Dormí hasta las primeras horas de la tarde. Llevaba mucho sueño acumulado y Enthelion no había abandonado mi cabeza en ningún momento. No podía sacarle de mi mente, aunque tampoco deseaba hacerlo. Era una especie de bálsamo para mis heridas internas, aquellas que más tardarían en sanar. Todas mis preocupaciones parecían desaparecer con él. Sabiendo que me lo encontraría en la charca o que aparecería por allí, dispuse algo de ropa seca para cambiarme. Le encontré dándose un baño y, al igual que había hecho yo, había decidido ponerse ropa cómoda para ello. De ese modo podíamos hablar y relajarnos sin vergüenzas ni desnudez de por medio. Había dormido como un bebé y él era el responsable. No porque apareciera en mis sueños, sino por las caricias que la noche anterior me había proporcionado. El ambiente era relajado, calmado... tranquilizador. Eran sensaciones que parecía haber olvidado hasta aquel momento hablando y bromeando con él. Lograba hacerme reír y confundirme a la par, igual que conseguía que me pusiera nerviosa y sintiera un hormigueo en el estómago. Nahim me había descrito aquella sensación tiempo atrás. Era lo que había sentido por aquel humano suyo; amor. Pero, ¿de verdad estaba cayendo en sus fauces? Poco tardó en hacerme volver de mi nube particular y borrar la sonrisa de mis labios.
—¿Ha vuelto a aparecer Jedern?
Resoplé. Aquel hombre era tan bueno trayéndome
la paz como arrebatándomela. Aunque no había vuelto a saber más de aquel
druida, Enthelion estaba seguro de que no tardaríamos en volver a verle. Se
estiró sobre la hierba y le seguí con la mirada. Cruzó los brazos bajo la
cabeza y me miró.
—¿Qué desearías de saber que tu vida está a
punto de expirar?
—Nunca he tenido antojos ni
caprichos —contestó tras unos segundos—. Deseo demasiadas cosas, me temo.
Le insté a explayarse. Deseaba conocer sus
inquietudes, sus deseos, todo aquello que pasaba por su mente a lo largo del
día. Me sorprendió saber que deseaba lo mismo que yo. Recuperar Vallefresno, la
aniquilación de la raza orca, recuperar todo cuanto habíamos perdido, incluso
nuestra cultura. Pero, lo que más me sorprendió, fue que entre sus deseos se
encontrara mi tranquilidad. Aquello me mantuvo pensativa cuando se marchó.
Admití para mis adentros sentir algo por él, algo más que la amistad y el compañerismo
que manteníamos. ¿Sería igual para él?
Volví a encontrarle en el barracón. No era algo
que me pillara por sorpresa, sino que sabía que era donde le iba a encontrar.
Buscaba su compañía y seguro que él se había percatado de ello. Llevaba puesta
ropa de cuero negra que se amoldaba a las formas de su cuerpo, realzando sus
hombros. Su espalda ancha me hacía sentir protegida con él, y tal vez fuera
aquello lo que me gustaba de contar con su presencia. Estaba sentado en la
cama, con la espalda apoyada en el cabezal. Me sonrió y me hizo hueco, pero
rechacé su oferta, sentándome en el banco cercano al lecho.
—¿Qué ocurre, Dalria?
Su voz sonó tras unos minutos de silencio en los
que nos habíamos mantenido la mirada, hasta que la aparté. Era una clara
distracción para mí, una muy fuerte, y tenía un objetivo que cumplir una vez me
recuperara. Además, no me podía dejar llevar por mis sentimientos, no sabiendo
lo que conllevaba. Aunque le dije que no era nada y que estuviera tranquilo, no
se dio por vencido.
—Estoy tranquilo, la cuestión es si lo estás tú.
—Simplemente me siento incómoda cuando te me
quedas mirando —mentí.
Debió parecerle divertido, pues ensanchó la
sonrisa. Acto seguido me tentó a acompañarle en la comodidad de la cama entre
bromas, con la cabeza apoyada contra la pared y los ojos cerrados. Era como si
supiera qué quería y me invitara a dejarme llevar, como si leyera mi mente y me
empujara a hacer lo que deseaba... y lo consiguió. Me tumbé a su lado, boca
arriba mientras miraba a la nada que era el techo. Noté su mirada sobre mí y me
dio un suave toque en el hombro.
—Mira, es Jedern.
Al oír unos pasos, me incorporé sobresaltada.
Sin embargo, no era más que una centinela haciendo su ronda por la ciudad. Me
volví hacia Enthelion y arrugó la nariz.
—¿Te lo pasas bien?
—Lo justo.
Volví a tumbarme, pero ya estaba alerta. Le
gustaba observar mis reacciones y se divertía con ello, pero por mucho que me
quejara era algo que le agradecía. No sólo lograba despejar mi mente, sino
hacerme reír. Noté esta vez su dedo deslizándose desde mi hombro hacia mi
cuello, acariciando mi piel mientras dibujaba formas tras mi oreja. Dalria,
¿qué estás haciendo? Deberías ser más fuerte y evitar estas tonterías,
pensé. Cerré los ojos, dejándome llevar mientras las yemas de sus dedos se
dirigían hacia el costado de mi cuerpo, ante lo que sonreí.
—Empiezas a conocerme.
—¿Temes que lo haga?
Asentí. Tras lo acontecido con Thoribas no
deseaba acercarme más de la cuenta a nadie ni que me conocieran tanto como lo
había hecho él, y Enthelion me conocía mucho mejor de lo que el druida había
logrado. Cuando me senté a su lado, me frotó la espalda hasta convertirlo en
una caricia. Finalmente le hice quitarse la pechera y que se tumbara boca
abajo. Le masajeé la espalda, sentada a su lado en el borde de la cama. De ese
modo podía estar con él y pensar sin verme distraída por sus miradas. Además,
debido al druida ambos habíamos estado bajo mucha tensión. No era justo que él
velara por mi tranquilidad y bienestar, debía ser algo mutuo. Si aquello le
ayudaba a relajarse y a mí a aclarar mis ideas, era algo que no iba a
desaprovechar... ni tampoco las vistas, pero no lograba concentrarme. Cuando
terminé de masajear su espalda y nuca, dejé que se pusiera de nuevo la parte
superior antes de despedirme de él. Fuera del barracón llovía a mares y quiso
que me quedara, pero rechacé su invitación y partí hacia mi casa.
Una vez allí y tras haberme secado y cambiado,
me tumbé en la cama. ¿Qué te pasa? Actúas como una cría, me
sermoneé a mí misma. Sí, quería a ese hombre, pero temía volver a dejar que
alguien se acercara tanto a mí como había pasado con Thoribas. Temía volver a
pasar por un dolor similar. El druida había sido un compañero, un amigo,
alguien en quien confiaba. Si algo similar me sucedía con alguien por quien
sentía lo que sentía por Enthelion, me destrozaría. Sin embargo, no estaba
segura de poder seguir evitándolo. No a él, pues no podía, sino mis
sentimientos. Si antes había tenido mis dudas o no había querido verlo, ahora
estaba claro. Quería a ese hombre. Debía conformarme con ser su compañera en
las luchas que nos quedaban por librar. Nuestros bosques, nuestras tierras y
nuestro legado eran algo mucho más importante que él o que yo. Esas batallas
que aún estaban por venir debían ser mi prioridad, pero mi corazón me dictaba
lo contrario.
—Kene'thil surfas, Enthelion —murmuré.
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