miércoles, marzo 04, 2015

Alerta


Las lunas pasaban con lentitud. Tras haberle devuelto el anillo que el Cónclave de Khaz Modan le había entregado por sus servicios en tierras enanas no me había vuelto a cruzar con Enthelion. Nuestro comunicador había quedado en silencio y yo por fin había podido volver a casa tras la partida de mi madre. No había noticias respecto a nada y al menos había empezado a poder dormir, aunque seguía con aquella sensación de que Thoribas vigilaba cada paso que daba. No podía olvidarme de él, ni tampoco del estruendo que producían aquellas cadenas al ser arrastradas por el suelo. Ya ni siquiera perdía el tiempo en hallar un motivo por el que me hizo todo aquello. Era obvio que deseaba el poder absoluto de la orden y que yo era un impedimento, ¿pero eso era todo? Observé el techo de madera que había sobre mí y suspiré profundamente. Necesitaba darme un baño con urgencia. Era algo que, tras ver lo que vi en aquella cripta, aún no había logrado poder hacer sin sentir como si el aire me faltara. De camino hacia el estanque de la ciudad tomé mi comunicador.
¿Sigue todo en orden? —quise saber.
¿Hm? Sí, sí, descuida.
Oír su voz de nuevo hizo que el corazón me diera un vuelco. Era bastante tarde, así que me disculpé por si había interrumpido su sueño y le avisé de que iba a darme un baño... o al menos a intentarlo.
Tranquila, no apareceré por allí.
Por eso estoy tranquila, descuida.
¿Qué ocurre entonces?
¿Era tal vez el momento de abrirme, de hacerle saber que seguía aterrorizada por lo que había visto en aquella cripta? Sin duda era algo que me venía grande, algo que necesitaba sacar de mi pecho antes de que me desgarrara por dentro. Sabía a qué me exponía abriéndome a él y aquello me aterraba. No quería equivocarme, no con él, pero necesitaba hacerlo.
¿Recorriste aquel lugar?
Tan solo hasta dar contigo —contestó tras unos segundos.
Apenas viste nada.
Lo vi en tus ojos, me fue suficiente.
Apenas recordaba el momento en el que abrió la puerta. De aquel instante recordaba el calor de sus brazos cuando me dio cobijo en ellos. Abracé aquella memoria al meterme en el agua tras deshacerme de la ropa. Estaba fría, pero no me importó. Me adentré hasta que mis pies no tocaron fondo y sumergí la cabeza. La tensión se apoderó de mi cuerpo mientras apoyaba la espalda en el tronco caído y cerré los ojos en un intento por relajarme. Las imágenes se agolparon en mi mente de nuevo y salí del agua tan rápido como pude, vistiéndome y largándome de aquel lugar.
Nada más llegar al barracón, me dejé caer sobre la cama y permití que la impotencia hiciera salir las lágrimas.

Una caricia me despertó. Abrí los ojos con lentitud y comprobé que seguía en el barracón. No debía haber pasado mucho tiempo, pues seguía empapada. Alguien me había tapado para que no pasara frío, y cuando me incorporé vi a Enthelion contemplando la ciudad. Sentía la necesidad de abrazarle en aquel instante, pero la contuve mientras me ponía en pie. La toga que llevaba puesta revelaba más de lo que acostumbraba a llevar, así que me cubrí con la manta que el kaldorei había usado para taparme.
—Lamento no haber llegado antes, Dalria. De veras.
—No, fue culpa mía por no haberte escuchado.
Se volvió hacia mí y me siguió con la mirada mientras cogía algo de ropa seca para cambiarme tras el biombo. Tras ponerme algo mucho más cómodo y secarme, me peiné los cabellos con los dedos, recogiéndolos en una trenza que dejé caer sobre mi pecho.
—¿Cómo estás?
—Preferiría estar a los pies de un volcán en erupción antes de volver a sumergirme en el estanque más pequeño.
—No te va a pasar nada, recuerdes lo que recuerdes.
Aunque agradecía que intentara tranquilizarme, deseaba cambiar de tema. Quise saber si había alguna novedad, pero en los últimos días no había sucedido nada en absoluto.
—¿Venías buscando algo?
Dirigí la mirada hacia la ciudad ante la pregunta y respondí con una negativa cargada de duda. No estaba segura de si debía decirle que era a él a quien buscaba, que necesitaba sentirme segura a su lado, que él me aportaba la seguridad que tanto ansiaba... y que deseaba que me abrazara con sus fuertes brazos.
—Puedes quedarte. No me vendrá mal alguien con quien entretenerme.
Accedí a quedarme con él. Por una vez no quería estar sola y a mí no me iría nada mal distraerme, aunque fuera con conversaciones sin sentido como esperaba tener... pero me equivocaba.
—¿Qué es lo que te preocupa, Dalria? ¿Thoribas, lo que viste... qué?
—Thoribas no me preocupa demasiado —mentí—, lo que vi es lo que me quita el sueño. Aparte de eso, estoy bien.
Para él aquello no era suficiente. Insistía en que debía dormir, en que debía olvidarme de fuera lo que fuera que hubiera visto allí abajo y recuperar la normalidad.
—Ese bastardo se lo ha montado bien, pero todos terminan pagando por sus actos y tú acabarás recibiendo lo que te mereces, no esto.
Hablaba con total convicción y su mirada me decía que estaba seguro de cuanto decía. Aquello me hizo sentir mejor. Si bien no era lo que quería, logró tranquilizarme. Al fin cambió de tema y la conversación se volvió más distendida. Bromeamos sobre esto y aquello, hablamos sobre mi hermana, me enseñó una carta que había recibido del Cónclave de Khaz Modan en que los enanos habían rectificado... En un rato había logrado que me olvidara de todo.

—El destino nos ha dado demasiadas sorpresas —comentó.
—No tantas.
—No me gustan las sorpresas. No así. No me gustan las que conllevan algún tipo de sufrimiento.
Comenzó a deslizar el dedo índice sobre mi trenza, siguiendo su curso hasta su fin. Asumió que no temía por mi vida cuando fui en busca de Thoribas, pero se equivocaba. No había dejado que él supiera lo asustada que estaba. Sabía que era algo peligroso, pero acepté los riesgos. Si Enthelion no hubiera estado herido y no supiera que el druida me tenía preparada una trampa, habría dejado que me acompañara, pero no había sido el caso. De haber permitido que viniera conmigo a Karazhan, no me habría perdonado jamás que le hubiera pasado nada.
—No voy a reprocharte nada, pero podrías no haber vuelto. Has destapado a Thoribas, pero has podido perder mucho más.
Posó un par de dedos sobre mi barbilla, haciéndome girar el rostro para observar mis labios. Tenía una herida en ellos que me dolía incluso al hablar, pero le aparté la mano con suavidad. Frunció el entrecejo, manteniéndome la mirada.
—¿Te pegó estando inconsciente?
Era algo que no le hacía ninguna gracia, pero mucho menos a mí. Lo que Thoribas me hubiera hecho o no tras dejarme sin conocimiento era algo que se me escapaba, pero no me preocupaba que me hubiera pegado. Me preocupaba si realmente había hecho algo más que desgarrar mi ropa hasta dejarme prácticamente desnuda. Pregunté cómo estaban sus puntos para cambiar de tema, no quería seguir recordando lo sucedido en Karazhan.
—Estén como estén, déjalos así.
—No estuvieron tan mal los que te hice.
Me miró no demasiado seguro de mis palabras. Le admití que era la primera vez que cosía a alguien y que no tenía intención de repetir algo así, ante lo cual estuvo agradecido.
—Apuesto a que no tienes ni aguja.
—Si te sirve para coser cuero...
No pude evitar reírme ante su cara de espanto. No había usado una aguja de cuero para coserle, pero su expresión había logrado que mi ánimo se levantara.
—Qué poco confías en mí.
—En ti sí —admitió—, en tu uso de la aguja no.
Se mordió el labio mientras esbozaba una sonrisa. Me encantaba que hiciera aquel gesto, aunque tuve que apartar la mirada para reprimir las ganas que tenía de besarle. Tras mantener una pequeña conversación puramente trivial, se marchó, pero volvió tras un breve periodo de tiempo aquejándose por sus heridas. Pidió que le sacara unas gasas y vendas, pero le obligué a quitarse la camisa. Accedió tras ponerme pesada y se quitó el jubón, sentándose en la cama. Le retiré las vendas y después las gasas, las cuales estaban pegadas a su piel. Los puntos iban mejorando, pero necesitaba quedarse quieto si no quería que se le abrieran.
—Dime, Dath'anar... ¿Qué entiendes tú por reposo? —me gustaba llamarle por su nombre más que por su apodo.
—¿Quién me está dando lecciones? —preguntó en un tono jocoso.
Le limpié con cuidado la herida antes de cubrírsela con gasas limpias y vendarle, no sin antes echar un vistazo a su torso desnudo. Era tarde, demasiado, y los párpados me pesaban. Dejé que se acostara y durmiera tranquilo, aunque lo hizo a un lado de la cama, dejándome espacio. Negué con la cabeza y le deseé buenas noches antes de retirarme a mi casa. Habían sido demasiadas tentaciones para un día. Temía que llegara el momento en el que no pudiera reprimir mis deseos hacia él, y presentía que aquel instante se acercaba cada vez más.

Encontrarme en mitad de un campamento lleno de demonios me haría sentir mucho más segura que allí, en mi propio hogar. La sensación de que alguien no apartaba la mirada de mí y que vigilaba mis pasos era constante. Empezaba a cansarme de aquella sensación, de mirar a mi espalda cuando caminaba por la ciudad. No importaba cuántas veces me dijera a mí misma que no podía pasarme nada, no lograba tranquilizarme ni tampoco dejar de dar vueltas en la cama. Apenas recordaba ya lo que se sentía al dormir a gusto. Aunque me costara admitirlo incluso para mis adentros, los momentos en que lograba apartar todo aquello de mi mente era cuando estaba con Enthelion. Me levanté de la cama y me dirigí al barracón, vigilando de forma instintiva mis espaldas, pero al llegar allí no estaba él. Esperaba que a su lado, al menos, pudiera relajarme aunque no lograse pegar ojo. Me puse cómoda en el lecho, dispuesta a esperar. Debieron pasar al menos un par de horas hasta que escuché unos pasos acercándose. Conocía su caminar a la perfección; no cabía duda de que era él.
—¿Estás dormida? —preguntó en apenas un murmullo.
Me incorporé y respondí con un gesto de cabeza. Sin mediar más palabra, me tendió una carta. Reconocí la letra de su autor y el corazón se me aceleró de forma incontrolable. Era él. Arrugué el papiro cuando terminé de leer su contenido y lo lancé con rabia contra la pared. El miedo volvía a mí y ni siquiera la presencia de Enthelion lograba relajarme. No me quitaba ojo de encima y mi reacción le mantenía en alerta.
—¿Qué es? —quiso saber.
—Thoribas me pone en alerta. Dice que deberé tener cuidado a partir de ahora ya que él no tiene nada que perder —alcé la mirada hacia Enthelion—. Quiere vengarse de mí. Me exige que retire la orden que hay contra él y que quizá se piense el dejarme con vida. Y no me hagas recordar cómo ha firmado.
Aparté la mirada de los ojos del kaldorei. Thoribas se había despedido rogándome que tuviera cuidado, pues su hijo crecía en mis entrañas. Aquello no hizo más que enfurecerme y asquearme al mismo tiempo. Era lo que él quería, de eso estaba segura, pero no podía evitar pensar en la probabilidad de que sus palabras fueran ciertas.
—Está loco, así no conseguirá nada.
—Ponerte nerviosa —contestó Enthelion, apoyándose contra el armario que había cerca—. ¿Te has planteado dejar Darnassus por un tiempo? Como precaución.
Thoribas no iba a acercarse a Teldrassil. Lo más seguro era quedarme en la ciudad, pero aun así quería escuchar la idea de mi compañero y sopesarla. Hasta el momento no le había escuchado y todo había salido mal, y aunque la idea de abandonar la capital no me agradaba, tal vez fuera lo ideal.
—No había pensado en nada, simplemente en que él creerá que estás aquí. No estás para más sustos, Dalria.
—¿Y realmente crees que se atreverá a pisar la ciudad? —pregunté, clavándole la mirada.
—¿Con tal de degollarte? Sí —sentenció seguro de sus palabras.
Su respuesta hizo que me faltara el aliento durante unos segundos. Me había hecho aquella misma pregunta innumerables veces, pero consideraba que Thoribas era demasiado cobarde como para algo así. Sin embargo había demostrado estar loco, ¿y si Enthelion tenía razón y el no tener nada que perder le hacía cometer aquella locura? ¿Y si se atrevía a poner pie en la ciudad con tal de acabar con mi vida?

—¿Temes lo que pueda hacerte o lo que pueda haberte hecho?
Aquella pregunta me pilló de improvisto, despertándome de mi ensimismamiento. Por unos instantes no supe qué responder, pues no estaba segura, pero al final lo vi claro. No importaba qué me hubiera hecho Thoribas, fuera lo que fuera ya estaba hecho y no lo podía cambiar. El futuro, por otra parte, era algo incierto y siempre en movimiento. Debía impedirle hacerme nada, tenía la oportunidad y no la iba a desaprovechar. ¿Pero tenía fuerzas para ello? Aunque había formulado aquella pregunta para mis adentros, mis labios la pronunciaron.
—Las tienes, ¿me equivoco?
Se acercó a la cama y se apoyó sobre uno de los postes. Su mirada se posó en mí y la sentí clavarse como si de un frío puñal se tratara en lo más profundo de mi ser.
—No quiero encontrarme con él. Si así fuera pediría que retiraran la orden contra Thoribas o iría a Auberdine.
—Creo que le considero bastante más peligroso que tú.
Levantar el ánimo no era una de las habilidades de Enthelion, pero tenía razón. Thoribas tenía las de ganar. Conocía mis puntos débiles y él no tenía nada que perder. En cambio yo podía perder a mi madre y a Enthelion, las dos únicas personas que en aquel momento me importaban. Caminé nerviosa hasta la balconada del barracón, notaba el pecho encogido y necesitaba respirar.
—Huir no me servirá de nada.
—Tal vez te ayude a seguir con vida mientras pensamos en algo.
Sus pasos se acercaron y por un momento deseé que me abrazara, pero no fue así. Sabía que el miedo se reflejaba en mis ojos y me giré con la esperanza de que aquello le diera una pista y me acunara entre sus brazos. Mantuvo las distancias en todo momento, pero su rostro denotaba una gran preocupación. Una idea atravesó mi mente. Era una locura, pero debía estar dispuesta a hacer alguna. Nos enfrentábamos a un loco, sólo podíamos jugar de una manera y era del mismo modo que él. Enthelion y yo no albergábamos dudas de que le queríamos muerto y entre los dos no sería difícil acabar con su vida. El kaldorei estaba de acuerdo conmigo, pero me tocaba la parte en la que tal vez no lo estuviera.
—Sólo hay que hacer que venga a nuestro territorio con lo único que quiere en estos momentos.
—Tú.
Asentí, pero por la expresión de su rostro era una idea que no le gustaba lo más mínimo. Él era bueno ocultándose, no tenía porqué pasar nada. Mi papel iba a ser el de cebo, atraer a Thoribas hacia donde quisiéramos mientras él acababa con su vida desde la distancia. Enthelion bufó ante la idea e hizo que me volviera hacia la ciudad.
—Ya pensaremos en algo. Relájate un rato, ¿quieres? —murmuró—. Sería estúpido, incluso para él, venir ahora.
—A veces me parece increíble el cómo mi vida ha cambiado desde que le conozco.
Noté su mano sobre mi nuca, acariciándome la piel con suavidad tras recolocarme la trenza.
—Te la ha jugado, nada más.
—Lo cual me hace más débil que él —murmuré.
—Confiada es la palabra, no ingenua ni débil.

La cabeza comenzaba a dolerme. Aparte de la falta de sueño que llevaba arrastrando desde que regresamos a Darnassus, le estaba dando demasiadas vueltas a Thoribas y a su dichosa carta. Perdí por un par de segundos el mundo y creí estar a punto de desmayarme. Lo habría agradecido, pero no fue así.
—¿Estás bien?
Me acarició el brazo, cogiéndome de él con suavidad. A veces me sorprendía la delicadeza con la que me trataba. Necesitaba distraerme, dejar de lado los problemas por una vez, pero tampoco podía marcharme y dejarle a él con las responsabilidades de la orden. Enthelion, sin embargo, creía que era lo que debía hacer.
—De algo estoy segura. Ese desgraciado ni me ha tocado. Quiere confundirme y sabe cómo lograrlo, pero esta vez le ha fallado el plan.
—¿Cómo estás tan segura?
—Sabe cómo me sentía cuando estaba encinta de Erglath.
Para mi compañero era la primera noticia después de que la mala suerte no hiciera más que perseguirme, pero estaría segura de forma definitiva en un par de semanas. Me apoyé sobre la pared que tenía a mi lado, con Enthelion pendiente de mí. Por si aquella noche no hubiera tenido suficiente poco tacto, me preguntó por los cadáveres que había visto en descomposición y cuánto debían llevar allí. A algunos se les veía el hueso, pero otros parecían mucho más recientes.
—No fue un espectáculo bonito de ver, como comprenderás.
—Olvídalo —contestó—, el principal plan de Thoribas era que los vieras. Lo físico... llegó por cobardía. Sabía que todo se le venía abajo. Aguantaste el tipo bastante bien —de nuevo me frotó los brazos con sus caricias—, cualquiera hubiera perdido los estribos.
No quería pensar en qué hubiera sido de mí si no hubiera llegado a tiempo. Ni siquiera quería pensar en todo aquello. Necesitaba relajarme y reposar mis heridas tanto como él, pero ambos éramos reacios a estarnos quietos. Tenía suerte de que las mías dolieran tanto que apenas me dejaran hacer nada, aunque iban mejorando. La única con la que iba a necesitar su ayuda era con una situada en la espalda y que parecía algo profunda. Le pedí que le echara un vistazo a pesar de que iba a ser una situación un tanto incómoda. Bajó los tirantes de mi toga para que ésta descendiera por mi piel hasta mi cintura. La herida iba desde mi omoplato izquierdo hasta el lado contrario de la cintura. Desconocía por completo cómo me la había hecho, pero estaba casi segura de que su causante había sido Thoribas. Cerré las manos, arañando la madera de la pared. En parte por la rabia que sentía hacia el druida; por otro lado, por el escozor que el desinfectante me producía. Aunque Enthelion iba con sumo cuidado, no pude evitar quejarme. Noté sus dedos rozándome la piel, descendiendo hasta mi cintura para recolocarme la toga.

—Aún no sé qué hacer con Eldaeh si nos la volvemos a encontrar, pero desde luego que a ti te mantendré bien lejos de ella.
Se volvió hacia la ciudad mientras me cambiaba de ropa después de que la toga que llevaba se hubiera manchado con el antiséptico, pero pude percibir cómo su cuerpo se ponía tenso al mencionar aquel nombre.
—Irá a por ti —sentenció—. No sé cómo te las apañaste para mantenerte serena.
—Estaba en el mismo estado que tú —confesé—, pero el dolor de la herida me mantuvo en mi sitio. Si el dolor fue lo que me mantuvo en mí misma, buscaré la forma de volver a hacerlo.
Le toqué en el hombro cuando acabé de cambiarme para que pudiera volverse y se sentó directamente en la cama. Estaba cansado, pero no era debido al sueño. Le cansaba no hacer nada y verse obligado a reposar. Le conocía lo suficiente como para poder ver aquella diferencia.
—No cuentes conmigo. Apuesto a que estaré fuera de combate. La última vez... no te quité ojo de encima.
Aquellas palabras hicieron que mis mejillas se encendieran y me viera obligada a apartar la mirada de la suya. Una suave y agradable risa salió de sus labios. Se le antojaba divertido ver cómo la sangre se acumulaba en mis pómulos, incómoda por lo que había sucedido en casa de mi hermana, aunque ambos coincidíamos en que habría sido más incómodo todavía si no hubiera logrado controlarme.
—Al menos pudiste controlarte cuando yo empecé a flaquear.
—¿Pude? —preguntó no muy seguro de sí mismo.
—Necesité alejarme de ti para poder controlarme, tú no parecías tener tantos problemas.
—Hiciste bien en no decírmelo en aquel momento —intuía por dónde iban los tiros, pero quería asegurarme de a qué se refería y él no dudó en responderme cuando le pregunté—. No habría actuado como lo hice de saber que no te apartarías.
Acordamos finalizar allí la conversación antes de que fuera más incómoda para mí o de que mis mejillas alcanzaran una tonalidad de rojo nunca antes conocida. Además, empezaba a ser tarde y ambos necesitábamos descansar. Aun con los puntos tal y como los tenía insistió en dormir en el suelo. No podía dejar que cometiera aquella estupidez, así que recogí mis cosas para irme a la posada que había cerca del barracón.
—No voy a dejarte ahí abajo tras esa nota.
No era algo que estuviera dispuesta a discutir con él. Thoribas no iba a aparecer como él temía, así que me fui de allí lo más rápido posible para evitar que insistiera hasta convencerme de que, para variar, tenía razón. Además, me iría bien estar alejada de él durante al menos unas horas. Una cosa era recordar su mirada llena de lascivia, otra saber que, de no haberme mantenido cuerda, nos habríamos abandonado con toda seguridad el uno al otro. Aunque aquellos pensamientos solían permanecer en mi mente durante largo rato, esta vez fue distinto. Retira la orden que hay contra mí y, tal vez, te deje con vida. Recordé aquellas líneas que había leído en la carta del druida y sentí un repentino escalofrío recorriéndome de pies a cabeza. Estaba loco y lo había demostrado, ¿pero cómo pensaba burlar a las centinelas que vigilaban la ciudad? Era una pregunta para la que no tenía respuesta y que iba a acompañarme durante aquella noche en vela.


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