viernes, abril 10, 2015

Un nuevo amanecer


Creí que, al acabar aquel tortuoso capítulo de mi vida, podría volver a dormir. No sabía cuan equivocada estaba. Iba a tardar en recuperarme de todo aquello por lo que Thoribas me había hecho pasar más de lo que esperaba. Había permitido que hiciera conmigo cuanto quisiera, pero no iba a permitir que tras su muerte siguiera atormentándome. Era hora de dejar atrás todo aquello y mirar hacia adelante, de seguir con mi trabajo y mi vida. Enthelion me había ido a ver a la posada a la mañana siguiente del suceso. Descansaría en casa de mi hermana, la cual mi madre iba a cederme en las próximas horas creyendo que necesitaba intimidad con mi compañero. Iba a agradecer la paz de la que dispondría durante unos días, o eso creía. Poco después de que Enthelion partiera hacia Auberdine, una mensajera llegó con una carta de mi hermana. Estaba bien, al igual que sus dos hijas, y tal vez se pasaría por la ciudad. No solo me había deshecho de Thoribas, sino que ahora era tía de dos mellizas semielfas, fruto de la breve y apasionada relación que mi hermana había tenido con un humano al que abandonara tras cansarse de él. Por si fuera poco teníamos una nueva recluta a quien iba a entrevistar aquella misma tarde. Parecía que la suerte empezaba a sonreírme de una vez por todas, que Elune había oído mis rezos. Pero acostumbrada a estos breves coletazos de buena suerte, ¿cuánto iba a durar este y qué vendría después?
Había citado a la recluta frente al Templo de la Luna. Se trataba de una de sus sacerdotisas llamada Shakiziel. Era alta, de cabellos morados, ojos plateados y tatuajes faciales rojizos simulando la herida de dos garras que iban desde la frente casi hasta la comisura de los labios. Enthelion, que estaba al tanto de lo que ocurría y había vuelto a la ciudad por asuntos personales, se acercó. Shakiziel había formado parte de la Orden del Alba de Plata y tenía experiencia militar, por lo que nos sería de gran utilidad en caso de necesitarla. Cuando llegó mi compañero y les fui a presentar, ya se conocían, por lo que Enthelion tiró de las riendas del sable sobre el que iba montado y se marchó. Aquella reacción no me gustó nada, por lo que en cuanto hube finalizado el ingreso de la sacerdotisa busqué al kaldorei.
—Es hermana de la kaldorei que coincidió conmigo en Dun Morogh —me comentó cuando le pregunté de qué la conocía—. ¿Recuerdas cuando te conté que había una posible traición por parte de una humana en Vallefresno?
—Es posible —mentí. Lo cierto era que no me sonaba aquello, pero era probable que lo hubiera olvidado.
—Fue quien me puso al corriente. Puedes hablarlo con ella, creo que conoce todos los detalles. Estate quieta —ordenó a su sable, quien quería ponerse en marcha cuanto antes—. Tiene carácter, elegiste bien.
—La veo algo tozuda, tal vez —acaricié al animal.
—Sí, por eso te gustó tanto, ¿no? —sonrió—. A tu imagen y semejanza.
Seguimos discutiendo entre risas a quién se parecía más su sable y, sin llegar a ponernos de acuerdo, nos dirigimos a la charca de la ciudad para que su montura se refrescara. Les observé en silencio acercarse a la orilla mientras me sentaba con la espalda apoyada contra el tronco de un árbol cercano. Aunque él quería que me acercara o incluso me diera algún baño, no comprendía que no le temía al agua. Lo que no deseaba era que aquellos horribles recuerdos azotaran con fuerza mi mente hasta el punto en que el aire me faltaba.
—¿No puedes borrártelo de la cabeza? —preguntó tras quitarse las hombreras y dejarlas a mi lado.
Borrarlo de la cabeza... Era sencillo pronunciar aquellas palabras, pero por más que deseaba que se hicieran realidad seguían aguardando en mi interior.
—Será cuestión de tiempo.
—¿Pero cuánto? —me miró con preocupación.
—No es algo que pueda decidir yo.
—Lo tengo en cuenta, Dalria, lo tengo en cuenta —suspiró—. ¿Vas a actuar siempre con la misma... prudencia? Lo digo por acompañarte de una legión de centinelas.
De nuevo ahí estaba para recordarme que había cometido un grave error, un error que me podía haber costado la vida. No se refería únicamente a lo ocurrido a Karazhan, sino también a lo de la noche anterior. Sabía que hacer de cebo no era una opción para él, pero era la mejor que teníamos; la única. Hastiada de volver a tener aquella discusión que no llevaba a ninguna parte, decidí regresar al barracón.

En mi camino hacia nuestra base en la capital kaldorei me pasé a ver la tumba en la que habían enterrado a Thoribas. Me arrodillé frente a ella, sin importar que la tierra movida recientemente me ensuciara los pantalones. Pensé en los buenos momentos con él, momentos en los que creí que tal vez él podría ser el indicado para compartir el resto de nuestros siglos a mi lado. 
—Sé que en el fondo no eras cruel... o eso sigo diciéndome a mí misma —murmuré.
Me sentía mejor conmigo misma creyendo que en el fondo seguía siendo una buena persona, que algo o alguien había corrompido su ser hasta convertirlo en aquel ser frío y vengativo. Sabía que era una mentira, ¿pero qué mal podía hacer si mi alma quedaba aliviada de aquel modo? Había sido alguien muy importante para mí, alguien que había marcado un antes y un después en mi vida. Tras todo por cuanto me había hecho pasar, creí que al deshacerme de él me liberaría del miedo, que tendría cosas por hacer y en las que centrarme. Lo único que quedaba pendiente era informar al Templo de la Luna de lo sucedido.
—Espero que Elune te haya acogido en su seno y tu alma descanse en paz. Hasta siempre.
Me levanté tras despedirme por vez última de Thoribas. No iba a permitirme pensar en él, del mismo modo en que no me permitía pensar en mi hijo. Observé la tumba del druida durante unos instantes antes de poner rumbo al enorme edificio que era el Templo y busqué a alguien con quien hablar. En cuanto la kaldorei al mando se presentó ante mí, le expliqué lo sucedido y cómo Enthelion había puesto fin a la vida de aquel hombre que se había convertido en una pesadilla para mí.
—Tendríais que habérselo dejado a las autoridades en lugar de haberlo hecho por vuestra cuenta.
—¿Para qué, para que cuando actuaseis ya fuera demasiado tarde? Había centinelas vigilando cada entrada y salida de la ciudad e incluso los cielos. Dejé la seguridad en manos de las autoridades y mirad de lo que ha servido.
La mujer quiso reprocharme mis palabras, pero sabía que tenía razón. Thoribas había burlado la seguridad de la ciudad aun cuando Enthelion había apostado vigilantes cerca del barracón. Apretó los labios y dio por zanjado el asunto, por lo que me retiré, esta vez hacia la base.

Mis heridas seguían curando y escocían una barbaridad cuando cualquier tela rozaba mi piel. Llevar una toga, por cómoda y abierta que fuera —ya que dejaba al descubierto los costados de mi cuerpo desde la axila hasta la rodilla— no era la mejor elección para dormir. Enthelion llegó cuando estaba buscando en el armario algo para calmar el escozor y que las desinfectara, sólo por si acaso. Me ayudó a tratar las lesiones y a vendarlas para luego sentarse conmigo en la cama. Apoyé la espalda contra el cabezal, flexionando una pierna sobre la cama.
—Para aprovechar el rato podrías contarme algo, ¿no? —me miró con una sonrisa. Aunque los silencios eran algo normal entre nosotros, seguían siendo incómodos—. Podrías contarme más detalladamente lo sucedido en Dun Morogh, por ejemplo.
—No hay mucho que contar —tomó mi pierna con suavidad, estirándola sobre las suyas—. Me dieron el búnker más aburrido para vigilar. Vamos, pregunta.
Aquel no era mi día, pues pregunté si le quedaba familia. Debí suponer que su respuesta sería negativa. Enthelion era alguien que se mantenía cerca de los suyos y protegía a quienes quería. De haber tenido familia aún viva, ya me habría enterado. Le hice un par de preguntas más sin importancia y, de nuevo, el silencio. Sin embargo, ahora no me importaba interrumpirlo. Acariciaba con suavidad el empeine de mi pie, haciendo extrañas formas en la piel. Aquello me relajó de forma inimaginable. Subió lentamente hasta mi tobillo y se paró en una cicatriz que tenía. Al preguntar por ella, recordé cómo me la había hecho al caerme de un árbol tras subirme a una rama que no aguantaba mi peso. Nahim me echó bronca, al igual que mi madre, pero mi padre simplemente se rió. Inspiré hondo y me relajé, dejándome llevar por sus caricias que avanzaban con lentitud por la parte anterior de mi pierna. No apartaba la mirada de mí, y yo no pude evitar mantenérsela.
—¿Sucede algo? —pregunté con curiosidad.
—Eres tú la que se ha quedado ensimismada —sonrió.
—Y tú el que se ha quedado mirando.
—¿Se puede?
Aparté rápidamente la pierna de Enthelion al oír aquella voz. Se trataba del kaldorei que había cosido a mi compañero hacía unos días. Nos había traído algo de fruta antes de abandonar la ciudad, al parecer durante un largo tiempo. Susurró algo a Enthelion que no alcancé a oír, me acercó una manzana y finalmente se despidió de ambos. Froté la pieza de fruta contra la tela de mi vestido antes de darle un mordisco.
—¿Qué te ha dicho? —quise saber.
—Que no me deje coser por ti.
Volvió a hundir la mano bajo mis faldas para acariciarme la pierna, deteniéndose por unos instantes en la corva. Nos quedamos en silencio de nuevo mientras me acababa la manzana, y luego decidió proseguir las caricias por la parte lateral de mi muslo. Aunque aquello me relajaba, también me excitaba. Una parte de mí quería decirle que se detuviera en aquel instante, pero una parte aún mayor quería que siguiera avanzando hasta abandonarme a él. Debía mantenerme serena y poner unos límites. No podía dejar que cometiéramos ningún error, porque creía estar segura de que no se negaría si me entregaba a él.
—Duerme un poco, te irá bien.
Me clavó la mirada y percibí que apretaba la mandíbula. Me levanté y le dejé el antiséptico en la mesa auxiliar que había al lado de la cama. Tras revolverle el pelo, me dirigí hacia mi casa. ¿Qué había sido aquello? ¿Tal vez curiosidad, deseo... qué? Si Thoribas había sido un misterio para mí, Enthelion a veces era uno aún mayor. Sin embargo estaba segura con él y lograba hacer que me olvidara de todo, aunque fuera por un breve instante. Caminando hacia mi hogar, los primeros rayos de sol se colaban por las ramas de los árboles situados en la copa de Teldrassil.

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