La noche había sido larga, en exceso. Aunque por una vez había intentado centrar mis pensamientos en Enthelion, no había logrado que aquello distrajera mi mente de lo que me preocupaba. No había pegado ojo en toda la noche y esta vez mis pesadillas no tenían nada que ver. Había paseado por los caminos de la ciudad sin rumbo fijo dejando que la suave brisa acompañara mis solitarios pasos. Alguna compañera me había saludado al pasar, pero ensimismada en mis pensamientos como estaba me percataba de ello momentos después. Si bien en otras circunstancias la preocupación de Enthelion por mí habría hecho volar mi imaginación, las palabras en la carta recibida quebraban ahora toda ilusión. Mi corazón era presa de la congoja y no hallaba nada que calmara mi ser, ni siquiera el murmullo del agua que fluía por la ciudad. Con cada segundo que pasaba estaba más segura de que Thoribas lograría sobrepasar las defensas de la ciudad y evitar así ser capturado. No tenía tiempo para pensar cómo iba a hacer tal cosa, pues hasta los cielos de la ciudad eran vigilados por centinelas a lomos de hipógrifos.
El día pasó con lentitud, parecía que el sol no
se iba a poner en ningún momento. Durante el día me gustaba dejar a Enthelion
tranquilo y reunirme con él al caer la noche, así que cuando el cielo se cubrió
de estrellas me dirigí al barracón. Me quedé a los pies de la cama mientras le
observaba dormir, peinándome la melena con los dedos, dejándola caer sobre el
hombro derecho. Aunque al principio parecía dormir plácidamente, vi en sus
movimientos que no era así. Deduje que estaba teniendo una pesadilla, así que
me acerqué a él y puse una mano sobre su hombro. Apenas rocé su piel cuando me
apartó de su lado con un fuerte empujón, incorporándose. Estaba empapado en
sudor y su respiración era agitada, pero al verme se volvió a dejar caer sobre
la cama.
—¿Te encuentras bien, Dath'anar? —me
acerqué para sentarme al borde de la cama, a su vera.
Aunque según él se encontraba bien, sabía que
sólo intentaba tranquilizarme. Le dejé unos minutos para que terminara de
situarse y despertarse hasta que volvió a mirarme, recorriéndome con la vista
como si buscara alguna herida producida a lo largo del día.
—¿Cómo estás?
—Yo bien —contesté—, pero tú no lo sé. ¿Qué ha
sido?
—Olvídalo —murmuró, sentándose al fin a mi
lado—. Lo lamento si te he asustado, me sobresalté.
Aunque si bien era cierto que me había asustado
al empujarme, no se lo había dejado ver. No necesitaba que se preocupara tanto
por mí, aquello me confundía y era una sensación que iba cada vez a más, pero
no iba a permitir que las cosas se complicaran. Se levantó algo más tranquilo,
aquejándose por algún tipo de molestia. Le restó importancia cuando le
pregunté, pero no iba a dejarlo pasar.
—¿Son los puntos?
—Deja los puntos tranquilos, ya cicatrizarán
—dijo acercándose a la balconada.
—Al menos déjame ver cómo los tienes, ¿quieres?
Resopló, dándose por vencido, y se acercó. Se
levantó la pechera lo justo para dejar al descubierto los puntos, que no tenían
pinta de haber mejorado lo más mínimo. Acaricié con suavidad los bordes de la
herida y retiré la mano al mirarle seriamente. Era hora de que me hiciera caso
y reposara.
—Te agradezco que me salvaras la vida acudiendo
así al Paso de la Muerte, pero si empeoran no vas a poder hacer nada... ni por
mí, ni por ti, ni por nadie.
—No voy a guardar cama teniendo en mente a
Thoribas, Dalria —parecía pretender vigilarme día y noche por si el druida
aparecía—. Me pone nervioso. Hacía demasiado que no lo estaba.
Intentó quitarle hierro al asunto bromeando que
aún debía agradecerle que me salvara la vida con una cena o algo parecido. Le
seguí la corriente, pero aquello no hizo que dejara de preocuparme por él.
—Te lo agradeceré cuando te hayas recuperado —le
recoloqué la pechera, apretando con sutileza la herida—. Eres comida de múrloc
ahora mismo.
—Eh, estate quieta. He demostrado valer en mi
estado, dame algo de libertad —apreté algo más hasta que apartó mi mano. De
haber reposado, no le dolería como lo hacía—. ¿Disfrutas haciéndolo?
Si Thoribas aparecía y se enfrentaban, Enthelion
estaba perdido si le golpeaba en la herida. Podía dejarle fuera de combate de
un solo golpe, pero se negaba a aceptar que algo así pudiera suceder. Además,
ya en el pasado había confundido a Thoribas con mi hermana en su forma felina,
por lo que no podía arriesgarse a atacar sin más a quien creyera que pudiera
ser el druida. Aprovechando que estaba centrada en él, coló una mano por mi
cintura para cogerme de la espalda, apretando en la herida que tenía. Le aparté
con rapidez mientras notaba a mi corazón acelerarse. No era por la herida, sino
por lo cerca que se había puesto de mí.
—No estás en condiciones —murmuró.
—Mejora, cosa que la tuya no.
Sonrió al fin, dándose por vencido.
—Guardaré reposo, pero dame un par de días. No
me fío de Thoribas. Estamos heridos y él no. Nos tiene a tiro, sobre todo a ti.
—Pero no estoy sola —le miré, devolviéndole la
sonrisa.
—Iré a dar una vuelta, necesito despejarme un
poco.
No sé cómo sucedió. Había visto a Enthelion
marcharse y le seguí con la mirada mientras desaparecía entre los edificios de
la ciudad. Volví al interior y me quité la pechera para cambiarme el vendaje,
pero un aroma hizo que se me helara la sangre y supe que algo iba mal.
—Creí que no iba a largarse nunca— anunció la
voz de Thoribas. Me di la vuelta, pero no le vi por ninguna parte—. No le
llames. Como le vea aparecer, iré a tu casa y mataré a tu madre.
—Muéstrate y deja de actuar como un cobarde.
Miré la sala que era el barracón. Me había
situado contra la pared, al lado de la cama, así que tenía la espalda cubierta.
Su figura comenzó a tomar forma mientras avanzaba hacia mí, advirtiéndome de lo
que pasaría si avisaba a Enthelion. Acarició mi hombro desnudo y no pude evitar
quedarme paralizada.
—Se me ocurre una idea para aprovechar el
tiempo, me dejaste a medias la otra vez.
Me tiró sobre la cama, pero reaccioné con rapidez
y me coloqué al otro lado antes de que pudiera inmovilizarme con su cuerpo.
Algo le distrajo durante unos segundos y miró hacia el exterior, pero me
vigilaba bien y aquello no me permitió moverme para poder coger algo que me
sirviera de arma. Aunque era algo que yo ya sabía, necesitaba decirlo en voz
alta.
—Tú mismo te acabas de delatar. No me violaste
en el Paso de la Muerte.
—Me refiero a Auberdine. Créeme, no es divertido
si no te mueves.
Intenté correr hacia la salida, pero me paró el
paso poniéndose delante de mí. Evité mirarle a los ojos en todo momento. No
quería que el miedo me traicionara y se reflejara en los míos. Notaba que el
corazón estaba a punto de salírseme del pecho, mi voz quería quebrarse y mis
piernas doblarse. El pánico quería hacerse con el control, pero debía luchar.
Si no lo hacía, terminaría pasando algo similar a lo que había tenido lugar en
Karazhan. Si fallaba, si no me controlaba... perdería la vida. Todo cuanto
debía hacer ahora era esperar a que Enthelion regresara, y esperaba que fuera
pronto. Debía entretener a Thoribas tanto como me fuera posible. Acercó su
rostro al mío y su voz sonaba amenazante.
—Retírame el exilio antes de noche cerrada. Si
no, tendré que saciarme con tu cadáver.
—Atrévete —le reté.
—¿Qué puedo perder? —sonrió lleno de seguridad y
confianza en sí mismo, algo que a mí me faltaba en aquel momento.
—Tu vida y lo poco que en ella quede. Dime,
querido... ¿qué es lo que quieres realmente aparte de retirarte el exilio?
—La orden es tan solo un medio.
Quise sacarle más información, pero contestaba
con evasivas. Siempre había deseado el poder de la orden y ahora sabía que no
era sólo para estar por encima de mí. Quería usarla para sus propósitos, ¿pero
cuáles eran?
—Demasiadas preguntas —finalizó—. Retíramelo y,
con suerte, podrás esperarme esta noche, pero no para matarte.
Sonrió con sorna y caminó hacia la salida. Quise
ir tras él y detenerle, pero su figura se desvaneció de nuevo en las sombras de
la noche. Miré a mi alrededor, intranquila, y volví a la cama. Pegué la espalda
contra el cabecero tras guardar una daga bajo la almohada. Estaba aterrorizada
y todo cuanto deseaba era que Enthelion volviera a mi lado, pero no debía
alertarle. Me bastaba con cerciorarme de que estaba bien e hice uso de la runa
para ello. Saber que no se había enterado de nada me tranquilizó, y más aún
saber que no tardaría en volver, pero... ¿Cuánto tardaría en regresar Thoribas?
Había dicho antes de noche cerrada, y para ello quedaba muy poco. Pese a sus
palabras, estaba segura de que el druida no me había puesto el dedo encima en
Karazhan, o al menos eso me hice creer a mí misma. Pensar en la posibilidad de
engendrar a su hijo me llenaba de asco. La adrenalina iba abandonando mi cuerpo
y en su lugar me acunó en su seno el sueño. Luchaba por mantenerme despierta,
pero finalmente mis ojos se dieron por vencidos. Unos pasos resonaron en el
suelo con fuerza acercándose a mí, mas mi cuerpo no reaccionaba a mis deseos.
Sin poder hacer nada, me dejé llevar.
La madera crujía bajo los pies de aquel extraño
que se acercaba a mi cama, pero era incapaz de abrir los ojos. Noté cómo el
colchón se hundía bajo el peso de aquella persona al apoyarse encima y cómo se
sentaba sobre mis piernas, inmovilizándolas. Logré mirar a quien tenía sobre
mí, apresando mis muñecas sobre mi cabeza con unas raíces que parecían crecer
del mismo suelo. Thoribas me tenía a su merced y tapó mis labios para impedir
que pudiera alertar a nadie. ¿Dónde estaba Enthelion? Debía intentar hacerme
con el arma que había bajo la almohada. Todo lo que tenía que hacer era
sostener la empuñadura y clavarle la hoja de la daga en el cuerpo para, como
mínimo, quitármelo de encima. Tenía que impedir que me hiciera nada, pero
mientras mis manos luchaban contra la fuerza que ejercían las raíces, las suyas
se abrían paso entre mi ropa. La cepa se hundía en mi piel y la desgarraba.
Sentía como si en cualquier momento fuera a quedarme sin muñecas, pero aun así
tenía que intentarlo. Ya casi rozaba el frío tacto de la empuñadura.
—¡Uuugh!
Me incorporé sobresaltada en la cama, arma en
mano. Me levanté con sumo cuidado hacia el biombo tras el cual había escuchado
el quejido. Seguía desorientada tras despertarme de aquella manera, sobre todo
porque el sueño había sido tan real que aún tenía la sensación de que las manos
del druida aún estaban sobre mi piel. Oí un par de murmullos, demasiado bajos
como para entenderlos. Me coloqué en silencio tras los paneles del biombo y,
sosteniendo el arma con firmeza, me coloqué tras la persona que tenía más
cercana. Resultó tratarse del peculiar kaldorei que había tratado la herida
ocasionada por un druida en el estanque de la ciudad y de Enthelion, a quien
estaba volviendo a coser tras haberse deshecho de los puntos que le había hecho
yo con anterioridad.
—¡Buenos días! —saludó.
Pude ver en el rostro de mi camarada el dolor
que le había causado que aquel peculiar personaje, ataviado siempre con
extravagantes ropas típicas del pueblo humano, le cosiera donde no debía al
volverse hacia mí para saludarme. Bajé el arma mientras observé con recelo cómo
terminaba de coser la herida y limpiar la sangre.
—No le des más puntos, por Elune. Casi le coses
el pulmón al esófago.
Aquel comentario pareció divertir a Enthelion
debido a la sonrisa que me dedicó. Le agradecí la ayuda que nos había prestado
y nos despedimos de él cuando marchó tras unos minutos de charla. Me dirigí de
nuevo hacia la cama, ya calmada, para dejar bajo la almohada el arma. Mi
compañero, por otra parte, se quedó observándome. Le resté importancia a su
preocupación pidiéndole que se vistiera. Aunque no estaba fina, su torso
desnudo aún era capaz de distraerme y no podía permitirme algo así en un
momento como ese. Thoribas había burlado la seguridad de Darnassus. No sólo
eso, sino que había... ¿desaparecido? No, los únicos capaces de desvanecerse de
aquel modo eran los magos. Al intentar recordar lo sucedido lo vi todo lleno de
sombras. Era como si la luz a mi alrededor en aquel momento hubiera
desaparecido, pero no fui capaz de percatarme de aquello, había estado
demasiado ocupada centrando mi atención en el druida. Le pedí que se sentara a
mi lado tras acomodarme en la cama y de nuevo obtuve aquella mirada.
—¿Qué ocurre?
No conocía el alcance de los poderes del druida,
ni siquiera entendía qué poderes poseía. Todo aquello escapaba a mi
comprensión, por lo que resumí brevemente mi encuentro con Thoribas a través de
la runa. De ese modo, si tenía alguna forma de escuchar cuanto se decía en el
barracón, no lo sabría. No era tan estúpido como para no olérselo, pero no iba
a ponérselo tan fácil. Casi antes de poder terminar, se puso en pie y recogió
su arco con el carcaj repleto de flechas.
—Pediré a un par de centinelas que vigilen que a
tu madre no le pase nada. Quédate en el barracón, no tardaré.
No me dio tiempo a réplica alguna. Su paso era
rápido y le perdí de vista en cuestión de segundos. Más tarde me informó de que
ya estaba hecho y de que no me moviera del barracón, que él se mantendría
cerca. Por desgracia para mí, no lo suficientemente cerca como deseaba.
Hacía un par de horas, o tal vez más, desde que
Enthelion se había marchado. Estaba sentada en la cama con la espalda apoyada
contra el cabezal de madera mientras veía los segundos pasar ante mí. ¿A qué
estábamos esperando exactamente? Una hoja seca crujió al ser pisada y una
figura que conocía muy bien asomó por la entrada del barracón. Pegué mi espalda
cuanto pude contra la cabecera de forma instintiva. Thoribas se alzaba ante mí.
Su semblante era serio e impasible, pero su voz sonaba amenazadora.
—No lo has retirado.
—¿Acaso me crees tan estúpida?
Confiaba en Enthelion. Si me había dicho que se
mantendría cerca, confiaba en que mi vida estaba segura aunque frente a mí se
hallara el asesino más infalible de Azeroth. Me puse en pie y me acerqué a
Thoribas, procurando mostrarme serena pese a estar temblando como una hoja
siendo arrollada por vientos huracanados en mi interior. Una vez frente a él,
mis fosas nasales se impregnaron de nuevo con aquel olor que desprendía su piel
y que ahora me producía náuseas.
—Yo que tú tendría cuidado con lo que haces, hay
centinelas abajo —le avisé.
—Oh... ¿Y? Puedo matarte antes de que suban —una
sonrisa cruzó sus labios. No era una sonrisa de satisfacción, sino macabra.
—Acabarían contigo después. ¿De qué te habría
servido?
—Venganza, Dalria. Se llama venganza.
El tono triunfante con el que pronunció aquella
palabra logró producirme un escalofrío que recorrió por entero mi cuerpo. Le
acaricié la barba blanquecina que se había dejado crecer, sin apartar ni un
ápice los ojos de los suyos. De forma que no supe ver, me cogió del jubón y
tiró con fuerza de él. La tela se rasgó con facilidad y me cubrí rápidamente
los pechos con los brazos.
—Siempre puedo darte algo más de tiempo si me
haces un poco más feliz.
Le di una bofetada con todas mis fuerzas, ante
lo cual sonrió y se llevó una mano a la mejilla sonrojada. Aquella mueca me
paralizó y ni siquiera pude ver de dónde vino el golpe que me propinó en la
mandíbula, pero aquello hizo que volviera en mí misma y pudiera esquivarle cuando
se abalanzó sobre mí. Grité auxilio para que alguien viniera en mi ayuda, fuera
quien fuera. Volví a esquivar otro de sus ataques y no sólo a él, también a las
raíces enredaderas que hizo crecer para que me atraparan.
—¡Detente! No conseguirás lo que te propones.
Le había advertido en vano para intentar detener
sus ataques, pero alzó el bastón de madera que portaba consigo. Cuando lo había
levantado por encima de su cabeza, se quedó inmóvil y la sangre emanó de sus
labios entreabiertos. Una certera flecha atravesaba su garganta. Cayó de
rodillas al suelo, luchando por mantenerse con vida. Alzó una mano hacia mí y
me miró buscando mi ayuda cuando otra flecha se clavó en su cuerpo, dándole
muerte al fin. Me había quedado petrificada con los brazos cruzados sobre mi
pecho. Lo único que pude hacer fue alejarme del cuerpo inerte de Thoribas y
sentarme en el suelo, a los pies de la cama. Thoribas... Hacía apenas unos
segundos había intentado matarme y ahora yacía a pocos metros de mí. Enthelion
apareció a la carrera y dejó el arco a un lado para tenderme con rapidez una
capa con la que taparme. Cogió al druida de un brazo y lo arrastró mientras
salía del barracón. Había acabado. La pesadilla había llegado a su fin. Cuando
mi camarada regresó a los pocos minutos, me puse en pie. Me había salvado la
vida de nuevo mientras que yo me había vuelto a quedar en blanco. Ya había
informado de lo sucedido a las centinelas a las que antes había rogado sus
servicios y éstas iban a hacer lo pertinente con el cuerpo de Thoribas.
—Recuérdame que nunca vuelva a estar de espaldas
a ti mientras sostienes un arco.
Intenté quitarle hierro al asunto al ver el
rostro lleno de preocupación de Enthelion, pero no pareció funcionar. Me cogió
con suavidad del brazo y me acompañó hasta la cama, instándome a dormir. No
creí poder hacerlo pese a que ahora iba a poder gozar de la tranquilidad de
saber que Thoribas ya no estaba para hacerme daño. Rindiéndome, me senté
mientras me examinaba con la mirada.
—¿Te ha pegado?
—Me ha devuelto el golpe, pero no es nada.
Sonrió de forma tranquilizadora. Era como si
supiera que aquel simple gesto fuera capaz de calmar mi ser. Posó con
delicadeza su dedo por mi mentón, haciéndome así alzar el rostro para poder
verme. Al ver mi mejilla, deslizó hacia ella el dedo y dibujó algo sobre mi
piel antes de apartarlo.
—Sólo es un golpe, ha perdido facultades.
—Haz el favor de acostarte, dudo que vaya a
pegar ojo.
Me levanté y me dirigí tras el biombo después de
coger algo de ropa limpia del armario. Me cambié de ropa y, cuando le miré,
estaba acomodado a un lado de la cama. Aunque agradecía su preocupación y
necesitaba abrazarle con todas mis fuerzas, necesitaba desahogarme. Hacerlo con
él era mostrarme más débil de lo que ya me había visto, preocuparle más de lo
que ya estaba. No podía permitírmelo. Le dejé durmiendo en el barracón y,
aunque a priori mi idea era partir hacia Auberdine, me quedé en la posada
cercana. Allí pensé en el día en que conocí a Thoribas, en los momentos en los
que me había sentido bien con él y había estado a mi lado, en aquel instante en
que nuestros labios se unieron y en todo el dolor que vino después, en cómo me
había torturado, las formas en las que jugó conmigo. Había sido una parte muy
importante en mi vida, para bien o para mal, y ahora ya no estaba. Aunque me
sentía satisfecha, en mi interior también se hallaba ahora una sensación de
vacío. Un murmullo quedo escapó de mis labios.
—Adiós.
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