Me despedí de mi compañero para dejar que se despejara tranquilamente y di un paseo por la ciudad. Al llegar a la charca, volví a encontrarme con él.
—El Santuario Rubí ha sido atacado.
Se trataba de un pequeño territorio del vuelo rojo en el Cementerio de Dragones, en Rasganorte. Aunque ya hacía un par de días que Enthelion se había enterado del ataque, se lo había guardado, pues no veía motivo por el cual debiera preocuparme innecesariamente. Ni él ni yo estábamos en condiciones de ir a ninguna parte, pero me molestó el hecho de que me hubiera ocultado la información. Era cierto que tenía muchas cosas en la cabeza, pero debía estar al tanto de cuanto acontecía para al menos estar informada de ello. Me apartó un mechón de la cara, colocándomelo tras la oreja, pero apartó la mano cuando le reproché haberse guardado nada.
—Te informaré de todo, no te preocupes —prometió.
Le clavé la mirada, molesta, ante lo cual separamos nuestros caminos. Él se marchó hacia el barracón y yo, por otro lado, hacia los estanques de Arlithrien. Allí podría pensar. No sólo me veía afectada por lo que había sucedido en las últimas semanas, sino por él. La forma en que me había sonreído antes, en que rozaba mi piel, en la atención que me prestaba... Si mi mente retrocedía atrás en el tiempo, al día en que nuestros sentidos se nublaron por culpa de Eldaeh, perdía el control incluso sobre mis propios pensamientos. Debía mantener las distancias con él y era imperativo.
Me tumbé sobre la hierba, haciendo crujir las que yacían secas sobre el suelo. Medité un poco más sobre mi decisión. Distanciarme de Enthelion era lo mejor que podía hacer. Era algo que ya no podía negar. No sólo me atraía físicamente y le deseaba, me estaba enamorando de él. Le tenía en la cabeza constantemente, quisiera o no, y lo cierto es que era lo único en lo que quería pensar, sobre todo tras los últimos acontecimientos. Sin embargo comenzaba siendo hora de que apartara su rostro a un rincón de mi memoria para prestar atención a otras cosas. Era la única forma que tenía de poder olvidarme de él y, tal vez, con el tiempo, mis sentimientos por él no fueran tan fuertes. Aquello que sentía era nuevo para mí y se había apoderado de mi ser por completo. La única persona por la que había sentido algo similar era Erglath, y mi amor por él era distinto, era el de una madre. Aunque parecía estar logrando mi propósito, al menos en aquel momento, su voz sonó a través del comunicador. Debía devolverle el anillo con el sello del Cónclave, aquel que llevaba colgando de una cadena de plata del cuello y que los enanos nos habían dado en señal de nuestra alianza. Enthelion había sido de utilidad cuando les había prestado su servicio en Dun Morogh. Aunque sin ganas, me levanté del suelo y eché una última mirada a los estanques. Esperaba volver pronto a aquel lugar, pues parecía envolver mi espíritu en paz.

Al llegar al barracón, Enthelion estaba de pie a los pies de la cama. Fijó su mirada en mí cuando entré y extendió la mano cuando me quité la cadena de plata que colgaba de mi cuello. La abrí para sacar el anillo y depositarlo en su mano con un gesto algo tosco, evitando cualquier contacto con él. Guardé la cadena bajo las telas de la toga que portaba de nuevo, ocultando así el anillo plateado que colgaba de ella.
—Gracias. Me lo han reclamado, de malas maneras.
Cuando no se nos necesitaba, éramos elfos, sin más. Él esperaba de los enanos algo de agradecimiento como mínimo. Yo, por el contrario, nada.
—La vida de mi sable valía más que la de uno de sus malditos búnkeres, pero hice mal esperando algo aparte de lo de siempre.
Aunque en su voz no se denotaba rabia o ira de algún tipo, creía tener la certeza de que se arrepentía de haber ayudado a los enanos y que esos sentimientos aguardaban en su interior.
—Sólo podemos confiar en nuestro pueblo... con contadas excepciones.
—Nuestro pueblo no sólo ha heredado el gusto por la bebida de los humanos, Dalria, sino el deshonor.
Aquello era cierto. Mirase a quien mirase, los gustos y las costumbres de nuestros aliados se había arraigado cada vez más en los de nuestra raza. En quienes más se notaba era en aquellos que debían dejar su hogar y permanecían meses en territorios aliados. Incluso el olor en ellos había cambiado. Por lo general, la gente de mi pueblo olía a bosque y naturaleza. Sin embargo, cuando desembarcaban desde Ventormenta, el aroma a tabaco, alcohol y piedra se había impregnado en los poros de la piel de muchos de ellos. Recordarles quienes eran en realidad, sus raíces y costumbres, era parte de nuestro trabajo.
La noche se me antojaba larga y, tras un rato en silencio que parecía eternizarse, decidí que aquella noche dormiría en la posada más cercana. Mi madre seguía en mi casa, aunque estaba segura de que pronto se iría. Enthelion, por el contrario, se quedaría en el barracón. Al marcharme de allí y ver que no regresaba, el kaldorei preguntó por el comunicador si iba a regresar para pasar la noche. Realmente quería volver y estar con él, pero debía mantener la cabeza fría y le rechacé con brusquedad. No estaba siendo justa con él. En lugar de mantenerme distante, que era lo que debía hacer, estaba dejando que mis sentimientos interfirieran en el modo en que le trataba.

Llevaba un largo rato en la cama y seguía dándole vueltas. Tenía demasiadas cosas en la cabeza y Enthelion era algo que no debía estar ahí. Yo sola no podía con todo, así que me levanté y me recogí el pelo mientras iba de camino al barracón. Al llegar, seguía despierto y dando vueltas por el lugar.
—Puedes pasar, no voy a echarte —dijo al detenerse frente a mí, mirándome.
Me disculpé por haberle evitado y le llamé por su nombre, Dath'anar. En raras ocasiones le llamaba de aquel modo dado que él prefería Enthelion, pero en aquel momento necesitaba sincerarme con él y dejar caer la carga que me había estado atormentando aquellos días de forma incansable.
—¿A qué se debe, Dalria?
—Es... por lo sucedido con Eldaeh —mentí.
No sé por qué lo hice, pero tenía miedo. Tenía miedo de decirle realmente lo que sentía por él, así que usar aquella excusa me pareció ideal.
—No tienes por qué preocuparte, nos pasó a ambos —se excusó—. Además, la culpable de tu estado no eras tú.
—Lo sé, pero... Yo misma entiendo la situación.
Él no, y no era de extrañar. Me di cuenta de que así sólo había complicado las cosas, pero ya era tarde para echar marcha atrás. Intenté zanjar el asunto allí, aunque sabía que él no lo olvidaría tan rápido como yo deseaba.
—Dejémoslo así. Tan sólo quería pedirte disculpas.
—No tienes porqué hacerlo, incluso yo me encendí contigo.
Le clavé la mirada para que dejara el tema y pude notar cómo la sangre se acumulaba en mis mejillas al recordar aquel instante. Intenté hacer desaparecer aquella imagen de mi mente, aunque no lo logré. El vello de mis brazos se erizó al volver a notar sus ojos cargados de deseo en mí y la cabeza me traicionó al pensar en cómo se dejaría llevar si algo parecido volviera a suceder.
—Estaré en la posada.
Ni siquiera me atreví a mirarle a la cara cuando me despedí y me marché de allí, dirigiéndome a los estanques de nuevo. Necesitaba refrescarme y necesitaba sacar de mi mente aquellos pensamientos, alejarlos de mí de alguna manera. Sin embargo, aquella imagen acompañada de todo cuanto deseaba hacerle no iban a desaparecer así como así.


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